Recuerda, Chile
El pa¨ªs sudamericano es invitado en la Feria Internacional del Libro de Oaxaca
Cada dos a?os, la Feria Internacional del Libro de Oaxaca abre su hospitalaria convocatoria a pa¨ªses invitados y en esta edici¨®n llega Chile¡ haciendo presente la memoria. Como cada a?o, debo al afecto de Guillermo y Vania Quijas no s¨®lo vivir el milagro de volver a Oaxaca, sino de pavonearme como autor de su editorial Almad¨ªa, dise?ado nada menos que por Alejandro Magallanes, quien me ha retratado en dos portadas. Esta es una feria entra?able y cercana, pues a diferencia de los grandes circos editoriales, el rifirrafe de los derechos, la ilusi¨®n de las traducciones, el enjambre de los millones y un largo etc¨¦tera, la FILO es Oaxaca por unos d¨ªas, con su colores que se comen, sus paisajes que hipnotizan, sus calles de l¨¢nguida melancol¨ªa feliz, y el agua de azar que ba?a los encuentros inesperados, los reencuentros anhelados y tanto descubrimiento.
Debo a un afortunado paseo con Rafael L¨®pez Giral, editor M¨¦xico-chileno, el hilado de una revelaci¨®n: esta FILO ha sido invadida por los fantasmas vivos y muertos de esa tierra de poetas, paisaje de prosas pulidas e imaginaci¨®n libre y desbordada que llamamos Chile, pero en clave de memoria donde los recuerdos no son mero placebo contra la amnesia sino la barca para navegar entre tantos olvidos. Recordemos, para no olvidar jam¨¢s, lo que signific¨® el horror ahora absuelto por la nada de una dictadura feroz, bendecida por la peor versi¨®n de los United States of America (la misma versi¨®n que ahora amenaza volver a intimidarnos re-loaded). Recuerda, Chile a los miles de desaparecidos y los montones de muertos, la infamia de las mentiras y el oprobio de la ira desatada. Recuerda, Chile la voz de los poetas y las canciones que a veces incluso hac¨ªan pensar. Gracias a la conversaci¨®n andante con L¨®pez Giral, que es como decir que redact¨¢bamos un ensayo con tan s¨®lo caminar en palabras compartidas, ca¨ªmos en la cuenta de que se cumplen cuarenta a?os del vil asesinato de Orlando Letelier.
De ni?o, viv¨ª mi infancia en el bosque de otro idioma y queda para una biograf¨ªa inconclusa el amargo d¨ªa 22 de septiembre de 1976 cuando mi padre me llev¨® a ver los restos de un coche blanco, ensangrentado, reventado por una bomba cobarde con la que un pelot¨®n de traidores a sueldo tuvieron a mal asesinar al G¨¹ero Letelier, amigo de mi padre. Ambos economistas, ambos mel¨®manos y so?adores, hac¨ªa pocas semanas que el se?or Letelier me hab¨ªa regalado un bal¨®n oficial de f¨²tbol americano y me sorprend¨ªa el tama?o y la distancia en a?os que me separaban de poder realmente agarrarlo bien con las yemas de los dedos e intentar lanzarlo m¨¢s de cincuenta yardas por el aire.
A Letelier lo asesinaron a unas cuadras del Watergate, el hotel y complejo de oficinas a la vera del Potomac, que pocos a?os despu¨¦s marcar¨ªa el final de la enga?osa presidencia de Richard M. Nixon. La bomba hizo volar el coche de Letelier en pedazos y la zona acordonada rodeaba la peque?a glorieta gringa donde se alza la estatua de Benito Ju¨¢rez, se?alando en lontananza el sentido del tr¨¢fico (para colmo, con un letrero a sus pies que dice ¡°One Way¡±). Mi padre me llev¨® a ver los restos de una masacre sangrienta quiz¨¢ para que ley¨¦ramos juntos ¡°El respeto al derecho ajeno es la paz¡± y hablar de la mejor versi¨®n de Ju¨¢rez, el que fue amigo de Lincoln, el mismo que hab¨ªa forjado puros en Nueva Orleans cuando tuvo que salir de M¨¦xico para fraguar una utop¨ªa. Mi padre me llev¨® a ver la sangre derramada de su amigo, para que jam¨¢s se me olvidara el horror de que, incluso en la capital del Imperio, las garras de los peores militares latinoamericanos eran capaces de atenazar en el aire el bal¨®n alado de la libertad y la cordura.
M¨¢s temprano que tarde, sin reposo, hemos de confirmar que lo ¨²nico que nos salva del ominoso horror de los asesinos est¨¢ en los libros que leemos y la memoria que cultivamos. Est¨¢ en los versos limpios de los poetas, as¨ª les corten la lengua en estadios convertidos en c¨¢rceles y la callada serenidad con la que no pocos siguen hablando de primaveras. Lo que nos une y distingue est¨¢ en el bosque de la prosa con la que caminamos y leemos al pr¨®jimo y no en el necio af¨¢n de alzar muros y babear amenazas irracionales, hipnotizados por las ganancias y los dividendos por bancarrota. O que nos llena de vida est¨¢ en las cr¨®ncias y el ofricio m¨¢s bello del mundo, en los cuentos breves que de pronto revientan de sobremesa como una buena historia con chispa inolvidable y s¨ª, lo que nos queda est¨¢ en la FILO del coraz¨®n de Oaxaca y los encuentros que no se cansa de fertilizar con la magia de sus p¨¢ginas.
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