Hijas de los malditos Grandes Lagos
La violencia sexual, el estigma del VIH o la alta mortalidad materna aprisionan el desarrollo de las mujeres en Burundi, el peque?o gran olvidado de ?frica Central
Josepha Habonimana tiene 35 a?os, siete hijos y VIH. Y eso en Burundi supone lo que supone: marginaci¨®n, rechazo, abandono, miseria. Pero a Josepha no le cabe la sonrisa en la cara. Tiene, s¨ª, VIH, muchos hijos sin padre, pero tambi¨¦n juventud, algo con lo que ganarse el dinero y, por cierto, tres cabras. Esta es su historia, cara y cruz de este peque?o y precioso pa¨ªs de los Grandes Lagos: cuando sus vecinos del pueblo de Mutumba se enteraron de que ten¨ªa VIH le dieron efectivamente de lado. El virus es una suerte de maldici¨®n b¨ªblica si no hay educaci¨®n de por medio. El pedazo de tierra que cultivaba no era suficiente para dar de comer a sus hijos y cay¨® en la desesperaci¨®n. Por su peque?a choza, en las monta?as que rodean la capital, Bujumbura, se pas¨® la hermana Philote¨¦ Nduwamungu, que trabaja en un centro de salud cercano. Le propuso aprender un nuevo oficio, la fabricaci¨®n de jab¨®n, y Josepha acept¨®. Empez¨® a ganar algo de dinero y ah¨ª que llegaron las tres cabras. Se cierra el c¨ªrculo: "Ahora mis vecinos ven el VIH como una enfermedad m¨¢s", dice la joven burundesa sin esconder un ¨¢pice de orgullo.
El c¨ªrculo es f¨¢cil de contar, pero dif¨ªcil de trazar. La habitual estigmatizaci¨®n que acompa?a al VIH es sin duda mayor en un pa¨ªs como Burundi, a la cola en desarrollo (puesto 184 de 188, seg¨²n el ?ndice de Desarrollo Humano), con una poblaci¨®n asentada en el campo, dependiente el 90% de una agricultura de subsistencia, sin salida al mar, maniatado en las exportaciones, y deficiente en educaci¨®n, pese a su gratuidad. Con esos mimbres y siendo mujer, lo primero que se puede encontrar alguien como Joshepa es un portazo. "Cuando ped¨ªa agua o comida", relata junto a un peque?o castillo de jabones, "cuando les dec¨ªa buenos d¨ªas o me acercaba a ellos, ni me respond¨ªan". Ten¨ªan que ver que eso que se rumoreaba sobre Josepha era algo normal. Y lo vieron gracias en gran medida al proyecto que le present¨® un d¨ªa la hermana Philote¨¦, con el sost¨¦n de Unicef, agencia de la ONU para la infancia. La joven gana al mes con su peque?a empresa alrededor de 45.000 francos burundeses, unos 26 euros (8 de cada 10 burundeses sobrevive con menos de 1,20 euros al d¨ªa). Los que compran son los vecinos.
El estigma se cruza f¨¢cil en el camino de las mujeres de Burundi, un pa¨ªs no exento de contrastes. La Constituci¨®n de 2005 impone que el Parlamento y el Gobierno tengan al menos un 30% de mujeres, una cuota nada habitual, aunque familiar en la regi¨®n -la vecina Ruanda tiene m¨¢s mujeres parlamentarias que hombres-. Se tiende a la paridad pol¨ªtica. Las burundesas, adem¨¢s, lideran a trav¨¦s de grupos locales de solidaridad grandes iniciativas de reconciliaci¨®n en el pa¨ªs, que anteayer vivi¨® una cruenta guerra civil (1993-2005). Son ellas tambi¨¦n las que se echan a la espalda gran parte de esa agricultura tan esencial.
Pero no por todo eso, el Burundi macho levanta el pie. Sirva de ejemplo dram¨¢tico la ¨²ltima crisis violenta: el anuncio, en abril de 2015, del presidente Pierre Nkurunziza de optar a un tercer mandato levant¨® a sectores de la oposici¨®n, que sali¨® a las calles. Unas 700 personas murieron en enfrentamientos; m¨¢s de 300.000 (un 3% de la poblaci¨®n) dejaron el pa¨ªs, ni?os y mujeres en gran medida. Pronto, relatores de la ONU denunciaron algo que les parec¨ªa muy preocupante: las violaciones en grupo de mujeres, en muchas ocasiones atendiendo a su etnia -el 85% de la poblaci¨®n es hutu, frente a un 14% tutsi-. De nuevo la etnia como una peque?a maldici¨®n utilizada al antojo de grupos armados.
Etnia al margen, la violaci¨®n es habitual y los culpables no siempre son adultos. Preguntados los responsables de un centro de reeducaci¨®n de menores (15-17 a?os), en la provincia de Rumonge, cu¨¢les son los delitos m¨¢s habituales de los chavales, la violaci¨®n est¨¢ entre ellos.
Y si los interrogados son trabajadores de organizaciones humanitarias en el terreno, su an¨¢lisis sobre el lastre para los mujeres no se queda ah¨ª. Los problemas: las violaciones y la explotaci¨®n sexual. En Bujumbura, en l¨ªnea con la orilla del majestuoso lago Tanganika, en dos aulas sin pared exterior, cocina Evelyne Shurweryimana. Tiene 17 a?os, es hu¨¦rfana y cuenta ya dos hijos. Habla con ganas de hablar, con las cejas perfiladas y un velo que le cubre el cabello. Fue trabajadora sexual; lo dice sin tapujos pese a que por all¨ª no sea muy popular. "Antes no sab¨ªa hacer nada", dice Evelyne. Ahora aprende a cocinar, con el apoyo de Unicef y la organizaci¨®n SOJPAE-Burundi. Ella misma enumera: "S¨¦ hacer la salsa provenzana, la vinagreta con mayonesa, con mostaza...". El pasado, pasado queda. ?Y ahora? "Ha cambiado mi estilo de vida", cuenta Evelyne, "ser¨ªa capaz de asociarme para trabajar en un restaurante". Esa es la idea.
La explotaci¨®n sexual se agudiza como lo hace la profundidad de la crisis econ¨®mica -mayor si cabe- dejada tras los choques violentos de 2015. Y en muchas ocasiones va precedida del abandono o la violencia. La ecuaci¨®n podr¨ªa ser: violaci¨®n, embarazo, abandono y explotaci¨®n. Una mujer embarazada al margen del matrimonio no est¨¢ bien vista y la exclusi¨®n empieza en la propia familia. Lo suyo es tener cuanto m¨¢s hijos mejor (el promedio es de seis por mujer, seg¨²n cifras de la ONU) y dentro del matrimonio. La otra cara de la moneda se llama mortalidad: 7.000 mujeres mueren cada a?o en el parto o por problemas relacionados con el embarazo.
Stessy Nsengimama tiene a sus 19 a?os tres peque?os, uno de ellos reci¨¦n nacido. Su negocio, con el que ha dejado atr¨¢s la prostituci¨®n, va de cerdos. Forma parte junto a otras 35 mujeres de una cooperativa de explotaci¨®n porcina, apoyada tambi¨¦n por SOJPAE. Aunque por all¨ª rondan un par de mozos, es por y para ellas. "Viv¨ªa de la prostituci¨®n", dice Stessy, "pero con este proyecto ya no lo hago". Y contin¨²a: "Ha cambiado mi vida porque con esta asociaci¨®n que hemos creado nos podemos alimentar". Un cambio, pero a¨²n queda. Stessy coge en brazos a su hijo m¨¢s peque?o. Se cay¨® y tiene la boca destrozada. No est¨¢ bien. ?Por qu¨¦ no compr¨® las medicinas que le recetaron? Porque sin certificado de nacimiento no se las dar¨ªan. Y, ?por qu¨¦ no fue a por el certificado? Nadie se podr¨ªa haber hecho cargo de sus otros dos ni?os. Otro c¨ªrculo, este perverso, del peque?o gran olvidado Burundi.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Sobre la firma
Archivado En
- Desarrollo ?frica
- Burundi
- Agenda Post-2015
- Violencia machista
- Desarrollo humano
- ?frica subsahariana
- VIH SIDA
- Violencia g¨¦nero
- Machismo
- ?frica
- Epidemia
- Enfermedades infecciosas
- ETS
- Derechos mujer
- Sexismo
- Violencia
- Mujeres
- Enfermedades
- Relaciones g¨¦nero
- Sucesos
- Medicina
- Prejuicios
- Salud
- Problemas sociales
- Sociedad
- Planeta Futuro