Juegos de guerra
Tras media vida entre cuatro paredes, los ni?os recobran su libertad en las calles de Alepo a donde trasladan sus juegos de guerra
Los ni?os de Alepo han reconquistado a golpe de carcajada las calles reivindicando su espacio de juego. Los menos afortunados, se han convertido en ni?os trabajadores. Salen de cumplir cinco a?os de condena entre los muros del hogar, sentenciados por el miedo de sus padres a que un ob¨²s, una bomba o una bala les quite la vida. Como el resto de los ni?os del mundo, se dedican a jugar a ser adultos imitando a los que les rodean. A diferencia del resto de ni?os del mundo, est¨¢n ansiosos por pisar un aula. Los que rondan los 10 a?os ten¨ªan cinco cuando estall¨® la guerra.
Como Mohamed que se dedica a vender algodones de az¨²car por 20 c¨¦ntimos de euro a aquellos curiosos que se han acercado a ver la fortaleza de Alepo. Las risas de Mohamed y sus algodones de colores no pegan en absoluto con los edificios derruidos a sus espaldas. Pero este nuevo ej¨¦rcito de peque?os trabajadores de metro y medio ya es parte del paisaje.
A cuatro pasos de all¨ª, Munir, tambi¨¦n de 10 a?os, juega con un amigo. En la mano derecha sujeta un palo con el que remueve la tierra. En la izquierda, una paloma muerta. Juega a los enterradores. Ha bajado al parque de debajo de su casa, que, a falta de tierra donde enterar a los muertos, se ha convertido en un improvisado cementerio. ¡°La paloma se muri¨®, as¨ª que vamos a enterrarla¡±. Munir pone todo el empe?o en cavar un agujero entre dos tumbas. Algo que no parece chocar a los transe¨²ntes. Y algo que seguramente ha visto hacer tantas veces a los mayores desde su balc¨®n.
Un poco m¨¢s lejos juega tambi¨¦n F¨¢tima, misma generaci¨®n y desplazada del barrio al Sukkari. Las gruesas lonas con el sello de la ONU son multiuso en Siria. Sirven como funda para proteger los coches, se cuelgan entre edificios para proteger a los viandantes de la vista de los francotiradores, de techo para los tenderetes de tabaco, cortinas para las casas cuyas ventanas han sido reventadas y muchas otras utilidades. Entre ellas para hacer trajes de mu?ecas.
Un grupo de ni?os del mismo tama?o que Mohamed, Munir y F¨¢tima, juega tambi¨¦n en uno de los barrios m¨¢s castigados por los ¨²ltimos combates. Lo hacen a armados y soldados, versi¨®n actualizada de cacos y polic¨ªas. Al menos ya no recogen casquillos calientes de proyectiles para su colecci¨®n ni se pelean por si la deflagraci¨®n que son¨® era de tal o tal calibre. ¡°Son el futuro¡± dicen orgullosos los abuelos. Y pesar de los traumas de guerra, los m¨¢s peque?os vuelven a sonre¨ªr en las calles.
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