Tiempos oscuros para los gring¨®filos
En medio de los jaloneos de estos meses, hemos olvidado a la abundante raza de mexicanos adictos a las ¡°cosas americanas¡±
Existen millones de mexicanos a quienes las amenazas de Donald Trump de sellar la frontera, anular las visas y limitar al m¨¢ximo nuestra presencia en su territorio les inquietan poco. Son sucesores del estoico Cuauht¨¦moc, quien resisti¨® como un bravo los tormentos que le infligieron los conquistadores (se suele recordar que le quemaron los pies, pero le fue mucho peor). Mi aplauso para ellos. Sin embargo, en medio de los jaloneos de estos meses, hemos olvidado a la abundante raza de mexicanos adictos a las ¡°cosas americanas¡±, cuya posesi¨®n terrena m¨¢s preciada es su visado de Estados Unidos y que se han visto orillados a llevar una vida de zozobra y a consultar incansablemente los noticieros para ver qu¨¦ nuevo ultim¨¢tum ha salido de la trompa de Donald. Hay que decirlo: los gring¨®filos de este pa¨ªs son legi¨®n y est¨¢n aterrados.
Y qu¨¦ dif¨ªcil les fue volverse gring¨®filos. En mi ciudad, Guadalajara, que es uno de los hervideros de gring¨®filos m¨¢s importantes del hemisferio occidental, el primer McDonald¡¯s fue inaugurado a finales de los a?os ochenta. Una multitud se abalanz¨® al emplazamiento horas antes de que las puertas abrieran al p¨²blico. La fila daba dos vueltas a la manzana. Aquellos fueron a?os moviditos para el mundo. Quiz¨¢ por eso, cuando trato de recordar la ca¨ªda del Muro de Berl¨ªn las im¨¢genes que acuden a mi mente, en realidad, son las de dos mil tapat¨ªos d¨¢ndose de golpes para comerse una Big Mac con queso antes que los dem¨¢s.
A menos que fuera uno pariente de un pol¨ªtico bien conectado, las cosas gringas llegaban al pa¨ªs con cuentagotas. Una vecina, que era azafata, recorr¨ªa nuestra calle puerta por puerta el d¨ªa antes de emprender vuelo a Los ?ngeles. La gente le encargaba perfumes, chocolates, ropa, juguetes para los ni?os. La comisi¨®n de la chica era un cincuenta por ciento extra del precio de cada encargo. Era popular¨ªsima, sin embargo, porque importar lo que fuera resultaba mucho m¨¢s oneroso que eso y, con las leyes aduanales de la ¨¦poca, el ¨¦xito de la misi¨®n era improbable. Salvo para la vecina azafata y traficante, claro.
El grado de riqueza de los ni?os, en mi escuela, se med¨ªa seg¨²n el n¨²mero de mu?equitos gringos de Star Wars en su posesi¨®n. Al que tuviera la colecci¨®n entera importada se le reverenciaba como a un Gatsby. Alguien de buena posici¨®n presum¨ªa mu?ecos extranjeros clave (Han-Solo, Darth Vader, la Princesa Leia con disfraz). Nunca faltaba aquel a quien su t¨ªo ¡°mojado¡± le hab¨ªa tra¨ªdo un ¨²nico ejemplar (segund¨®n, por lo general) y cuyos intentos por lucirlo en sociedad eran vistos con pena incluso por nosotros, los desheredados que no ten¨ªamos m¨¢s que mu?ecos nacionales, con pl¨¢stico de peor calidad y detalles torpes. Luego se firm¨® el TLC, que entr¨® en vigor en el a?o 94, y los gring¨®filos se multiplicaron como hongos.
Las cifras oficiales dicen que 18 millones de mexicanos visitan Estados Unidos anualmente y dejan regados por aquellos lugares algo as¨ª como 20.000 millones de d¨®lares. No todos los turistas son gring¨®filos, desde luego, pero todos los gring¨®filos se afanan en visitar Estados Unidos cada vez que logran reunir el dinero suficiente. Lo ven como lugar de peregrinaci¨®n.
Conozco algunos de los m¨¢s radicales. Gente que no acepta ponerse encima una prenda de ropa que no sea adquirida en un outlet de Cal¨¦xico, gente que sostiene que la Cocacola de all¨¢ sabe mejor porque el agua-base proviene de las Monta?as Rocallosas y no del Cerro de Perote. Gente que asegura que las aspirinas s¨®lo quitan el dolor de cabeza si son de Montana. Hay un supermercado entero, en Guadalajara, que expende solamente productos gringos: papel higi¨¦nico, queso derretido de bote, vasos de pl¨¢stico, chicles. Productos que se podr¨ªan obtener c¨®modamente fabricados en M¨¦xico y por las mismas marcas, pero que los gring¨®filos desde?an por no ser ¡°originales¡± (aqu¨ª, como en las tiras de Peanuts, insertemos un suspiro).
?Qu¨¦ decir? M¨¦xico es un pa¨ªs que cada a?o bautiza sin pudor a miles de Maximilianos y Carlotas, es decir, ni?os con los nombres de los emperadores impuestos por la intervenci¨®n francesa del siglo XIX. No en balde fuimos capaces de crear esa linda palabra, ¡°malinchismo¡±, en recuerdo de Malinche, int¨¦rprete y amante de Hern¨¢n Cort¨¦s, y se la aplicamos a quien muestra un apego exagerado por lo extranjero en desmedro de lo propio. Algo en lo que los mexicanos tenemos, como se ve, solera.
?Volver¨¢n los tiempos en que las cosas gringas llegaban s¨®lo de tanto en tanto y en manos de viajeros intr¨¦pidos como la azafata? Misterio. Entretanto, s¨¦ de varios gring¨®filos que andan almacenando rollos de papel higi¨¦nico fabricado en Texas. Porque el nacional les raspa.
Antonio Ortu?o es escritor mexicano.
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