Milicias
La tropa de Maduro mueve a l¨¢stima y a risa, pero tambi¨¦n puede matar
En 1892, el teniente William Nephew King, de la marina de los EE UU, estaba destinado a una nave de guerra fondeada en el puerto de La Guaira. Su estancia en Venezuela coincidi¨® con los momentos finales de una de las m¨¢s b¨¢rbaras guerras civiles venezolanas del siglo XIX.
Nephew King tambi¨¦n fue uno de aquellos intr¨¦pidos corresponsales de guerra estadounidenses de la talla de Stephen Crane o Richard Harding Davies que registraron las primeras "haza?as" del imperialismo yanqui en la cuenca del Caribe. Nephew King era, adem¨¢s, aficionado a la fotograf¨ªa y por eso hoy contamos con un acusador registro fotogr¨¢fico que desinfla la ret¨®rica filantr¨®pica con que, desde siempre, todos los violentos han intentado idealizar sus usurpaciones, expolios y masacres.
M¨¢s del autor
El salvador que le peg¨® candela a Venezuela en aquel tiempo, asol¨¢ndola con un pretexto "program¨¢tico", como todav¨ªa es costumbre, se llam¨® Joaqu¨ªn Crespo. Cu¨¢n program¨¢tica pod¨ªa ser la coartada con que cualquier mand¨®n se sent¨ªa autorizado a matar, ordenar levas forzosas o alentar el saqueo, el estupro y el abigeato se deja ver en el nombre que aquellos malandros daban a sus razias. Las llamaban "revoluciones" y todas se proclamaban "liberales aut¨¦nticas". Hubo una razia "legalista", otra "reivindicadora", otra llamada "azul", y as¨ª, todas muy campanudas, hasta llegar a la "restauradora", en 1899.
Caudillo de montoneras, Crespo se elev¨® r¨¢pidamente de machetero cortagargantas a general en jefe hasta, finalmente, ser dos veces presidente de la Rep¨²blica. Una zalamer¨ªa cortesana (y racista) quiso que el retrato ecuestre de Crespo, obra del pintor Arturo Michelena, que puede verse en el Palacio presidencial de Miraflores, en Caracas, nos lo muestre, si no blanco, al menos, como dir¨ªa mi abuela, "trigue?ito lavado". Parece un rosado beb¨¦ Gerber con barbas, polainas y bicornio.
La foto que Nephew King capt¨® de Crespo en campa?a, montando un caballo de gran alzada y bajo el quemante sol del llano, lo muestra, sin embargo, tan afrodescendiente como pudo serlo Sugar Ray Robinson. Era abstemio, una cojera causada por una herida de guerra testimoniaba su arrojo en combate y era famosamente muy leal a Jacinta Parejo, su esposa. Tambi¨¦n fue clept¨®crata; eso s¨ª.
Ver lo que el lente de Nephew King recoge de la horda de Crespo hiela la sangre, a pesar del tiempo transcurrido. La mayor¨ªa son adolescentes, casi ni?os, reclutados forzosamente en los campos de Venezuela. Tambi¨¦n hombres prematuramente envejecidos. Van casi desnudos, todos descalzos. Lucen minados por la malaria, la leishmaniasis y el esquistosoma; algunos muestran los miembros deformes por la filaria elefanti¨¢sica. La sonrisa feroz muestra c¨®mo las enfermedades les han hecho perder los dientes. Posan marcialmente ante la bandera nacional.
Los guerreros untan sus torsos y extremidades con resbalosa manteca de cerdo, imprescindible para el combate cuerpo a cuerpo: ello permite hurtar velozmente el cuerpo si un contrincante quisiera aferrarlos por la mu?eca para cercenarles el brazo de un machetazo.
Aunque el fusil de retrocarga hab¨ªa sido adoptado por algunas unidades del ej¨¦rcito venezolano hac¨ªa ya dos d¨¦cadas, casi ninguno de los milicianos de Crespo porta armas de fuego, tan solo lanzas y machetes. En el mejor de los casos, viejos mosquetes de chispa Brown Bess, ingleses, que eran saldos de la guerra de Independencia. O bien improvisados mosquetes caseros llamados "chopos de piedra". Era la guerra de "un tirito y al machete".
Aquella milicia de infelices llevados al matadero a cambio de una piltrafa del bot¨ªn si sobreviv¨ªan, luce en las fotos de Nephew King tan miserablemente inerte como la milicia bolivariana de Nicol¨¢s Maduro.
La de Maduro mueve a l¨¢stima y a risa, cierto, pero, igual que la de Crespo, tambi¨¦n puede matar.
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