La nueva vida vieja de la familia Al Shaidun
Un matrimonio sirio con nueve hijos y dos nietos relata su huida a L¨ªbano y c¨®mo ha tenido que reconstruirse desde cero en los seis a?os de guerra
La primera noche de la familia Al Shaidun despu¨¦s de huir de su casa transcurri¨® al raso. Padres, hijos y nietos se tumbaron en el suelo frente a una mezquita. Ibrahim Al Shaidun, 54 a?os, y su mujer, Kafaa, 38, empezaban la vida de cero: sin casa, sin ropa, sin dinero y sin pasado. Con nueve hijos y dos nietos.
Ibrahim era taxista y criaba palomas mensajeras en Idlib, al noroeste de Siria. Viv¨ªa en una casa de tres plantas. Cuando empezaron las hostilidades se hacinaron en el s¨®tano. "All¨ª escuch¨¢bamos las bombas. Algunas casas vecinas fueron destruidas. Hab¨ªa que elegir entre seguir all¨ª o marcharnos". Los Al Shaidun salieron de Idlib el 21 de abril de 2011 a las tres de la madrugada. Corrieron hasta la carretera y se dispusieron en fila india y muy pegados, "como se camina en una guerra, recto y sin movimientos extra?os", dice Ibrahim, por miedo a los francotiradores. As¨ª se desplazaron varios kil¨®metros bajo un cielo iluminado por el fuego y viendo de vez en cuando cad¨¢veres que llamaban la atenci¨®n de los ni?os: "?Por qu¨¦ nadie los despierta?", preguntaron.
Toda la vida de la familia Al Shaidun est¨¢ en la galer¨ªa de fotos del tel¨¦fono m¨®vil de Ibrahim. All¨ª ense?a im¨¢genes de sus palomas mensajeras, los ba?os en la piscina de verano y su casa antes y despu¨¦s de la guerra; la vivienda est¨¢ vac¨ªa y controlada por su hermano. Fue saqueada y su aspecto ya es el de una casa m¨¢s abandonada por una familia de refugiados. Cuando llegaron a Ghazze (L¨ªbano), un pueblo del valle de la Bekaa en el que se acumulan campos de refugiados de la guerra siria (m¨¢s de 1.500 asentamientos), apenas hab¨ªa cuatro familias en esa tierra que luego se llam¨® Ghazze III. Poco a poco fueron construyendo su tienda con lo que encontraban, primero, y con material aportado por organizaciones humanitarias despu¨¦s.
Kafaa, que se anima a fumar y reclama foto del momento, vacila a su marido pregunt¨¢ndole por la capital de Espa?a. Ibrahim no lo sabe; ella responde: "Madrid". "Yo soy la lista de la familia", dice. Fuera calientan en una olla el agua para los ba?os. En esa casa no entra dinero. Ibrahim no puede pagar el permiso de residencia, as¨ª que s¨®lo a veces se env¨ªa a las ni?as a los campos de cosecha: cobran cuatro euros la jornada. En el valle de la Bekaa, donde viven dispersos medio mill¨®n de refugiados de la guerra siria, las temperaturas llegan a 40 grados en verano y hay nevadas en invierno que a menudo hacen ceder las estructuras de las viviendas. En seis a?os se ha ido acumulando basura hasta formar un enorme vertedero abierto. Por all¨ª juegan los ni?os nacidos sin patria, sin nacionalidad. Pueden ver las monta?as nevadas que les separan de Siria, las gallinas picoteando entre la basura del vertedero y las estructuras de pl¨¢stico que se han convertido en sus ¨²nicos pa¨ªses conocidos.
Huyeron de noche, como se camina en la guerra, recto y sin movimientos raros
La higiene y las semillas
"El principal problema que tenemos con el agua es que antes de que llegasen los refugiados ya era de mala calidad. Ahora el problema se agrava", dice en la base de Acci¨®n contra el Hambre en Zahle Jes¨²s Capilla, responsable del programa de agua y saneamiento. Por el pa¨ªs se multiplican pozos ilegales en los que no existen certificados de calidad. Los pesticidas utilizados en los cultivos se filtran en la tierra y llegan al agua. La labor de la ONG en esta materia consiste en abastecer de agua a 125.000 personas en L¨ªbano, 30 litros al d¨ªa por persona; en total un mill¨®n y medio de litros de agua.
L¨ªbano tiene cinco millones de habitantes y un mill¨®n de sirios
Los refugiados sirios tienen un problema con L¨ªbano. El pa¨ªs les ha acogido, pero no les ha ayudado a que se establezcan ni les ha ofrecido unas condiciones m¨ªnimas de subsistencia. L¨ªbano tiene cinco millones de habitantes y un mill¨®n extra de refugiados sirios. A L¨ªbano no le interesa que las familias se acomoden; el Gobierno espera que despu¨¦s de la guerra los refugiados regresen a su pa¨ªs. En L¨ªbano un refugiado puede sobrevivir, pero no vivir. Y muchos refugiados, tras seis a?os de crisis, han agotado sus mecanismos de adaptaci¨®n y capacidad de endeudamiento, y est¨¢n empezando a recurrir a soluciones extremas como el trabajo infantil, la explotaci¨®n laboral o el peligroso retorno a Siria.
L¨ªbano no soporta el mayor n¨²mero de refugiados de la guerra (ese pa¨ªs es Turqu¨ªa), pero s¨ª tiene la mayor tasa per c¨¢pita. Obtener el permiso de residencia cuesta 200 d¨®lares. Seg¨²n los datos facilitados por Acci¨®n contra el Hambre, nueve de cada diez familias refugiadas est¨¢n endeudadas, el porcentaje de hogares refugiados con seguridad alimentaria cay¨® del 25% al 11% en el ¨²ltimo a?o y el 70% de la poblaci¨®n del L¨ªbano (49% en 2014) vive por debajo de la l¨ªnea nacional de pobreza. La guerra los ha devuelto a un lugar del que la humanidad sali¨® te¨®ricamente hace siglos: al monocultivo, el trueque. Un lugar en el que los lujos son la higiene y las semillas. Es un mundo de otro tiempo que convive con el actual: un mundo un poco retirado pero visible, cuya conexi¨®n con el real son las organizaciones humanitarias.
Los ni?os se comen las ra¨ªces si tienen hambre, dice Mohamed
Para llegar a Hermel desde Zahle se atraviesa una carretera de baches y checkpoints. All¨ª, en un peque?o descampado, viv¨ªan desde hace cinco a?os tres familias; una se march¨®. Llegaron desde Sarsha, que est¨¢ al otro lado de las monta?as. Mohamed se?ala el lugar para excusarse por no haber huido a Canad¨¢ como su hermano. "Yo quiero regresar alg¨²n d¨ªa a mi casa". Se cas¨® con Dania y tuvo tres ni?os con ella. Los chicos corren descalzos jugando alrededor de las tiendas a diez grados. Mohamed dice: "No fueron hoy a clase porque est¨¢n enfermos".
A estas familias las ayuda Acci¨®n contra el Hambre con huertos nutricionales. Las supervisoras de la ONG hacen una ruta por domicilios y campamentos en los que se plantan hortalizas y comprueban sus progresos. Tomate, pepino, cebolla, zanahorias y lechuga. Tambi¨¦n facilitan frutas y productos l¨¢cteos. Hace poco se empez¨® a donar a 70 familias seis gallinas y un gallo para cada una.
Mohamed era pastor de cabras en Siria y tiene una baja m¨¦dica permanente por un problema respiratorio: "El m¨¦dico me dijo que no pod¨ªa levantar un vaso de agua". Algunas de sus plantaciones han comenzado de cero otra vez. "?Qu¨¦ ha ocurrido?". Mohamed se encoge de hombros: "Los ni?os no esperan a que salgan las verduras, se comen las ra¨ªces si tienen hambre". Su mujer espera otro hijo; M¨¦dicos Sin Fronteras chequea su estado y le da 50 d¨®lares para ir al hospital a dar a luz. Mohamed se?ala las monta?as: de su anterior vida le separan siete kil¨®metros. La distancia que hay entre un pa¨ªs en guerra y otro en paz. Huy¨® cuando empezaron a bombardear su ciudad y destrozaron su casa. No sabe qui¨¦nes, nunca ha preguntado.
Yusuf sin guerra
En este tiempo de refugiados Ibrahim y Kafaa, el matrimonio de Ghazze III, tuvieron otro hijo. Es Yusuf, que tiene dos a?os y medio. Es m¨¢s peque?o que los nietos de Ibrahim y Kafaa. Como muchos de los ni?os nacidos en el campo de refugiados, no han vivido ninguna guerra pero sus juegos son con metralletas de juguete. "La televisi¨®n", excusa Ibrahim, al que Yusuf corta el cuello con la mano. En el lugar donde transcurre la entrevista con EL PA?S, invitado a L¨ªbano por Acci¨®n contra el Hambre, hay ambiente de hogar: detalles colgados de las lonas que hacen de paredes, sof¨¢s, un televisor encendido y caf¨¦ caliente. Como se fuma y la ma?ana no es muy fr¨ªa, se ha abierto un enorme pl¨¢stico que sirve de ventana. En Ghazze hay un mundo que imita al real: todos sus habitantes proceden de ¨¦l, todos saben c¨®mo hacerlo. Todo remite a un mundo que se dej¨® atr¨¢s. No hay casas, ni cuartos de ba?o, ni trabajo, pero han buscado algo que se le parece. La familia Al Shaidun de L¨ªbano tiene la apariencia de la familia Al Shaidun de Siria. Su vida se esfuerza por imitar a la anterior con los materiales que han encontrado a mano. Los originales se han quedado en el tel¨¦fono de Ibrahim.
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