?Qui¨¦n est¨¢ al mando?
Sin un Estado de derecho en M¨¦xico que respete a ciudadanos y clientes no habr¨¢ verdadera democracia
La vida cotidiana en M¨¦xico tiene una fuerte carga de surrealismo y de humor, pero lamentablemente cada vez m¨¢s de desesperaci¨®n y tragedia donde horror e impunidad ya son sin¨®nimos.
Unos amigos fueron hace unos d¨ªas a ver una pel¨ªcula francesa que anunciaba en su p¨¢gina web una cadena de cines. Charlotte Rampling protagonizaba Bajo la arena, un thriller en Las Landas. Compraron los boletos, sala 7, butacas 5C y 6C. Entraron y en la pantalla unos soldados instru¨ªan en alem¨¢n en desactivaci¨®n de minas a unos prisioneros nazis. Aquello duraba demasiado para ser un?tr¨¢iler por lo que fueron a preguntar qu¨¦ estaba mal. Tras un rato platicando en la taquilla comprendieron que exist¨ªan dos pel¨ªculas tituladas igual, la danesa que se estaba proyectando y la francesa rese?ada en el sitio de Internet de los cines a¨²n sin estrenar en M¨¦xico. Siempre servicial, la chava de la taquilla les propuso que si lo que quer¨ªan era ver cine franc¨¦s hab¨ªa una comedia a punto de empezar.
Un vuelo de una compa?¨ªa a¨¦rea low cost se retras¨®, como es habitual en su caso, una hora y 40 minutos. En el mostrador ofrecieron un n¨²mero de tel¨¦fono para reclamar. Despu¨¦s de una larga conversaci¨®n, la se?orita que respondi¨® a la llamada ofreci¨® otro n¨²mero al que llamar. No funcionaba. Preguntado de nuevo, el agente del mostrador confirm¨® con total naturalidad que ese n¨²mero no exist¨ªa y dio otro. Tras otra larga conversaci¨®n, el operador del nuevo n¨²mero se limitaba a repetir sol¨ªcito y majadero: ¡°Le comento¡le comento¡ de reembolso de dinero nada, pero le comento¡vamos a abrir una investigaci¨®n¡¡±
Investigaci¨®n, otro sin¨®nimo de inacci¨®n, negligencia y abuso. Son an¨¦cdotas banales, obviamente las hay mucho m¨¢s serias, de un sistema que no respeta a los consumidores. Mucho peor y mucho m¨¢s grave es cuando ese mismo sistema tambi¨¦n ignora a los ciudadanos.
Caracas es una de las ciudades m¨¢s peligrosas del mundo y la represi¨®n pol¨ªtica del r¨¦gimen de Venezuela ha causado al menos 39 muertos en el ¨²ltimo mes de protestas. No son pa¨ªses ni circunstancias comparables, pero la violencia p¨²blica mata a 72 mexicanos de promedio al d¨ªa, justo el doble y diariamente.
Esa violencia, en espiral como ha ocurrido recientemente, pone al desnudo una enfermedad mexicana que ya es una pandemia. Hace unos d¨ªas, en una autopista de peaje de Puebla una familia fue asaltada con sa?a feroz por unos delincuentes, que dispararon a bocajarro contra un beb¨¦ y violaron a la madre y a la hija. No lejos de all¨ª, al d¨ªa siguiente y en el mismo Estado, una operaci¨®n militar contra los huachicoleros?(ladrones de combustible), principales sospechosos del asalto a la familia, acab¨® con cuatro soldados y seis civiles muertos, sin contar a los varios ciudadanos heridos de bala en el fuego cruzado. En el vecino Estado de M¨¦xico, otros delincuentes asaltaron una sede del PRI con el saldo de cinco polic¨ªas municipales muertos en el enfrentamiento y casi al tiempo estall¨® la pol¨¦mica generada por la fiscal¨ªa de Ciudad de Mexico al hacer poco menos que responsable de su propia muerte a una joven de 22 a?os cuyo cad¨¢ver es hallado en extra?as circunstancias en la UNAM. La guinda la pone una exclusiva de Milenio con el v¨ªdeo del revent¨®n de un capo del cartel Jalisco Nueva Generaci¨®n en un penal, una fiesta por todo lo alto en la que se exhiben celulares, radios, mujeres, bandas de m¨²sica y, sobre todo, mucho alcohol y mucha fraternidad entre los sicarios.
Las jornadas discurren febriles y al tiempo te?idas de fatalismo. El Gobierno federal se alarma, pide cuentas a los gobernadores, se env¨ªan m¨¢s soldados a las zonas calientes, se abren, c¨®mo no, investigaciones, pero todo desemboca en una coreograf¨ªa del fracaso. No hay culpables, nadie es detenido, suspendido, destituido o investigado. Probablemente tampoco indemnizado. De nuevo se pone de manifiesto que los militares no est¨¢n preparados para ser polic¨ªas ni librar una guerra que dura ya 11 a?os, que el crimen organizado sustituye al Estado en algunas zonas del pa¨ªs, que los criminales dirigen las c¨¢rceles¡ Y otra vez surge la pregunta de qui¨¦n est¨¢ realmente a los mandos, de si hay alguien en la sala de control o de si el dios de M¨¦xico est¨¢ encerrado en un elevador entre dos plantas.
M¨¦xico ha avanzado en lo que va de siglo en libertades p¨²blicas, ha logrado una envidiable solidez macroecon¨®mica, ha llevado a cabo meritorias reformas estructurales, cuenta con gente extraordinariamente preparada en todos los ¨¢mbitos y una raza abnegada que espera desde hace siglos una oportunidad. Pero sin un Estado de derecho que respete a ciudadanos y clientes no habr¨¢ verdadera democracia. Y se puede empezar simplemente por evitar que cruzar un paso de cebra, subirse a un andamio o manejar un tr¨¢iler sea una ruleta rusa.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.