¡°Mi vida no ha cambiado nada, pero al menos esto es m¨ªo¡±
Lula da Silva, y todos los gobernantes que se lo propusieron, no cumplieron su promesa de entregar millones de t¨ªtulos de propiedad en Brasil
Maria dos Reis, de 57 a?os, vive en Vidigal, una favela de R¨ªo de Janeiro que trepa por las faldas de una monta?a de m¨¢s de 500 metros de altitud. Su casa tiene dos pisos y una terraza, tres habitaciones peque?as y dos ba?os y desde sus ventanas corredizas se ve el mar que ba?a la playa de Ipanema. Comprada hace 17 a?os, cuando lleg¨® a R¨ªo desde el interior de Brasil, Maria consigui¨® ser propietaria oficial de esa modesta joya en la que hoy vive con su marido, su hermana, su hija y sus tres nietos, hace solamente tres a?os. Fue en una de las diversas campa?as que autoridades de todas las esferas ¨Cestatal, municipal y federal¨C, emprenden de vez en cuando para regularizar la precariedad, sin acabar con ella. Mientras Maria tiene su registro oficial, muchos de sus vecinos, a apenas 200 metros de distancia, viven a la espera de un documento que les convierta en due?os de sus casas construidas con sus propias manos.
¡°Mi vida no ha cambiado mucho, pero tengo la seguridad de que esto es m¨ªo, de que nadie me lo va a quitar¡±, dice la vendedora. Maria podr¨ªa ser el ejemplo del combate contra la desigualdad que comienza con un simple papel, si no fuese porque Brasil lleva a?os tropezando en el mismo desaf¨ªo: el pa¨ªs no sabe ni cu¨¢ntas personas viven en la irregularidad, sin t¨ªtulos de propiedad. S¨ª sabe que el problema se extiende m¨¢s all¨¢ de las favelas revelando el desorden de su crecimiento urbano en las ¨²ltimas d¨¦cadas. Sin pol¨ªticas habitacionales para todos, los trabajadores m¨¢s pobres fueron ocupando terrenos y hoy decenas de miles de domicilios de barrios integrados en las ciudades tampoco aparecen en los registros inmobiliarios. Oficialmente, son casas de nadie.
En Brasil, cerca de 11,5 millones de personas viven en favelas, casi un 6% de la poblaci¨®n, seg¨²n el Instituto Brasile?o de Geograf¨ªa y Estad¨ªstica. En la ciudad de R¨ªo de Janeiro, 22% de sus habitantes ocupa estos barrios donde la improvisaci¨®n de estructura b¨¢sica suele ser regla y los t¨ªtulos de propiedad, excepci¨®n. Luiz In¨¢cio Lula da Silva se estren¨® en la presidencia en 2003 prometiendo registros de propiedad para millones de personas, meta de gobiernos para combatir la desigualdad, estimular el cr¨¦dito y la econom¨ªa local. Pero el plan, tan complejo como las leyes y burocracias brasile?as, no cuaj¨® as¨ª como el de tantos otros alcaldes y gobernadores en busca de popularidad entre los m¨¢s pobres. Ante la complicaci¨®n de legalizar una favela entera, se reparten algunos pu?ados de t¨ªtulos aqu¨ª y all¨¢ sin terminar de igualarla nunca a la ciudad. La informalidad se ha ido resolviendo con m¨¢s informalidad y, donde no hay Estado, asociaciones de vecinos y ONGs asumen la funci¨®n de notarios para dar alguna direcci¨®n postal al caos.
A menos de cinco quil¨®metros de la casa de Maria, Ren¨¦ Melo, de 40 a?os, vive y regenta una panader¨ªa en una de las mayores favelas de Brasil y de Am¨¦rica Latina. La Rocinha, enclavada en el barrio rico de S?o Conrado, tiene, seg¨²n c¨¢lculos no oficiales de las asociaciones de vecinos, cerca de 200.000 habitantes: la poblaci¨®n de Castell¨®n concentrada en una ladera. Una mara?a de cables cruza sus callejones, huele a moho y las aguas fecales corren por sus calles, el narcotr¨¢fico continua imponiendo sus leyes mientras disputa poder con la polic¨ªa y el correo solo llega a algunos puntos gracias a la ayuda de carteros comunitarios o el due?o del bar que presta su direcci¨®n a los vecinos. En un laberinto de construcciones superpuestas, considerado uno de los principales focos de tuberculosis de todo el pa¨ªs, no resulta nada f¨¢cil encontrar la calle 1, callej¨®n 10, casa 55.
Ren¨¦, como cerca del 90% de sus vecinos, no tiene el t¨ªtulo de la casa que sus padres compraron en la parte m¨¢s alta del barrio, donde solo se llega previa autorizaci¨®n del traficante considerado el due?o de la favela. Ahora que su madre se hace mayor, decidieron mudarse a una parte m¨¢s accesible y pasaron a pagar un alquiler de 300 euros. ¡°Dej¨¦ mi casa vac¨ªa, porque necesito reformarla antes de poder alquilarla ?Pero de d¨®nde saco el dinero? Si tuviese un pr¨¦stamo no solo podr¨ªa renovar la casa sino que comprar¨ªa unas m¨¢quinas para mi negocio, para hacer panes diferentes. Comprar¨ªa sillas y mesas para abrir la panader¨ªa por la noche como pizzer¨ªa. Pero sin t¨ªtulo de propiedad el banco ni te abre la puerta¡±, explica.
¡°La exclusi¨®n comienza con la falta de propiedad¡±, afirma Paulo Rabello Castro, hoy presidente del Banco Nacional de Desarrollo Econ¨®mico y Social y que en 2008 lider¨® como abogado, pro bono, un proyecto para regularizar las casi 1.500 casas de la favela Cantagalo, entre los tur¨ªsticos barrios de Ipanema y Copacabana. Era un proyecto piloto que buscaba seguridad, crecimiento y reconocimiento pero ¡°la burocracia y la pol¨ªtica pararon el proceso¡±, lamenta Rabello, frustrado porque despu¨¦s de nueve a?os los t¨ªtulos a¨²n no se entregaron. Rabello, defensor del estimulo econ¨®mico que supone integrar una comunidad entera al sistema y no solo un pu?ado de casas, insiste: ¡°No adelanta invertir millones en asistencia social. Si alguien se ve con una condici¨®n patrimonial diferente del resto, por m¨¢s que lo cubras de oro continuar¨¢ sinti¨¦ndose excluido¡±. Ren¨¦, a su manera, dice lo mismo: ¡°Es una falta de respeto. Si todos nosotros vivimos en el mismo agujero y pagamos los mismos impuestos, ?por qu¨¦ unos tienen algo que otros no tienen?¡±
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