La libertad acad¨¦mica bajo amenaza
La ofensiva contra la Universidad tiene una doble vertiente. El populismo carga contra los expertos y sus privilegios, mientras la jerga y cierto letargo intelectual ampl¨ªan la brecha entre el aula y la calle
Soy el presidente de una instituci¨®n, la Universidad Centroeuropea (CEU), que est¨¢ en peligro. La CEU est¨¢ luchando en Budapest, la capital de Hungr¨ªa, para mantener su independencia, tras la aprobaci¨®n de una nueva legislaci¨®n que, b¨¢sicamente, la obligar¨ªa a cerrar.
La batalla de la CEU se ha convertido en una cause c¨¦l¨¨bre. M¨¢s de 650 centros de ense?anza superior, universidades y asociaciones de profesionales se han opuesto a la ofensiva legal de Hungr¨ªa contra la CEU. Unas 80.000 personas se manifestaron en las calles de Budapest para defendernos. Veinticuatro premios Nobel han avalado con su prestigio nuestra causa. El pr¨®ximo 22 de junio, uno de ellos, Mario Vargas Llosa, estar¨¢ con nosotros en la capital de Hungr¨ªa en una conferencia sobre el reto al que se enfrenta la libertad acad¨¦mica en el mundo.
En la CEU sabemos que no somos el ¨²nico centro que lucha por plantar cara a ataques gubernamentales. En Turqu¨ªa se est¨¢n cerrando universidades y el profesorado est¨¢ siendo purgado. En San Petersburgo, la Universidad Europea con la que estamos hermanados, pelea contra maliciosos y repetidos intentos de clausurarla.
Estas son s¨®lo algunas de las amenazas externas a las que las universidades se enfrentan en la actualidad. Pero tambi¨¦n hay amenazas igualmente preocupantes que vienen de dentro.
Las universidades deben fortalecer las instituciones democr¨¢ticas que las protegen, deben buscar y ganarse el apoyo de las sociedades
Hace poco, en Middlebury College (Vermont, Estados Unidos) una multitud vociferante acall¨® al autor conservador Charles Murray, impidiendo que hablara. En Oreg¨®n, tambi¨¦n en EE UU, un profesor fue acosado por no querer unirse a una protesta contra el racismo. Europa tampoco es inmune: en Berl¨ªn y Dresde, ha habido profesores que han sido acosados por sus ideas conservadoras o por intentar explicar el atractivo de la extrema derecha.
Los responsables de estos episodios no diferencian entre cr¨ªtica y hostigamiento. Pero el dogmatismo moral, sobre todo revestido de lenguaje antisexista, antimilitarista y antirracista, nos impide a todos hacer una reflexi¨®n honesta. Parece que hoy quienes hacen m¨¢s da?o a la libertad son precisamente quienes se benefician m¨¢s de ella.
La mejor manera de entender la doble amenaza a la que se enfrenta la libertad acad¨¦mica (el peligro que viene de afuera y el que viene de adentro) es tomar distancia de estos esc¨¢ndalos y volver a los principios originales. ?Qu¨¦ es la libertad acad¨¦mica?
Esos pocos privilegiados
El Estado no es la ¨²nica fuente de presi¨®n. Ninguna instituci¨®n acad¨¦mica es libre si su direcci¨®n ejecutiva depende de los benefactores
Seamos sinceros. Fuera de las aulas universitarias, de los laboratorios de investigaci¨®n y de las bibliotecas, mucha gente considera la libertad acad¨¦mica como un privilegio (y uno bien dudoso, por cierto). As¨ª que analicemos esta cr¨ªtica de frente.
Quienes tenemos la suerte de trabajar en universidades sabemos lo privilegiados que somos, y esto crea cierta incomodidad. Nuestros salarios los pagan ciudadanos (con los impuestos, por ejemplo, o con la matr¨ªcula de sus hijos) que tal vez no terminaron la educaci¨®n secundaria, ni pudieron asistir a la universidad. Tenemos que poder justificarnos ante ellos. Nuestras puertas deben estar siempre abiertas al p¨²blico. Tenemos que comunicar el resultado de nuestras investigaciones de una forma accesible. Y tenemos que eliminar las barreras que excluyen a nuestros conciudadanos e impiden que aprendan con nosotros. Si tenemos privilegios ¡ªy as¨ª es¡ª, traen aparejados responsabilidades que debemos cumplir de forma plenamente consciente.
El privilegio m¨¢s conspicuo que necesita ser analizado y defendido probablemente sea el tenure o titularidad acad¨¦mica. Si preguntas por la calle qu¨¦ es la libertad acad¨¦mica, algunos dir¨¢n: eso significa que los profesores tienen un puesto de trabajo de por vida y no corren el peligro de ser despedidos. En un mundo de constante inseguridad econ¨®mica, semejantes prebendas de las que disfrutan unos pocos parecen dif¨ªciles de justificar.
Y sin embargo, esta forma pr¨¢cticamente ¨²nica de seguridad laboral tiene una justificaci¨®n, profunda y dif¨ªcil de rebatir. La titularidad vitalicia protege el derecho a realizar investigaciones impopulares y a adoptar posiciones impopulares. Junto a la libertad de prensa y la independencia del poder judicial, este es uno de los baluartes de las sociedades libres un contrapeso a las mayor¨ªas.
Por supuesto, como ocurre con cualquier privilegio, se pueden dar abusos: hay quienes consiguen su puesto titular fijo tras haber escrito un libro bueno y pasan el resto de su vida en un letargo intelectual. Pero hay otros que usan esa titularidad magn¨ªficamente para promover la ense?anza y contribuir al conocimiento. Debemos sentirnos orgullosos de quienes emplean la estabilidad acad¨¦mica para beneficio de todos, y estar tan alerta como podamos para retirar ese privilegio a quienes no lo honran.
La titularidad fija no es el ¨²nico aspecto impopular del mundo universitario. Con frecuencia la libertad acad¨¦mica es vista como una licencia que se toman autoproclamados expertos para decir chorradas en televisi¨®n, radio y redes sociales. Como alguien que ha sido se?alado como ¡°intelectual p¨²blico¡±, confieso que en alguna ocasi¨®n, llevado por la pereza o la vanidad, he pontificado sobre temas que no eran realmente de mi competencia. Mi moraleja es sencilla: lim¨ªtate a hablar de lo que sabes. Si no, los expertos terminan alimentando su mala fama.
El pueblo contra los profesores
El odio al conocimiento especializado del experto y el rechazo a las instituciones del establishment son elementos centrales de la pol¨ªtica populista. La mayor¨ªa honesta, pr¨¢ctica, que habla con claridad es contrapuesta a los satisfechos, condescendientes y arrogantes mandarines.
De todos modos, la verdad es que el populismo es una pol¨ªtica con mala fe. Nuestras sociedades dejar¨ªan de funcionar sin el conocimiento que surge de la academia. Esos l¨ªderes populistas que arrancan votos denostando a los expertos (todos conocemos ejemplos) luego se ver¨ªan muy apurados si llegaran al poder. El conocimiento de los expertos es un componente esencial de cualquier sistema de gobernanza decente.
Pero defender el conocimiento acad¨¦mico no basta si todo lo que la gente percibe es la defensa de nuestros privilegios como ¨¦lite. El problema m¨¢s profundo al que nos enfrentamos es la erosi¨®n, a ojos de la opini¨®n p¨²blica, del v¨ªnculo entre la libertad acad¨¦mica y la libertad de todos los ciudadanos. La gente capaz de decir ¡°la libertad acad¨¦mica es mi libertad tambi¨¦n¡± es una minor¨ªa.
Quienes creemos en las universidades, quienes las amamos, con todos sus fallos, quienes atesoramos lo que nos ense?aron, debemos afirmar con orgullo que nuestra libertad no es un privilegio, sino un derecho que nos hemos ganado al trabajar a favor de la verdad y el conocimiento en nombre de las sociedades a las que servimos. Pero para que las universidades recuperen el apoyo popular que necesitan es de una importancia vital que aquellos de nosotros que formamos parte del mundo acad¨¦mico respondamos honestamente a las cr¨ªticas que vienen de afuera, en vez de callarnos cuando uno de nuestros colegas anda por ah¨ª d¨¢ndoselas de expertos.
Tambi¨¦n hay que luchar para evitar que la jerga especializada monopolice totalmente el discurso acad¨¦mico. He asistido a demasiados seminarios en grandes universidades que terminan siendo un juego ling¨¹¨ªstico cerrado, entre miembros de una especie de cofrad¨ªa de iniciados, m¨¢s interesados en una gratificaci¨®n autorreferencial incomprensible que en el contacto honesto con la realidad. S¨ª, con frecuencia el mundo exterior tiene raz¨®n. Algunos acad¨¦micos dotan de mala fama a la libertad acad¨¦mica.
Pero tan cierto es eso como que los estudiosos a los que reverenci¨¦ toda la vida (gigantes como Isaiah Berlin, Albert Hirschman, David Landes y Judith Shklar, por nombrar s¨®lo a cuatro) ten¨ªan, todos, el don de la claridad. Su trabajo expresaba una obligaci¨®n moral hacia la verdad y hacia la sociedad en que viv¨ªan: hablar en forma accesible acerca de los problemas que nos afectan a todos. Con el uso que de la libertad acad¨¦mica hacen estos grandes, hombres y mujeres de profunda erudici¨®n, realzan el prestigio de la nuestra.
La batalla de Budapest
Hasta aqu¨ª las amenazas internas. Habl¨¦ de ellas en primer lugar porque si no podemos defender a los mejores de los nuestros y criticar a los peores, si no podemos cumplir con la responsabilidad que tenemos hacia nuestros conciudadanos, si no podemos evitar que nuestra independencia sea puesta al servicio de una correcci¨®n pol¨ªtica opresiva, la libertad acad¨¦mica morir¨¢ a manos de sus privilegiados beneficiarios.
Pero las amenazas que vienen de fuera no son menos graves. No quiero explayarme en detalles acerca de nuestro problemita local (como dir¨ªan los ingleses) en Budapest. Hay negociaciones en marcha con la oficina del gobernador del Estado de Nueva York (sede de acreditaci¨®n de los t¨ªtulos de la CEU) y el Gobierno de Hungr¨ªa. Quiero que esas negociaciones lleguen a buen puerto para poder reemprender junto a mis colegas el quehacer diario (bendito quehacer nos parece ahora) como una instituci¨®n acad¨¦mica normal.
As¨ª que cuanto menos diga p¨²blicamente sobre la batalla con el Gobierno h¨²ngaro, mejor. Pero s¨ª puedo reflexionar sobre lo que esto me ha ense?ado de la relaci¨®n entre la libertad de las universidades y la libertad democr¨¢tica misma.
Hemos empeque?ecido la escala y el alcance de la libertad acad¨¦mica al usar esta expresi¨®n s¨®lo para referirnos a los privilegios individuales de los integrantes de esa casta corporativa. Porque la libertad acad¨¦mica claramente tambi¨¦n implica el derecho de una comunidad a autogobernarse para servir a la sociedad en su conjunto. Hemos hecho tanto hincapi¨¦ en el significado de la libertad acad¨¦mica a escala individual que hemos descuidado las implicaciones que tiene para la sociedad en general. Y sin embargo, esas implicaciones son esenciales: a menos que las instituciones puedan defender su derecho a autogobernarse frente a las fuerzas externas, no podr¨¢n defender de forma efectiva los derechos individuales de sus miembros.
En la CEU hemos comprobado cu¨¢nta verdad esconde ese viejo clich¨¦ sobre la libertad: vale lo que est¨¦s dispuesto a pagar por ella. Quienes no pelean por su libertad la perder¨¢n.
Pero debo subrayar que nosotros hemos podido pelear porque, gracias a una donaci¨®n privada, tenemos los recursos para hacerlo. Las instituciones acad¨¦micas en Turqu¨ªa y en Rusia carecen de estos recursos.
La donaci¨®n a la que me refiero procede de un ¨²nico fil¨¢ntropo: George Soros. Nadie ha hecho tanto por Hungr¨ªa, y nadie ha sido tan injustamente interpretado. En la batalla que libramos por mantener la CEU en Budapest, Soros ha sabido respetar la libertad acad¨¦mica mucho mejor que el Gobierno h¨²ngaro.
Amenazas privadas
La cuesti¨®n es que el Estado no es la ¨²nica fuente externa que ejerce presi¨®n sobre las universidades. Ninguna instituci¨®n acad¨¦mica es libre si su direcci¨®n ejecutiva est¨¢ controlada por sus benefactores. Ninguna instituci¨®n recibir¨¢ una acreditaci¨®n oficial, como la que obtuvo la CEU del Estado de Nueva York y de la Middle States Commission on Higher Education, a menos que pueda demostrar que es independiente respecto de quienes la dotan de recursos.
As¨ª que la libertad acad¨¦mica de la CEU ¡ªy la de cualquier instituci¨®n acad¨¦mica¡ª debe significar libertad respecto del Estado y libertad respecto de cualquier inter¨¦s privado. Ninguna de las dos es ilimitada. Todo derecho acarrea una obligaci¨®n. En lo relativo a los intereses privados, la universidad debe dar cuenta del uso que hace de sus fondos y debe usarlos exclusivamente con fines educativos e investigativos. Y en los que al Estado se refiere, una universidad aunque sea libre para cuestionar leyes y disentir de ellas no est¨¢ exenta de obedecerlas.
La batalla por la CEU me ha convencido a¨²n m¨¢s de que la independencia financiera es una condici¨®n indispensable para la libertad acad¨¦mica. Aquellas universidades que s¨®lo obtienen financiaci¨®n del Estado deben diversificar sus fuentes de recursos: la independencia est¨¢ m¨¢s protegida cuando se sostiene en muchos pilares.
Para poder defender de una forma eficaz esta libertad es necesario multiplicar la red de conexiones entre la universidad y la sociedad. La relaci¨®n de una universidad con el sector privado conlleva, evidentemente, riesgos y oportunidades. Los acuerdos con empresas privadas favorecen la investigaci¨®n y son buenos para el alumnado: permiten producir conocimiento juntos, compartir los ingresos de patentes y preparar a los estudiantes para trabajar m¨¢s tarde en esas empresas.
Pero cada convenio que se firma con una empresa privada debe salvaguardar la integridad de nuestros planes de investigaci¨®n, del curr¨ªculo y de los criterios de designaci¨®n de plazas docentes. Las universidades no son negocios: son instituciones aut¨®nomas sin ¨¢nimo de lucro, con objetivos que difieren de los del mundo empresarial. S¨®lo en la medida en que ambas partes comprendan las reglas de colaboraci¨®n podr¨¢n sacar provecho del conocimiento que produzcan juntas.
Blancos de la embestida autoritaria
Al final la libertad acad¨¦mica depende de la salud de las instituciones democr¨¢ticas. Las universidades son especialmente vulnerables cuando las democracias son d¨¦biles, cuando el autoritarismo populista de mayor¨ªas erosiona el sistema de controles y contrapesos (checks and balances), la libertad de prensa y la independencia del poder judicial. Eso es lo que ha sucedido en Hungr¨ªa.
Para sobrevivir, las universidades deben hacer todo lo posible por fortalecer las instituciones democr¨¢ticas que las protegen, deben buscar y ganarse el apoyo de las sociedades a las que sirven. Esa es la garant¨ªa definitiva para que puedan disfrutar de su libertad.
La democracia es mucho m¨¢s que su maquinaria. Todas sus instituciones (el gobierno de la mayor¨ªa, los derechos de las minor¨ªas, los controles y contrapesos, la independencia judicial, la libertad de prensa) est¨¢n impulsadas por el noble ideal del autogobierno, la idea de comunidades libres que eligen sus objetivos por s¨ª mismas, que crean las reglas por consenso, y que cumplen con la obligaci¨®n de proteger y cuidar a sus miembros.
Este ideal se afianz¨® primero en Europa, en las universidades medievales de Bolonia, Salamanca, Oxford, Cambridge y la Sorbona, y en las primeras grandes universidades modernas de Europa del este: la Carolina de Praga, la Jaguel¨®nica de Cracovia, la E?tv?s Lor¨¢nd de Budapest. Fundadas hace siglos, todas ellas siguen siendo instituciones aut¨®nomas que encarnan el ideal del autogobierno, centro mismo de la fe democr¨¢tica.
La batalla por la libertad acad¨¦mica no termina nunca: debemos defenderla ante sus enemigos, internos y externos. En ambos frentes, la victoria depender¨¢ en ¨²ltima instancia de si podemos convencer a nuestros conciudadanos de que, cuando luchamos por nosotros, tambi¨¦n luchamos por ellos.
Michael Ignatieff es historiador, exl¨ªder del Partido Liberal de Canad¨¢, es presidente y rector de la Universidad Centroeuropea. Su ¨²ltimo libro es Fuego y cenizas. ?xito y fracaso en pol¨ªtica.
? Project Syndicate, 2017.
www.project-syndicate.org
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