?Y si la clase media del barrio de Pinheiros se hubiera inhibido?
La reacci¨®n ante el asesinato del carretero traza un l¨ªmite en un pa¨ªs sin l¨ªmites
?En el Brasil en que un imputado por corrupci¨®n sigue ocupando la presidencia y, para mantenerse en el poder, rifa la Constituci¨®n y compra a diputados con el dinero p¨²blico que falta para lo b¨¢sico; en el Brasil en que la agenda no elegida avanza a una velocidad antes nunca vista, triturando derechos conquistados a lo largo de d¨¦cadas; en el Brasil en que el mayor l¨ªder popular de la redemocratizaci¨®n ha sido condenado por la operaci¨®n Lava Jato y su partido se niega a hacer autocr¨ªtica, porque cree que no debe ninguna explicaci¨®n a la poblaci¨®n sobre el hecho de haberse corrompido en el poder; en el Brasil en que sucede todo esto y la poblaci¨®n prefiere dormir en el sof¨¢ (mientras todav¨ªa tiene uno) a ocupar las calles para luchar por sus derechos... ha sucedido finalmente algo transformador.
El mi¨¦rcoles 12 de julio, a las 18h, el recolector de material reciclable Ricardo Silva Nascimento, de 39 a?os, negro, fue ejecutado con por lo menos dos tiros en el pecho por un polic¨ªa militar, blanco, de 24 a?os. Ricardo ten¨ªa un trozo de madera en la mano. El polic¨ªa le habr¨ªa ordenado que lo bajara, y ¨¦l no lo baj¨®. En lugar de inmovilizarlo, lo asesinaron. Este es el d¨ªa a d¨ªa de las periferias de Brasil, determinado por el brazo armado del Estado, con la connivencia de la poblaci¨®n que ha naturalizado el genocidio de los pobres y negros. ?Qu¨¦ fue diferente esta vez?
Ricardo fue asesinado por la Polic¨ªa Militar en el barrio de clase media de Pinheiros, en S?o Paulo. Fue asesinado delante de vecinos no acostumbrados a la barbarie corriente en las favelas. Eran personas que paseaban al perro, que entraban en el supermercado P?o de A?¨²car, que llegaban a casa de trabajar o del m¨¦dico, que sal¨ªan de casa para ir a yoga, al gimnasio, a encontrarse con un amigo. Eran personas que no est¨¢n acostumbradas a presenciar una ejecuci¨®n perpetrada por un agente p¨²blico.
Estas mismas personas vieron como la Polic¨ªa Militar met¨ªa a Ricardo en el maletero del coche patrulla, infringiendo la ley, y ¡°limpiaba¡± la escena del crimen para obstruir la investigaci¨®n. Y verlo, justo delante, es diferente de leerlo en el peri¨®dico o verlo por la televisi¨®n. O no leerlo o verlo, ya que los asesinatos en las periferias generan pocas noticias o ninguna.
Aun as¨ª, ya ha habido otras ejecuciones de pobres y negros en barrios nobles de capitales brasile?as sin que hubiera ning¨²n movimiento a parte de la conmoci¨®n espasm¨®dica de siempre. ?Qu¨¦ m¨¢s era diferente esta vez?
Ricardo no era invisible para aquellas personas. Trabajaba en el barrio hac¨ªa a?os recogiendo material reciclable con sus tres carretas. Para muchos, era un vecino que, en lugar de vivir en uno de los apartamentos, viv¨ªa en la calle. Y muchos lo reconoc¨ªan como alguien que hac¨ªa un trabajo de utilidad p¨²blica, el de recolectar material que puede reaprovecharse, limpiando las calles y contribuyendo para retardar la corrosi¨®n del planeta.
Como dice el artista Mundano, de Pimp My Carro?a, movimiento que lucha para sacar a los recolectores de la invisibilidad: ¡°Que la Polic¨ªa Militar mate a pobres y negros ya forma parte del paisaje. Pero Ricardo estaba all¨ª todos los d¨ªas, trabajando, llenando sus carretas de un lado a otro. Pod¨ªa ser invisible para mucha gente, pero no para sus vecinos. As¨ª que esta vez la clase media ha visto a un polic¨ªa matar a un vecino¡±.
Ricardo era Ricardo. Ten¨ªa nombre y ten¨ªa historia. Ten¨ªa lazos con el lugar y con las personas del lugar. Con nombre y con historia y con lazos se rompe la invisibilidad. Si para la Polic¨ªa Militar era matable ¨Cla categor¨ªa de los que se mata impunemente, una categor¨ªa no oficial pero consolidada en Brasil¨C, para los vecinos de Pinheiros no lo era. Ricardo era Ricardo.
Y entonces sucedi¨® algo transformador.
No hay nada m¨¢s potente que trazar un l¨ªmite en un pa¨ªs sin l¨ªmites
Primero fueron comentarios verbales, de aquellos que estaban encerrados en el supermercado P?o de A?¨²car, que cerr¨® las puertas, de aquellos que estaban en las aceras. ¡°?No puede ser! ?No puede ser!¡±. Una frase simple. Una frase obvia en cualquier lugar donde el pacto civilizador no se hubiera corrompido. De forma espont¨¢nea, los vecinos de Pinheiros trazaron una frontera. Y no hay nada m¨¢s potente que trazar un l¨ªmite en un pa¨ªs sin l¨ªmites.
Aquel mismo d¨ªa empezaron los mensajes por WhatsApp y por correo electr¨®nico: ¡°S¨¦ ¨Ctodos lo sabemos¨C que en la periferia esto es habitual. Pero para m¨ª ha sido la gota que colma el vaso. Ha llegado el momento de decir: ?BASTA! ???No se mata a las personas como si fueran hormigas!!! No podemos seguir viendo como esto pasa en nuestras narices y cruzarnos de brazos¡±.
La primera subversi¨®n sucedi¨® al d¨ªa siguiente. Ante el supermercado P?o de A?¨²car, vecinos de clase media y sintechos, gente de profesiones variadas y recolectores de material reciclable, se mezclaban en una protesta. Hab¨ªa gente de clases sociales diferentes, hab¨ªa blancos y negros, hab¨ªa carretas.
La carreta de Ricardo, pintada de blanco y adornada con flores y fotos, se coloc¨® donde lo hab¨ªan asesinado, como se suele hacer con las bicicletas de los ciclistas que mueren atropellados. En una ciudad en que los conductores insultan a los carreteros por ralentizar el tr¨¢fico, una carreta con flores en un barrio noble es todo menos poco.
Hay que prestar mucha atenci¨®n. En Brasil el espacio p¨²blico est¨¢ impedido. De varias maneras y no solo por la falsa polarizaci¨®n. Una de las cuestiones cruciales del pa¨ªs es c¨®mo crear posibilidades de estar con el otro en el espacio p¨²blico. Los vecinos de Pinheiros y los sintechos consumaron esta alianza in¨¦dita. Quiz¨¢s el relato m¨¢s revelador de este encuentro ¨Crealmente un encuentro¨C sea el de Amn¨¦ris Maroni, antrop¨®loga, en Facebook:
¡°Me olvid¨¦ de contar un detalle del d¨ªa de la manifestaci¨®n de los recolectores en el barrio de Pinheiros, pero me vuelve a la mente sin cesar: cuando sub¨ªamos la calle Teodoro Sampaio, con un recolector al frente, gritando palabras de orden, pidiendo justicia, en cada cruce, con el tr¨¢fico totalmente parado, uno de los recolectores gritaba: ¡®todos tumbados al suelo¡¯, para impedir que los coches pasaran. Lo propon¨ªa como si todos los seres del planeta solo durmieran en el suelo, en el asfalto. ?Para ¨¦l era obvio que ten¨ªamos que ¡®tumbarnos al suelo¡¯! En ese momento, ¨¦ramos unas trescientas personas, en una extra?a alianza pol¨ªtica, quiz¨¢s por primera vez en la historia, entre hombres que han sufrido mucho, que la vida ha maltratado, que las autoridades consideran residuos, y la clase media politizada de Pinheiros y Vila Madalena y... obedec¨ªamos la orden del recolector y nos tumb¨¢bamos en el suelo... Lo que insiste en volverme a la mente: frecuento todos los movimientos sociales y sus m¨¢s variadas manifestaciones hace d¨¦cadas, pero no estoy, ni nunca lo estuve, familiarizada con el suelo, con el cemento, con el asfalto, y ellos, los recolectores, est¨¢n familiarizados con la hostilidad de la ciudad, representada por el asfalto, que me era completamente desconocida. Extra?a y provechosa alianza pol¨ªtica la que se constel¨® all¨ª, y todav¨ªa se fortalecer¨¢ m¨¢s. ?C¨®mo es la violencia de la ciudad de S?o Paulo para un recolector de cart¨®n: qu¨¦ ve, c¨®mo la huele, qu¨¦ oye? ?Cu¨¢l es la geograf¨ªa de la ciudad para ellos? ?C¨®mo es su familiaridad con el suelo de cimento y con el asfalto? Seguramente se cuelan y agujerean el mapa oficial de la ciudad...¡±.
El mi¨¦rcoles 19 de julio sucedi¨® algo todav¨ªa m¨¢s simb¨®lico, algo que produjo un hito hist¨®rico al relacionar dos momentos-l¨ªmite de Brasil: una misa en la Catedral Metropolitana de S?o Paulo. El hombre que encarnaba ese puente era Aud¨¢lio Dantas. El 31 de octubre de 1975, ¨¦l era presidente del Sindicato de Periodistas de S?o Paulo y uno de los organizadores del culto ecum¨¦nico que se?alaba el s¨¦ptimo d¨ªa de la muerte de Vladimir Herzog, asesinado por la dictadura civil y militar. El culto lo celebraron el arzobispo Don Paulo Evaristo Arns, el rabino Henry Sobel y el pastor presbiteriano Jaime Wright. Fue el mayor acto de repudio al r¨¦gimen opresor al reunirse ocho mil personas ante la catedral. Se conoce como ¡°el d¨ªa en que la dictadura empez¨® a caer¡±.
El 19 de julio de 2017, 42 a?os despu¨¦s, Aud¨¢lio Dantas fue uno de los organizadores de la misa del s¨¦ptimo d¨ªa de Ricardo Nascimento. A los 85 a?os, visiblemente emocionado, este hombre que une dos momentos pol¨ªticos, hizo un discurso ante la catedral:
¡°En aquel momento, ese culto ten¨ªa dos sentidos: el primero, el de reverenciar la memoria del periodista asesinado por la dictadura civil y militar; pero tambi¨¦n ten¨ªa el sentido del despertar de la consciencia nacional contra la violencia de la dictadura militar que deten¨ªa, torturaba y asesinaba. En aquel momento, la protesta era principalmente de aquellos cuyos parientes, amigos, hermanos eran v¨ªctimas de la dictadura militar. En aquel momento empez¨® a caer la dictadura militar gracias a la participaci¨®n de la sociedad unida contra la violencia de la dictadura. (...) Conseguimos superar ese momento gracias a la unidad del pueblo, fue un momento de abajo arriba. Superamos aquel momento, pero no superamos la indiferencia de la mayor¨ªa de la sociedad cuando la violencia se volvi¨® contra los pobres, los negros, los miserables de las periferias de las grandes ciudades. Siempre digo que hace falta que eso ocurra y creo que est¨¢ ocurriendo ahora con los vecinos de Pinheiros, un barrio t¨ªpico de clase media, lo cual significa que estamos retomando la consciencia de que tenemos que luchar contra la violencia. Agradezco a todos los que han respondido a este llamamiento¡±.
La idea de la misa surgi¨® en uno de los tres grupos de WhatsApp creados a partir de la ejecuci¨®n de Ricardo. En total, los grupos re¨²nen unas 60 personas, la mayor¨ªa mujeres. Alguien sugiri¨®: ¡°Hay que hacer una misa en la Catedral Metropolitana, como la de Herzog¡±. Porque era una ejecuci¨®n, y porque los dos momentos pol¨ªticos del pa¨ªs se parecen, como me cont¨® una de las participantes. Llamaron a Aud¨¢lio Dantas e inmediatamente se convirti¨® en el protagonista y organizador del acto. La misa la celebr¨® el padre J¨²lio Lancelotti, de la Pastoral del Pueblo de la Calle, un s¨ªmbolo de la lucha por los m¨¢s pobres y desamparados que ya ha sufrido varias amenazas e intentos de descalificar su actuaci¨®n, y el obispo Devair Ara¨²jo da Fonseca.
La catedral estaba llena, aunque no abarrotada. Lo cual es mucho y poco a la vez. Es mucho, porque se trataba de un sintecho, y, al igual que en la manifestaci¨®n, la clase media y el pueblo de la calle se mezclaron en los bancos de la iglesia, en una composici¨®n rara. ?Y cu¨¢ntas veces este pa¨ªs ha visto a la clase media movilizarse por un sintecho? Es poco, porque la ejecuci¨®n de un ser humano por un agente del Estado, si el pacto civilizador estuviera en vigor, deber¨ªa movilizar a una multitud capaz de ocupar la regi¨®n de la catedral y generar una reacci¨®n lo suficientemente grande como para parar el pa¨ªs. Pero es un corte en la cotidianidad de excepci¨®n que vive Brasil. Y eso es enorme.
El puente entre los dos momentos hist¨®ricos tambi¨¦n es un gesto de reparaci¨®n. Vladimir Herzog era una persona de clase media. Una parte significativa de aquellos que se debatieron contra la tortura, las prisiones y los asesinatos de la dictadura, con el final del r¨¦gimen se olvidaron de que la tortura y las ejecuciones, en la democracia, continuaron siendo practicadas por las fuerzas de seguridad del Estado contra los m¨¢s pobres y, principalmente, los negros. Del mismo modo, la pol¨ªtica de encarcelamiento se acentu¨®.
Y aquellos que podr¨ªan haber enfrentado esta realidad al conquistar el poder mediante el voto, como Fernando Henrique Cardoso, Luiz In¨¢cio Lula da Silva y Dilma Rousseff, se inhibieron ante ella y, en algunos casos, hasta la agudizaron. Hacer esta relaci¨®n y dar a la muerte de Ricardo Nascimento el mismo trato que se dio a la muerte de Vladimir Herzog es reconocer que la tortura y la ejecuci¨®n son inadmisibles para todos, y no solo para los de clase media. Igualdad de trato, aunque tard¨ªa.
Este puente entre dos momentos hist¨®ricos tambi¨¦n muestra el reconocimiento de una diferencia. Si entonces la instituci¨®n que representaba la represi¨®n era el Ej¨¦rcito, hoy, la instituci¨®n que representa la represi¨®n es la Polic¨ªa Militar. Y este dato es fundamental para entender el momento actual del pa¨ªs, al igual que las semejanzas y las diferencias de los personajes y de la alianza conservadora que dirige Brasil.
Herzog fue asesinado en el Destacamento de Operaciones de Informaci¨®n - Centro de Operaciones de Defensa Interna (DOI-CODI), en un pa¨ªs dirigido por generales, con el apoyo de una parte significativa del empresariado nacional. Ricardo fue ejecutado por la Polic¨ªa Militar del gobernador Geraldo Alckmin, en un pa¨ªs dirigido por una alianza conservadora que incluye el Partido de la Social Democracia Brasile?a (PSDB), un partido fundado por exexilados de la dictadura, con la participaci¨®n significativa del empresariado nacional. Michel Temer, del Partido del Movimiento Democr¨¢tico Brasile?o (PMDB), o Rodrigo Maia, del Dem¨®cratas (DEM), su sucesor en el caso de que no consiga parar el proceso de denuncia en el Congreso, son peones de un juego m¨¢s intrincado.
El m¨¢s significativo acto de potencia en un pa¨ªs impedido fue ignorado o tratado como algo menor por los grandes medios de comunicaci¨®n, cuyas noticias se centran en la operaci¨®n Lava Jato, la condena de Lula, el aumento del precio de la gasolina y los cambalaches en el Congreso. Sobre la misa en la Catedral Metropolitana, muy poco. Pero quiz¨¢s hoy no haya nada m¨¢s importante que ver d¨®nde est¨¢ el movimiento. O d¨®nde est¨¢n las peque?as grietas en los muros. As¨ª empiezan o contin¨²an las transformaciones profundas, las estructurales. La potencia hoy, y ya hace alg¨²n tiempo, est¨¢ en otros lugares y en otros actores.
Es importante hacer la pregunta del rev¨¦s: ?y si los vecinos del barrio de Pinheiros se hubieran inhibido, como hace la mayor parte de la poblaci¨®n m¨¢s rica y m¨¢s blanca?
Si los vecinos de Pinheiros no se hubieran manifestado, habr¨ªa sucedido algo invisible y terrible. A un nivel m¨¢s profundo, fue eso lo que relataron algunas personas a las que entrevist¨¦. Lo que provoc¨® el movimiento fue tambi¨¦n percibir que, si permanec¨ªan calladas, estar¨ªan perdidas. Presenciar la ejecuci¨®n de alguien a quien conoc¨ªan, en plena calle, en hora punta, sin hacer nada, porque era negro y porque era pobre, habr¨ªa imposibilitado volver a trazar cualquier l¨ªmite. Estar¨ªan todas m¨¢s all¨¢ de cualquier retorno, y, con ellas, el pa¨ªs.
El hecho de que las periferias vivan una cotidianidad de barbarie, en gran parte promovida por las fuerzas de seguridad del Estado, y que esta situaci¨®n se haya naturalizado y aceptado como rutina, pasa una factura que la mayor¨ªa de la clase media no ve, aunque tambi¨¦n la paga. Aunque raramente con la vida, como les pasa a los m¨¢s pobres. Esa realidad tiene un impacto enorme sobre la crisis ¨¦tica actual y sobre la crisis de la democracia ¨Cpor lo que la crisis de la democracia en Brasil tiene de particular¨C, pero se tiene menos en cuenta de lo que se deber¨ªa, porque prepondera la interpretaci¨®n econ¨®mica en un pa¨ªs que carece cada vez m¨¢s de interpretaciones creativas y creadoras.
Si las ejecuciones se naturalizan tambi¨¦n en los barrios de clase media, nadie m¨¢s est¨¢ a salvo
Los vecinos de Pinheiros que se movilizaron se dieron cuenta, algunos de forma consciente, otros inconscientemente, de que cuando la irrupci¨®n de la violencia sucede en un barrio noble, delante de todos, se traspasa un l¨ªmite. Y el hecho de que se haya traspasado demuestra el riesgo que se corre hoy en Brasil. Se corre hace tiempo, pero se ha acentuado de forma acelerada desde que no se respet¨® el voto popular con la destituci¨®n sin base legal de la presidenta Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT). Y si las ejecuciones en plena calle, delante de todos, se naturalizan tambi¨¦n en los barrios de clase media, nadie m¨¢s est¨¢ a salvo. Hasta la ilusi¨®n de estar a salvo, tan cara para la vida, se vuelve inalcanzable. Y tambi¨¦n por eso los vecinos trazaron un l¨ªmite.
La misa en la Catedral Metropolitana era un momento decisivo, porque se expandir¨ªa el movimiento m¨¢s all¨¢ del grupo de vecinos de Pinheiros. La cantidad de personas se?alar¨ªa cu¨¢nto los m¨¢s ricos y los m¨¢s blancos compart¨ªan esa percepci¨®n y ser¨ªan capaces de sumarse a un movimiento para ampliarlo. No todas las personas, obviamente, sino aquellas a quien, en general, les importa o, por lo menos, presienten que les tiene que importar, aunque sea porque el lodo est¨¢ llegando a su puerta.
La catedral se llen¨®. Lo cual es, de nuevo, mucho y muy poco a la vez. Pero, en una ciudad de millones, se pod¨ªa desear m¨¢s. Les pregunt¨¦ a varias personas que difundieron la misa pero no fueron por qu¨¦ no hab¨ªan ido. Con variaciones, la respuesta era: ¡°Ten¨ªa muchas ganas de ir, lo difund¨ª mucho, pero ten¨ªa un compromiso¡±. En esta respuesta hay algo importante sobre los brasile?os, incluso los que se movilizan por los derechos humanos. La idea de que no pueden perder nada. Solo ganar.
Cuando alguien afirma que ten¨ªa un compromiso, por lo tanto, algo m¨¢s importante, est¨¢ diciendo tambi¨¦n que el otro estaba all¨ª porque no ten¨ªa nada que hacer. Creo que la mayor¨ªa de las personas que fueron a la misa ten¨ªan algo que hacer y dejaron de hacerlo porque entendieron que nada podr¨ªa ser m¨¢s importante que estar all¨ª. O sea. Perdieron algo para ganar otra cosa. Es as¨ª como elegimos. A veces se pierde bastante: una reuni¨®n que estaba concertada hac¨ªa mucho tiempo y es dif¨ªcil volver a concertarla, un trabajo que se deja de hacer y por lo tanto de cobrar, el jefe que no entiende la ausencia y entonces se pone en riesgo el empleo, represalias de varios tipos. As¨ª nos recortamos en la vida, haciendo elecciones. Elecciones que cuestan.
No basta actuar en las redes sociales, hay que poner el cuerpo en la calle
No basta divulgar en las redes sociales. Hace falta presencia, hace falta poner el cuerpo en la calle. Lo que m¨¢s leo en Facebook y en Twitter son declaraciones como esta: ¡°Me siento impotente ante la realidad del pa¨ªs¡±. La misa en la Catedral Metropolitana era un momento de potencia, que podr¨ªa haber sido todav¨ªa m¨¢s significativo de lo que fue ¨Cque lo fue bastante¨C si los que se declaran impotentes hubieran sumado su cuerpo al cuerpo de los que estaban all¨ª. Tambi¨¦n escuch¨¦: ¡°No pude ir, pero t¨² me representas¡±. En este acto, cada uno es insustituible, cada uno es uno m¨¢s. Y lo que se hace all¨ª es intransferible.
Si, como he escrito unos p¨¢rrafos atr¨¢s, uno de los desaf¨ªos m¨¢s importantes de Brasil hoy es crear posibilidades de estar con el otro en el espacio p¨²blico, hay otro desaf¨ªo que quiz¨¢ sea todav¨ªa m¨¢s crucial: cu¨¢nto cada uno est¨¢ dispuesto a perder para estar con el otro. Porque ser¨¢ necesario perder: de tranquilidad a privilegios de clase, de g¨¦nero, de raza.
As¨ª como un grupo de vecinos de Pinheiros eligi¨®, cuando el movimiento se ampli¨® con la misa en la Catedral Metropolitana, la elecci¨®n se ampli¨® a todos los que viven en S?o Paulo y las ciudades cercanas. La pregunta es: ?qu¨¦ es m¨¢s importante que manifestarse contra la ejecuci¨®n de un ser humano por un agente del Estado consumada en plena calle en la mayor ciudad del pa¨ªs?
Cada uno sabe lo que perder¨ªa por estar all¨ª. Lo que se pierde por no estar all¨ª es humanidad. Cada cual con su balanza.
El principal testigo de la ejecuci¨®n de Ricardo era Piau¨ª, tambi¨¦n sintecho. Muchos vieron el asesinato, pero muchos tuvieron miedo de la polic¨ªa y se callaron. Un vecino relat¨® que lo hab¨ªa grabado todo con el m¨®vil y los polic¨ªas lo hab¨ªan obligado a borrarlo. Piau¨ª estaba expuesto. Ni siquiera pod¨ªa elegir ser cobarde, aunque la cobard¨ªa se justifique en parte, ya que es grande ¡ªy cada d¨ªa mayor¡ª el riesgo a represalias por parte de la polic¨ªa en un pa¨ªs donde la polic¨ªa lo puede todo. Piau¨ª muri¨® el pasado jueves, 20 de julio, de un derrame. Antes, dej¨® su testimonio en v¨ªdeo.
Aqu¨ª, el relato de Paula Sacchetta, vecina de Pinheiros y documentalista, publicado en Facebook:
¡°El mi¨¦rcoles pasado, sal¨ª de casa hacia las 18h para comprar pasta para la cena en el supermercado de la esquina. Cuando estaba llegando al P?o de A?¨²car de la calle Mourato Coelho escuch¨¦ muchos, muchos gritos y mucha gente agazapada en el muro del supermercado gritando ¡®?asesinos!¡¯. Cuando me acerqu¨¦, vi un mont¨®n de coches patrulla y polic¨ªas que estaban poniendo algo (no consegu¨ª ver qu¨¦ era: ?una persona!) en el maletero de uno de los coches. Vi como el coche sal¨ªa r¨¢pido, los neum¨¢ticos chirriando, y otros estaban aparcados all¨ª. Me acerqu¨¦ a los polic¨ªas y pregunt¨¦ qu¨¦ hab¨ªa pasado. Uno respondi¨®: ¡®resistencia a la autoridad¡¯. Tragu¨¦ saliva, escuchando los gritos de ¡®asesinos¡¯, pens¨¦ en los ¡®autos de resistencia¡¯ [muertes por leg¨ªtima defensa] utilizados para justificar cualquier asesinato realizado por la Polic¨ªa Militar y en cuesti¨®n de segundos llegu¨¦ a la conclusi¨®n: estaban poniendo un cuerpo ya muerto en el maletero del coche patrulla. Hab¨ªan matado a alguien. Y se libraron r¨¢pido de la escena del crimen: se llevaron el cuerpo, sin esperar a los de criminal¨ªstica y sin llamar a una ambulancia. Y encima recogieron los casquillos del suelo. Todo bien hecho, bien al contrario de lo que determina el protocolo. Varios vecinos de la regi¨®n vieron la escena. (...) Ejecuci¨®n de verdad. No tiene otro nombre, no hubo resistencia. En el suelo de la calle. Delante de tanta gente. Se llamaba Ricardo. Le daba los buenos d¨ªas, buenas tardes, buenas noches. Me cruzaba con ¨¦l casi todos los d¨ªas. Aparcaba sus tres carretas cerca del colegio Fern?o Dias y dorm¨ªa por all¨ª, en la calle. Despu¨¦s del primer disparo, empez¨® a gritarle a un sintecho que tambi¨¦n viv¨ªa por all¨ª: ¡®Piau¨ª, ay¨²dame, hermano, me han herido¡¯. Piau¨ª lo escuch¨®, todo el mundo lo escuch¨®. Piau¨ª se acerc¨®, los polic¨ªas le pidieron que pusiera la mano en la cuneta y le pisaron los dedos. Se pas¨® toda la noche llorando de dolor en la mano por la muerte de su ¡®hermano¡¯. Me dec¨ªa: ¡®hay un corazoncito que me late en la mano¡¯. Ten¨ªa los dedos morados, hinchados y palpitantes. Cuando palpita, es verdad que parece un corazoncito. Conoc¨ªa a Piau¨ª m¨¢s que a Ricardo. Ten¨ªa que cruzar la calle cuando paseaba al perro y ¨¦l estaba. Nuestros perros no se llevaban bien. Yo cruzaba la calle y le saludaba, buenos d¨ªas, buenas tardes, buenas noches. Al d¨ªa siguiente, fue bonito, a pesar de toda la mierda, conseguimos organizar de la noche a la ma?ana un acto en homenaje a Ricardo. Con tanta gente, tan lleno y fuerte. Bonito, tan bonito que doli¨®. Nos organizamos, nos reunimos personalmente y en grupos de WhatsApp, mucha gente se indign¨® y se moviliz¨®. Ese d¨ªa, por la ma?ana, llev¨¦ a Piau¨ª al hospital. Ten¨ªa los dedos muy mal y pensaba que ten¨ªa alguno roto. Dejamos a Barbicha ¨Csu perro y compa?ero inseparable¨C en mi casa, porque ten¨ªamos miedo de que alguien le hiciera da?o si lo dej¨¢bamos atado y solo en el muro del supermercado P?o de A?¨²car. (...) La noche anterior, la noche en que muri¨® Ricardo, ¨¦l dec¨ªa que ser¨ªa el siguiente, porque lo hab¨ªa visto todo de cerca. El jueves, en el hospital, cada vez que dec¨ªan su nombre, Gilvan Artur Leal, para hacer la selecci¨®n, para la consulta con el ortopeda, para la radiograf¨ªa, para la inyecci¨®n, ¨¦l respond¨ªa, gritando: ¡®se ha muerto¡¯. Sab¨ªa que, aunque estaba vivo, ya se hab¨ªa muerto un poco. Se hizo la radiograf¨ªa y el m¨¦dico le dijo que no ten¨ªa ning¨²n hueso roto, pero que ¡®el golpe¡¯ deb¨ªa de haber sido ¡®muy fuerte¡¯. Le dieron una inyecci¨®n para el dolor, cogi¨® una caja de antiinflamatorios, volvimos a mi casa para coger a Barbicha, me dio las gracias y volvi¨® a la calle. Yo volv¨ª a casa y ¨¦l, a la calle. El mi¨¦rcoles por la noche no quiso dormir en un albergue. Insistimos porque ten¨ªamos miedo de que la polic¨ªa le hiciera algo. El jueves, despu¨¦s del suceso, vino a pedir ayuda para conseguir una plaza en el albergue. Le daba miedo dormir en la calle y que la polic¨ªa le hiciera algo. Fue a un albergue que acepta animales, para poder llevar a Barbicha. El d¨ªa de la misa del s¨¦ptimo d¨ªa de Ricardo, la asistente social del albergue le dijo que era mejor que no fuera. Dijo que estaba muy afectado, pero un poco m¨¢s tranquilo. Que era mejor que se resguardara. Ayer se despert¨® bien, solo no fue a la misa porque cre¨ªan que era mejor que no fuera. Pero por la tarde empez¨® a tener convulsiones y tuvieron que llevarlo al hospital Santa Casa. Hoy han visto que las convulsiones fueron debidas a un derrame, provocado por la hipertensi¨®n. Al final del d¨ªa, Piau¨ª ha muerto. Piau¨ª ha sido otra v¨ªctima de la Polic¨ªa Militar. Lo torturaron delante de un mont¨®n de gente, un ¡®golpe fuerte¡¯, y estaba amenazado, ¡®voy a ser el siguiente¡¯. Con problemas de presi¨®n alta, no ha aguantado. (...) Todo esto que escribo, muri¨¦ndome de dolor, es para decir algunas cosas. Que a Ricardo lo ejecutaron. Que no es falta de preparaci¨®n, que la polic¨ªa mata a los matables porque est¨¢ segura de que saldr¨¢ impune. ?Negros, pobres, carreteros, recolectores de material reciclable, sintechos? Se pueden matar. Que a Piau¨ª tambi¨¦n lo ha matado la Polic¨ªa Militar. Aunque indirectamente. Para decir que, para la Polic¨ªa Militar, Piau¨ª y Ricardo son m¨¢s matables y torturables que un vecino blanco de Pinheiros. Para decir que, para nosotros, Piau¨ª y Ricardo eran personas. Que los recolectores son personas. Que los sintechos son personas. Y que su vida no vale menos que la de otros. Que ellos tienen que vivir. (...) Escribo todo esto para repetir y repetir la frase de Neruda: ¡®Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida¡¯. Y me atrevo a parafrasear al escritor y poeta para completar: ¡®Si nada nos salva de la muerte, de la barbarie y de las tinieblas, que la solidaridad nos salve de la vida¡¯. En estos tiempos, que nunca perdamos de vista la solidaridad y el sentimiento de humanidad. Gracias a todas y a todos los que se han movilizado y se est¨¢n movilizando para no dejar que las muertes de Ricardo y Piau¨ª sean en vano¡±.
A los polic¨ªas militares involucrados en la ejecuci¨®n de Ricardo Nascimento los han sacado de las calles y est¨¢n realizando ¡°servicio administrativo¡±. Son curiosas estas declaraciones oficiales, que ponen ¡°servicio administrativo¡± como si fuera una medida tomada y un tipo de castigo, que luego es todo el castigo recibido. ?Cu¨¢ntos brasile?os desempleados no considerar¨ªan el ¡°servicio administrativo¡± una bendici¨®n y cu¨¢ntos brasile?os no se ganan la vida honestamente realizando ¡°servicio administrativo¡±?
Los polic¨ªas militares que se desplazaron r¨¢pidamente al lugar del crimen, en lugar de proteger a los colegas y limpiar la escena, deber¨ªan haber realizado una detenci¨®n en flagrante. Es lo que suceder¨ªa con un ciudadano com¨²n. Aunque Ricardo tuviera un palo de madera en mano, los polic¨ªas deber¨ªan estar preparados para inmovilizarlo. ?Por qu¨¦ dispararle? Preguntas que tienen que ser respondidas en la investigaci¨®n.
Los polic¨ªas militares, responsables por una de cada tres muertes violentas en S?o Paulo, en general quedan impunes. En los ¨²ltimos diez a?os, m¨¢s de cinco mil personas han sido asesinadas por la Polic¨ªa Militar en el Estado de S?o Paulo. Ya va siendo hora de que los polic¨ªas militares responsables, competentes y honestos, que tambi¨¦n existen, se posicionen. El problema es la Polic¨ªa Militar como instituci¨®n, con su estructura, su ideolog¨ªa y sus valores incompatibles con la democracia. Pero est¨¢ compuesta de personas que, adem¨¢s de agentes del Estado, tambi¨¦n son ciudadanos, con derechos y deberes.
A Piau¨ª lo enterraron en el cementerio de Vila Alpina, despu¨¦s de hacer una colecta que, en media hora, alcanz¨® 2.600 reales, cuando lo que se necesitaba eran 1.400. A Ricardo le dieron sepultura en el cementerio de Perus, el mismo en el que m¨¢s de mil cuerpos de presos pol¨ªticos, v¨ªctimas de escuadrones de exterminio e indigentes fueron arrojados en una fosa com¨²n durante la dictadura.
Ricardo, presente. Piau¨ª, presente. ?Y t¨²?
Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficci¨®n Coluna Prestes - O Avesso da Lenda, A Vida que Ningu¨¦m v¨º, O Olho da Rua, A Menina Quebrada, Meus Desacontecimentos, y de novela Uma Duas.
Sitio web: desacontecimentos.com. E-mail: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter: @brumelianebrum. Facebook: @brumelianebrum.
Traducci¨®n: Meritxell Almarza
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