La favela no es un zool¨®gico
Nadie tiene derecho a convertir las favelas en parques zool¨®gicos a los que se va a ver ¡°c¨®mo son¡± aquellos pobres
Muchos de los europeos que llegan a R¨ªo de Janeiro sienten una cierta atracci¨®n fatal por la miseria. Una vez un amigo espa?ol me dijo: ¡°Tengo curiosidad especial en saber c¨®mo son los pobres de las favelas¡±. A la de la Rocinha, actualmente ocupada por el Ej¨¦rcito y con una comunidad atemorizada por los tiroteos, la empresa Favela Tour llev¨® este lunes a 20 turistas franceses. Uno de aquellos habitantes, a¨²n traumatizados por la violencia que est¨¢n viviendo, coment¨® al blog O Antagonista que aquellos turistas le produjeron una sensaci¨®n extra?a: ¡°Parece que somos seres de una especie diferente. Ni con la situaci¨®n que estamos viviendo dejan los turistas de visitar la favela¡±.
Quiz¨¢s se deba a que considerar las favelas como un zool¨®gico donde visitar a algunos bichos humanos diferentes da cierto morbo y de ah¨ª el que acabe perpetu¨¢ndose el mito de esas m¨¢s de 1.000 comunidades (un tercio de la ciudad maravillosa, como llaman a R¨ªo) que constituyen una reserva tur¨ªstica y de votos para pol¨ªticos a la hora de las elecciones. Pasan por R¨ªo gobiernos de todos los colores y las favelas se perpet¨²an, segregadas, pobres y violentas. Solo las generosas experiencias, en la intimidad o en grupo, que ofrece ese escenario consiguen enfrentar el dolor de sus habitantes, condenados a ser diferentes de por vida.
S¨®lo quien ha nacido y sufrido all¨ª, en esa cantera de talento y creatividad, es capaz de entender la complejidad y riqueza de aquellas comunidades, condenadas al mismo tiempo al estigma de la otredad. Uno de los hijos ilustres de las favelas, Jo?osinho Trinta, padre del carnaval moderno en m¨¢s de un sentido, acu?¨® con una frase hoy c¨¦lebre la paradoja que supone la favela: ¡°Al pueblo le gusta el lujo, a quien gusta la miseria es al intelectual¡±. Dec¨ªa que ¨¦l consegu¨ªa ¡°transformar la basura en lujo", convert¨ªa restos de poliesp¨¢n (unicel) en esculturas que parec¨ªan de marfil.
Como ya hab¨ªa subrayado el brillante antrop¨®logo Roberto DaMatta, los carnavales nacidos en las favelas suponen el rescate de siglos de esclavitud y de la dura vida de los marginados. En los carnavales, cada uno se disfraza por un d¨ªa en lo que so?ar¨ªa ser y no puede. Quiebra los tab¨²s. As¨ª, Jo?osinho explicaba: "Pedidle a un joven de la favela que desfile en el carnaval de esclavo. Lo que ¨¦l quiere es ser rey. Esclavo ya lo es. Lo que le gusta es el lujo, no la miseria". Y sentenciaba: "Nadie tiene el derecho de decir no al absurdo".
Y nadie tiene derecho a convertir las favelas en parques zool¨®gicos a los que se va a ver ¡°c¨®mo son¡± aquellos pobres, como so?aba mi amigo espa?ol. La mejor forma de ayudar a aquellas comunidades que acumulan a?os de abandono y explotaci¨®n es luchar para que dejen de ser guetos para deleite de turistas y puedan transformarse en barrios como los dem¨¢s de la ciudad, los que nadie necesita visitar para cerciorarse de que son trabajadores como nosotros y que no tienen cuernos ni rabos. La verdadera miseria no es la de las favelas sino la nuestra, la incapacidad de entender que lo que nos diferencia a uno de otros no es la pobreza ni la riqueza, sino la capacidad o incapacidad de empat¨ªa con todo lo que nos es diferente. Todo el resto es morbosidad burguesa.
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