Entre los escombros
Te golpe¨® la cat¨¢strofe, la historia humana que va pegada a cada pedazo de cascajo que ahora cargas
Tomas el casco y te lo colocas sobre la cabeza. Nunca antes lo has hecho y sientes tu torpeza. No eres soldado pero s¨ª se necesita no dudas en ponerte un casco chueco y un chaleco que no es de tu talla. La zona est¨¢ acordonada. Hay un sentido de urgencia que emana de los confines del list¨®n. Adentro, uno de los l¨ªderes solicita que entren seis voluntarios m¨¢s. La fila es larga, hay cientos de j¨®venes ansiosos por ayudar. Varios alzan la mano, en su mayor¨ªa son universitarios. Podr¨ªan ser tus amigos, pero tienen cubrebocas y no les ves el rostro. Podr¨ªan ser tus amigos pero hoy son algo m¨¢s, son tus compa?eros. Sientes incertidumbre, pero quieres entrar.
Estar ah¨ª es una especie de terapia de choque. Entras. El primer shock viene en forma de un plum¨®n negro: ¡°an¨®tate en el brazo tu nombre, n¨²mero de emergencia y tipo de sangre.¡± te dicen. El plum¨®n te hace cuenta de la gravedad de las circunstancias. Caminas entre tractores y gente que grita instrucciones, es una zona de desastre y no pretende ser otra cosa. Marchas en fila, como soldado, mientras que los verdaderos te gritan palabras de aliento cuando los pasas. Hay perros y palas. Cascos y m¨¢scaras de humo. Tractores y camiones. Y muchos, muchos humanos. Es un campo de guerra. Te sientes parte de una pesadilla distante. Te da orgullo ver que hay cientos como t¨² a tu lado. Luego ves los edificios ca¨ªdos y sientes el miedo.
La situaci¨®n es precaria, el edificio de al lado est¨¢ a punto de derrumbarse. Por eso es importante que pongas atenci¨®n a las instrucciones. Te explican las se?as con las que se comunica en la zona cero. Pu?o cerrado es silencio. Manos cruzadas, es evacuar. Te parece extra?o. El pu?o cerrado tiene un aire de resistencia y victoria. Los brazos cruzados son el s¨ªmbolo de batalla de tu equipo de futbol. Todo esto es muy confuso. Es como si hasta en los s¨ªmbolos, el triunfo se volviera una parte intr¨ªnseca de esta gran derrota.
Tienes miedo y est¨¢s abatido por la tragedia, pero sientes un entusiasmo incomprensible al ver a tanta gente ayudando. Volteas la mirada hacia arriba y te imaginas la trayectoria de ca¨ªda del coloso. Luego volteas la mirada hacia abajo para ver los escombros del que ya ha ca¨ªdo. Te sientes vulnerable. Hay poco tiempo para estos sentimientos, tu escuadr¨®n ya se incorpor¨® a las largas cadenas humanas que llevan el escombro del derrumbe a los camiones de carga. Una a una y a gran velocidad van pasando cubetas llenas de cascajo. Detr¨¢s de ti, otra cadena humana hace la operaci¨®n inversa: regresa las cubetas vac¨ªas a la zona cero.
Te llegan muchas cubetas llenas de escombro. Muchas varillas, mucho cemento. Las pasas sin dudar. Pero de pronto todo cambia. Te llega una cubeta distinta. Esta cubeta tiene contiene un reloj de mesa. Es un reloj caf¨¦, de tama?o mediano; est¨¢ roto pero a¨²n mantiene su forma. Su forma si, su funci¨®n no: las manecillas se encuentran detenidas. Es un hecho, ese reloj no volver¨¢ a andar, marcar¨¢ para siempre la hora de su muerte. La cubeta pasa r¨¢pido pero el reloj permanece en tu mente.
Te ha golpeado todo el peso de la cat¨¢strofe. La historia humana que va pegada, intr¨ªnseca a cada pedazo de cascajo que ahora cargas. En los ¨²ltimos d¨ªas has escuchado muchas cifras, nombres y direcciones pero el reloj le ha dado una tesitura humana a la tragedia. La sutil fibra personal que va adherida a cada uno de nuestros objetos. Esas piedras fueron los muros de una casa. Esa madera fue una parte de la cama donde alguien durmi¨®, beso, hizo el amor. Ese reloj marc¨® las horas de un peque?o mundo que alguien llam¨® casa.
Alzas la mirada, entre los escombros hay toallas, colchones, juguetes... los resquicios obstinados de una vida. ?Qu¨¦ injusto! Los objetos sobreviven, los humanos no. Muchos s¨ª por supuesto, pero ahora no puedes pensar en ello. El reloj. No dejas de pensar en el reloj. ?Habr¨¢ sido un regalo o una compra oportuna? ?En qu¨¦ parte de la casa habr¨¢ existido? ?Cu¨¢ntas veces en la noche se abran tropezado unos dedos ciegos con ¨¦l? ?De qui¨¦n habr¨¢ sido? ?De qui¨¦n habr¨¢ sido? El reloj ten¨ªa una mancha. Breves gestos que son vida. Que lo fueron. El reloj fue parte del universo de alguien. Ya no lo es m¨¢s.
As¨ª como el reloj, pasa una taza de un viaje a Par¨ªs, un mantel que te recuerda al de tu propia casa, el tapete que se parece al que tiene tu t¨ªa. Pudo haber sido cualquiera de nosotros. Nos estamos rescatando a nosotros mismos. Pero, ?por qu¨¦ los objetos insisten en sobrevivirnos? ?No habr¨¢ forma de que se disuelven solos una vez que ya no estemos? ?No nos deben acaso un poco de solidaridad? Alguna mueca de fidelidad a qui¨¦n con tanto esmero les pas¨® un plumero todas las ma?anas.
La noche est¨¢ llegando y el reloj ya se fue de tus manos. Pudiste haberlo tomado para ponerlo en alg¨²n estante como un homenaje a los ca¨ªdos. No lo hiciste. El reloj ya se fue. El reloj ya est¨¢ detenido. El reloj, las s¨¢banas, las fotograf¨ªas contar¨¢n una historia que nadie nunca escuchar¨¢. Pero eso no significa que la historia no exista. Pasar¨¢n muchos a?os y los restos de esos objetos seguir¨¢n en alguna parte del mundo. Esparcidos, sus puntos formar¨¢n una especie de imagen. Desde muy arriba en el universo alg¨²n incauto podr¨ªa observarlos. ?Habr¨¢ alguien all¨¢ afuera que sepa leerlos en constelaci¨®n? Las manecillas ya no cuentan la hora, pero trazan un pedazo de historia. ?Habr¨¢ alg¨²n lector extraterrestre que pueda darle cuerda a estos relatos? Sientes un golpe en la cadera. Es una cubeta. ¡°?Ei, no te distraigas!¡±, te grita el de al lado. Para algunos el flujo de la vida contin¨²a. De alguna extra?a forma, vivir se ha convertido en un breve homenaje a los que nos han dejado. El tiempo sigue aunque ese reloj se haya detenido.
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