La solidaridad que mueve escombros y rescata ni?os
Una multitud de mexicanos se echa a las calles para ayudar con herramientas, comida o medicinas o su propia vivienda a los afectados
Hay algo que une al mexicano m¨¢s que sus alegr¨ªas; sus desgracias. Es ah¨ª donde se une, organiza y responde como un tit¨¢n bien entrenado. Nada m¨¢s terminar de temblar la tierra, una legi¨®n de voluntarios y espont¨¢neos tomaron las calles para ayudar. Con picos, palas, sierras, guantes, cascos, agua¡Lo que fuera.
No dio tiempo a recuperar el aliento, cuando comenzaron a organizarse: uno atraves¨® el coche en la calle para cortar la circulaci¨®n, otro logr¨® una cinta, otro m¨¢s acordon¨® el lugar. Los que pod¨ªan, mov¨ªan piedras, cargaban cubetas o trepaban sobre los escombros buscando alguna un voz, un grito, algo que indicara que hab¨ªa vida sepultada como en el colegio de la calle Zacatecas.
La heroica escena se repiti¨® en la calle ?lvaro Obreg¨®n, donde cientos de personas remov¨ªan cascotes desafiando r¨¦plicas que paralizar¨ªan a cualquiera.
Una voz pide agua y decenas de voluntarios consiguen y cargan los pesados garrafones que derramar sobre los escombros para que el l¨ªquido se filtre entre las piedras. Junto a ¨¦l una estudiante vocea los insumos necesarios: ¡°agua, alcohol, vendas, derivados de penicilina¡¡±. Poco despu¨¦s, ya hay en la farola una lista con los nombres de los supervivientes rescatados.? En caso de terremoto, los mexicanos llevan en el ADN la necesidad de ayudar y de saber qu¨¦ hacer.
Entrada la noche no ces¨® la movilizaci¨®n y lugares como el Parque Espa?a o La Cibeles quedaron desbordados de v¨ªveres y voluntarios.
¡°Porque somos mexicanos" defiende M¨®nica Zamora de 35 a?os. "Es impresionante ver c¨®mo la gente que no se conoce de nada se organiza, ayuda, trae lo que tiene¡¡±, se?ala frente a un edificio derruido en la calle Puebla. M¨®nica y su hermano C¨¦sar Zamora se organizaron junto a un grupo de amigos y pasaron toda la noche repartiendo tortas y botellas de agua frente a los edificios derruidos. Despu¨¦s de La Roma, a las cuatro de la madrugada, se dirigieron a Tlalpan porque escucharon que all¨ª los necesitan m¨¢s.
A esa hora misma hora Juan Santos y su hija, toman por fin un descanso en la Plaza Cibeles despu¨¦s de muchas horas repartiendo caf¨¦ y pan dulce a los rescatistas. Cuando sus vecinos de San Mateo Tecoloapa, a una hora de distancia de la capital, supieron que ven¨ªa a la capital comenzaron espont¨¢neamente a llenarle el coche de sandwichs, refrescos, mantas, ...Para que tambi¨¦n lo entregara. ¡°Ver a tanta gente movilizada es emocionante. Venimos desde el Estado de M¨¦xico porque siento que no se puede confiar en ninguna instituci¨®n y tenemos que ayudarnos entre nosotros. Nos necesitamos todos¡± reflexiona.
M¨¢s silenciosa pasa la noche Roberta Villegas, tras muchas horas sentada en una banqueta de la calle ?lvaro Obreg¨®n esperando noticias. Su hijo trabajaba en el edificio reducido a un gigante acorde¨®n que tiene frente a ella. ¡°Hay veces que tengo esperanza, luego decaigo, luego vuelvo a tenerla¡± dice. Su hijo C¨¦sar apenas llevaba unos meses trabajando como contable cuando a las 1:20 el suelo se movi¨® bajo sus pies y el edificio de cinco pisos se vino abajo con ¨¦l.
Los protocolos internacionales se?alan que deben pasar 72 horas antes de abandonar la b¨²squeda o dar por muertos a las personas atrapadas en caso de sismo. Sin embargo, terremotos como el de Hait¨ª o el de M¨¦xico en 1985 demostraron, que es posible encontrar supervivientes m¨¢s de una semana despu¨¦s del sismo. Al menos en las primeras horas, en este terremoto, igual que hace m¨¢s de tres d¨¦cadas, la organizaci¨®n social super¨® a la organizaci¨®n oficial.
Pero un terremoto de 7,1 en una de las ciudades m¨¢s pobladas del planeta est¨¢ lleno de momentos colectivos heroicos y peque?os milagros individuales.
Como cuando entre todos sacaron una se?ora viva de los escombros de la calle Medell¨ªn y la multitud comenz¨® a aplaudir y llorar emocionada. O como esa mujer de la tercera edad que desafi¨® la mole que estaba a punto de caer en la calle Jalapa y, durante los cien segundos que dur¨® el terremoto, entr¨® en la vecindad de al lado y al grito de ¡°?todos fuera ya!¡± y empuj¨® a todos a salir r¨¢pidamente antes de que se viniera encima la construcci¨®n. Cuando salieron los vecinos los cristales ca¨ªan como espadas sobre la acera, mientras ella se perd¨ªa en el caos y el olor a gas.
A las cinco de la ma?ana soldados y j¨®venes dan el relevo a otros y dejan la monta?a de escombros con el cubrebocas a la altura del cuello, las manos destrozadas y el rostro lleno de polvo. Roberta se emociona, cada vez que los rescatistas levantan el pu?o y ordenan guardar silencio, porque escuchan una voz, que podr¨ªa ser de su hijo. Un joven se acerca a ella para ofrecerle una silla y un poco de chocolate.
La noche postemblor es m¨¢s negra y silenciosa. Pero tambi¨¦n m¨¢s humana. La desgracia teje un poso solidario que suaviza la espera frente a los escombros y revierte la ecuaci¨®n de la derrota.
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