La familia mexicana del Che nunca crey¨® en el mito
Los a?os de formaci¨®n de Ernesto Guevara en M¨¦xico: de la bohemia al compromiso
Cuando estudiaba sexto grado, Canek S¨¢nchez Guevara volvi¨® una tarde de la escuela en Tlalpan, en M¨¦xico, y pregunt¨® a su madre por qu¨¦ apenas le hab¨ªan hablado de su abuelo en casa, cuando la maestra hab¨ªa dedicado toda una clase al m¨ªtico Che Guevara. Hilda Beatriz Guevara Gadea, Hildita como llamaba el l¨ªder guerrillero a su hija mayor, le hab¨ªa comentado que era un buen hombre, muy cari?oso, muy ¨ªntegro, "desarreglado a veces, incluso iba con los pantalones ca¨ªdos", pero jam¨¢s le dijo una palabra sobre el h¨¦roe revolucionario, de ese gigante admirado por tantas generaciones de latinoamericanos y europeos. "A veces, mi madre me contaba una u otra historia, como hechos aislados. A mis padres jam¨¢s se les hubiera ocurrido obligarme a ser como ¨¦l y como mi madre en su adolescencia tambi¨¦n padeci¨® [el peso del mito]. eso no ten¨ªa sentido entre nosotros", escribi¨® Canek a?os m¨¢s tarde.
La an¨¦cdota la cuenta su padre, Alberto S¨¢nchez, ahora de 65 a?os, sentado en un caf¨¦ de la colonia Condesa de la capital mexicana. S¨¢nchez, un exguerrillero comunista mexicano que junto con otros compa?eros secuestr¨® un Boeing 727 en Monterrey (norte de M¨¦xico) en 1972 y aterriz¨® en Cuba, se cas¨® en 1973 en una ceremonia improvisada, pese a la oposici¨®n de los l¨ªderes cubanos, con la primog¨¦nita del Che, fruto de su primer matrimonio con la peruana Hilda Gadea, dirigente exiliada de la rama juvenil del APRA. "En nuestra casa, no se hablaba del Che en los t¨¦rminos ideol¨®gicos cubanos, no ten¨ªamos ni retratos suyos. Hilda estuvo siempre contra el culto a la personalidad de su padre y mis hijos, Canek y Camilo, heredaron eso".
Las colonias de Condesa y Roma eran hace m¨¢s de medio siglo los epicentros en la capital mexicana del fervor revolucionario de rebeldes, disidentes, exiliados, artistas y bohemios variopintos venidos del resto del continente. Ernesto Guevara era entonces, en septiembre de 1954, un joven m¨¦dico veintea?ero, un aventurero, ansioso por ver mundo, sobre todo Estados Unidos y Par¨ªs, tras un viaje inici¨¢tico desde su Argentina natal por buena parte del continente, que acab¨® recalando en M¨¦xico, como recuerda S¨¢nchez, "un poco de paso", para buscarse la vida. "La ciudad, mejor dicho el pa¨ªs, de las mordidas me ha recibido con toda su indiferencia de animal grande, sin hacerme caricias ni ense?arme los dientes", escribi¨® en una carta a su t¨ªa argentina. Sin dinero, trabaj¨® como sereno, como fot¨®grafo para la agencia argentina Prensa Latina y acab¨® consiguiendo un trabajo como interno en el Hospital General y el Infantil de Ciudad de M¨¦xico, por el que recib¨ªa 150 pesos mensuales, tal y como cuenta el periodista Jon Lee Anderson en su biograf¨ªa Che Guevara, una vida revolucionaria (Ed. Anagrama).
Entre tragos, escaladas al Popocat¨¦petl (a pesar del asma), admiradoras, reuniones y discusiones pol¨ªticas e intelectuales, vivi¨® en una pensi¨®n de la calle Tigris, en un cuarto en el hospital, y luego fue a parar a una pensi¨®n de Condesa que compart¨ªan la poetisa venezolana Lucila Vel¨¢zquez e Hilda Gadea, con las que acab¨® conviviendo en la calle Rhin. Gadea, moderna, educada y unos a?os mayor que ¨¦l, a la que conoci¨® en Guatemala, y que fue la que le apuntal¨® las lecturas de Marx y Engels (el Che reconoci¨® que la primera vez que ley¨® a esos pensadores no los entendi¨®), fue clave para que cimentara sus ideas socialistas. Fue Hilda tambi¨¦n, con la que acab¨® cas¨¢ndose tras anunciarle ella que estaba embarazada, la que le puso en contacto con el c¨ªrculo de revolucionarios cubanos que conspiraban contra el Gobierno de Batista, en el departamento de la cubana Maria Antonia Gonz¨¢lez en la c¨¦ntrica calle Empar¨¢n 49 (donde hoy una placa certifica la gestaci¨®n de la Revoluci¨®n Cubana). Entre ellos, un joven Ra¨²l Castro y m¨¢s tarde, el mism¨ªsimo Fidel, que hab¨ªa llegado a M¨¦xico en junio de 1955, con quien congeni¨® de inmediato. Aquellas conspiraciones que inclu¨ªan pisos francos en la capital mexicana, un comando de hasta 40 hombres que se entrenaban en el Rancho Santa Rosa, armamento y entrenamiento de guerrillas se acabaron una noche del 20 de junio de 1956 cuando El Che, Castro y otros fueron detenidos entre la calle Mariano Escobedo y Kepler. Tras ser liberados poco tiempo despu¨¦s, empez¨® la gran aventura revolucionaria cubana.
El Che dej¨® a su mujer y a su ¨²nica hija reci¨¦n nacida en su nueva vivienda de la calle N¨¢poles, solas, hasta que ambas viajaron a la isla, casi tres a?os m¨¢s tarde, aunque para entonces ya estaba con la que ser¨ªa su segunda esposa, Aleida March, una guerrillera a la que conoci¨® en la sierra. Tras el divorcio, ve¨ªa a su hija mayor los fines de semana, muchas veces en compa?¨ªa de su otra familia. Los testimonios aseguran que la quer¨ªa mucho y se refer¨ªa a ella tambi¨¦n como su ¡°peque?o Mao". "Hilda recordaba que una vez el l¨ªder la llev¨® a visitar una f¨¢brica de bicicletas y los dirigentes de la f¨¢brica quisieron regalarle una muy bonita a la ni?a. Para sorpresa de todos, El Che rechaz¨® el ofrecimiento con la frase: ?Acaso les regal¨¢is una bicicleta a todos los que vienen aqu¨ª? No hay privilegios. La ni?a se qued¨® frustrada y sin bicicleta ", rememora S¨¢nchez que, dada su juventud, no conoci¨® a su suegro y que recuerda que su mujer apenas ten¨ªa 11 a?os cuando perdi¨® a su padre.
En su relato se desprende que ¨¦l y sus hijos, pese a ser la familia del gran mito de la Revoluci¨®n Cubana, eran un cuerpo extra?o en la isla. Ninguno ten¨ªa pasaporte cubano (una condici¨®n que el propio Che impuso para su hija mayor) y nunca lo tuvieron (ni siquiera Canek, nacido all¨ª en 1974). Viv¨ªan en Miramar, una zona residencial de La Habana, pero pocos cubanos sab¨ªan que Hilda, que se comportaba como tantos otros j¨®venes, era la hija del mism¨ªsimo h¨¦roe porque hu¨ªa de la sombra de su padre. La presencia de S¨¢nchez, inc¨®moda para el r¨¦gimen cubano tras el acuerdo t¨¢cito del expresidente mexicano Luis Echeverr¨ªa y Fidel Castro para que La Habana no interfiriese en los asuntos mexicanos precipit¨® la salida de la familia. Primero recalaron en Mil¨¢n, luego en Barcelona, donde les toc¨® vivir el golpe de Estado del coronel Tejero el 23 de febrero de 1981, y volvieron a M¨¦xico a finales del sexenio del presidente L¨®pez Portillo. A?os despu¨¦s, lleg¨® el divorcio y mientras S¨¢nchez se qued¨® en M¨¦xico, Hilda volvi¨® con sus dos hijos a Cuba en 1986.
Como si fuera una maldici¨®n del destino, Hilda, fiel al esp¨ªritu de la Revoluci¨®n pero siempre rebelde y heterodoxa, muri¨® en La Habana en 1995, a la misma edad que su padre (39 a?os). Los Castro no fueron al entierro. Su hijo Canek (serpiente negra, en maya), falleci¨® a los 40, en 2015, en M¨¦xico, donde resid¨ªa desde 1996, v¨ªctima de una afecci¨®n card¨ªaca, tras haberse enfrentado al r¨¦gimen de Castro y convertirse en un disidente inc¨®modo, dedic¨¢ndose a la escritura y a la edici¨®n. Nunca sacaron ventaja de sus apellidos ni nunca contribuyeron a la creaci¨®n del mito, a la sacralizaci¨®n, al culto a la personalidad del m¨¢ximo ¨ªdolo revolucionario del siglo XX. Tampoco tuvieron nunca el famoso p¨®ster del Che en su dormitorio. Fueron los desheredados de una revoluci¨®n que, como tantas otras, acab¨® devorando a sus propios hijos. Nunca conocieron a su abuelo, pero sin duda heredaron su esp¨ªritu. "El Che fue un rebelde. Nunca hubiera aprobado en lo que se ha convertido la Revoluci¨®n. Seamos honestos. Un joven rebelde como Fidel Castro en la Cuba de hoy no ser¨ªa enviado al exilio. Ser¨ªa fusilado", asegur¨® Canek en una de sus escasas y ¨²ltimas entrevistas.
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