El pescador que da sepultura a los inmigrantes sin nombre
Shams Eddin Marzoug se encarga por voluntad propia de enterrar los migrantes fallecidos en la costa tunecina
Un cartel de lat¨®n da la bienvenida a los raros visitantes ¡ªla mayor¨ªa periodistas, alg¨²n cooperante¡ª que ponen sus pies en el cementerio m¨¢s desolado de T¨²nez. Un mismo mensaje se repite escrito en seis lenguas diferentes, la ¨²ltima, el castellano: ¡°Cementerio de los desconosidos¡±. Alrededor del camposanto, sin tan siquiera la separaci¨®n de un muro, un par de brazos gigantes compuestos de desechos. Este es un antiguo vertedero de la ciudad de Zarzis, situada a unos 60 kil¨®metros de la frontera libia, el ¨²nico emplazamiento que permiti¨® el ayuntamiento.
¡°Las boyas amarillas y negras en forma de coraz¨®n simbolizan la hermandad entre humanos, independientemente de su color de piel. Las botellas de agua en el interior, todas pertenecientes a migrantes, representan la vida¡±, explica Mohsen, un jubilado funcionario de correos con una retirada a G¨¹nter Grass. Este simple memorial a los migrantes muertos que los pescadores encuentran en altamar, o el Mediterr¨¢neo escupe en las playas de la regi¨®n, fue idea suya. Como todo en este cementerio, es fruto de la buena voluntad y la falta de recursos. Las promesas y las buenas palabras de todo tipo de instituciones y autoridades ¡ªla ¨²ltima, hace tres meses, el hiperactivo embajador franc¨¦s¡ª se las llev¨® la brisa marina.
De hecho, la humilde necr¨®polis es obra de la inmensa humanidad de un solo hombre: Shams Eddin Marzoug, un pescador en paro de 52 a?os. ¡°Hasta 2004, los migrantes eran enterrados en un rinc¨®n del cementerio municipal. Pero entonces, su n¨²mero se desbord¨®, y las familias se negaron a acoger m¨¢s¡±, cuenta mientras sortea tumbas con una ligera cojera. Desde entonces, ¨¦l, siempre ¨¦l y solo ¨¦l, se encarga de ir al hospital a buscar los cad¨¢veres, trasladarlos al improvisado camposanto como puede, a veces en una ambulancia otras el cami¨®n de la basura, y darles sepultura. Seg¨²n sus c¨¢lculos, aqu¨ª reposan eternamente unos 300 sue?os de una vida digna que se tornaron en pesadilla.
El pasado fin de semana, la ONG tunecina Alarmphone reclut¨® una decena de voluntarios para asear y dignificar el lugar. A su llegada, el cementerio no era m¨¢s que una lengua de tierra, de unos 50 metros de longitud, punteada por la basura y peque?os mont¨ªculos, algunos casi imperceptibles, otros coronados por un ladrillo o una piedra. ¡°Los ¨²ltimos d¨ªas, hubo fuertes lluvias, y removieron la tierra¡±, lamenta resignado Shams Eddin, cuyo chaleco, gafas de sol y un sombrero con el ala derecha erguida, le dan un cierto aire de explorador.
Los j¨®venes solidarios, mezclados europeos y tunecinos, limpian primero el suelo, con rastrillos y palas. Luego, adecentar¨¢n las tumbas. Frascos, suelas y cristales rotos se alternan con alg¨²n hueso humano. Pero el material dominante es el pl¨¢stico, de bolsas, envases y botellas. Los desechos del productivismo consumista se mezclan, aleatoriamente esparcidos, con los restos de los cuerpos superfluos para el sistema econ¨®mico global. A las afueras de una ciudad del marginado sur tunecino, frente a la playa, pero lejos de los complejos tur¨ªsticos llenos ahora de obreros rusos.
Los cooperantes han tra¨ªdo una l¨¢pida para la ¨²nica alma con una identidad conocida. Rose-Marie, Nigeria, 27-05-2017. ¡°La conoc¨ª poco antes de subir al barco. Entonces, ya estaba enferma, no sabemos de qu¨¦. Quiz¨¢s de una enfermedad que le transmitieron en Libia sus violadores. Era una buena mujer¡±, recuerda Jakob, un joven senegal¨¦s de 27 a?os, cabello rasta y gafas de sol. Apenas termina su pl¨¢tica, con el resto arracimado alrededor de la tumba, se retira a unos metros y se seca una l¨¢grima. La nave de rescate lleg¨® a tiempo para todos los m¨¢s de 150 tripulantes de la embarcaci¨®n clandestina, excepto para Rose-Marie.
Tras varias horas de trabajo, la porquer¨ªa ha desaparecido del cementerio. Los mont¨ªculos de tierra han crecido y se han multiplicado. Y en el per¨ªmetro del recinto, crece ahora una hilera de ¨¢rboles y alguna flor transplantada. ¡°Cuando crezcan, los ¨¢rboles van a solidificar la tierra y protegerlo de los desprendimientos de desechos. Esto ya tiene otra pinta, ahora es respetable¡±, reflexiona satisfecho Shams Edd¨ªn. ¡°Ellos no tienen familia, solo me tienen a m¨ª. Hasta el ¨²ltimo suspiro de mi vida me voy a consagrar a ellos, a darles una sepultura digna¡±, proclama emocionado. De su otra familia, la biol¨®gica, dos hijos emigraron clandestinamente a Francia, el mayor hace a?o y medio, y el peque?o el pasado verano. Ninguno le inform¨® de sus planes con anterioridad. Sab¨ªan que su padre no lo aprobar¨ªa.
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