Las fronteras (?y l¨ªmites?) del feminismo
Dos tribunas han desatado en Francia un acalorado debate sobre el feminismo y la frontera entre la libertad a molestar y el derecho a no ser molestado
Era quiz¨¢s un choque inevitable. En Francia, el pa¨ªs que lo debate todo, que discute sobre todo y que cuestiona casi todo, solo era cuesti¨®n de tiempo que el movimiento internacional feminista #MeToo, surgido tras el tsunami del esc¨¢ndalo Weinstein que tambi¨¦n ha provocado un maremoto nacional incluso con hashtag propio, #balancetonporc (denuncia a tu cerdo), fuera puesto en duda desde las propias filas del feminismo o, cuanto menos, por mujeres.
Dos tribunas han dejado patente esta semana que no hay un movimiento feminista monol¨ªtico y, sobre todo, que no existe consenso pleno ni siquiera en cuestiones b¨¢sicas como los l¨ªmites entre la seducci¨®n y la agresi¨®n sexual. Desde el Gobierno, en las leyes, la frontera es precisa: ¡°Toda mujer debe tener derecho a no consentir¡±, subrayaba en una reciente entrevista con EL PA?S y otros medios europeos la secretaria de Estado para la Igualdad Hombre-Mujer, Marl¨¨ne Schiappa. Y hay poco consentimiento en el hecho de que un hombre frote su sexo contra una mujer en el metro o en el autob¨²s, o le ponga una mano en el culo, o intente besarla en su puesto de trabajo. En Francia, la agresi¨®n sexual est¨¢ tipificada como delito desde hace tiempo. Schiappa trabaja adem¨¢s, antes a¨²n del caso Weinstein, en una ley que penalizar¨¢ con multas el acoso sexual en la calle. Pero para el centenar de intelectuales y artistas como Catherine Deneuve que firmaron el lunes una tribuna en Le Monde cr¨ªtica con la a su juicio ola ¡°puritana¡± del #MeToo y en defensa del ¡°derecho a importunar¡± como elemento ¡°indispensable para la libertad sexual¡±, s¨ª, ¡°la violaci¨®n es un crimen¡±. Sin embargo, sostienen, ¡°la seducci¨®n insistente o torpe no es un delito, ni la galanter¨ªa una agresi¨®n machista¡±. Ya lo dec¨ªa Schiappa, que Francia tiene un problema con el concepto mismo de seducci¨®n, que algunos creen que es ¡°algo casi inscrito en el patrimonio cultural franc¨¦s¡±.
La furibunda respuesta de una treintena de feministas en una r¨¢pida tribuna de r¨¦plica, as¨ª como de otras pol¨ªticas, intelectuales e historiadoras (y tambi¨¦n hombres) durante toda la semana, tanto dentro como fuera de las fronteras francesas, ha puesto de relieve que no todos, m¨¢s bien al contrario, piensan como las cien del manifiesto. Al fin y al cabo, la libertad para decidir sobre el propio cuerpo ha sido un principio fundamental del feminismo que el manifiesto cuestiona cuando defiende el derecho de los hombres a molestar sin contraponer al menos el derecho de las mujeres a no ser importunadas y trivializa adem¨¢s el impacto en tantas mujeres del acoso sexual.
Pero la lluvia de cr¨ªticas que ha provocado lo que muchos consideran un desprecio del movimiento feminista mismo ha apagado otra denuncia del manifiesto que incluso algunos de los que no sostienen sus postulados consideran que, cuanto menos, merece una reflexi¨®n: el miedo, como insist¨ªa el viernes en un nuevo art¨ªculo la psic¨®loga e instigadora de la pol¨¦mica tribuna inicial, Sarah Chiche, de que ¡°un cierto feminismo se ponga al servicio del revisionismo cultural¡± y se produzca una ¡°nueva censura, insidiosa¡± que coarte la libertad de creaci¨®n art¨ªstica y pretenda ¡°reescribir la literatura y refilmar el cine¡±. O la ¨®pera, como con la pol¨¦mica versi¨®n de la ¨®pera Carmen de Bizet reci¨¦n estrenada en Florencia en la que la protagonista mata a su maltratador.
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