¡®Yo tambi¨¦n¡¯ y la revoluci¨®n de las mujeres
El ¡®caso Weinstein¡¯ desencaden¨® el movimiento #Metoo, que ha logrado unir a miles de mujeres que alguna vez han sido acosadas. Tambi¨¦n ha dado credibilidad y visibilidad a las v¨ªctimas de los casos m¨¢s graves
Podr¨ªa haber quedado en el olvido. No ser¨ªa la primera vez. Mujeres que denuncian p¨²blicamente el acoso sexual que han sufrido por parte de un hombre poderoso, que apenas sale con un rasgu?o. Pero no fue as¨ª. A primeros de octubre, corrieron como la p¨®lvora los titulares de que el gigante de Hollywood Harvey Weinstein era destituido de su empresa tras la publicaci¨®n, por parte de The New Yorker y The New York Times, de un c¨²mulo de acusaciones de acoso sexual supuestamente cometidos durante d¨¦cadas y silenciados a golpe de talonario. Sexo, poder, dinero. Pero lo que empez¨® como la historia de siempre puede haberse convertido en la mecha que prenda la historia. En may¨²sculas.
El estruendo provocado por los testimonios de artistas famosas contra Weinstein ¡ªAshley Judd, Mira Sorvino, Angelina Jolie o Gwyneth Paltrow¡ª ha desencadenado un enorme terremoto en Estados Unidos que se ha sentido en todo occidente y que ha ido derribando, en cascada, a un rosario de hombres poderosos, semidioses en sus respectivos gremios. Un se¨ªsmo que ha animado a cientos de miles de mujeres an¨®nimas que, bajo el grito de Me too (Yo tambi¨¦n) y sintiendo que no est¨¢n solas, han roto el silencio y se han lanzado a compartir sus propios casos de abuso. El fen¨®meno ha alumbrado un potente movimiento contra esta lacra que no solo ha logrado que la sociedad empiece a considerar esta pr¨¢ctica violentamente machista como algo intolerable, sino que tambi¨¦n puede actuar como catalizador para luchar y visibilizar la ra¨ªz del problema: la discriminaci¨®n de la mitad de la sociedad.
¡°Este movimiento ha conseguido que la sociedad, al menos en la esfera p¨²blica, ponga la carga de la responsabilidad en el acosador, y no en las mujeres. Les ha dado credibilidad y ha racionalizado que desde la violencia de baja intensidad con comentarios inoportunos hasta el acoso sexual m¨¢s agresivo es responsabilidad de quien agrede¡±, se?ala la profesora Laura Nu?o, directora de la c¨¢tedra de G¨¦nero de la espa?ola Universidad Rey Juan Carlos. Un cambio de discurso que ya es dif¨ªcil que se repliegue, dice. Porque cuando algo se clasifica como injusto ya no puede verse p¨²blicamente como tolerable.
Por qu¨¦ ahora, por qu¨¦ estas denuncias y no las de hace dos, cinco o diez a?os, como las interpuestas contra Bill Cosby o el esc¨¢ndalo del presentador estrella de la Fox, Bill O¡¯Reilly. Es inevitable pregunt¨¢rselo. Hay que buscar la respuesta en la expansi¨®n de los movimientos feministas, en el caldo de cultivo que se ven¨ªa cociendo desde hace al menos un a?o: la fuerza y resistencia del movimiento ¡®Ni una menos¡¯ en Am¨¦rica Latina; la in¨¦dita Marcha de las Mujeres del pasado enero en Washington contra la agenda ultraconservadora del presidente Donald Trump, un gobernante acusado a su vez de acoso; los paros de mujeres en marzo en todo el mundo; las multitudinarias manifestaciones contra la violencia machista. El movimiento Yo tambi¨¦n es la noticia internacional del a?o para este diario y 2017 ha sido, dicen, el a?o de las mujeres.
No por casualidad feminismo ha sido declarada como palabra del a?o por el diccionario estadounidense Merriam-Webster, que ha revelado que en 2017 las b¨²squedas del t¨¦rmino se han incrementado m¨¢s de un 70% respecto al ejercicio anterior. Jam¨¢s antes tantas mujeres ¡ªtambi¨¦n hombres¡ª de distintos ¨¢mbitos se hab¨ªan definido p¨²blicamente como feministas, palabra maldita durante a?os (y que a¨²n incomoda a muchas).
Hay un leg¨ªtimo debate sobre si todo esto tiene algo de revoluci¨®n o de moda. Si es un cambio sociol¨®gico o una erupci¨®n pasajera. Habr¨¢ que esperar unos a?os para saberlo. Aunque parte de esa metamorfosis tan esperada ha llegado ya.
Cambio tangible
El fen¨®meno ¡®Yo tambi¨¦n¡¯ ya se ha notado en las urnas. En Alabama, un basti¨®n conservador de Am¨¦rica, el candidato republicano ultra al Senado, Roy Moore, se estrell¨® en las elecciones hace unos d¨ªas, lastrado por su radicalidad, pero tambi¨¦n por las acusaciones de abusos a adolescentes tres d¨¦cadas atr¨¢s, cuando ¨¦l era un treinta?ero. Hace m¨¢s de un a?o otras acusaciones de agresi¨®n y abuso no frenaron la victoria de Trump en las presidenciales. Ni siquiera una grabaci¨®n de 2005 en la que afirmaba que, cuando eres una ¡°estrella¡±, las mujeres te dejan hacer ¡°cualquier cosa¡±, como agarrarlas ¡°por el co?o¡± pas¨® factura al candidato.
Emily¡®s List, una organizaci¨®n de EE?UU que lleva m¨¢s de tres d¨¦cadas promoviendo la participaci¨®n de la mujer en la pol¨ªtica, no da cr¨¦dito a los n¨²meros de 2017. ¡°Desde las elecciones presidenciales [8 de noviembre de 2016] unas 25.000 mujeres han venido a nosotros interesadas por presentarse a alg¨²n cargo electo. Para poner ese n¨²mero en contexto: en todo ese 2016 solo acudieron 920¡±, explica la presidenta de entidad, Stephanie Schriock. ¡°Estamos viendo un momento sin precedentes de activismo pol¨ªtico entre mujeres, como no lo hab¨ªamos visto en nuestro 32 a?os de existencia¡±, asegura. Algunas ya han llegado a sus puestos: de las 65 candidatas a las que han apoyado en 2017, 43 ganaron. Parten, eso s¨ª de un suelo muy bajo: en el Congreso, por ejemplo, las mueres no llegan al 20%.
El vendaval ha llegado tambi¨¦n a otros pa¨ªses. En Suecia, el defensor de la Igualdad ha colocado en revisi¨®n las pr¨¢cticas de una cuarentena de grandes empresas, se va a endurecer la ley para especificar que toda relaci¨®n que no tenga el consentimiento expreso es abuso sexual. El ¡°no es no¡± no es suficiente, ha afirmado el primer ministro Stefan L?fven, ¡°s¨®lo el s¨ª quiere decir s¨ª¡±. En Francia, donde se est¨¢ preparando una ley contra el acoso callejero, el presidente Emmanuel Macron ha fijado la igualdad entre mujeres y hombres como la ¡°gran causa¡± de su mandato en una sociedad, dijo, ¡°enferma de sexismo¡±.
Todas las revoluciones sociales avanzan a empujones: saltando dos pasos de golpe y retrocediendo uno. Hasta que cuajan. Pero lo que el movimiento Me too ya ha dejado claro es que ha servido de catarsis. Pesos pesados del mundo del cine y la televisi¨®n han ca¨ªdo en desgracia, pol¨ªticos notables han abandonado sus puestos se?alados por su propios partidos. Y lo que no es menos importante: algunos hombres han salido a lamentar y admitir abiertamente que no se tomaron lo bastante en serio el abuso contra las mujeres.
En noviembre, el actor Alec Baldwin enton¨® un crudo mea culpa. ¡°He tratado a las mujeres de una manera muy sexista¡±, dijo el int¨¦rprete de 59 a?os. Y continu¨® sin medias tintas: ¡°He intimidado a las mujeres. Las he pasado por alto. Las ha subestimado. No como una norma, pero de vez en cuando he hecho lo que muchos hombres hacen, que es... cuando no tratas a las mujeres de la misma forma en la que tratas a los hombres. Soy de una generaci¨®n que realmente no lo hace y me gustar¨ªa cambiar eso¡±.
A la hora de valorar si la sociedad est¨¢ viviendo de veras un cambio de mentalidad, un reconocimiento de esta franqueza resulta una pista mucho m¨¢s fiable que los despidos fulminantes de empresas. Porque estas, en muchos casos, eran plenamente conscientes del acoso y maltrato sistem¨¢tico de sus estrellas contra las subordinadas y solo actuaron cuando temieron el da?o a su reputaci¨®n.
El trato abusivo de Harvey Weinstein era conocido por buena parte de Hollywood, como los m¨²ltiples testimonios demuestran. Otro ilustre repudiado es el veterano periodista televisivo Charlie Rose, de 75 a?os, al que las cadenas CBS y PBS despidieron hace un mes despu¨¦s de que ocho mujeres le acusasen de acoso sexual. Una de las que lo se?alaron, que ten¨ªa 21 a?os cuando sucedieron los hechos (se desnudaba ante ella y le describ¨ªa fantas¨ªas sexuales), se lo hab¨ªa comunicado en su d¨ªa a la productora. Esta le quit¨® importancia al asunto: ¡°Es Charlie haciendo de Charlie¡±, le dijo. Ahora, esa productora ha dicho que se arrepiente.
Es un ejemplo de que el acoso persistente solo es posible con una cultura que lo ampara y lo relativiza. Alyssa Milano ¡ªla actriz que espole¨® el movimiento Me too en las redes sociales¡ª clam¨® algo similar en respuesta a Matt Damon. El actor pidi¨® hace unos d¨ªas diferenciar ¡°entre tocarle el culo a alguien y una violaci¨®n, o abusar de un ni?o¡±. Todo, dijo, deb¨ªa erradicarse, pero, al mismo tiempo, sin ¡°mezclarse¡±. Y remat¨®: ¡°Vivimos en esta cultura del esc¨¢ndalo, que tendremos que corregir para poder decir: ¡®Espera un momento. Ninguno de nosotros es perfecto¡±. ¡°No estamos indignadas porque alguien nos toc¨® el culo en una foto. Estamos escandalizadas porque nos hicieron sentir que esto era normal. Hay diferentes etapas en un c¨¢ncer. Algunas son m¨¢s tratables que otras. Sigue siendo un c¨¢ncer¡±, replic¨® Milano.
Moda o no, una nueva generaci¨®n de mujeres inconformistas ha espoleado el movimiento compartido con las adultas, cada vez m¨¢s conscientes de la desigualdad, aunque tambi¨¦n del poder del activismo. Pero los procesos de transformaci¨®n del feminismo, como apunta la experta en temas de g¨¦nero M¨®nica Roa, son extremadamente lentos porque hay que cambiar grandes estructuras y din¨¢micas muy profundas. ¡°Adem¨¢s, cada victoria se hace m¨¢s dif¨ªcil, porque genera la pregunta ¡®pero qu¨¦ m¨¢s quieren¡±, se?ala Roa.
El campo de batalla es infinito. Cada diez minutos un hombre asesina a una mujer que es o fue su pareja, seg¨²n la ONU. Una de cada 14 mujeres ha sufrido alg¨²n tipo de abuso sexual, como revela la Organizaci¨®n Mundial de la Salud (OMS). En Europa, ellas ganan, de media, un 16,3% menos por hora trabajada que los hombres; en EE UU, un porcentaje similar. S¨®lo la quinta parte de los altos ejecutivos de los pa¨ªses del G7 son mujeres. En las principales compa?¨ªas de la Bolsa europea, el 74,7% de los presidentes, miembros del consejo y representantes de los trabajadores son hombres. En Am¨¦rica Latina y Caribe, la tasa de participaci¨®n laboral femenina lleva a?os estancada en un 53%. Y as¨ª, ad infititum.
¡°El movimiento Yo tambi¨¦n ha desencadenado una aut¨¦ntica tormenta que todav¨ªa no ha cesado y que debe aprovecharse¡±, recalca Virginija Langbakk, directora del Instituto Europeo de Igualdad de G¨¦nero (EIGE). Cree que el fen¨®meno lograr¨¢ una mayor conciencia de las empresas, los Gobiernos y las fuerzas de seguridad sobre el acoso y el abuso sexual. Ha sido la historia del a?o. Falta que sea el a?o en que cambia la historia.
¡®La manada somos nosotras¡¯ contra la cultura de la violaci¨®n
Ning¨²n gigante ha ca¨ªdo en Espa?a por el peso de una denuncia p¨²blica de acoso o abuso sexual. El esc¨¢ndalo que ha derribado a Harvey Weinstein, Charlie Rose o el senador Al Franken en EE?UU no se ha replicado con nombres en la industria del cine, la pol¨ªtica o las grandes empresas. La magnitud y coincidencia temporal con el llamado caso de la manada, en el que cinco j¨®venes est¨¢n acusados de violar en grupo a una chica en Pamplona, en las fiestas de San Ferm¨ªn del a?o pasado, ha opacado en cierta manera el fen¨®meno Yo tambi¨¦n.
No s¨®lo porque el suceso es grav¨ªsimo, tambi¨¦n por c¨®mo se ha desarrollado el proceso judicial, en el que el juez admiti¨® como prueba el seguimiento que un detective hizo a la v¨ªctima durante los meses posteriores a la violaci¨®n, a petici¨®n de uno de los acusados, para probar que llevaba una vida normal. Y este es s¨®lo un peque?o ingrediente de un caso y un juicio que han provocado una oleada de indignaci¨®n contra la culpabilizaci¨®n de las mujeres y la cultura de la violaci¨®n que a¨²n impera en una sociedad en la que, por ejemplo, una juez es capaz de preguntar a una mujer violada si cerr¨® bien las piernas; como ocurri¨® en un tribunal espa?ol el a?o pasado. Esa c¨®lera, esa irritaci¨®n y hartazgo ha derivado en manifestaciones multitudinarias que, con el lema La manada somos nosotras ¡ªen referencia a c¨®mo se hac¨ªa llamar el grupo de presuntos violadores¡ª, han sacudido no s¨®lo las redes sociales sino tambi¨¦n las calles.
La manada, el Yo tambi¨¦n y, antes de estos, Mi primer acoso que se populariz¨® en Twitter y Facebook en Am¨¦rica en 2016, han animado a las mujeres a romper el tel¨®n de sus secretos. Como en La caja de Pandora, un grupo privado de mujeres de las artes y la cultura que ya tiene m¨¢s de 3.000 inscritas. O como el movimiento We are not surprised (No nos ha sorprendido), con el que galeristas, artistas, escritoras y trabajadoras del mundo del arte de Reino Unido, Jap¨®n, M¨¦xico o Espa?a han denunciado haber sido acosadas. La carta inicial, en la que dicen que no les sorprenden ninguna de las terribles historias de abuso, la han firmado ya casi 10.000 personas.
Movimientos que han despuntado porque los antecedentes hacen pensar a muchas mujeres que es m¨¢s eficaz la denuncia p¨²blica ¡ªcon la que se sienten acompa?adas¡ª que afrontar un proceso judicial que las culpabilice por cada paso que dieron.
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