Un ¨ªdolo digital ca¨ªdo
Los instrumentos de liberaci¨®n de las revueltas ¨¢rabes se han convertido en terminales de control y ciberguerra
Empoderamiento es la palabra, el concepto. Extra?o hasta hace poco para el castellano que se habla en Espa?a, aunque al final, tal como ha explicado ?lex Grijelmo en estas mismas p¨¢ginas (Empoderar toma el poder, 20-11-2016), ha sido recuperado incluso por el diccionario de la RAE. La novedad de hace algo m¨¢s de 10 a?os es el nuevo poder democr¨¢tico que proporcionan, entre otras cosas, las tecnolog¨ªas digitales de comunicaci¨®n y especialmente las redes sociales, es decir, el empoderamiento digital.
Se trataba de una revoluci¨®n democratizadora, la aparici¨®n de un nuevo medio o forma de comunicaci¨®n, como ha sucedido en otras ocasiones a lo largo de la historia, aunque en este caso pretend¨ªa liquidar la mediaci¨®n, la representaci¨®n, y conduc¨ªa a la utop¨ªa populista de una comunicaci¨®n sin interferencias de las ¨¦lites, ni siquiera las intelectuales y period¨ªsticas.
El momento ¨¢lgido de este espejismo se produce en la confluencia de dos fen¨®menos fascinantes, como son Wikileaks, la m¨¢quina de filtraci¨®n de secretos organizada por Julian Assange, y la ca¨ªda de los dictadores de T¨²nez y de Egipto en un lapso de apenas dos meses, es decir, Tahrir y la revoluci¨®n del jazm¨ªn, entre el oto?o y el invierno de 2010-2011.
Wikileaks public¨® entonces los despachos del Departamento de Estado, su mayor filtraci¨®n hasta aquel momento, que dej¨® a la diplomacia de Estados Unidos al pie de los caballos con la revelaci¨®n de una panoplia de secretos de los poderosos de todo el mundo, dictadores especialmente, desvelados en las comunicaciones secretas escritas por c¨®nsules y embajadores de Washington. Ambos fen¨®menos, la primavera ¨¢rabe y Wikileaks, dibujan un mundo ut¨®pico donde los Gobiernos se ven forzados a practicar la m¨¢xima transparencia y los ciudadanos tienen en sus manos los instrumentos para derrocar a los dictadores.
El espejismo dur¨® muy poco. Las revueltas derivaron en la toma del poder por los islamistas, con sus ideas populistas, su machismo insoportable, su autoritarismo teocr¨¢tico, su condescendencia con la violencia y sus conceptos excluyentes de la democracia. Y a continuaci¨®n, en Egipto llegaron los militares, que liquidaron sin contemplaciones la incipiente democracia.
Otra filtraci¨®n, la de Edward Snowden en 2013, con la informaci¨®n clasificada de las escuchas de la NSA (Agencia de Seguridad Nacional), abri¨® los ojos a muchos de los fascinados seguidores de Wikileaks sobre el nuevo mundo de control y vigilancia al que nos enfrentamos. Descubrimos entonces que la utop¨ªa de la transparencia se hab¨ªa convertido gracias a los metadata, el data mining y la inteligencia artificial en la distop¨ªa del control total por un Gran Hermano que controla nuestra vida privada, capaz incluso de prever nuestras decisiones futuras.
Esta dualidad o ambig¨¹edad de las tecnolog¨ªas no es una novedad. Toda tecnolog¨ªa suele tener un potencial liberador y otro potencial de signo distinto como instrumento de manipulaci¨®n y de control. El problema con la inteligencia artificial es que la cara oscura es tan novedosa que por el momento parece superar de largo a la cara liberadora y dibuja la distop¨ªa de una sociedad sin libertad, en la que la deliberaci¨®n y la toma de decisiones individuales y colectivas llega a correr a cargo de las m¨¢quinas.
Faltaba todav¨ªa la ¨²ltima oleada de esc¨¢ndalos. De una parte, la interferencia rusa en la campa?a electoral de Estados Unidos y probablemente en otras campa?as electorales y en otros escenarios de crisis pol¨ªtica, como el Brexit; una forma de guerra cibern¨¦tica en la que se usan los medios convencionales, como Russia Today o la agencia Sputnik y las redes sociales, con profusi¨®n de bots, perfiles fake y fake news, y el auxilio inestimable de Julian Assange y su Wikileaks. De la otra, el uso de los datos de 87 millones de perfiles de Facebook por parte de Cambridge Analytica, una empresa de big data y psicopol¨ªtica al servicio de la campa?a de Trump.
El temor del siglo XX, expresado en la novela 1984, de George Orwell, era un Gobierno, el de la Uni¨®n Sovi¨¦tica o EE UU concretamente, convertido en el Gran Hermano que todo lo sabe y controla, pero resulta que cuando esto adquiere visos de realidad, ya en siglo XXI, es en forma de una multinacional digital, una empresa privada. En buena l¨®gica, su objetivo no es el control pol¨ªtico e ideol¨®gico, sino el negocio: controlarnos para monetizarnos.
Mientras utiliz¨¢bamos las redes sociales como forma de empoderamiento, las grandes multinacionales tecnol¨®gicas (Google, Amazon, Facebook y Apple, las gafa) se apoderaban subrepticiamente de todos nuestros datos para explotarlos comercialmente e incluso pol¨ªticamente. Cuando nos cre¨ªamos ciudadanos, resulta que ¨¦ramos clientes, y cuando ya tomamos conciencia resignada de clientes, resulta que somos una mera mercanc¨ªa, materia prima aportada voluntariamente al comercio de datos de nuestras vidas privadas.
El monstruo fr¨ªo que era el Estado para Friedrich Nietzsche queda superado en frialdad y en poder por unas multinacionales tecnol¨®gicas que solo buscan el beneficio para sus accionistas. Con sus monopolios de facto, han destruido el modelo industrial del periodismo tradicional, estrechamente asociado a las democracias parlamentarias y liberales. Con el acceso gratuito, han aniquilado el valor de los contenidos period¨ªsticos y de los derechos de autor y han despojado de publicidad a los medios de comunicaci¨®n convencionales. Gracias a los para¨ªsos fiscales y a la globalizaci¨®n, han eludido la fiscalidad propia de los Estados de bienestar europeos. Y con el big data, finalmente, est¨¢n utilizando a los usuarios, sus datos privados, su intimidad, sus sentimientos, sus gustos, sus contactos y amigos como materia prima de su negocio, hasta el punto de que pueden venderla a los enemigos de la democracia.
Democracia liberal
Nada m¨¢s preocupante, por tanto, que la colusi¨®n entre estas tecnol¨®gicas y los servicios secretos rusos, y adem¨¢s con los hackers libertarios y Wikileaks de por medio. Primero, por la asimetr¨ªa entre las democracias liberales, con divisi¨®n de poderes, control judicial, libertades p¨²blicas y medios de comunicaci¨®n independientes; y los reg¨ªmenes autoritarios e iliberales, en los que los medios, periodistas y ONG occidentales deben someterse a controles y censuras de un poder arbitrario, con frecuencia secreto, y en todos los casos fuera de cualquier escrutinio por parte de los Parlamentos, la justicia o los medios de comunicaci¨®n. Y luego por la erosi¨®n que producen estas interferencias en el funcionamiento y en el modelo de los sistemas de democracia liberal, que no otro es el objetivo que persiguen las autocracias en su competencia por demostrar su superioridad a la hora de gestionar sociedades capitalistas pero sin libertades.
El acoso digital, los comportamientos violentos o abusivos, las infinitas formas de comunicaci¨®n y de conducta patol¨®gicas que est¨¢n surgiendo en las redes sociales pertenecen al nuevo universo de control y de poder afilado o incisivo (sharp power), concepto acu?ado para describir las pr¨¢cticas de estos nov¨ªsimos autoritarismos. Insultarnos unos a otros en las redes, acosarnos y maltratarnos es parte de una cultura b¨¦lica de baja intensidad en la que es el p¨²blico mismo quien lo suministra todo, el odio, los mensajes, las v¨ªctimas, los h¨¦roes... Cuando entramos en este juego, no nos estamos empoderando, sino que, sin saberlo, estamos entren¨¢ndonos y a la vez participando en el nuevo mundo de las guerras h¨ªbridas, en las que siempre lleva ventaja quien no tiene controles democr¨¢ticos ni l¨ªmites jur¨ªdicos a su poder.
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