Uribe: el poder contra la institucionalidad
El expresidente decide retar al sistema judicial colombiano
Cuando el expresidente ?lvaro Uribe renunci¨® a su puesto de senador de la Rep¨²blica de Colombia por una indagatoria de la Corte Suprema de Justicia, la dimisi¨®n fue mucho m¨¢s comentada que la que podr¨ªa considerarse como la verdadera noticia: la propia indagatoria. Uribe, probablemente, sab¨ªa que esto iba a pasar, pues es consciente de su poder para mover opini¨®n p¨²blica a favor y en contra. La renuncia puede entenderse as¨ª como una estrategia global de defensa que funciona en dos planos.
En el plano jur¨ªdico, le podr¨ªa sacar el caso de la Corte Suprema al perder su condici¨®n de aforado, y pon¨¦rselo en un ¨¢mbito m¨¢s manejable. Sin embargo, es la CSJ quien tendr¨ªa la ¨²ltima palabra: en el pasado, esta instituci¨®n ha decidido retener ciertos casos a pesar de la renuncia de aforados entendiendo que la acci¨®n punible estaba directamente relacionada con el cargo, y que la dimisi¨®n iba precisamente encaminada a esquivar a la alta instancia. Parece probable que el caso de los testigos falsos por el que se investiga a Uribe no caiga en esta categor¨ªa, y por tanto efectivamente pase a manos de la Fiscal¨ªa y de un tribunal ordinario. Pero incluso en el caso de que la Corte decidiese retenerlo, el expresidente tendr¨ªa el argumento de la supuesta politizaci¨®n del tribunal: la reciente retah¨ªla de tweets del ya exsenador criticando a la CSJ, algo que no es ni la primera ni la segunda vez que hace, no es casualidad.
En el plano pol¨ªtico, dejar el Senado le permite construir m¨¢s f¨¢cilmente un argumento de defensa basado en la polarizaci¨®n en torno a su persona, sin condicionar con ello toda la maniobra de su bancada.
En definitiva, Uribe hace lo que siempre ha hecho: poner su poder m¨¢s all¨¢ del alcance de las instituciones.
A los polit¨®logos nos encanta hablar de dise?os institucionales y de c¨®mo estos delimitan las acciones posibles de los individuos que las ocupan. Las reglas, los incentivos, los h¨¢bitos incluso que construyen sistemas funcionales o disfuncionales. Pero la realidad es que las instituciones s¨®lo tienen sentido en tanto que canales para el ejercicio del poder, que se detenta tanto como se elige. Si ?lvaro Uribe decide ahora retar al sistema judicial colombiano lo hace no s¨®lo porque puede, tambi¨¦n porque quiere. La voluntad de quien detenta capacidad de influencia y de movilizaci¨®n puede, perfectamente, dotar de sentido a instituciones bien dise?adas. O deteriorarlas sin remedio.
As¨ª que el verdadero l¨ªmite para una voluntad poderosa no es una norma, escrita o no. Sino otra voluntad que le pueda hacer frente. La garant¨ªa de una democracia estable es la divisi¨®n del poder. Hay instituciones que favorecen este pluralismo, sin duda, mientras otras lo entorpecen. Pero ninguna lo garantiza por completo si existe un frente lo suficientemente amplio y poderoso que desea pasar por encima de ellas.
Por resumir, y tambi¨¦n por simplificar, podr¨ªamos decir que hay dos tipos extremos de personas ocupando la ¨¦lite pol¨ªtica de cualquier pa¨ªs. Quienes colocan su poder al servicio de las instituciones, y quienes intentan colocar estas al servicio de su poder. Uribe lleva dos d¨¦cadas establecido en la ambig¨¹edad entre ambas, en la duda que existe entre desafiar por completo a las instituciones y respetarlas a ojo cerrado. Ni ha tratado de dar jam¨¢s un golpe de Estado, ni se puede considerar su trayectoria pol¨ªtica como favorecedora del pluralismo y de la solidez institucional, precisamente. Esta es una fase m¨¢s en ese proceso ambiguo. Una en la que se embarca, por ahora, jugando al gato y al rat¨®n con la Corte Suprema antes que enfrentando la acusaci¨®n de manera n¨ªtida y desde el respeto jur¨ªdico. A ese mismo punto ha arrastrado, por cierto, a todo su partido. El Centro Democr¨¢tico y varios de sus integrantes parecen mantener una id¨¦ntica relaci¨®n ambigua, o m¨¢s bien selectiva, con las instituciones: quiz¨¢ conscientes de que detentan cierto poder, pueden lanzarles ciertos desaf¨ªos. Pero, cuando as¨ª les conviene o cuando el desaf¨ªo no es posible porque la voluntad que ocupa la posici¨®n institucional es m¨¢s poderosa, entonces se retraen. En esto son herederos de una larga tradici¨®n en Colombia, antes que innovadores. Pero no cabe duda de que han perfeccionado la ambig¨¹edad selectiva al m¨¢ximo.
La pregunta que le resta al futuro de Colombia es, por tanto, sencilla: en su relaci¨®n con el poder y con la institucionalidad, ?qu¨¦ tipo de persona ser¨¢ Iv¨¢n Duque, futuro ocupante de la instituci¨®n m¨¢s poderosa de la Rep¨²blica?
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