Corrupci¨®n en Latinoam¨¦rica: fragmentaci¨®n de la confianza y erosi¨®n democr¨¢tica
La preocupaci¨®n por la corrupci¨®n y el mal gobierno va de la mano de la desconfianza institucional
En los ¨²ltimos a?os, la corrupci¨®n se ha vuelto un asunto transcontinental en Latinoam¨¦rica. De ello se ha encargado la revelaci¨®n de casos, aut¨¦nticos entramados, de corruptores y corrompidos que traspasan las fronteras nacionales. Oderbrecht, el nombre de la empresa que compr¨® a pol¨ªticos para expandir sus obras por toda la regi¨®n, es hoy una palabra que suena familiar en las costas pac¨ªficas y en las atl¨¢nticas, en ciudades andinas, en veredas, en corregimientos. As¨ª, la corrupci¨®n se ha convertido tambi¨¦n en creadora de debates, provocadora de protestas, e incluso determinante del voto.
No lo ha hecho, eso s¨ª, en todos los pa¨ªses por igual. Per¨² y Brasil, donde jefes de Estado perdieron su puesto de manera anticipada a causa de esc¨¢ndalos, encabezan el ranking de ciudadan¨ªas que mencionan la corrupci¨®n o el mal gobierno como el principal problema del pa¨ªs.
Chile, Panam¨¢, M¨¦xico y Colombia completan la lista de naciones en las que al menos uno de cada diez individuos est¨¢ m¨¢s preocupado por estos asuntos que por cualquier otro. Los seis dibujan una suerte de columna vertebral del debate sobre la corrupci¨®n, de norte a sur, y las variaciones que muestran nos sirven para trazar un retrato de los puntos de vista latinoamericanos sobre la cuesti¨®n.
No todos ven igual la corrupci¨®n
En la mayor¨ªa de ellos, la percepci¨®n sobre el grado de corrupci¨®n entre sus representantes es muy elevado: m¨¢s de siete de cada diez de sus ciudadanos considera que m¨¢s de la mitad, si no todos los pol¨ªticos, son corruptos.
El contraste con Uruguay, la naci¨®n latinoamericana con menor grado de preocupaci¨®n sobre la corrupci¨®n, es muy llamativo: all¨¢, pocos piensan que todos sus pol¨ªticos son corruptos, y un tercio se mantiene en un conservador (para la regi¨®n, claro) estimado de menos de la mitad.
Es normal que percepci¨®n y preocupaci¨®n por la corrupci¨®n vayan de la mano, siendo que all¨¢ donde es m¨¢s alta una de las dos, tambi¨¦n lo es la otra. Sin embargo, a veces se producen diferencias interesantes. Por ejemplo, cuando comparamos los valores de ambas entre sexos. Por regla general, los hombres son mucho m¨¢s dados que las mujeres a responder ¡°corrupci¨®n¡± o ¡°mal gobierno¡± cuando son preguntados por el principal problema de su pa¨ªs, mientras que las segundas suelen irse m¨¢s que los primeros por ¡°crimen¡± o ¡°situaci¨®n econ¨®mica¡±. Las mujeres, por el contrario, perciben la corrupci¨®n como m¨¢s extendida que los hombres.
Tras de estas diferencias podr¨ªa estar ¡°una cuesti¨®n de marco¡±, seg¨²n la economista, profesora e investigadora en temas de corrupci¨®n de la Universitat Aut¨°noma de Barcelona (UAB) Elena Costas. ¡°Una vez dentro del marco de la corrupci¨®n la evidencia es consistente: las mujeres son m¨¢s sensibles a la gravedad del asunto. Sin embargo, en un marco abierto [como el de una pregunta en una encuesta en la que se inquiere a las personas sobre cu¨¢l es, en su opini¨®n, el problema m¨¢s importante] es posible que las mujeres destaquen aspectos m¨¢s sociales¡±. Costas destaca que esto es solamente ¡°una hip¨®tesis¡± a la luz de los datos aqu¨ª reflejados, pero es sin duda una interesante.
Las diferencias entre percepci¨®n y preocupaci¨®n tambi¨¦n son llamativas cuando uno observa los mismos datos pero divididos por nivel de ingresos. Es patente que las personas de hogares con mayor poder adquisitivo mencionan m¨¢s la corrupci¨®n como problema principal.
Esto es algo que cabe esperar: por regla general, las preocupaciones no materiales son m¨¢s acusadas entre quien se puede permitir tenerlas porque ni su empleo ni el bienestar de su hogar peligran en todo momento. En contraste, el ¡°todos los pol¨ªticos son corruptos¡± no es necesariamente m¨¢s acogido entre las rentas elevadas. Lo preocupante de esto es que quiz¨¢s la movilizaci¨®n contra la corrupci¨®n no alcanza a los segmentos populares, menos preocupados pero m¨¢s desencantados. Por ejemplo: en Colombia, por ejemplo, ni los adalides de la anticorrupci¨®n (mujeres como Claudia L¨®pez, candidata vicepresidencial y por dem¨¢s centrista) ni tampoco Gustavo Petro, exandidato presidencial, lograron reducir significativamente la abstenci¨®n en las pasadas elecciones, que como siempre fue m¨¢s marcada en los grupos socioecon¨®micos m¨¢s desfavorecidos.
La erosi¨®n de la democracia
La ideolog¨ªa y las preferencias partidistas, de hecho, juegan un papel primordial. Inevitablemente, las lentes a trav¨¦s de las que miramos al mundo pol¨ªtico est¨¢n te?idas por nuestros prejuicios. Sin embargo, resulta sorprendente hasta qu¨¦ punto esto sucede con la corrupci¨®n: en los pa¨ªses con gobiernos que no son de izquierda, la percepci¨®n sobre su alcance total es mucho mayor entre personas de derecha o de centro.
Que las personas de derecha no vean corrupci¨®n donde las de centro e izquierda s¨ª la ven resulta probablemente de un abismo en la percepci¨®n del problema. Estas brechas son peligrosas, porque por ellas se fragmenta tambi¨¦n la confianza no s¨®lo en los pol¨ªticos, sino en las instituciones que ocupan.
Y es que quiz¨¢s el dato m¨¢s alarmante de todos sea que la preocupaci¨®n por la corrupci¨®n y el mal gobierno va de la mano de la desconfianza institucional. Partidos, parlamentos, gobiernos locales e incluso el proceso electoral, base de cualquier democracia, se ven afectados: en pa¨ªses donde hay m¨¢s preocupados por la corrupci¨®n, tambi¨¦n hay menos base de confianza en todos ellos.
Es l¨®gico, pero no por ello menos alarmante, que lo uno vaya con lo otro. Pero el hecho es que la actuaci¨®n de las personas, as¨ª est¨¦n movidas por incentivos, est¨¢ erosionando el prestigio de instituciones democr¨¢ticas fundamentales en toda la regi¨®n.
Las personas preocupadas por la corrupci¨®n en estos y otros pa¨ªses deber¨ªan mantener siempre presente que el mayor incentivo al que se puede enfrentar un pol¨ªtico es perder su voto. Nada les da m¨¢s miedo, pues al fin y al cabo sin ¨¦l no son nada. As¨ª que, en realidad, es ahora cuando la ciudadan¨ªa deber¨ªa guardarle m¨¢s fe a las instituciones, as¨ª como salvaguardar su integridad: porque de ellas depende el arma m¨¢s potente que existe contra la corrupci¨®n.
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