Trump y el fracaso de la decencia
El presidente de EE UU enga?a y distorsiona con un c¨¢lculo pol¨ªtico tan descarnado como eficaz
Y para el colmo, la popularidad de Donald Trump est¨¢ subiendo. Con eso no contaban los muchos que, apelando al sentido com¨²n, daban por sentado que el tiempo inevitablemente le pasar¨ªa factura a las torpezas, las mentiras evidentes y las bravuconer¨ªas infantiles.
Seg¨²n las encuestas del Wall Street Journal los niveles de aprobaci¨®n de Trump subieron tres puntos en los ¨²ltimos d¨ªas alcanzando un 47%, el m¨¢s alto desde que lleg¨® a la Casa Blanca. Lo que sorprende no es la cifra, todav¨ªa por debajo de la popularidad de sus antecesores, sino el hecho de que est¨¦ creciendo. Y m¨¢s irritante a¨²n, saber que su aceptaci¨®n crece no a pesar de sus exabruptos infames, sus abusos despiadados o la ignorancia supina en tantos campos, sino gracias a ellos.
No es que los pol¨ªticos de antes fueran necesariamente mejores (o no muchos de ellos). Pero al menos se sent¨ªan obligados a fingir que en el fondo eran hombres y mujeres relativamente decentes. Hoy parecer¨ªa que la decencia es un atributo prescindible, un estorbo incluso. A Donald Trump no le interesa ser relacionado con el decoro, la dignidad, la solidaridad o la prudencia. A ¨¦l solo le importa ser identificado con el ¨¦xito. Y no cualquier ¨¦xito; sino el triunfo arrebatador, el que doblega, aquel que confirma la superioridad del vencedor.
El rechazo a las ¡°hordas¡± del sur le ofrece a Trump un inesperado respaldo a su dura pol¨ªtica antimigratoria
El triunfo no requiere de asideros legitimadores o de una justificaci¨®n moral. Para el presidente estadounidense el triunfo se defiende por s¨ª mismo, por el mero resultado, sin importar las condiciones, las mentiras o las infamias desplegadas para conseguirlo. Su consejo ante cualquier acusaci¨®n de abuso sexual lo ilustra cabalmente: ¡°ni¨¦galo, ni¨¦galo, ni¨¦galo y machaca de insultos a la acusadora¡±. Una estrategia que no tiene ning¨²n problema en atribuirse a pesar de su desfachatez y crueldad, porque entiende que es un argumento ganador. Y al final eso es lo que importa, mostrar que puede salirse con la suya.
Y como no hay un verdadero canalla sin suerte, Trump est¨¢ mostrando que es un canalla de orden mundial. La caravana de hondure?os que cruza M¨¦xico en direcci¨®n a la frontera de Estados Unidos le ha dado la mejor de las coartadas para enardecer los miedos y prejuicios del votante medio, justo d¨ªas antes de las elecciones del Congreso, que son vistas como un plebiscito sobre su presidencia. Los republicanos podr¨ªan perder el control de la C¨¢mara Baja, un verdadero batacazo para la administraci¨®n del neoyorkino.
El rechazo a las ¡°hordas¡± del sur le ofrece a Trump un inesperado respaldo a su dura pol¨ªtica antimigratoria, un tema muy sensible para su electorado. El timing es tan apropiado que algunos, incluso, juegan con la posibilidad de que haya sido inducido desde la Casa Blanca. No es imposible, pero me parece que la caravana es una estrategia de defensa comprensible y necesaria de parte de los centroamericanos para evitar los salvajes abusos de los que son v¨ªctima en su paso por territorio mexicano. En cierta manera, podr¨ªamos decir que se hab¨ªan tardado.
Inducida o espont¨¢nea, lo cierto es que Trump ha hecho todo para explotarla al m¨¢ximo y convertirla en un factor a su favor. En los ¨²ltimos d¨ªas ha divulgado tuits en los que advierte que podr¨ªan venir terroristas del Islam infiltrados, que en sus filas pululan miembros de las terribles bandas tipo Mara Salvatrucha; ha exagerado las cifras para vender la imagen de una invasi¨®n de desarrapados e indeseables que habr¨¢n de agolparse contra la frontera y de los miles que podr¨ªan seguirlos. Y, creado el problema, ha ofrecido una soluci¨®n implacable: cerrar la frontera y blindarla con el ej¨¦rcito. En suma, ha enardecido los miedos del votante medio para luego ofrecer una respuesta extrema y decidida.
Muchos de los dislates de Trump pueden ser atribuidos a su ignorancia y a sus prejuicios. No en esta ocasi¨®n. Enga?a y distorsiona con un c¨¢lculo pol¨ªtico tan descarnado como eficaz. Y por desgracia s¨ª, ser¨¢ eficaz.
La tragedia en ¨²ltima instancia no es que la decencia haya dejado de ser un atributo que deba ser proyectado por los pol¨ªticos, fingido o real. La tragedia es que a los ciudadanos tampoco parece ya importarles.
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