¡°El fuego envolv¨ªa a los coches que intentaban huir y explotaban¡±
Los vecinos cuentan c¨®mo la ciudad de Paradise desapareci¨® bajo las llamas por la ma?ana, con decenas de personas atrapadas en sus casas
Algunos vecinos no encuentran las palabras para describirlo, pero David Cuen sabe perfectamente lo que vio por el retrovisor de su coche. Era jueves, 8 de noviembre, alrededor de las nueve y media de la ma?ana. ?l trataba de huir del fuego que a esa hora rodeaba todo su pueblo. Atascado en una calle de Paradise como todos sus vecinos, mir¨® por el espejo. ¡°Hab¨ªa unos diez coches por detr¨¢s de m¨ª, vi c¨®mo el fuego los envolv¨ªa y explotaban¡±, relata. Fue cuando decidi¨® meterse por un camino lateral para ir m¨¢s deprisa. Como todos los que salvaron la vida, no ha vuelto para ver lo que dej¨® atr¨¢s.
Dos vecinos asienten al relato de Cuen en un descampado junto al aparcamiento del supermercado Walmart, en la ciudad de Chico, en el norte de California. Chico es la ciudad situada al lado de Paradise, un pueblo de 26.000 habitantes que el pasado jueves fue arrasado por el incendio m¨¢s letal y destructivo que jam¨¢s se haya registrado en California. Hasta el martes por la noche se hab¨ªan contabilizado 48 cad¨¢veres calcinados a lo largo del Estado. M¨¢s de 6.700 casas han sido destruidas. Las autoridades creen que el 80% de la ciudad ha desaparecido.
Las cifras de muertos se dan con precisi¨®n y prudencia. Nadie sabe lo que hay bajo las cenizas. M¨¢s de 200 personas siguen siendo buscadas por sus familiares. El fuego, que ha arrasado ya 54.000 hect¨¢reas, sigue ardiendo. Est¨¢ controlado en un 35%. En Chico, el aire est¨¢ tan sucio que se puede mirar directamente al sol, apenas un punto rojo en el cielo. El olor a quemado llega hasta Sacramento, a 160 kil¨®metros de all¨ª.
Todo ocurri¨® muy pronto. La novia de Cuen, Jessany Cartwright, se hab¨ªa levantado muy temprano esa ma?ana con planes de ir a pescar. ¡°Vi el cielo rojo y le dije a mi madre: qu¨¦ extra?o, el cielo est¨¢ rojo por ese lado y amanece por el otro¡±. Despu¨¦s, recuerda los ciervos corriendo por las calles del pueblo, las llamas ¡°bajando por la monta?a¡± y un hombre que pas¨® a su lado corriendo en estado de p¨¢nico y gritando: ¡°?Salid de aqu¨ª!¡±. Recuerda ver las casas en llamas apenas minutos despu¨¦s. ¡°La primera casa estaba ya ardiendo a las 8.15 de la ma?ana¡±, asegura Cuen. ¡°Los bomberos no pasaron por la calle dando orden de evacuaci¨®n hasta las 9.45¡±. Cuen y Cartwright viven desde el jueves en su coche en este aparcamiento. El martes, por fin les regalaron una tienda de campa?a.
El Walmart de Chico ha quedado convertido en una especie de campo de refugiados donde se extienden un centenar de tiendas. Sobre el asfalto hay monta?as de ropa y enseres donados para ayudar a las v¨ªctimas. La gente que lo ha perdido todo y no tiene d¨®nde ir puede conseguir aqu¨ª ropa para cambiarse, un caf¨¦ e informaci¨®n sobre recursos disponibles.
Brandon Day, de 30 a?os, recorr¨ªa ayer por la ma?ana el aparcamiento en busca de mantas y ropa para sus dos ni?os. Llevaba en el regazo a Brandon Day II, de dos a?os, que se negaba a ponerse una chaqueta a pesar de estar tiritando. En la otra mano llevaba en un capazo a Sunee Day, su hija de seis meses. Est¨¢n viviendo en un hotel en la localidad cercana de Red Bluff mientras dure el dinero. El seguro les adelant¨® 500 d¨®lares para gastos. Ya se han gastado 1.000, solo en el hotel.
Brandon estaba solo en la casa. Su esposa se hab¨ªa ido a trabajar, el ni?o mayor estaba ya en la guarder¨ªa y el beb¨¦ en casa de su abuela. Cuando sali¨® a sacar la basura, a las siete de la ma?ana, vio una muralla de humo que sub¨ªa hacia Paradise. ¡°Empezaron a caer en mi porche trozos de carb¨®n¡±. Se enter¨® de que estaban ordenando la evacuaci¨®n de Paradise por una alerta de m¨®vil de una cadena de televisi¨®n local. Agarr¨® las gafas, pa?ales y algunas fotos. Se subi¨® en el coche. ¡°Tard¨¦ una hora en recorrer la primera manzana. No sal¨ª de Paradise hasta cinco horas despu¨¦s, para un trayecto que dura 15 minutos¡±. A los lados de la carretera, el fuego y casas ardiendo. ¡°Ven¨ªa en todas las direcciones¡±, asegura. En las im¨¢genes de su tel¨¦fono m¨®vil se ve el fuego en la carretera en medio de una oscuridad absoluta.
En otro punto de Paradise, su suegra, Linda Grey, tambi¨¦n sali¨® milagrosamente a tiempo. ¡°Estaba llenando el coche de cosas¡±, cuenta Brandon, ¡°entr¨® en la casa a por la ni?a y cuando volvi¨® a salir el coche estaba ardiendo¡±. La abuela escap¨® de las llamas ¡°corriendo por la calle¡±, llevando a su nieta de seis meses en el capazo para el coche. Es un milagro que no ardieran.
Day perdi¨® la casa de la que acababa de dar la se?al. Se hab¨ªa mudado aqu¨ª para vivir en la naturaleza. Todo el material de su empresa de pinturas qued¨® atr¨¢s. Como los dem¨¢s vecinos, Brandon est¨¢ convencido de que la cifra de 48 muertos es muy provisional. ¡°Tiene que haber m¨¢s. Fue muy temprano y muy deprisa. Toda la gente que est¨¢n encontrando es probablemente gente que estaba durmiendo. Espero que el humo los matara antes que el fuego¡±, lamenta.
Soplaba mucho viento aquel d¨ªa y todav¨ªa sigue soplando. La zona est¨¢ inusualmente seca este a?o. Los primeros datos apuntan a un fallo de la infraestructura el¨¦ctrica. Pero nadie se plantea a¨²n aqu¨ª las causas de lo que ocurri¨® el jueves pasado en Paradise. Las preguntas son m¨¢s inmediatas, especialmente, para los m¨¢s pobres de entre las decenas de miles de evacuados. ¡°No sabemos d¨®nde vamos a vivir¡±, dice Cuen. ¡°?Qu¨¦ vamos a hacer en invierno? ?Qu¨¦ vamos a hacer cuando al resto del mundo le deje de importar?¡±.
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