Lo macro de la micro
Hace 15 a?os de la muerte de mi adorado maestro Luis Gonz¨¢lez y Gonz¨¢lez, quien opt¨® por los lugares sin voz y los humanos sin biograf¨ªa oficial
Se cumplen 15 a?os del fallecimiento de mi adorado maestro Luis Gonz¨¢lez y Gonz¨¢lez aunque no pasa un solo d¨ªa sin que intente honrar su generosa sombra ley¨¦ndolo, regalando sus libros o recomendando su ejemplo como admirable viajero de todos los pret¨¦ritos, padre de eso que se llama microhistoria por la cual acu?¨® el t¨¦rmino Matria (a contrapelo de la Patria) como terru?o de lo ¨ªntimo, coto del alma de los pueblos e individuos que a menudo no aparecen en los mapas o en las grandes batallas de bronce de la Historia con may¨²scula. Lo macro de la microhistoria qued¨® cifrada en Pueblo en vilo, la obra maestra de mi maestro, pero tambi¨¦n a trav¨¦s de sucesivas invitaciones a la microhistoria que realiz¨® en conferencias, entrevistas y por lo menos tres libros as¨ª titulados que preparaba con minuciosa letra de joyero sobre anchas hojas de papel milim¨¦trico, como arquitecto de una planimetr¨ªa donde las llaves de su intelecto y las claves de su memoria bibliogr¨¢fica se iban enredando en cuadros sin¨®pticos que le facilitaban su apostolado: verbal en el aula, conferencias, ponencias o sobremesas y en tinta de art¨ªculos en prensa, revista, libro o antolog¨ªas.
Don Luis abog¨® por los lugares sin voz y los humanos sin biograf¨ªa oficial, los horarios de la orde?a y el murmullo de los paisajes, las calles de los pueblos y los tejados de dos aguas. Abri¨® la ventana de la casa de la Historia rimbombante al apacible prado de lo ¨ªntimo y lo hizo siempre apelando al oficio como una extensi¨®n del amor, sabiendo que s¨®lo nos conocemos de veras a trav¨¦s de la amistad o bien, con el sayo ominoso te todo lo que ha mancillado el afecto de los semejantes. En ese pa?o de sus llaves anal¨ªticas, don Luis tend¨ªa puentes m¨¢s all¨¢ de los villanos y h¨¦roes de estatua hacia la comprensi¨®n de los actores del pasado como pr¨®jimos en potencia y a la escala natural de los semejantes. Don Luis caminaba pensando y escuchaba con la mirada atenta, incluso cuando perdi¨® un ojo por un maldito c¨¢ncer que no le lleg¨® a nublar el intelecto inquieto de qui¨¦n siempre se pregunta, constantemente indagando como detective o gambusino de las minas del saber. Por eso no pasa un solo d¨ªa en que no intente conversar con sus p¨¢rrafos y saberme profundamente afortunado por tanta luz con la que ilumin¨® senderos, as¨ª pasen otros quince lustros o d¨¦cadas.
Hace pocos meses pensaba reunirme con su hija Josefina Gonz¨¢lez de la Vara en Guanajuato y evocar cada pr¨ªstina ense?anza que nos hered¨® su padre y do?a Armida, que hac¨ªa cuentos como quien narra como corta una flor esa ni?a que sonr¨ªe en un jard¨ªn que llaman eternidad. Jose ten¨ªa un brazo en ¨¢ngulo recto por alguna rotura mal soldada de los huesos, sonre¨ªa con las gafas como escudo ante tanta mala visi¨®n que le sorte¨® el mundo y se volvi¨® maestra del dise?o gr¨¢fico, la cer¨¢mica y la callada bondad. Muri¨® una semana antes de nuestro reencuentro en Guanajuato y con estas l¨ªneas deseo abrazarla, a su hija y a todos sus fantasmas con los que ahora le lloro como hermana un inmenso mar que cabe en una l¨¢grima.
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