Usted est¨¢ aqu¨ª (Escuela General Santander, Bogot¨¢)
Era una oportunidad para entender que no es obligatorio venderse al Gobierno y a la Fiscal¨ªa de turno para defender al Estado, pero no: aqu¨ª no
El mundo ha vivido en carne propia, cada pa¨ªs a su tiempo, el infierno de Colombia. Pero s¨®lo aqu¨ª es un dilema solidarizarse con las v¨ªctimas de las masacres y los exterminios y los carros bombas ¨Cy es un dilema escuchar, en vez de Dios, las plegarias de los heridos¨C como si fu¨¦ramos incapaces de romper el c¨ªrculo vicioso del horror. Sucede la escena de sangre y de fuego como una s¨ªntesis de esta larga historia de odio por la vida: ¡°Usted est¨¢ aqu¨ª¡±. Sigue el silencio. Sigue el dolor insoportable de las familias que no volver¨¢n de esa fecha. Vienen las declaraciones, las pesquisas, las capturas. Y se abren paso las reacciones de la sociedad. Pero aqu¨ª nada suena a catarsis, sino a m¨¢s y m¨¢s guerra a muerte.
Fue el jueves pasado cuando pas¨® lo que nunca iba a volver a pasar: un imperdonable deton¨® un carro bomba en la Escuela de Polic¨ªa General Santander, en el sur de Bogot¨¢, en teor¨ªa para revivir esta guerra que se fue quedando sin razones y para repetirle a esta sociedad que no tiene la suerte en sus manos y debe temer, pero en la pr¨¢ctica para matar a 20 cadetes con edades de ni?os que se hab¨ªan levantado a vivir. Pronto se supo, en la Fiscal¨ªa, en el Gobierno y en los medios, que era un acto terrorista del Ej¨¦rcito de Liberaci¨®n Nacional, el ELN, obtuso y delirante desde su nombre. Y el presidente Duque, que reaccion¨® como un dem¨®crata que llama a la uni¨®n, se fue endureciendo con el paso de las horas y los gritos.
Acab¨® con los tambaleantes di¨¢logos de paz con el ELN, que han sido di¨¢logos de sordos en La Habana, y s¨ª: se recrudecer¨¢ la guerra otra vez a espaldas de la mayor¨ªa. Y el domingo sali¨® a marchar como uno m¨¢s contra esta violencia, que es un h¨¢bito y un rito de pesadilla, e insisti¨® en la uni¨®n, pero luego de sobreactuarse hasta el punto de pedirle a Cuba ¨Ccomo cualquier Uribe¨C que rompiera un compromiso entre Estados y capturara a los negociadores de esa guerrilla indefendible. Yo no cre¨ª ni voy a creer que estemos ante una conspiraci¨®n siniestra, pero la reacci¨®n de una buena parte de su establecimiento no son¨® a recordatorio de que en una democracia es preciso estar del lado de la ley, sino a haber dado con el enemigo que faltaba.
Todos los experimentos humanos conducen a la solidaridad o a la violencia. Y peores que las reacciones de los pol¨ªticos inescrupulosos, que, como Uribe, le echaron la culpa del atentado a la paz con las Farc, fueron las salidas destempladas de aquella ciudadan¨ªa de las redes que pronto pas¨® de la compasi¨®n ¨Cque era el lugar a donde hab¨ªa que llegar y donde hab¨ªa que quedarse¨C a la venganza de siempre: para probar que aqu¨ª a¨²n no se entiende que el asunto de fondo es la vida, se repiti¨® el desolador ¡°nosotros no marchamos por los polic¨ªas porque ustedes no marcharon por los l¨ªderes sociales¡±, y en la marcha del domingo un viejo le grit¨® ¡°te quitas esa camiseta o te pelamos¡± a un joven que andaba con el letrero ¡°no a la guerra de Duque y Uribe¡± en la espalda.
En el mundo se recibi¨® la noticia como fue: 20 ni?os asesinados, en el est¨²pido cadalso de los fan¨¢ticos, para probar un punto que no existe. Aqu¨ª no. Aqu¨ª se editorializ¨® el sufrimiento y hubo un poco m¨¢s de desconfianza que de dolor. Era una oportunidad para entender que no es obligatorio venderse al Gobierno y a la Fiscal¨ªa de turno para defender al Estado, pero no: aqu¨ª no. Por culpa del liderazgo disociador de Uribe, que ha elevado el odio a epidemia, estuvo a punto de fracasar una marcha en la que la mayor¨ªa llamaba a tener en com¨²n el extra?o hecho de la vida, y de la vida ac¨¢ en Colombia. Quiero creer que sali¨® bien. Que pudo haber sido otra marcha de algunos contra el terrorismo, pero termin¨® siendo una marcha de todos por la paz.
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