Las voces del exilio: ¡°La lucha nicarag¨¹ense no conoce fronteras¡±
M¨¢s de 50.000 personas han tenido que salir del pa¨ªs centroamericano tras la represi¨®n del Daniel Ortega contra las manifestaciones que iniciaron hace un a?o. Esta es la historia de tres de ellos
Viven en una casa en la calle conocida como ¡°El Matadero¡±, en Los Cuadros de Purral de Goicoechea, exactamente el sitio que ning¨²n costarricense podr¨ªa desear para compartir con su novia, amigos y esperar a que en junio nazca un beb¨¦. Son seis j¨®venes que estudiaban en la Universidad Aut¨®noma de Nicaragua (UNAN) cursos de contabilidad, medicina, psicolog¨ªa o ingenier¨ªa, hasta que se vieron con morteros en la mano para combatir la represi¨®n armada que las fuerzas de seguridad de Daniel Ortega desat¨® hace exactamente un a?o contra las manifestaciones que exigen el fin de su Gobierno.
Salieron en distintos momentos y por diferentes rutas, y ahora se encuentran juntos de nuevo. Ya no los une una barricada, sino las paredes de la casa pobre que pudieron conseguir en una de las zonas m¨¢s conflictivas de la capital tica, San Jos¨¦. Es oscura y desordenada; sobresalen unos colchones en el sal¨®n y un olor a aguas estancadas que no se corresponde con las verduras que corta uno de ellos para el guiso del d¨ªa.
Al principio parecen t¨ªmidos y dejan que hable El chele, un muchacho de 19 a?os resuelto, que relata con desenfreno lo que pas¨® all¨¢ en Managua,?como si pudiera borrar las escenas de tanto contarlas. Se llama Cristopher Gait¨¢n y lleg¨® en noviembre por sugerencia de su abuela. ?l quer¨ªa seguir resistiendo a pesar de todo lo que pas¨®. O quiz¨¢s por ello. Lo que pas¨® se puede ver en las fotos que a¨²n guarda en el tel¨¦fono celular: el cad¨¢ver ensangrentado de su padre L¨¦ster Ad¨¢n Vindel Picado ¡ªasesinado el 21 de abril del a?o pasado a manos de polic¨ªas del r¨¦gimen mientras repart¨ªa comida a los estudiantes¡ª y las heridas abiertas de los balazos que ¨¦l recibi¨® en la espalda y que por poco lo matan tambi¨¦n, dice. Muestra im¨¢genes donde se le ve vendado, con la cara morada por los golpes que le fracturaron la nariz; tambi¨¦n las tomograf¨ªas que le tomaron m¨¦dicos en el servicio privado. A¨²n se le sienten balines alojados junto a las heridas abultadas. ¡°Yo cre¨ª que iba a morir¡±, dice mientras se coloca de nuevo la camisa.
No muri¨®, pero apenas escap¨® de una casa de seguridad y por eso su abuela le pidi¨® salir de Nicaragua. Contact¨® a su novia M¨®nica Vivas, que ya hab¨ªa cruzado a Costa Rica, y viaj¨® con seis compa?eros m¨¢s por el puesto fronterizo de Pe?as Blancas. Al principio eran 15 en una casa, todos desempleados y sin m¨¢s apoyo que ellos mismos. Alguna organizaci¨®n les ayud¨® con alimentos o cosas peque?as, pero nada que les cambiara la vida. Despu¨¦s se dividieron en dos grupos y aqu¨ª, en esta casa verde y oscura, quedaron Chistopher con su novia y cuatro m¨¢s. Tres est¨¢n ac¨¢ escuchando atentos y sin dar nombres: solo falta uno, que anda trabajando en algo ocasional. Pagan 180.000 colones (300 d¨®lares) por el alquiler y eso es una fortuna para seis muchachos sin empleo o con ingresos espor¨¢dicos e ¨ªnfimos. Reciben alguna ayuda de sus familiares en Nicaragua, dicen. El resto se lo buscan por ah¨ª: Cristopher, por ejemplo, trabaj¨® el d¨ªa anterior para una empresa de eventos durante 20 horas seguidas y recibi¨® 15.000 colones, casi un euro por hora. Ha repartido comida conectado a la plataforma UberEats, pero el ingreso es igualmente p¨ªrrico.
¡°Hemos tenido problemas. Nos han dicho ya que nos vamos a nuestro pa¨ªs, pero tratamos de soportar. Es muy duro porque estamos solos, con ganas de volver, aunque sabemos que Ortega no se ir¨¢ pronto¡±. Entonces baja la voz y susurra que un vecino se apareci¨® hace pocos d¨ªas con una escopeta, que a menudo hay balaceras (tiroteos). Vuelve a hablar en voz alta y dice que siente estar viviendo otra vida: agradece a Costa Rica por abrirle las puertas, pero que a menudo piensa en volver. Luego piensa dos veces y cree que lo mejor es vivir aqu¨ª, aunque no sepa c¨®mo.
El ¨¦xodo que no termina
Costa Rica es el principal destino de los nicarag¨¹enses que huyen de la represi¨®n de Ortega. A pesar de que el pa¨ªs vecino les ha abierto las puertas e intenta regular su situaci¨®n migratoria, estos exiliados se enfrentan a la incertidumbre, el desempleo y la marginalidad. El 88% quiere volver a Nicaragua, pero solo cuando se haya ido Ortega. Y eso no se sabe cu¨¢ndo ocurrir¨¢ y ni siquiera si ocurrir¨¢. La mayor¨ªa quiere trabajar, pero bien no tiene permiso para hacerlo o directamente no encuentra empleo. Viven gracias a otros nicarag¨¹enses que ya estaban en Costa Rica antes de aquel 18 de abril del 2018 en condiciones que tampoco eran las mejores, por lo que ahora carecen de acceso a vivienda, alimentaci¨®n o salud. Adem¨¢s, m¨¢s de la mitad posee estudios universitarios y no se adaptan f¨¢cil a los empleos menos calificados, como s¨ª lo han hecho sus paisanos en el pasado.
Es lo que hallaron los consultores Elvira Cuadra y Roberto Samcam, tambi¨¦n nicarag¨¹enses y tambi¨¦n exiliados en Costa Rica, en un estudio sociodemogr¨¢fico sobre los exiliados que llegaron en el ¨²ltimo a?o. Encuestaron a casi 400 de ellos, el 1% del total ¡ªpartiendo de que la poblaci¨®n total en el pa¨ªs vecino era de 40.000¡ª, aunque el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados dijo este martes que ya son 55.000. Las cifras han sido imprecisas y ese es parte del problema: muchos nicarag¨¹enses han llegado por pasos irregulares y no se registran por desconocimiento o temor. Otros han vuelto a su pa¨ªs y dejaron activa su solicitud de refugio.
Entre quienes llegaron recientemente a Costa Rica est¨¢ el campesino V¨ªctor Manuel D¨ªaz. Lo encontramos casi por casualidad cuando sal¨ªa de solicitar su refugio, entre decenas de exiliados nicarag¨¹enses. Andaba solo, ilocalizable, con el plan de ir a una revisi¨®n m¨¦dica a un lugar desconocido de San Jos¨¦ y con el deseo de partir ese mismo d¨ªa hacia la frontera con su pa¨ªs, donde se encontrar¨ªa con sus hijos que no ve desde agosto. Sin pisar territorio de Nicaragua, claro, porque temen que lo apresen y lo desaparezcan.
¡°Ya me salv¨¦ una vez; no s¨¦ si pueda sobrevivir otra¡±, dice D¨ªaz, un l¨ªder campesino de 34 a?os que huy¨® a Costa Rica horas despu¨¦s de que fue excarcelado sin saber bien por qu¨¦ y tras haber recibido una condena a 25 a?os por terrorismo sin saber tampoco por qu¨¦. Estuvo 10 meses preso en la prisi¨®n de El Chipote ¡ª¡°una celda oscura que compart¨ªa con un pandillero, algunas ratas y cucarachas, bien horrible¡±¡ª como consecuencia de su activismo en el sur Nicaragua, lo soltaron como aparente mensaje de ablandamiento del r¨¦gimen, pero un abogado le dijo que su ¨²nico camino posible era escapar hacia suelo costarricense.
Entr¨® la semana pasada por una vereda, sin un solo documento, escapando de la posibilidad de volver a caer preso. Su madre le dijo que 15 minutos despu¨¦s de la despedida llegaron dos patrullas de la polic¨ªa, un cuerpo a las ¨®rdenes de Ortega y los suyos. Siente que ol¨ªan sus pasos y por eso se sinti¨® feliz cuando un conocido le dijo que esas pi?as sembradas que ve¨ªa a su lado estaban cultivadas en suelo costarricense. Que ning¨²n polic¨ªa, soldado ni paramilitar podr¨ªa detenerlo de nuevo. Sin pasaporte, sin dinero, sin certezas y sin apenas contactos para saber llegar a donde lo esperaban otros dirigentes campesinos exiliados, en San Jos¨¦.
¡°M¨ªralos, estos son. Llevo 10 meses sin verlos porque cuando me soltaron de la c¨¢rcel solo tuve tiempo de huir. Recuerdo que antes de caer preso yo sent¨ªa como que, mi ni?a de tres a?os, estaba muy amorosa, como si presintiera algo¡±, cuenta sonriendo. Dice sentirse fuerte, un extremo que confirmar¨¢n dos horas despu¨¦s los m¨¦dicos y la psic¨®loga que revisan su estado general en una organizaci¨®n sin fines de lucro. Y, sobre todo, est¨¢ contento porque cree que al final del d¨ªa podr¨¢ llegar a Los Chiles, cerca de la frontera y abrazar a sus peque?os, que han venido con su madre a casa de un familiar, en el lado costarricense. Despu¨¦s, ellos volver¨¢n a casa en Nicaragua y V¨ªctor retornar¨¢ a la capital del pa¨ªs vecino, a casa de unos conocidos. No puede traerlos consigo porque no tiene garantizado ni siquiera su almuerzo del d¨ªa siguiente.
De exigir la ¡°rendici¨®n¡± de Ortega al exilio
Aunque Costa Rica es el principal destino de quienes huyen de la violencia pol¨ªtica en Nicaragua, no es el ¨²nico. La llamada ¡°di¨¢spora¡± se extiende hasta M¨¦xico, Espa?a o Estados Unidos. Este ¨²ltimo pa¨ªs es el refugio de Lesther Alem¨¢n, el joven estudiante de 21 a?os que en mayo del a?o pasado asalt¨® la palabra a Ortega y exigi¨® su ¡°rendici¨®n¡± en el inicio del llamado Di¨¢logo Nacional entre el mandatario y la opositora Alianza C¨ªvica. Aquel hecho lo marc¨® para siempre. Desde entonces el r¨¦gimen desencaden¨® el odio contra el muchacho, que denunci¨® un plan para asesinarlo. En octubre sali¨® de Nicaragua y desde entonces se mueve de ciudad en ciudad. ¡°El mayor sentimiento que me puede albergar es la tristeza de no poder estar en el territorio, a pesar de que la lucha nicarag¨¹ense no conoce fronteras¡±, dice por tel¨¦fono.
Alem¨¢n no quiere revelar, por seguridad, el lugar exacto en el que est¨¢ ahora. Habla tambi¨¦n de forma cauta sobre las vicisitudes que ha sufrido desde que dej¨® Nicaragua. Menciona, eso s¨ª, que ha sobrevivido gracias a la solidaridad de nicarag¨¹enses que conocen su historia y lo han albergado en sus casas, apoy¨¢ndolo econ¨®micamente. No puede conseguir un trabajo dada a su condici¨®n legal en Estados Unidos. No cuenta con dinero y debe enfrentarse tambi¨¦n a los reproches de algunos familiares y la represalia contra su padre, que tuvo que dejar su empresa porque poco a poco fue perdiendo contratos. Su familia tambi¨¦n se vio obligada a dejar Nicaragua.
El de Alem¨¢n fue vuelco total, obligado, para un joven de la clase media nicarag¨¹ense cuya vida giraba alrededor de la jesuita Universidad Centroamericana?(UCA), donde estudiaba Comunicaci¨®n, sus compa?eros de estudios y la iglesia que frecuentaba. No hab¨ªa mayor preocupaci¨®n que la de triunfar en los estudios. Pero cuando la rebeli¨®n de abril estall¨® y los j¨®venes vieron con estupor c¨®mo los jubilados eran golpeados por fan¨¢ticos del r¨¦gimen por exigir la derogaci¨®n de la reforma a la Seguridad Social impuesta sin consensos por Ortega, los estudiantes de la UCA fueron los primeros en alzarse. Y su voz comenz¨® a escucharse en las protestas del campus: ¡°?Qu¨¦ se rinda tu madre!¡±, le lanzaba desde el micr¨®fono a Ortega, en el que ya es un c¨¦lebre grito de la Nicaragua rebelde.
Eso ahora ha quedado en el recuerdo. El joven intenta sobrevivir en EE UU en plena era Trump, con su duro discurso contra los migrantes y, especialmente, contra los centroamericanos. ¡°Cargas con dos luchas: la lucha personal y la lucha por tu pa¨ªs¡±, explica Alem¨¢n, quien sigue formando parte de la Alianza C¨ªvica. ¡°No esper¨¦ vivir el exilio, no estar con mi familia; anhelo la universidad, a mis compa?eros, la din¨¢mica que ten¨ªa. Nos ha tocado un cambio de vida, pero que es parte de esta lucha. Esto ha contribuido a nuestra madurez como estudiantes¡±, dice. ¡°Si me tocaba este precio, tengo que pagarlo¡±, afirma el joven con ese tono de hero¨ªsmo que los estudiantes nicarag¨¹enses mantienen desde abril. Son el objetivo principal de la represi¨®n de Ortega.
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