El d¨ªa en que Eva Per¨®n cumpli¨® cien a?os
Cualquiera que escuche hoy los discursos de Evita seguramente percibir¨¢ la pasi¨®n, la defensa de los humildes y la intolerancia contra los desobedientes
En 1995, el escritor argentino Tom¨¢s Eloy Mart¨ªnez, escribi¨® Santa Evita, un libro alucinante, en todo el sentido del t¨¦rmino. La novela se apoyaba en un hecho real: el periplo que recorri¨® el cad¨¢ver de Eva Per¨®n alrededor del mundo hasta que, finalmente, fue depositado en el cementerio de la Recoleta, junto a los restos de personas con apellidos que ella odiaba, porque pertenec¨ªan a la ¡°oligarqu¨ªa¡±.
El cad¨¢ver de Evita fue embalsamado y exhibido en la sede de la Confederaci¨®n General del Trabajo hasta que un golpe militar derroc¨® a su viudo, el general Juan Per¨®n. Luego, la dictadura que surgi¨® de ese golpe decidi¨® secuestrarlo. Era m¨¢s f¨¢cil y normal darle cristiana sepultura, pero los militares tem¨ªan que la tumba maldita se convirtiera en un atractivo para miles de personas, que ese cad¨¢ver enterrado fuera una incitaci¨®n a la rebeli¨®n popular. Ten¨ªan miedo que ese cuerpo embalsamado estuviera a¨²n vivo.
Algunos cultos sostienen que las personas mueren de verdad el d¨ªa que muere la ¨²ltima persona que las recuerda. Si es as¨ª, los militares de entonces ten¨ªan raz¨®n cuando escondieron aquel cad¨¢ver. Tendr¨ªan raz¨®n tambi¨¦n ahora, cuando se cumplen cien a?os del nacimiento de Eva Per¨®n, y Argentina la recuerda con la pasi¨®n que ella despert¨® siempre, apenas disminuida por el paso del tiempo.
Las versiones m¨¢s antag¨®nicas de esos recuerdos que la mantienen viva se pueden resumir en dos frases muy argentinas. En algunas familias, se repite: ¡°Mi padre recibi¨® su primer juguete de manos de Evita¡±. En otras: ¡°Tengo el orgullo de decir que mi mam¨¢ se neg¨® a ponerse el cresp¨®n negro¡±.
Esto es as¨ª porque cuando Evita muere, en 1952, a los 33 a?os, millones de personas la lloraron como a un hada: ella se hab¨ªa preocupado por los m¨¢s humildes, hab¨ªa repartido maquinas de tejer y pelotas de f¨²tbol, defendido los derechos de personas que, hasta all¨ª, solo hab¨ªan sido tenidas en cuenta para ser humilladas.
Al d¨ªa siguiente de su muerte, el Gobierno dispuso que todos los argentinos deb¨ªan usar un cresp¨®n negro, incluso quienes la detestaban o, simplemente, no pensaban igual que ella. Muchos se resistieron. Algunos perdieron por eso su empleo en el Estado. Esos recuerdos, que se transmiten de padres a hijos, afloran cada vez que Evita renace.
Ninguna persona es buena o es mala as¨ª, sencillamente. Pero algunas son ambas cosas con mucha intensidad. Cualquiera que escuche hoy los discursos de Evita seguramente percibir¨¢ eso: la pasi¨®n, la defensa de los humildes, y la intolerancia contra los desobedientes. ¡°Seremos fan¨¢ticas e implacables. No pedimos ni capacidad ni inteligencia. Nadie es due?o de la verdad, salvo Per¨®n. No descansar¨¦ hasta que el ¨²ltimo ladrillo sea peronista¡±, dec¨ªa Evita en sus discursos m¨¢s combativos.
Con el tiempo, se tejieron todo tipo de relatos sobre ella: que hubiera sido guerrillera en los a?os setenta, que Per¨®n no hubiera tenido que irse del pa¨ªs de haber vivido ella, que sus ideas fueron las causantes de la interminable crisis argentina, que sin ella el pueblo no tendr¨ªa dignidad, y as¨ª. Sucede con los pr¨®ceres: cada uno los tironea para su lado.
Alguna gente sostiene que, cuando N¨¦stor Kirchner lleg¨® a la presidencia, su mujer, Cristina Fern¨¢ndez, imitaba los discursos de Evita frente al espejo para sonar parecida y acercarse as¨ª al coraz¨®n de su pueblo. Es incomprobable. Pero cualquiera que escuche los discursos de ambas podr¨¢ percibir la m¨ªmesis: esas inflexiones, el tono bien arriba, la repetici¨®n de una conjunci¨®n cuando la multitud interrumpe, el lugar del enemigo omnipresente en el relato, el enojo y la emoci¨®n siempre a flor de piel. Tal vez no sea una imitaci¨®n sino apenas las huellas de una influencia inconsciente, o un gesto de admiraci¨®n, o una reverencia.
Lo cierto es que Cristina hizo mucho para que la identificaran con Eva. Presidi¨® marchas de antorchas en aniversarios de su muerte. Coloc¨® su rostro en un gigantesco mural a ambos lados del edificio donde trabajaba Eva, el Ministerio de Acci¨®n Social, de manera que todos los argentinos que transiten por la avenida m¨¢s importante de Buenos Aires ¡ªlos que la aman y los que la odian¡ª la vieran todo el tiempo. Si uno mira hechos objetivos ¡ªel cargo que ocup¨®, el tiempo que gobern¨®, por ejemplo¡ª Cristina es la mujer m¨¢s importante de la historia peronista. Pero Eva es una santa, y no hay c¨®mo competir con eso. La discusi¨®n que hay en Argentina respecto de Eva Per¨®n es, si se mira bien, una discusi¨®n de trascendencia hist¨®rica: ?a las personas que hacen transformaciones sociales, a los rebeldes, se les debe perdonar, tolerar, comprender, festejar sus gestos autoritarios, las convocatorias a perseguir a quienes se oponen o disienten? ?Cu¨¢nto? Ese debate ya fue saldado en muchas democracias. Por momentos, parece que la Argentina tambi¨¦n lo sald¨®. Pero, de repente, ese dilema reaparece con fuerza.
El cad¨¢ver de Evita reposa en el cementerio m¨¢s aristocr¨¢tico de Buenos Aires. Pero eso no dice nada porque nadie muere hasta que muere la ¨²ltima persona que lo recuerda, Eva Per¨®n ¡ªla perona, para quienes la odiaban¡ª ha vivido ya cien a?os.
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