Tijuana siempre aguanta
Acostumbrada a vivir cerca de la cat¨¢strofe, la ciudad fronteriza asume con naturalidad la llegada en tromba de migrantes o amenazas como la imposici¨®n de aranceles
Cerca de la rotonda Abraham Lincoln, en Tijuana, junto a la puerta del caf¨¦ Baristi, Alejandra Preciado espera su uber para irse a casa. Las noches siguen siendo fr¨ªas en la ciudad. Ha sido un invierno largo y apenas empiezan a calentarse los d¨ªas, pero en estas avenidas amplias el calor de la tarde se disipa r¨¢pido y las noches, con las calles vac¨ªas, parecen un recuerdo de meses pasados.
Alejandra dirige un negocio de art¨ªculos de importaci¨®n en la ciudad. Prefiere no decir de qu¨¦ se trata, no quiere problemas. No es que los haya tenido antes, pero ha vivido suficientes a?os aqu¨ª para conocer unas cuantas historias de comercios abatidos por la extorsi¨®n y las amenazas. Lo que s¨ª dice es que semanas como la pasada son una locura. La amenaza de Donald Trump de imponer aranceles a las exportaciones mexicanas provoc¨® una subida del d¨®lar frente al peso, que hizo que sus compras se encarecieran. "Nos pegan mucho cosas as¨ª, en pocos d¨ªas un d¨®lar pas¨® de costar 17.90 a 19.20. Y eso, cuando compras en cantidad, es un problema".
Llega el uber. Alejandra sube. La mujer, de 31 a?os, da toda una explicaci¨®n de por qu¨¦ este lado de la frontera necesita tanto del otro y viceversa. "El comercio en el sur de California depende mucho de los mexicanos que suben", dice. "Aqu¨ª en Tijuana no hay malls, justo porque al otro lado hay mucha competencia. La gente cruza para ir a comprar, a poner combustible, a todo", a?ade. Alejandra recuerda el caos que se arm¨® en la ciudad en noviembre, cuando el Gobierno de Estados Unidos cerr¨® el paso de San Ysidro por unas horas, despu¨¦s de que un grupo de migrantes intentara cruzar a la fuerza. "No se mov¨ªa un alfiler aqu¨ª, estaba todo colapsado".
En la frontera m¨¢s transitada del mundo, la cat¨¢strofe parece siempre inminente. Los picos peri¨®dicos de violencia, la llegada masiva de migrantes, el cierre de la frontera... Cualquier movimiento del d¨®lar trastoca la econom¨ªa de las familias. Esta semana, Berenice Elorza, 33 a?os, contaba los quebraderos de cabeza que le han tra¨ªdo los ¨²ltimos seis meses de tuits del presidente Trump. Berenice trabaja para una empresa "binacional" que desarrolla software a medida. Tienen clientes en San Diego y Los Angeles. Tambi¨¦n en M¨¦xico. "Cada vez que [Trump] dice algo pasan dos cosas: el d¨®lar sube y el gringo no quiere venir. Se genera una psicosis. Y aqu¨ª todo es en d¨®lares, muchas rentas se pagan en d¨®lares, el doctor, los carros usados se compran en d¨®lares".
Berenice cuenta que ella compra mucho equipo de c¨®mputo en San Diego. Ocurre que mucho de lo que compra se fabrica aqu¨ª y se exporta all¨¢. As¨ª que los aranceles le acabar¨ªan afectando, ?como consumidora en Estados Unidos! "Es de locos", zanja.
Migraci¨®n y comercio son caras de la misma moneda en la frontera. Y m¨¢s ahora. Del desempe?o de M¨¦xico conteniendo el flujo de centroamericanos que buscan vida en el norte depender¨¢ el recrudecimiento de las amenazas de Estados Unidos sobre la reglas del comercio binacional. Esa es al menos la letra peque?a del acuerdo que alcanzaron ambos pa¨ªses la semana pasada. Si en mes y medio no hay resultados, los aranceles vuelven a estar sobre la mesa. La sensaci¨®n es que todo est¨¢ en el aire y que puede pasar cualquier cosa en cualquier momento. Y eso afecta a los locales y a los que llegan de paso.
Estancias largas
Si en el plano comercial la cat¨¢strofe parece poco menos que inevitable, en el migratorio uno se pregunta c¨®mo no ha ocurrido todav¨ªa. En noviembre, miles de centroamericanos llegaron en caravana a Tijuana. Con los albergues colapsados, las autoridades alojaron a cientos en un predio al aire libre, junto a una v¨ªa r¨¢pida, frente al muro. Llov¨ªa, empezaba el invierno. La explosi¨®n parec¨ªa inevitable y sin embargo...
Seis meses y medio m¨¢s tarde, los albergues siguen atiborrados mientras cientos de migrantes esperan su turno para pedir asilo en Estados Unidos. La explosi¨®n no llega. Como una esponja, la ciudad absorbe y absorbe. En la Casa del Migrante de la colonia Buena Vista, cerca del r¨ªo, dorm¨ªan esta semana m¨¢s de 130 mujeres con sus ni?os, cuando hay camas para 44. La hermana Adelia Contini, directora del centro, dice que algunos de los migrantes que llegaron en noviembre se volvieron, otros se fueron a otra ciudad, algunos se han quedado pendientes de su asilo... Hasta ahora, dice, los migrantes circulaban m¨¢s o menos r¨¢pido, pero desde hace dos meses van a su entrevista para pedir asilo y vuelven. Y con el anuncio que hizo el s¨¢bado el canciller Marcelo Ebrard en esta misma ciudad, de que M¨¦xico recibir¨¢ una primera tanda de 8.000 migrantes en espera de asilo, la situaci¨®n no parece que vaya a mejorar.
Detr¨¢s de las cifras, claro, hay historias. Y muchas son terribles porque sus protagonistas carecen de espacio para zafarse de la ansiedad, el nerviosismo o la frustraci¨®n. Es el caso, por ejemplo, del haitiano Ben?it Rislo, de 36 a?os, que lleg¨® a Tijuana hace casi dos meses con su esposa y su hija, que tiene a?o y medio. La ni?a est¨¢ enferma, dice, y en el hospital la tienen en lista de espera. Es algo del coraz¨®n, explica, aunque no especifica qu¨¦. El problema es que la lista de espera del hospital ha iniciado, en la cabeza de Ben?it, una disparatada carrera con la lista del asilo en la frontera, la lista en la que ¨¦l, su esposa y su hija est¨¢n apuntados desde hace casi dos meses y que les permitir¨¢, de aqu¨ª a unas semanas, pedir asilo en Estados Unidos. El dilema es terrible. ?Qu¨¦ ocurrir¨¢ si le llaman del hospital y justo entonces les toca ir a la entrevista por el asilo?
O el caso tambi¨¦n de la hondure?a Norma Lizeth Rodr¨ªguez, de 29 a?os, que viaja con su hijo desde Cort¨¦s. Este lunes, los dos descansaban en una banqueta junto a la garita fronteriza de El Chaparral, donde todas las ma?anas los agentes de migraci¨®n mexicanos llaman a entre 20 y 80 personas de la lista, para las entrevistas de asilo al otro lado de la frontera. Norma tiene el n¨²mero 2.967 y por entonces a¨²n iban por el 2.634. Es decir, un mes o m¨¢s de espera. Norma parec¨ªa desesperada. Sin dinero, viviendo en una bodega a tres horas de la garita, pagando la renta de la bodega con lo que gana limpiando un restaurante, no sabe qu¨¦ hacer. "La realidad aqu¨ª", dice, "es que la mayor¨ªa de gente se salta a Reynosa. Pero es caro. Tienes que ir a Monterrey y de ah¨ª te recogen en la terminal de camiones, te llevan a una bodega, te llevan a Reynosa y te tiran al r¨ªo. Cuesta 900 d¨®lares", explica. ?Tanto? "Pues eso cobran", dice. ?Qui¨¦n? "Los coyotes", a?ade. Norma dice que no hay forma de llegar a Reynosa, con un ni?o de nueve a?os, con cara, dice, de migrante, y que la mafia no lo sepa.
Para Benoit, para Norma, volver no es una opci¨®n. El primero porque ya no tiene a nadie en Haiti, nadie que le pueda ayudar. En Estados Unidos, al menos, s¨ª. Norma, porque huy¨® de Cort¨¦s despu¨¦s de que un vecino la amenazara de muerte. Ella piensa que si la escuchan la dejar¨¢n pasar. Cuando lo dice se?ala a Junior, su hijo, que tiene una enorme cicatriz en la cara.
Norma cuenta que ese vecino atropell¨® hace unos meses al ni?o, sin querer. Lo atropell¨® sin querer, pero en lugar de ayudarlo, huy¨®. Norma fue a la polic¨ªa a denunciarlo y ese fue el principio del fin de su vida all¨¢ en Cort¨¦s. "A los d¨ªas de yo denunciarlo", dice, "me lleg¨® un chavalo y me dijo que ya dejara el caso y que me desapareciera de all¨ª". De su vida, del colegio del ni?o, de su trabajo en la f¨¢brica de sudaderas. Y Norma, dice, se desapareci¨®.
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