Tres familias, tres coyotes: el millonario negocio de militarizar la frontera
Los traficantes de personas que trabajan para el narco mexicano explican c¨®mo les beneficia la mano dura de Trump y L¨®pez Obrador
21 de junio, en una zona conocida como El hueyate (Huixtla, Chiapas), a 27 kil¨®metros del ¨²ltimo ret¨¦n de la Guardia Nacional.
Javier, un muchacho de San Pedro Sula (Honduras), de 19 a?os, va subido a la parte trasera de una camioneta tarareando canciones del verano, como si todo lo que le rodeara fuera una divertida aventura. Pone, a trav¨¦s del altavoz de su celular, un hit de reguet¨®n de hace algunos a?os. Y lo canta y lo baila con su cuerpo menudo y fibroso, agarrado a las barras del maletero abierto de una pick up que enfila las curvas de la selva de Chiapas (M¨¦xico). Tiene un tatuaje de un ojo pintado en la yugular, una playera verde, unos jeans desgastados y sucios y unos tenis Converse de color gris. "Nosotros ganamos bien, pero no podemos venir por aqu¨ª as¨ª... Venimos como migrantes, ?ve?". Pero su cara dice que ¨¦l no est¨¢ huyendo de nada.
Va de pie en esa camioneta con Pedro y con Ram¨®n (nombres ficticios para proteger su seguridad), que recorren este camino de Honduras hasta la frontera con Estados Unidos dos veces al mes. Son los coyotes o polleros y este viaje es solo uno m¨¢s. Junto a ellos, llevan sentados a otros seis hondure?os, que ni cantan, ni bailan y casi no hablan: Jorge, de 43 a?os, con su hija sordomuda, Samantha, de 16; Esther, de 22, que abraza a su hija Angely, de cuatro; y Mois¨¦s, de 28, con su hijo Josua, de 10. Ellos s¨ª est¨¢n huyendo. Y solo miran al piso de la camioneta asustados, desgastados, derretidos.
A las orillas de la carretera, se aleja una selva imponente, que se fortalece con los 35 grados grasientos de temperatura. Entre sus sombras caminan otros grupos de migrantes perdidos, con las suelas de los zapatos arrancadas, llenos de barro hasta el pecho, ba?ados en sudor. Est¨¢n a pocos kil¨®metros al norte de la frontera sur con Guatemala, a media hora en coche de Tapachula (Chiapas). Consiguieron entrar ilegalmente en M¨¦xico y su rumbo a partir de ahora ser¨¢ siempre hacia el norte.
Los seis migrantes salieron de su pa¨ªs el 17 de junio, cinco d¨ªas antes de llegar al punto en el que est¨¢n ahora. Un d¨ªa antes de que Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador anunciara el despliegue militar en la frontera sur y todo M¨¦xico se convirtiera en menos de 45 d¨ªas en el enorme muro que siempre exigi¨® Donald Trump. En lo que va de a?o han transitado por el pa¨ªs 500.000 migrantes de forma ilegal, seg¨²n datos oficiales, y la tendencia apunta a que para finalizar el a?o haya cruzado alrededor de un mill¨®n, el doble que hace tres a?os.
Esa camioneta ha sido un respiro para el grupo. Un golpe de suerte. Un vecino de Chiapas los hab¨ªa visto unos minutos antes arrastrando los pies por la cuneta y les toc¨® el claxon para que subieran. R¨¢pido. Si la polic¨ªa ve que ¨¦l lleva migrantes en su coche, tambi¨¦n se puede meter en problemas. Los tres coyotes los arreaban como un ganado pesado, viejo. "Hay que apurarse. Las cosas no est¨¢n tan f¨¢ciles ahora. Cuando lleguemos a Mapastepec, descansamos en lo que nos cae el dinero ese... ?Ya te dijeron de eso, Ram¨®n?".
Los coyotes nunca llevan m¨¢s de lo justo encima. Ni siquiera llevan una mochila. Lo necesario para sobornar a los ch¨®feres de las combis, que desde que L¨®pez Obrador aument¨® la presencia militar en las carreteras, han triplicado la tarifa para bajarlos antes del punto de revisi¨®n o recogerlos en alg¨²n camino de terracer¨ªa y acercarlos al municipio m¨¢s cercano. Lo justo tambi¨¦n para pagarle a los polic¨ªas judiciales que revisan en la carretera mercanc¨ªas ilegales, polic¨ªas municipales, agentes de migraci¨®n. Para comprar m¨¢s cara el agua y unas quesadillas solo con queso y mucha lechuga...Pero nada m¨¢s. Hasta los primeros 150 kil¨®metros de recorrido tienen sus c¨¢lculos de mordida cubiertos. En diferentes pueblos recogen dinero en efectivo que les env¨ªan unos contactos a trav¨¦s del Banco Azteca, muy utilizado en Latinoam¨¦rica para las remesas. "Vamos a tener que subir los precios, ahora hay que pagar a m¨¢s gente... Solo hay que saber a qui¨¦n".
¡ªYo no s¨¦ ni d¨®nde estamos.
Los migrantes llevan unas 12 horas de caminata y trayectos cortos de furgonetas. Est¨¢n a 107 kil¨®metros de Tapachula, en un municipio peque?o hacia el interior de Chiapas: Mapastepec. No conocen nada de M¨¦xico, pero sus polleros parecen criados en las comunidades de la selva chiapaneca, aunque sean tambi¨¦n de Honduras.
Javier, Pedro y Ram¨®n explican c¨®mo funciona un oficio que aprendieron desde adolescentes. Los tres son hijos de padres polleros y han "movido" gente desde los 12 a?os. "Pero mire, ha cambiado mucho. Nosotros hemos tenido que hacer contactos ac¨¢ en M¨¦xico". En San Pedro Sula enganchan a familias y les cobran alrededor de 3.500 d¨®lares por persona. Pero el precio var¨ªa, han llegado a cobrar 8.000. El objetivo de estos muchachos es llevarlos hasta una "base" en Sonora.
Estos coyotes hondure?os trabajan para el C¨¢rtel Jalisco Nueva Generaci¨®n, considerado como el m¨¢s poderoso de M¨¦xico seg¨²n la Agencia Antidrogas estadounidense (DEA, por sus siglas en ingl¨¦s). Los tres est¨¢n fichados en M¨¦xico y en Estados Unidos como traficantes de personas, pero aseguran que cuando los detienen aqu¨ª ¡ªles ha sucedido al menos una vez a cada uno¡ª utilizan sus contactos y pronto est¨¢n fuera. "A m¨ª no me da miedo que me agarren, yo s¨¦ que ellos mismos nos sacan", suelta convencido Javier.
En Sonora los entregan y pagan por cada uno 500 d¨®lares. Aseguran que cuando los llevan a una base, esta se llega a llenar con 60 o 70 personas cada d¨ªa. "?Y hay muchas bases all¨¢. Imag¨ªnese el negocio!". Y de ah¨ª, el crimen organizado se encarga de cruzarlos a Estados Unidos. En total, despu¨¦s de pagarle al narco y sobornar a cualquiera que amenace con avisar a una autoridad, sacan unos 7.000 d¨®lares al mes cada uno. Un trabajo que hacen cada dos semanas. "Subimos gente y bajamos a Honduras. ?Fum! R¨¢pidos en el tren".
¡ªAp¨²rense, nos vamos al tren. No podemos seguir por aqu¨ª, no es seguro.
El regreso de La Bestia
La Bestia la utilizan generalmente para bajar, no para subir. Y menos con familias. Pero las cosas han cambiado en M¨¦xico. El nuevo contexto de militarizaci¨®n de la frontera sur les ha obligado a modificar una ruta que iba a consistir en autobuses locales y largas caminatas por el monte. Son las 14.00 horas del viernes 21 de junio y en Mapastepec han decidido que se van a ir a lomos del ferrocarril de mercanc¨ªas que cruza M¨¦xico de sur a norte. La tomar¨¢n desde Arriaga, otro municipio a 150 kil¨®metros de donde est¨¢n.
¡ª ?No le da miedo subir con su hija ah¨ª?
¡ªUno como migrante no tiene plan b. Regresar jam¨¢s es una opci¨®n.¡ªresponde Jorge.
No son los ¨²nicos que han tomado este rumbo. "Tenemos documentado con claridad que en los primeros meses de este a?o, los operativos del Gobierno hicieron que el tren se reactivara al menos en algunos tramos como el de Arriaga", explica el catedr¨¢tico del Conacyt y adscrito al Colegio Frontera Sur, Abbdel Camargo. "A los albergues ya han llegado muchos que nos cuentan que han tenido que tomar La Bestia, pese a que los riesgos siguen siendo altos, los polic¨ªas privados que lo vigilan han llegado a disparar contra ellos, adem¨¢s de las bandas que los extorsionan, los amenazan, los secuestran...", a?ade el director del Servicio Jesuita Migrante, Arturo Gonz¨¢lez.
Las im¨¢genes de los militares formados en diferentes puntos del sur mexicano o los soldados mexicanos persiguiendo familias que intentan cruzar el R¨ªo Bravo (en la frontera con Texas) han dado la vuelta al mundo. Pero sobre todo, una: la de la de un padre y su hija, ?scar y Valeria, ahogados en este r¨ªo, que ha mostrado de manera cruel hasta d¨®nde llega el aumento de la represi¨®n contra los que huyen del hambre y la violencia.
No es la primera vez que un Gobierno mexicano trata de sellar la frontera para complacer al vecino del norte. En 2014, con el conocido como Plan Frontera Sur, Enrique Pe?a Nieto moviliz¨® operativos hacia los puntos migratorios y atac¨® directamente al tren: aument¨® la velocidad, la vigilancia y coloc¨® muros de hormig¨®n para ahuyentar esas im¨¢genes de migrantes hacinados en las paredes del ferrocarril como si fueran de la India.
Esas medidas no disminuyeron el flujo migratorio, pero s¨ª desplazaron a los migrantes hacia otras rutas, siempre m¨¢s inexploradas y m¨¢s peligrosas si cab¨ªa. Y ahora, defensores de derechos humanos y acad¨¦micos intuyen que suceder¨¢ lo mismo. "La historia nos dice que cuando hay m¨¢s polic¨ªa, se beneficia al tr¨¢fico de personas internacional y est¨¢ directamente relacionado con el aumento de las violaciones a derechos humanos de los migrantes, principalmente la extorsi¨®n, robo, lesiones y secuestro", se?ala Gonz¨¢lez.
¡ª ?Con los retenes militares en la carretera, tienen ahora menos trabajo?
¡ªNo, al rev¨¦s... Tenemos m¨¢s. ¡ªa?ade contento Ram¨®n, otro de los coyotes.
El mayor de este grupo de migrantes, Jorge Rodr¨ªguez, de 43 a?os, tiene los ojos grises como la camiseta sudada que se sacude asqueado. Anima a su hija Samantha, de 16, que no puede o¨ªr ni hablar con nadie, es sordomuda, aunque su padre asegura que si pudiera, tampoco se quejar¨ªa. Se hablan por gestos, no con el lenguaje de sordomudos, sino con uno que ¨¦l y su mujer inventaron con las manos. Es la segunda vez que intenta llegar a Estados Unidos con Samantha. La anterior fue hace solo un mes.
"Si pon¨¦s el nombre del pap¨¢ de mi hija en gogle [Google], ah¨ª te sale con noticias de droga y asesinatos. ?l es de la Mara Salvatrucha, ?le suena? Y como se entere de que me traje a mi hija... Ay, no. Ese no ha intentado matarme solo una vez. Mire", Esther (nombre ficticio tambi¨¦n) muestra las cicatrices de un cuchillo en su brazo. "Viene hasta ac¨¢ y me mata. Yo no puedo regresar, vend¨ª hasta los calzones de mi ni?a para salir de all¨¢".
En los cinco d¨ªas de viaje desde que salieron de San Pedro han dormido apenas dos horas cada noche. Este viernes comenzaron su marcha a las tres de la madrugada, una ruta mucho m¨¢s larga de lo habitual, pues esquivar la autopista implica perderse por el monte. Han cruzado r¨ªos, se han ca¨ªdo en barrizales y hay que cargar a la ni?a de cuatro a?os, pues sus tenis se han quedado sin suela. Javier ha dejado de cantar y la lleva sentada en sus hombros. Por las v¨ªas del tren, aprietan el paso y rezan para que en ese trayecto que tienen que pasar de m¨¢s o menos un kil¨®metro, no aparezca un grupo de hombres armados.
¡ªMire, yo no persigo ning¨²n sue?o americano. Yo estoy huyendo, ?entiende?".
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