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Las vidas rotas que irritan a Trump

Dos familias hondure?as relatan desde el origen y en la caravana que camina hacia EE UU los motivos de su huida y la crisis migratoria que golpea a Centroam¨¦rica y a M¨¦xico

La caravana llegando a la frontera entre Guatemala y M¨¦xicoV¨ªdeo: Hector Guerrero

La ¨²ltima vez que vio a su esposo estaba tan triste que ni siquiera intercambiaron un beso de despedida. Despu¨¦s de 13 a?os y tres hijos juntos, lo suyo se redujo a un leve golpe en el hombro y una bendici¨®n al aire antes de que enfilara la calle arrastrando los pies por la tierra. Solo unas horas antes, Jos¨¦ Hern¨¢ndez, de 31 a?os, hab¨ªa escuchado en la televisi¨®n que una extra?a caravana de emigrantes pasar¨ªa cerca de su casa. Iban juntos, seguros y hacia Estados Unidos, a 2.500 kil¨®metros de su casa en San Pedro Sula. En cuesti¨®n de minutos decidi¨® sumarse a ella.

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Trump, a la caravana de migrantes: ¡°Consideraremos las piedras como armas de fuego¡±

King Kong, como le llaman por su corpulencia, agarr¨® dos camisetas, un pantal¨®n y un calz¨®n color caf¨¦. Lo mejor de vivir en un pa¨ªs donde hasta el suelo arde por el calor, es que todo el equipaje cabe en una mochila escolar en la que el d¨ªa anterior estaban los l¨¢pices de colores y los libros de primaria de uno de sus hijos. Antes de partir, tuvo su ¨²ltimo arranque de coqueter¨ªa y guard¨® un frasco de perfume imitaci¨®n Armani.

La siguiente vez que Maribel Cantarero, de 30 a?os, volvi¨® a verlo fue cuatro d¨ªas despu¨¦s, en el noticiero de m¨¢xima audiencia del pa¨ªs. Cuando la c¨¢mara de UNO TV recorri¨® la masa de desarrapados y se detuvo frente a su marido, ¨¦l solo dijo: ¡°Un saludo para la familia y para la gente de mi colonia¡±. El inocente mensaje de alguien que no carga un tel¨¦fono, lleva d¨ªas caminando y sali¨® del pa¨ªs con 500 lempiras (20 d¨®lares) en el bolsillo, ha sido el ¨²nico alivio que ha entrado desde entonces a esta casa de cemento y l¨¢minas a las afueras de San Pedro Sula.

Maribel Cantarero, en su casa a las afueras de San Pedro Sula.
Maribel Cantarero, en su casa a las afueras de San Pedro Sula.Teresa de Miguel Escribano

Manuel Beras, de 36 a?os, lleg¨® de trabajar y se tumb¨® a descansar y a escuchar la radio en su casa de El Negrito, en el departamento de Yoro, a dos horas en coche de San Pedro Sula. Despu¨¦s cen¨® lo que hab¨ªa: arroz, frijoles y una taza de caf¨¦. En el bolet¨ªn de las siete de la tarde, escuch¨® que al d¨ªa siguiente un grupo de emigrantes se concentrar¨ªa en la estaci¨®n de autobuses de San Pedro Sula para emprender el camino. Se levant¨® entonces de la hamaca y dijo: ¡°Me voy¡±.

Acto seguido, se dirigi¨® a la obra donde estaba trabajando como alba?il y pidi¨® lo que le deb¨ªan. De regreso a casa durmi¨® unas horas y a las tres y media de la madrugada se despidi¨® de sus hijos, su mujer le hizo la se?al de la cruz cerca de la frente y abandon¨® el lugar. Con 1.500 lempiras, unos 60 d¨®lares, en el bolsillo.

Cuando lleg¨® a la terminal de autobuses de San Pedro Sula, unos polic¨ªas le dijeron que la caravana ya hab¨ªa partido, que estaban a unos tres kil¨®metros. Todav¨ªa pod¨ªa alcanzarlos. Se subi¨® a un taxi que se fue a toda prisa. Al ir a pagar, le dijo: ¡°?D¨¦jalo, d¨¦jalo!, yo tambi¨¦n fui emigrante, guarda tu dinero¡±.

Manuel camina por la carretera de Huixtla, Chiapas.
Manuel camina por la carretera de Huixtla, Chiapas.H¨¦ctor Guerrero

¡°Nunca me imagin¨¦ estar aqu¨ª¡±, confiesa d¨ªas despu¨¦s mientras camina hacia Mapastepec (M¨¦xico), a unos 130 kil¨®metros de la frontera con Guatemala. Lleva un pantal¨®n negro, una camisa jean?que le regalaron en el camino, una gorra negra y una toalla rosa amarrada al cuello para limpiarse el sudor. Las arrugas acent¨²an las facciones de su cara y habla casi a susurros, con la voz en extremo sigilo.

¡ª Ha sido una aventura¡­

¡ª Ha sido una locura, s¨ª.

Un grupo de hondure?os es llevado en un cami¨®n de materiales. Arriba, un helic¨®ptero de la polic¨ªa federal mexicana vigila su trayecto.
Un grupo de hondure?os es llevado en un cami¨®n de materiales. Arriba, un helic¨®ptero de la polic¨ªa federal mexicana vigila su trayecto.H¨¦ctor Guerrero

Beras y Hern¨¢ndez se conocieron en Tec¨²n Um¨¢n, todav¨ªa en territorio guatemalteco. Han formado un grupo de siete hombres. Algunos son de Yoro, otros de Santa B¨¢rbara o de San Pedro Sula. Todos viajan solos, todos dejaron hijos y esposas en Honduras. ¡°Somos amigos del camino, nos vamos echando la mano, nos protegemos¡±, explica Beras. ¡°Cada uno pide dinero en la calle y al final juntamos lo que conseguimos; si uno come, come el otro¡±, resume su compa?ero, que viste una sencilla camiseta negra y unos pantalones cortos.

El destino los encontr¨® a las puertas de M¨¦xico. Y esas puertas estaban cerradas. Miles de hondure?os se plantaron frente a un cerco policial que no pod¨ªa controlarlos. Despu¨¦s vino el portazo a la aduana guatemalteca. La euforia. El ¡°?s¨ª se pudo!¡±. El momento en que los polic¨ªas mexicanos lanzaron gas pimienta para reprimir a un mar de gente. Pasar la noche en el puente fronterizo Rodolfo Robles y armar un campo de refugiados encima del r¨ªo Suchiate, entre Tec¨²n Um¨¢n y Ciudad Hidalgo, entre Guatemala y M¨¦xico. Era viernes 19 de octubre y ya se les hab¨ªa terminado el pisto, el dinero.

¡°Est¨¢ muy dif¨ªcil, ya v¨¢monos de regreso, compa¡±, le dec¨ªa a Beras un amigo del mismo barrio que hab¨ªa encontrado en la caravana. ¡°Cuando llegamos a los buses que estaban regresando a Honduras, mi amigo se subi¨®, pero yo no pude porque mi nombre no estaba en la lista, as¨ª que me anim¨¦ a seguir, yo creo que fue obra de Dios¡±, explica como si fuera un recuerdo lejano. Han pasado apenas cuatro d¨ªas. A esas horas Donald Trump ya hab¨ªa enviado su en¨¦simo tuit llamando a inmigrantes como Jos¨¦ y Manuel pandilleros y delincuentes.

Un grupo de inmigrantes centroamericanos toman un ba?o en el r¨ªo lagarteros de Chiapas.
Un grupo de inmigrantes centroamericanos toman un ba?o en el r¨ªo lagarteros de Chiapas.H¨¦ctor Guerrero

¡°?Mujeres y ni?os en las c¨¢maras [balsas hinchables]! ?Los hombres por el cord¨®n! ?Los hombres que no sepan nadar esperen otra balsa!¡±, gritaban los hombres, que organizaban el cruce por el Suchiate. ¡°Nunca voy a olvidar lo que pas¨® en ese puente, todos nos dispersamos, solo algunos nos volvimos a encontrar m¨¢s tarde, gracias a Dios pudimos cruzar en las balsas¡±, recuerda Hern¨¢ndez, meditabundo. ¡°?Lo m¨¢s dif¨ªcil? Los ni?os, hay muchos que han sufrido¡±. Al caer aquella noche de s¨¢bado, ambos durmieron en Ciudad Hidalgo, del lado mexicano.

Todo estaba oscuro. Todos estaban juntos. Eran casi las seis de la ma?ana del domingo y m¨¢s de 7.000 personas marchaban hacia Tapachula, unos 30 kil¨®metros dentro de territorio mexicano. ¡°Tengo calentura desde hace dos d¨ªas y me duele todo el cuerpo, pero no quiero darme por vencido¡±. Beras, p¨¢lido, arrastra los pies y las palabras para mantener el paso de la caravana. Han pasado tres horas desde el inicio de una nueva caminata, pero el sol ya cae a plomo. Unos metros m¨¢s atr¨¢s, Hern¨¢ndez camina con el ce?o fruncido, sin quitar la vista del objetivo. Son muy pocos los que traen agua y menos los que cargan comida.

¡°Mir¨¢, huy¨® porque estaba harto de no tener trabajo, de no tener nada que ofrecer a los cipotes [ni?os] y de pagar extorsiones a las pandillas¡±, resume Maribel Cantarero, la esposa de Hern¨¢ndez sobre un sill¨®n del que asoma la espuma y los muelles. Abre el ¡°refri¡± para demostrarlo: solo hay tres botellas de agua, un lim¨®n seco, un jarabe y una bolsa de pl¨¢stico con algo que parecen tortillas secas de ma¨ªz en su interior.

¡°Huy¨®¡±. Casi sin percatarse, la mujer ha incorporado en la frase el verbo m¨¢s habitual entre los inmigrantes que conforman la caravana. Como su esposo, miles de hondure?os ya no se marchan, huyen: ¡°Si vuelven lo matan. Ellos ya saben que se fue y lo ¨²nico que piden es que pague¡±.

Un grupo de hondure?os juega a las cartas mientras espera su pr¨®xima salida en Pijijiapan.
Un grupo de hondure?os juega a las cartas mientras espera su pr¨®xima salida en Pijijiapan.H¨¦ctor Guerrero (El Pa¨ªs)

La historia de este matrimonio con tres hijos es la de Honduras de los ¨²ltimos a?os. Hasta 2016, este era el ¨²nico pa¨ªs del mundo con dos ciudades, San Pedro Sula y Tegucigalpa, en el ranking de las cinco m¨¢s peligrosas del mundo, con 112 y 85 muertos cada 100.000 habitantes, respectivamente. Espa?a tiene menos de uno.

Hasta hace cuatro a?os el matrimonio viv¨ªa en Chamalec¨®n, un miserable y bullicioso barrio de San Pedro Sula, donde ten¨ªan un modesto negocio de compraventa de gas. Tan modesto que cabe en una moto. La vieja HJ de fabricaci¨®n china de la que cuelgan hasta cuatro cilindros y con la que ambos recorr¨ªan la polvorienta colonia llevando el gas a los vecinos.

Enseguida, la 18, la pandilla que controla la zona, le exigi¨® 500 lempiras para brindarle protecci¨®n. ?Protecci¨®n de qui¨¦n?. ¡±De nosotros¡±, le respondieron. El negocio no daba para grandes lujos pero les iba bien y compraron una televisi¨®n y un aparato de aire acondicionado. Al percibirlo, la mara le subi¨® el pago del ¡°impuesto de guerra¡± , como se conoce la extorsi¨®n, a 700 lempiras; luego, a 800 y finalmente, a 1.000. Cansados de pagar un d¨ªa metieron todas sus cosas en un taxi y se mudaron de colonia, al extremo opuesto de San Pedro Sula, donde volvieron a empezar. Pero desde hace un a?o se repite el cuento. Esta vez, sin embargo, la extorsi¨®n los ha empujado a la pobreza, esta al miedo y de ah¨ª al exilio.

Maribel vende cinco tanques de gas por los que obtienen unas 2.500 lempiras mensuales. De agua paga 100, de luz 200 y de gas unas 300 lempiras mensuales. Paga adem¨¢s 1.000 lempiras m¨¢s a las pandillas y otros 1.000 de alquiler de la casa. ¡°Ellos (la pandilla) se van a poner bravos porque ya saben que se fue y que seguramente yo no voy a poder pagar la cuota¡±, explica resignada. Para comer no llega, as¨ª que vive de fiado y de ir pagando ¡°de a poquito¡±, reconoce.

Maribel, con su hijo en su motocicleta durante su jornada de trabajo vendiendo gas.
Maribel, con su hijo en su motocicleta durante su jornada de trabajo vendiendo gas.Teresa de Miguel

En la caminata, tras 10 d¨ªas de traves¨ªa, Hern¨¢ndez se acuerda de las extorsiones que le obligaron a mover su negocio. De la mudanza forzada, de la familia. A Beras le viene el recuerdo de su hermano Chabelo a la cabeza. ¡°Lo mataron hace cuatro a?os, ¨¦l ten¨ªa un negocio en Santa B¨¢rbara e iba mucho a San Pedro a comprar mercader¨ªa, y le quitaron la vida en un restaurante donde estaba cenando¡±. Isabel Beras tra¨ªa un arma, pero no pudo defenderse. Un silencio largo.

Calor fulminante durante el d¨ªa. Lluvias, a veces torrenciales, por la noche. ¡°Nunca te acostumbras¡±, afirma Hern¨¢ndez, tumbado en el suelo, rendido por la fatiga. Se guarecen en un rinc¨®n de la plaza principal de Huixtla, la localidad donde pernoctar¨¢n, debajo de lonas de pl¨¢stico amarradas a ¨¢rboles y postes de luz. El agua se cuela y el campamento empieza a inundarse. Hay que moverse. Es una noche de tormenta y de luto, por el compa?ero que ha muerto aquel lunes, despu¨¦s de caerse de un cami¨®n que transportaba a los caminantes para hacerles menos severo el recorrido. ¡°Prendimos velas y un pastor nos dio ¨¢nimos toda la noche, fue muy bonito¡±, cuenta Beras. ?l es cat¨®lico, Hern¨¢ndez evang¨¦lico. A estas alturas, esas diferencias no importan. Ambos son parte de un reba?o en busca de una tierra prometida que no distingue culto.

¡°Los bendigo en el nombre de Jes¨²s, los queremos mucho hermanos¡±, susurra el predicador, con el micr¨®fono en la mano izquierda, mientras estrecha la mano derecha de los que se acercan al templete. Son las cuatro de la ma?ana. Miles de personas desbocan las calles del centro de Huixtla. El grupo empaca sin prisa. Hay muchas lecciones aprendidas. Una de las m¨¢s importantes es que es mejor dormir por la tarde, para ganar terreno al sol.

¡°Estos pa¨ªses son prestados, no son los nuestros, venimos de paso, pues¡±, explica Beras en el camino, mientras se limpia el sudor con su toalla. Se arremolina alrededor de una camioneta que reparte botellas de agua, mientras decenas de manos se abalanzan desesperadas. Hay que aguantar empujones, ser pacientes y no quemar muchas energ¨ªas.

Poco m¨¢s adelante, la luz de las sirenas de las patrullas aparcadas deslumbran a Hern¨¢ndez, hace fresco, como si las nubes empezaran a ras de piso, en el monte, entre los maizales. King Kong se adelanta, tuvo un poco de gripa, pero ya est¨¢ sano. Beras sufre en silencio por las ampollas, sus pies est¨¢n deshechos. Atr¨¢s quedan grupos de menores de edad que viajan solos y juguetean en el camino, adultos mayores de andar calmo y carriolas [carritos] de familias que surcan las accidentadas carreteras chiapanecas. Hay baches y zanjas enormes.

Edis esposa de Manuel sujeta en brazos a su nieto Anthony en su peque?a casa en Honduras.
Edis esposa de Manuel sujeta en brazos a su nieto Anthony en su peque?a casa en Honduras.Teresa de Miguel (El Pa¨ªs)

Entre an¨¦cdotas y pl¨¢ticas, Beras tambi¨¦n recuerda a Juan, un amigo que trabajaba con ¨¦l en la construcci¨®n y que se gana la vida como alba?il desde hace dos a?os en Michigan, en la frontera entre Estados Unidos y Canad¨¢. ¡°Manuel, ?cu¨¢ndo te vas a agarrar los huevos y te vas a venir para ac¨¢? En Honduras no hay c¨®mo salir adelante¡±, le insist¨ªa hace ocho meses su amigo. Juan, sin embargo, tuvo que pagar un precio alto. ¡°El grupo criminal que lo ayud¨® a cruzar la frontera con Estados Unidos le puso una mochila al hombro llena de drogas, esa era parte de la paga por el cruce¡±, asegura Beras. Si la mercanc¨ªa?no llegaba, ¨¦l tampoco.

¡°Los?coyotes te piden hasta 8.000 d¨®lares para pasarte, por eso solo se fue mi esposa y yo quiero alcanzarla, ella est¨¢ en Washington¡±, cuenta Manuel Espa?a, un campesino albino de 68 a?os. Muchos, de hecho, se han sumado a la caravana para no tener que pagar tanto a los traficantes y para estar protegidos. ¡°Es m¨¢s seguro as¨ª, sobre todo como mujer y viajando con ni?os peque?os¡±, resum¨ªa Elsa Morales, una madre soltera guatemalteca que se uni¨® a la caravana con sus tres hijos.

Mientras recorren M¨¦xico a buen paso, la caravana ha soliviantado a cinco Gobiernos, en especial al de Donald Trump, que ha utilizado los inmigrantes para azuzar las elecciones internas en Estados Unidos. El inquilino de la Casa Blanca ha anunciado que desplegar¨¢ a m¨¢s de 5.000 militares en la frontera para impedir su paso.

Adem¨¢s, paralelamente hay dos mitos que rodean la caravana y a los que en ella viajan: ¡°que nos invaden¡± y que el presidente de Venezuela, Nicol¨¢s Maduro, a trav¨¦s de su sucursal en Honduras ¡ªel depuesto expresidente Manuel Zelaya¡ª es la mano que mueve los hilos de la pobreza. Sobre el primero, los datos demuestran que M¨¦xico apenas ha dado papeles a los refugiados de acuerdo a su tama?o. En L¨ªbano, primer pa¨ªs del mundo en n¨²mero de refugiados, hay 170 por cada 1.000 habitantes; en Jordania, hay 91, y en Turqu¨ªa, 44 refugiados por cada 1.000 habitantes. En M¨¦xico, aunque las solicitudes se han disparado en el ¨²ltimo a?o, las cifras todav¨ªa son insignificantes y hay 0,0071 refugiados por cada 1.000 habitantes y ocupa el puesto 127 a nivel mundial, seg¨²n ACNUR, la agencia de Naciones Unidas para los refugiados. El segundo mito se responde con una sonrisa. La que esboza Maribel Cantarero cuando oye hablar de Maduro: ¡°?Usted cree que si recibiera un peso de Maduro, as¨ª andar¨ªa comiendo frijoles y arroz todos los d¨ªas?¡±.

¡°Es un pa¨ªs de mierda, yo tambi¨¦n me quiero ir, caminar, largarme y no mirar atr¨¢s¡±, maldice Edis Hern¨¢ndez, la mujer de Manuel Beras, en la cocina de le?a. Mientras habla, los dos beb¨¦s, su hija de 19 a?os y otra de 15 zascandilean por la casa en busca de algo que hacer. La vivienda del matrimonio es el mejor resumen de la poderosa fertilidad de Honduras: la biol¨®gica y la forestal. En la vivienda con un terreno de 200 metros cuadrados conviven un hijo ¡ªIsaac, de dos a?os¡ª de la misma edad que el nieto. Y, en el peque?o huerto de detr¨¢s es imposible caminar sin pisar restos de fruta porque han crecido de forma espont¨¢nea naranjos, ca?a de az¨²car y ¨¢rboles de aguacate y cacao. Un terreno tan arrollador, que se traga simult¨¢neamente las l¨¢grimas de Edis y la fruta de los ¨¢rboles, sin que nadie las recoja.

Lejos de all¨ª, Beras corre a toda prisa al ver que algunos coches se detienen unos 50 metros m¨¢s delante de la caravana. Se sube a la caja blanca y se aferra al armaz¨®n de madera de un cami¨®n repartidor. Horas despu¨¦s explica que consigui¨® viajar en autostop dos veces y lleg¨® hasta el parque central de Mapastepec. Todos los miembros del grupo viajaron a ritmos diferentes, pero se han vuelto a encontrar. Se han acercado para recibir sopa y un poco de arroz y frijoles de los voluntarios. Han vuelto a instalar las lonas de pl¨¢stico. Han aguardado otra vez a que llegue la lluvia. Han dormido otra vez sobre el pavimento. Le han vuelto a poner piernas al ¨¦xodo centroamericano.

Cae la noche y la vista est¨¢ puesta en Pijijiapan, la pr¨®xima parada, casi a 50 kil¨®metros por la costa de Chiapas. Un d¨ªa despu¨¦s, Hern¨¢ndez est¨¢ rendido. Una venda blanca le cubre el pie, porque resbal¨® y se dobl¨® el dedo gordo mientras se limpiaba en el r¨ªo Coapa. ¡°Me duele un poco al apoyarlo, pero yo creo que voy a poder seguir¡±, dice resignado, con la misma ropa que hace dos d¨ªas, enga?ando al hambre con un paquete de galletas. Faltan seis horas para la siguiente caminata, que sale a las tres de la ma?ana. La pr¨®xima parada es Arriaga, una ciudad clave para montarse a la Bestia, como se apoda a una red de ferrocarriles de carga que se abre paso a la frontera. La mayor¨ªa, sin embargo, opta por seguir a pie y a dedo hacia el Estado de Oaxaca. La caravana ha recorrido desde el pasado 13 de octubre m¨¢s de 1.000 kil¨®metros, desde San Pedro Sula hasta Juchit¨¢n, en el Estado de Oaxaca. Si se confirma que viajar¨¢ a Tijuana, a¨²n le quedan otros 3.000 hasta Estados Unidos.

Se calcula que unos 9.300 refugiados centroamericanos cruzaron la frontera entre Guatemala y M¨¦xico entre 19 y el 22 de octubre, seg¨²n Naciones Unidas. El grueso de las estimaciones, basadas en los n¨²meros que se registraron por las autoridades municipales al cruzar a territorio mexicano, hablan de al menos 7.000 inmigrantes. En el terreno no existe un censo formal. Uno de cada cuatro miembros de la caravana son ni?as, ni?os y adolescentes, seg¨²n Save the Children. Unos 2.300 menores que viajan necesitan protecci¨®n espec¨ªfica y acceso a servicios esenciales, alerta Unicef.

Desde que Jos¨¦ Hern¨¢ndez atraves¨® la puerta oxidada de su casa en San Pedro Sula y se uni¨® a la caravana, Maribel es la mujer m¨¢s informada del mundo. No se separa de la televisi¨®n y nunca hab¨ªa consumido tantos informativos. Nunca pens¨® que la decisi¨®n de su esposo terminar¨ªa siendo noticia mundial. La esperanza de ambos es que el bote de colonia de imitaci¨®n deje de ser un peso in¨²til, casi surrealista, en la mochila y le ayude a encontrar trabajo cuando se perfume para su primera entrevista laboral.

¡°?Cu¨¢ndo va a venir?¡±, pregunta a Hern¨¢ndez uno de sus ni?os en una nota de voz de Whatsapp. ¡°No regreso, voy pa¡¯lante, si Dios quiere voy a pasar para ayudarles, para darles estudios¡±, contesta el padre, apurando las palabras como si salieran disparadas de su boca, en una plegaria, antes de dejar escapar un suspiro. Como si intentara convencerlo y, de paso, convencerse a s¨ª mismo. Quiere quedarse cinco o seis a?os en Estados Unidos. Beras espera estar solo tres a?os, hasta ganar lo suficiente para construir una casa propia. ¡°No me quiero ir m¨¢s tiempo porque no quiero que mis hijos se vayan a perder, all¨¢ la delincuencia los empieza a manipular desde chiquitos¡±, asegura, antes de clavar la mirada en el vac¨ªo. ¡°Es un sue?o en el que uno arriesga y deja todo para buscar una vida mejor, pero yo creo que va a valer la pena¡±.

Redacci¨®n: Jacobo Garc¨ªa, desde San Pedro Sula; El¨ªas Camhaji, desde la caravana

Imagen: Teresa de Miguel, desde San Pedro Sula; H¨¦ctor Guerrero, desde la caravana

Coordinaci¨®n y edici¨®n: Javier Lafuente

La caravana, a su llegada a la ciudad de Arriaga, Chiapas.
La caravana, a su llegada a la ciudad de Arriaga, Chiapas.H¨¦ctor Guerrero

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