¡°Me pas¨¦ el d¨ªa entero sin comer¡±: una historia de hambre en el Brasil de Bolsonaro
Ellen Cristina Santos, de 24 a?os, cuenta c¨®mo el hambre ronda su vida y contradice el presidente brasile?o
La ma?ana que el presidente brasile?o Jair Bolsonaro dijo que ¡°decir que se pasa hambre en Brasil es una gran mentira¡±, Ellen Cristina Santos comi¨® dos panecillos y un caf¨¦ con leche que su novio, Cleyton Gean de Lima, hab¨ªa mendigado. ¡°Hoy me ha tra¨ªdo el desayuno a la cama, pero ayer me pas¨¦ el d¨ªa entero sin comer¡±, cuenta, sentada sobre la fina colchoneta en la que duerme todas las noches, en una acera del centro de S?o Paulo. El d¨ªa anterior, la pareja no corri¨® la misma suerte. Despu¨¦s de pasarse horas abordando a la gente en la calle, no consiguieron ninguna moneda y decidieron irse a dormir a las seis de la tarde para enga?ar el hambre. Santos ¡ªuno de los 25.000 sintecho en la ciudad, seg¨²n estima el Ayuntamiento¡ª cuenta que el hambre se ha cruzado en su vida en diferentes momentos y que tener comida es una incertidumbre con la que convive diariamente, incluso con las frecuentes donaciones realizadas por entidades de la sociedad civil en la regi¨®n donde vive. ¡°En la calle, tienes que saber sobrevivir. Si hay donaciones, comemos. Si no hay, pasamos hambre¡±, dice.
Su padre se qued¨® viudo cuando ella todav¨ªa contaba con pocos meses de vida. A los cuatro a?os, siendo hija ¨²nica, la entreg¨® a una familia. Se fue a vivir a una casa grande en el barrio Lauzane Paulista, en la regi¨®n norte, con la promesa de que la tratar¨ªan como a una hija. Pero nunca la matricularon en la ¡°escuela de pijos¡± donde los hijos de su madre adoptiva estudiaban. Santos fue creciendo y adquiriendo la responsabilidad del trabajo dom¨¦stico. Limpiaba la casa y cuidaba de sus hermanos adoptivos mientras su madre adoptiva estaba trabajando. Pero cualquier desliz provocaba una agresi¨®n. ¡°Me pegaban mucho. Fue la peor ¨¦poca de mi vida¡±, cuenta.
A los 10 a?os, sufr¨ªa tanto que decidi¨® tomar las pastillas para el tratamiento de esquizofrenia de su padrastro. Tuvieron que hacerle un lavado de est¨®mago y estuvo varios d¨ªas ingresada en un hospital. All¨ª, la atendieron los asistentes sociales, pero tuvo miedo de contar lo que suced¨ªa en casa. ¡°Despu¨¦s, [mi madre adoptiva] casi no me dejaba salir de mi habitaci¨®n o de casa. No quer¨ªa que se lo contara a nadie. Me pas¨¦ a?os as¨ª, hasta que decid¨ª huir¡±, cuenta. La madrugada de un mi¨¦rcoles de 2011, le escribi¨® una carta a su madre diciendo que se iba porque quer¨ªa buscar la historia de la familia biol¨®gica.
Se fue de casa y pas¨® dos d¨ªas en la calle. Fue entonces cuando el hambre se cruz¨® en su camino por primera vez. Es una realidad que, aunque se atenu¨® en tiempos de bonanza econ¨®mica (Brasil sali¨® del Mapa del Hambre de la ONU en 2014), ha seguido existiendo y afectando a los grupos m¨¢s vulnerables, a pesar de las palabras de Bolsonaro en el desayuno con la prensa extranjera en el viernes. Y ahora, en tiempos de crisis, amenaza con agravarse. El informe sobre el Estado de la Seguridad Alimentaria y Nutrici¨®n en el Mundo, presentado en 2019 por la Organizaci¨®n de las Naciones Unidas para la Alimentaci¨®n y la Agricultura (FAO), estima que casi 5,2 millones de brasile?os comen menos de lo recomendado. Otros datos corroboran la se?al de alerta: el porcentaje de ni?os menores de 5 a?os con desnutrici¨®n ha aumentado de 12,6% a 13,1% de 2016 a 2017, seg¨²n los ¨²ltimos datos disponibles en el Sistema de Vigilancia Alimentaria y Nutricional (Sisvan), del Ministerio de Sanidad. Otro fen¨®meno es la amenaza del hambre estacional, que afecta a los ni?os que, durante las vacaciones, se quedan sin la comida que les proporciona la escuela y acaban perdiendo un pilar importante de su alimentaci¨®n, seg¨²n informa la BBC Brasil.
¡°Yo ni siquiera sab¨ªa sobrevivir en aquella ¨¦poca. Me pas¨¦ dos d¨ªas sin comer¡±, sigue contando Santos. Hasta que, al recordar el barrio donde sol¨ªa vivir, consigui¨® localizar a una t¨ªa biol¨®gica, que la llev¨® hasta su padre. Santos acab¨® viviendo en su casa, pero ¨¦l falleci¨® poco despu¨¦s. Aquel mismo a?o, se enamor¨® de Marcos, un carpintero que conoci¨® a trav¨¦s de una amiga del barrio, y se fue a vivir con ¨¦l. Consigui¨® matricularse en la escuela, pero tuvo que dejarla porque se qued¨® embarazada, con 16 a?os. ¡°Todo me sucedi¨® cuando ten¨ªa 16 a?os. Conoc¨ª a Marcos, volv¨ª a estudiar, me qued¨¦ embarazada y dej¨¦ la escuela¡±, reflexiona.
Entonces, empez¨® a trabajar en un buf¨¦ y tuvo otras dos hijas. Estaba en el patio d¨¢ndole el pecho a la m¨¢s peque?a, que hab¨ªa salido de la maternidad hac¨ªa una semana, cuando su marido la agredi¨® por ¨²ltima vez. Una vecina lo denunci¨®, y las agresivas discusiones entre ellos y su drogadicci¨®n hicieron que la Justicia les quitara la custodia de las ni?as. Desde entonces, Santos no las ha vuelto a ver. Decidi¨® separarse y volvi¨® a vivir en la calle, esta vez en Cracol?ndia, un fumadero a cielo abierto en el centro de S?o Paulo. ¡°Volv¨ª a pasar hambre porque no sab¨ªa sobrevivir aqu¨ª en el centro de la ciudad. No conoc¨ªa a nadie, era muy diferente de mi barrio¡±, cuenta.
Estuvo un a?o all¨ª, donde conoci¨® a Gean de Lima. ¡°?l me est¨¢ alejando de las drogas, gracias a Dios. ?No, cari?o?¡±, le dice a su novio, tumbado bajo las mantas a su lado. Los dos, que dejaron Cracol?ndia hace m¨¢s de un a?o, ahora comparten un peque?o espacio en una acera del barrio de Santa Cec¨ªlia. Santos dice que Gean de Lima le ense?¨® a sobrevivir en las calles, a buscar lugares donde las entidades hacen donaciones y a pedir dinero para comprar comida.
¡°Durante la semana, es m¨¢s f¨¢cil comer. Conseguimos algunas monedas para ir al Bom Prato o para comprar un tentempi¨¦¡±, afirma Santos. Se refiere al mayor programa de seguridad alimentaria de Brasil, que cuenta con 52 unidades en la ciudad de S?o Paulo y vende un men¨² completo por 1 real (0,20 d¨®lares). Durante el fin de semana, sin embargo, no abren todos los restaurantes populares. Y tambi¨¦n son d¨ªas en que se reduce en movimiento en el centro de la ciudad, y las donaciones de comida son m¨¢s escasas, explica Santos. Antes de conversar con EL PA?S, se hab¨ªa pasado dos horas pidiendo dinero en la calle para comprarse una empanadilla. Gean de Lima, por su parte, consigui¨® dinero para comprar dos paquetes de galletas. Esta es la comida que tienen para pasar toda la noche. ¡°Hay gente que dice que pedir dinero es humillante. Yo creo que lo humillante es pasar hambre¡±, termina Santos.
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