Enso?aci¨®n
Un an¨¢lisis de la actualidad internacional a trav¨¦s de art¨ªculos publicados en medios globales seleccionados y comentados por la revista CTXT
Hito de la contracultura. Mito que pervive en la conciencia de los cientos de miles de asistentes, y de millones que no estuvieron. Rito de iniciaci¨®n ¡ªu ocaso, seg¨²n se mire¡ª de una era. Se cumplen 50 a?os del festival de Woodstock. En la revista London Review of Books, Jeremy Harding explora las entra?as del acontecimiento y su proyecci¨®n en el presente. Harding descubre, mediante la lectura cr¨ªtica de un libro de memorias del principal organizador del festival, Michael Lang, una historia de malabarismos log¨ªsticos y codicia empresarial no demasiado acompa?ada por la destreza para los negocios de sus biso?os organizadores. Woodstock naci¨® de rebote, despu¨¦s de que sus organizadores buscaran sin ¨¦xito posibles sedes para el festival en California y Florida y terminaran dando con una granja de vacas en un pueblo de apenas 3.000 habitantes 180 kil¨®metros al norte de Nueva York.
El socarr¨®n relato de Harding est¨¢ plagado de detalles reveladores sobre el lado m¨¢s prosaico del negocio cultural. Descubre c¨®mo las contradicciones de Woodstock terminaron por alinearse para producir un evento cuya sombra legendaria se proyecta hasta nuestros d¨ªas. Desde el fenomenal desbarajuste log¨ªstico a los problemas para garantizar la seguridad, que terminaron resolvi¨¦ndose mediante un experimento colaborativo entre unas decenas de polic¨ªas fuera de servicio sin pistolas ni porras y los centenares de miles de hippies que asistieron, armados hasta los dientes de drogas psicod¨¦licas. El resultado fue un desastre financiero para los inversores, salvados de la ruina por la campana de la Leyenda Woodstock. ¡°A?o tras a?o, los ingresos por taquilla del documental [Woodstock, que apareci¨® en 1970] equilibraron las p¨¦rdidas, mientras que la propia pel¨ªcula consolidaba el mito¡±, escribe Harding. Un mito que Lang no se resiste a tratar de exprimir, cada vez con menos reparos est¨¦ticos. Para este agosto, el empresario preparaba un revival desvergonzado y vergonzante, con m¨²sicos-marca como Miley Cyrus o Jay-Z (si Janis Joplin y Jimi Hendrix levantaran la cabeza¡). Pero los dioses de la m¨²sica se han alineado esta vez en contra, y una serie de disputas legales han hecho casi imposible que el concierto conmemorativo se celebre. ¡°Woodstock Cincuenta est¨¢ condenado al fracaso¡±, escribe Harding. ¡°Un evento rival para el aniversario cerca del escenario original todav¨ªa podr¨ªa tener lugar, pero Lang ha mandado a sus abogados con una orden de cese y suspensi¨®n ¡ªaunque sus argumentos parecen poco s¨®lidos ahora que su propio proyecto se ha ido a pique¡ª. Resuenan desagradables ecos de la vertiginosa cuenta atr¨¢s para Woodstock 1969, sobre el filo de la navaja¡±.
Hoy apenas nadie duda de las credenciales rebeldes de Woodstock. Tanto quienes lo desde?an como un atajo de peligrosos subversivos como quienes lo veneran como acicate de los movimientos antib¨¦licos y pro derechos civiles que recorr¨ªan Estados Unidos a finales de los sesenta coinciden en su marcado car¨¢cter pol¨ªtico. Sonaron himnos contra la guerra, se evocaron holocaustos posnucleares, y alguno que otro cogi¨® el micr¨®fono para denunciar el asesinato de activistas de las Panteras Negras a manos de FBI. Hab¨ªa una zona dedicada a los movimientos sociales, con stands, entre otros, de la organizaci¨®n pacifista Students for a Democratic Society. Circulaban por el festival regimientos del grupo guerrillero Weather Underground. Pero Harding desnuda tambi¨¦n el mito de Woodstock como proyecto contestatario:
¡°Lang nunca imagin¨® el festival como un evento pol¨ªtico, y nunca lo fue: era una excursi¨®n contracultural, una ¡®exposici¨®n acuaria¡¯, de acuerdo con la propuesta de Emprendimientos Woodstock. Tanto hedonista como moralista, era un escaparate para el modo de vida alternativo al que se adher¨ªan los j¨®venes estadounidenses inquietos¡±.
De aquellos polvos vinieron estos lodos. Si Lang, con sus vanos intentos de hacer caja reviviendo un Woodstock millennial, refleja la decadencia de un esp¨ªritu rebelde que tuvo siempre m¨¢s de pose que de realidad, el Silicon Valley del siglo XXI tiene mucho de destino l¨®gico de los vencedores de aquel sue?o. En The New Yorker, el periodista Andrew Marantz ofrece un relato demoledor de la ¡°crisis de conciencia¡± de la s¨ªntesis tecnocorporativa de la contracultura.
Marantz viaja al Esalen Institute, un enclave id¨ªlico fundado en 1962 a tres horas al sur de San Francisco, al que peregrinaron artistas y gur¨²s de la psicodelia antes de que se convirtiera en destino favorito de las ¨¦lites de las grandes empresas tecnol¨®gicas para sus retiros espirituales. ¡°Esto no es un lugar¡¯, me dijo un empleado mientras se liaba un porro en un mueble de jard¨ªn de madera tallada en bruto. ¡®Es una di¨¢spora, una luz que nos gu¨ªa para salir de nuestra oscuridad colectiva, una flecha que nos apunta hacia la mejor manera de ser enteramente humanos¡±, escribe Marantz. ¡°Todos los visitantes se tienen que presentar en una casita a la entrada, donde un empleado vestido con un jersey de lana les dispensar¨¢ una californiana mezcla de mensajes contradictorios: ¡®Namaste, la luz dentro de m¨ª se postra ante la luz dentro de ti, d¨¦jeme que confirme que hemos recibido el dep¨®sito de su tarjeta de cr¨¦dito y entonces le ense?ar¨¦ d¨®nde est¨¢ su caba?a y/o supercargador Tesla¡¯. Hay un comedor de secuoya, decorado en estilo asceta-chic; hay bosquecillos de pinos y una granja de verduras org¨¢nicas; hay estudios de yoga y mesas de masaje y un pozo forjado en hierro para hacer fuego; hay un laberinto de jacuzzis llenos de sulfurosos manantiales subterr¨¢neos, de manera que cuando el viento sopla en direcci¨®n norte, el aroma ambiental de lavanda y pachuli a veces toma una nota de huevos podridos¡±.
Los fundadores de Esalen no ten¨ªan las presiones econ¨®micas de Lang, el promotor del festival de Woodstock, que tuvo que mendigar el alquiler de la granja donde tuvo lugar el macro concierto y necesit¨® de inversores para pagar a los m¨²sicos. Esalen se instaur¨® como organizaci¨®n sin ¨¢nimo de lucro sobre los terrenos de la abuela de uno de sus fundadores. Desde sus or¨ªgenes, se declar¨® un ¡°laboratorio para el nuevo pensamiento¡±, un think tank independiente para la contracultura. ¡°Aun as¨ª, algunas ortodoxias no se cuestionaban. Los esalinitas, por muy c¨®modos que estuvieran con el sexo, las drogas y los encuentros ext¨¢ticos con lo divino, estaban menos c¨®modos hablando sobre pol¨ªtica o dinero, o la pol¨ªtica del dinero; es decir, sobre su tensa relaci¨®n con el capitalismo. En la pr¨¢ctica, el instituto funcionaba en gran medida como un lugar de retiro para los ricos. Hoy un fin de semana de alojamiento y comida cuesta 420 d¨®lares, y eso si uno se lleva su propia tienda de campa?a. El alojamiento de gama m¨¢s alta ronda los 3.000 d¨®lares¡±.
Cuenta Marantz que Esalen, con su cercan¨ªa a las sedes de gigantes tecnol¨®gicos como Google, Facebook, Twitter y Apple, se ha convertido en el rinc¨®n de pensar favorito para los ejecutivos de dichas firmas. ¡°Se supon¨ªa que el Big Tech iba a ser diferente. Iba a hacer del mundo un lugar mejor¡±, escribe. Pero entonces llegaron el refer¨¦ndum del Brexit, la victoria en las elecciones de 2016 de Donald Trump, ambos atribuidos a la influencia perniciosa de la comunicaci¨®n digital. Se sucedieron los esc¨¢ndalos de espionaje masivo y se desat¨® el genocidio de los musulmanes rohingya en Birmania, en el que las publicaciones en Facebook y Twitter jugaron un papel decisivo sin que las empresas hiciera nada para evitarlo.
En su reportaje, Marantz se sumerge en las sesiones de terapia colectiva de los l¨ªderes de la industria. Asiste a talleres de ¡°desintoxicaci¨®n digital¡±, y a ejercicios de reafirmaci¨®n del autoestima en los que se exhorta a los asistentes a gritar ¡°que le jodan¡± a su cr¨ªtico interior, provocando l¨¢grimas cat¨¢rquicas. ¡°Durante mucho tiempo, la postura prevalente entre la ¨¦lite de Silicon Valley era la petulancia rayana en soberbia¡±, escribe el periodista. ¡°Ahora el repertorio emocional se expande, para incluir la verg¨¹enza ¡ªo, por lo menos, la apariencia de verg¨¹enza¡ª. ¡®No saben si sentirse parias o v¨ªctimas, y est¨¢n buscando espacios en los que puedan abordar estos asuntos¡¯, me cont¨® un sindicalista bien conectado de Silicon Valley. ¡®No en sus salas de juntas, donde todo el mundo los dice lo que quieren o¨ªr, ni en p¨²blico, donde todo el mundo les grita. Un tercer espacio¡±.
Esalen, cuyo director ejecutivo se declara decidido a ¡°ampliar el impacto de su organizaci¨®n¡±, mediante ¡°el impacto sobre los influencers¡±, es el lugar perfecto para ese tipo de terapia, aunque no el ¨²nico. En un alarde de oportunidad, el director ejecutivo de Twitter, Jack Dorsey, se fue el a?o pasado a un retiro de meditaci¨®n silenciosa en Birmania. S¨ª: donde el genocidio se aceler¨® a golpe de tuit. ¡°Cuando regres¨®, public¨® un hilo de Twitter sobre su experiencia, incluyendo fotos de su hospedaje espartano, sus picaduras de mosquito y las lecturas biom¨¦tricas de su Apple Watch y anillo Oura¡±, cuenta Marantz. ¡°El hilo incit¨® el desd¨¦n de casi todo el mundo: defensores de los derechos humanos, v¨ªctimas del dolor cr¨®nico y la opini¨®n p¨²blica en general¡±. Como le cuenta un cr¨ªtico de la industria a Marantz: ¡°No es suficiente, en s¨ª mismo, que los l¨ªderes tecnol¨®gicos hagan meditaci¨®n. El riesgo es que se le d¨¦ un mal uso a la meditaci¨®n como agente adormecedor, una manera de hacerte m¨¢s productivo en aquello que causa dolor al mundo¡±.
Si el reportaje de Marantz puede leerse como una cr¨ªtica a la meditaci¨®n narc¨®tica desde arriba, el trabajo de Ronald Purser es una despiadada historia cr¨ªtica de la meditaci¨®n impuesta hacia abajo. La revista Nueva Sociedad publica una versi¨®n sintetizada del argumento de su libro McMindfulness. Purser, maestro budista y profesor de gesti¨®n de empresas en la Universidad Estatal de San Francisco, coraz¨®n de Silicon Valley, ataca de pleno al movimiento secular de mindfulness.
¡°Seg¨²n sus patrocinadores estamos en medio de una revoluci¨®n de la conciencia¡±, escribe. ¡°Jon Kabat-Zinn, recientemente apodado el padre del mindfulness, llega a proclamar que estamos al borde de un renacimiento global, y que el mindfulness?'puede ser realmente la ¨²nica esperanza que la especie y el planeta tienen para sobrevivir los pr¨®ximos 200 a?os¡¯. ?En serio? ?Una revoluci¨®n? ?Un renacimiento global? ?Qu¨¦ es exactamente lo que ha sido volcado o transformado radicalmente para obtener un estatus tan grandioso? La ¨²ltima vez que vi las noticias, Wall Street y las corporaciones segu¨ªan haciendo negocios como de costumbre, los intereses especiales y la corrupci¨®n pol¨ªtica segu¨ªan sin control, y las escuelas p¨²blicas segu¨ªan sufriendo de falta de fondos y negligencia masiva. La concentraci¨®n de la riqueza y la desigualdad se encuentra ahora en niveles sin precedentes. El encarcelamiento masivo y el hacinamiento en las c¨¢rceles se han convertido en una nueva plaga social, mientras que los disparos indiscriminados de la polic¨ªa contra los afroamericanos y la demonizaci¨®n de los pobres siguen siendo moneda corriente. El imperialismo militarista de Estados Unidos contin¨²a extendi¨¦ndose, y los desastres inminentes del calentamiento global ya se est¨¢n mostrando de manera m¨¢s evidente¡±.
El enemigo de Purser no es tan inocuo como pudiera parecer. Lo que Jon-Zabat-Kinn, m¨¦dico de profesi¨®n, inaugur¨® hace 40 a?os como un proyecto para sintetizar la sabidur¨ªa budista en un breve curso para enfermos con dolor cr¨®nico se ha ido expandiendo a las esferas m¨¢s insospechadas ¡ªdesde colegios a empresas, pasando por el Ej¨¦rcito estadounidense¡ª y para tratar dolencias muy diversas, como la depresi¨®n, la adicci¨®n o el estr¨¦s laboral. Por el camino, el mindfulness se ha convertido en una industria boyante, cotizada en 1.100 millones de d¨®lares. En McMindfulness, Purser describe con despechada iron¨ªa nichos de mercado como el surf mindful, el pan mindful o los pasteles de chicken mindful de Kentucky Fried Chicken. Solo en Amazon hay a la venta 100.000 libros con la palabra mindfulness en el t¨ªtulo. Tambi¨¦n abundan las aplicaciones para meditar que, se?ala Purser, acent¨²an la ¡°peculiar iron¨ªa de utilizar una app para desestresarnos de problemas que a menudo empeoran cuando nos quedamos mirando al tel¨¦fono¡±.
Seg¨²n Purser, el problema no es solo que la pr¨¢ctica se haya mercantilizado. Es que la fiebre del mindfulness reproduce y profundiza el fundamentalismo de mercado. ¡°Para Kabat-Zinn y sus seguidores, los culpables de los problemas de una sociedad disfuncional son los individuos descerebrados e inadaptados, y no los marcos pol¨ªticos y econ¨®micos en los que se ven obligados a actuar¡±, escribe. ¡°Al transferir la carga de la responsabilidad de la gesti¨®n de su propio bienestar a los individuos, y al privatizar y patologizar el estr¨¦s, el orden neoliberal ha sido una bendici¨®n para la industria del mindfulness¡±
As¨ª pues, el llamado ¡°pensamiento positivo¡± defiende que ¡°la fuente de los problemas de la gente est¨¢ en sus cabezas¡±, de modo que distrae de las causas sociales del estr¨¦s y la ansiedad. ?Est¨¢ usted quemado por el exceso de trabajo, estresado porque no encuentra empleo o ansioso por el futuro de sus hijos ante la crisis clim¨¢tica? La culpa es de sus pensamientos. ¡°El mindfulness ha surgido como una nueva religi¨®n del ¡®yo¡¯, libre de las cargas de la esfera p¨²blica¡±, escribe Purser. ¡°La revoluci¨®n que proclama no ocurre en las calles o mediante la lucha colectiva y las protestas pol¨ªticas o las manifestaciones no violentas, sino en las cabezas de individuos atomizados¡±.
As¨ª pues, el mindfulness desactiva cualquier impulso de organizaci¨®n y acci¨®n colectivas. ¡°El fetiche del presente auspiciado por el mindfulness es una pr¨¢ctica que cultiva la amnesia social, fomentando el olvido colectivo de la memoria hist¨®rica y, al mismo tiempo, excluyendo eficazmente la imaginaci¨®n ut¨®pica¡±, escribe Purser, que se?ala como alternativa a la ¡°religi¨®n del yo¡± pr¨¢cticas que buscan integrar el activismo y la justicia social con la investigaci¨®n contemplativa, como los de Beth Berila y el Centro de Meditaci¨®n de East Bay, en Estados Unidos, o la Red de Mindfulness y Cambio Social del Reino Unido. La consecuencia del McMidnfulness es doble: Por un lado, el condicionamiento de las masas trabajadoras a tolerar una econom¨ªa precaria e incierta y la canalizaci¨®n de su descontento hacia impulsos para adaptarse a ella en lugar de para cambiarla. Por otro, lo que Purser llama el denominador com¨²n del mindfulness, la psicolog¨ªa positiva y la industria de la felicidad: la despolitizaci¨®n del estr¨¦s. ¡°Como se?ala Mark Fisher en su libro Realismo capitalista, la privatizaci¨®n del estr¨¦s ha llevado a una ¡®destrucci¨®n casi total del concepto de lo p¨²blico¡¯¡±.
Por m¨¢s retiros de mindfulness que se tome en Birmania no se puede esperar del CEO de Twitter que haga nada para limitar el impacto de la bilis reaccionaria y xen¨®foba de Donald Trump. De hacerlo, matar¨ªa la gallina de los huevos de oro. En 2017, la cuenta de Twitter del presidente estadounidense estaba valorada en dos mil quinientos millones de d¨®lares, la quinta parte del valor burs¨¢til de la red social. Lo cuenta Richard Seymour en The Twittering Machine, el que promete ser uno de los libros clave para entender la comunicaci¨®n en nuestro tiempo. El t¨ªtulo del libro hace referencia a un cuadro del pintor suizo Paul Klee que muestra una hilera de aves depredadoras ¡°graznando de manera discordante¡± para tentar a sus v¨ªctimas a un hoyo sanguinario, met¨¢fora de la comunicaci¨®n dise?ada por ingenieros digitales cuyo modus vivendi es mantenernos activos, llenos de odio y violencia latente, para que no nos desconectemos nunca de sus redes.
En una rese?a en The Guardian William Davies elogia sin paliativos el ensayo de Seymour. ¡°Est¨¢ construido sobre una observaci¨®n que resulta fresca y enormemente iluminadora en su aplicaci¨®n¡±, escribe Davies. ¡°Que, mientras nuestras vidas se digitalizan, estamos constantemente escribiendo y siendo escritos. Todo el tiempo que pasamos inmersos en pantallas (once horas al d¨ªa para el estadounidense medio) estamos contribuyendo a un gran ¡®experimento de escritura colectiva¡¯. Mandamos emails, escribimos, tuiteamos, le damos a ¡®me gusta¡¯ y mandamos mensajes de texto. Incluso cuando no estamos tecleando, se hace un registro de nuestros movimientos pantalla arriba y pantalla abajo, nuestros clicks y nuestros estados de ¨¢nimo. La lectura se diluye en escritura, teniendo lugar ¡®no tanto para resultar edificante sino productiva: escaneando materiales de un flujo de mensajes y notificaciones¡¯. Algo fundamental ha cambiado en nuestra relaci¨®n con el pr¨®jimo y el mundo que ya no puede comprenderse simplemente estudiando la tecnolog¨ªa por s¨ª sola. Seymor pretende horrorizarnos, y lo consigue¡±.
Como en toda su obra, Seymour a¨²na la teor¨ªa cr¨ªtica y el an¨¢lisis marxista con el psicoan¨¢lisis. Todos mantenemos el tel¨¦fono bien cerca, observa, ¡°cargado en todo momento. Es como si, un d¨ªa cualquiera, nos fuera a traer el mensaje que hemos estado esperando¡±. Algunos de sus pasajes m¨¢s memorables, apunta Davies, tienen que ver con el trolling. ¡°De nuevo, la cuesti¨®n que tenemos que enfrentar es psicoanal¨ªtica, no tecnol¨®gica. ?Qu¨¦ buscamos en realidad cuando perdemos el tiempo ri¨¦ndonos de la gente en internet? ¡®El aspecto central de la iron¨ªa es casi siempre un compromiso apasionado que no se puede expresar de ninguna otra manera¡¯. La pol¨ªtica y la esperanza est¨¢n siendo bloqueadas por un flujo de escritura interminable, sin sentido y est¨¦ril. Piensen en todas las otras cosas que podr¨ªamos estar haciendo¡±.
El libro se detiene a explorar la manera en que estas m¨¢quinas de escritura, que ¡°se alimentan de nuestra debilidad para monopolizar nuestra atenci¨®n y modificar nuestro comportamiento¡±, dan alas a cierta forma de violencia glorificada: el fascismo. Lo hacen, ahonda Davies, a trav¨¦s de la evaporaci¨®n de la responsabilidad individual cuanto m¨¢s hondo caemos en el ¡°flujo¡± del texto, donde lo real y lo virtual se disuelven el uno en el otro. ¡°Hay algo sobre lo que no cabe duda: las plataformas comerciales que hacen posible todo esto no har¨¢n nada por evitarlo. Todo lo que les importa es mantenernos conectados y atentos¡±, escribe Davies. ¡°Internet es tambi¨¦n una red metaf¨®rica, que nos atrapa en un r¨¦gimen asfixiante de escritura, lectura y captura de datos inacabable, donde no hay nada m¨¢s all¨¢ del texto¡±.
Descartado el mindfulness, ?qu¨¦ hacer ante tan desasosegante panorama? En su cr¨ªtica del mismo libro en The Observer, Peter Conrad cuenta que Seymour dedica su libro a los luditas, que saboteaban las m¨¢quinas durante la Revoluci¨®n Industrial. ¡°Pero reconoce tambi¨¦n que no podemos destrozar una m¨¢quina que no es m¨¢s que una abstracci¨®n global, flotando en el aire de una red Wifi¡±. Toca, en palabras de Seymour, redescubrir el aspecto emancipador de la escritura, en desaf¨ªo ante la distop¨ªa sofocante que se nos obliga a vivir. La peor ofensa de las redes sociales, escribe, es ¡°el robo de nuestra capacidad para la enso?aci¨®n¡±. Como los monjes budistas que inventaron la meditaci¨®n, de aquello sab¨ªan mucho los asistentes al primer Woodstock. L¨¢stima que el mercado se los llevara por delante.?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.