Adi¨®s a la jueza Ruth Bader Ginsburg, icono de las nuevas generaciones
La legendaria magistrada del Tribunal Supremo estadounidense, un s¨ªmbolo feminista global, falleci¨® el viernes, a los 87 a?os, tras haber luchado todas las luchas justas de los derechos civiles
La juez del Tribunal Supremo estadounidense Ruth Bader Ginsburg, figura capital en la lucha por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, falleci¨® este viernes a los 87 a?os. Pionera y jurista de leyenda, Ginsburg luch¨® todas las luchas justas de los derechos civiles desde mediados del siglo XX, como estudiante, como abogada y como magistrada. Los pleitos de discriminaci¨®n que gan¨® ante los tribunales marcaron puntos de inflexi¨®n en las conquistas laborales y sociales, y sus votos y argumentos como miembro de la m¨¢xima autoridad judicial han ayudado a construir el cuerpo legal de los av...
La juez del Tribunal Supremo estadounidense Ruth Bader Ginsburg, figura capital en la lucha por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, falleci¨® este viernes a los 87 a?os. Pionera y jurista de leyenda, Ginsburg luch¨® todas las luchas justas de los derechos civiles desde mediados del siglo XX, como estudiante, como abogada y como magistrada. Los pleitos de discriminaci¨®n que gan¨® ante los tribunales marcaron puntos de inflexi¨®n en las conquistas laborales y sociales, y sus votos y argumentos como miembro de la m¨¢xima autoridad judicial han ayudado a construir el cuerpo legal de los avances feministas de las ¨²ltimas tres d¨¦cadas.
En un pa¨ªs en el que el Supremo moldea el destino de la sociedad a golpe de sentencias, ella se hab¨ªa erigido en un ¨ªdolo progresista, una hero¨ªna juvenil, convertida siendo anciana en un sorprendente icono pop, del que se hac¨ªan camisetas y disfraces en Halloween. Fue la segunda mujer en llegar al alto tribunal, en 1993, nominada por el entonces presidente, Bill Clinton, y sigui¨® en activo hasta el ¨²ltimo momento, atendiendo las argumentaciones orales ¡ªque se realizaron por tel¨¦fono, debido a la pandemia¡ª desde su cama de hospital.
Formaba parte de la minor¨ªa progresista del estrado (de cuatro jueces, frente a cinco considerados conservadores) y quiso vivir mucho, todo lo posible, obstinada en que un presidente distinto de Donald Trump escogiese a su reemplazo. El c¨¢ncer pancre¨¢tico que padec¨ªa acab¨® imponiendo su ley.
Menuda, de aspecto fr¨¢gil y efigie inconfundible ¡ªgafas, cabello peinado hacia atr¨¢s, recogido en una coleta baja¡ª su figura llamaba la atenci¨®n en las audiencias del Supremo, que solo se pueden seguir en persona y son largas batallas dial¨¦cticas, a medio camino entre la discusi¨®n t¨¦cnica y el debate sofista. Este peri¨®dico estuvo en la exposici¨®n del ¨²ltimo gran caso sobre derechos civiles de la vida de Ginsburg, el 8 de octubre de 2019. La sesi¨®n giraba en torno a Aime¨¦ Stephens, despedida tras comunicar su condici¨®n de mujer transg¨¦nero, y a otros dos hombres que perdieron su empleo por su condici¨®n homosexual. La cuesti¨®n de fondo que los jueces deb¨ªan decidir estribaba en si la ley de Derechos Civiles de 1964, que proh¨ªbe la discriminaci¨®n de los trabajadores por motivo de raza, sexo o religi¨®n, tambi¨¦n cubr¨ªa la orientaci¨®n sexual y el cambio de sexo.
¡°Nadie pens¨® nunca que el acoso sexual cubriese la discriminaci¨®n sobre la base del sexo en 1964. No se puso as¨ª sobre la mesa hasta un libro que se public¨® a mediados de los setenta. Y ahora decimos que, por supuesto, acosar a alguien, someter a alguien a unas condiciones de empleo que ser¨ªan diferentes de ser hombre, es discriminaci¨®n de sexo¡±, replic¨® la juez al procurador general del Gobierno, Noel J. Francisco, que actuaba contra los despedidos y con quien ella, ya muy enferma y con un hilillo de voz, protagoniz¨® aquel d¨ªa un memorable toma y daca.
La juez Ginsburg hab¨ªa sufrido esa discriminaci¨®n, sobre la base del sexo, en su propia piel desde el inicio de su vida pero, lejos de sucumbir, se volc¨® en estudiarla. Aunque tal vez la primera gran acci¨®n feminista de su vida, radical y determinante, fue enamorarse de un hombre de una pieza, un joven estudiante de Derecho llamado Martin Ginsburg, que la apoy¨® y consider¨® como una igual desde el principio y la sigui¨® en su carrera en Washington, cuando el presidente Jimmy Carter la hizo juez federal, con la misma naturalidad que ella se hab¨ªa dedicado a ¨¦l a?os antes.
Ruth Bader naci¨® en Brooklyn, Nueva York, el 15 de marzo de 1933, en el seno de una familia de comerciantes modestos, que regentaban una tienda de sombreros y peleter¨ªa. Creci¨® como hija ¨²nica, ya que su hermana mayor muri¨® de meningitis a los seis a?os, cuando Ruth apenas era un beb¨¦, y perdi¨® a su madre a los 17 a?os, justo antes de acabar el instituto. Estudiante brillante, logr¨® una beca para empezar sus estudios en la Universidad de Cornell, donde conoci¨® a Martin. ¡°Fue el primer chico que conoc¨ª al que le importaba que yo tuviera cerebro¡±, cont¨® ella a?os despu¨¦s. Se casaron nada m¨¢s graduarse, en 1954, y despu¨¦s se matricularon juntos en Harvard.
Ginsburg era all¨ª una rareza, una de las nueve mujeres entre los m¨¢s de 500 alumnos varones de aquel curso. Solo a ellas el entonces decano las convoc¨® a una cena y les hizo explicar, una por una, por qu¨¦ consideraban que deb¨ªan estar en el lugar que podr¨ªa ocupar un hombre. En su segundo a?o, se coloc¨® entre los 25 mejores estudiantes. En el tercero, cuando ya era padre de la primera de sus dos hijos, Martin fue diagnosticado de c¨¢ncer testicular, as¨ª que Ruth segu¨ªa sus propias clases, cuidaba de la casa y de la ni?a y, por las noches, mecanografiaba los apuntes que le pasaban los compa?eros de ¨¦l.
Martin, un a?o mayor, se gradu¨® a tiempo pese a la enfermedad y, cuando recibi¨® una oferta de trabajo en Nueva York, se mudaron juntos. Ruth acab¨® Derecho en la Universidad de Columbia con un expediente de oro, pero ni un solo despacho de abogados de la ciudad le dio trabajo, as¨ª que comenz¨® a dar clases en la universidad. En los setenta la gran organizaci¨®n de derechos civiles de Estados Unidos (ACLU, en sus siglas en ingl¨¦s) la fich¨® y desde all¨ª defendi¨® y gan¨® casos trascendentales.
En 1973, por ejemplo, llev¨® hasta el Supremo ¡ªentonces formado solo por hombres¡ª el caso de la teniente Sharon Frontiero, que se hab¨ªa visto privada junto a su marido de los subsidios a la vivienda que sus compa?eros y esposas recib¨ªan de forma autom¨¢tica. Gan¨® y acab¨® con el doble rasero de las ayudas del Ej¨¦rcito. En 1975, mostr¨® como la discriminaci¨®n sexual no solo era nociva para las mujeres, sino tambi¨¦n para los hombres, por la demanda del joven viudo Stephen Wiesenfeld. Cuando Wiesenfeld pidi¨® ayudas a la Seguridad Social para criar a su beb¨¦, se las negaron porque estaban destinadas solo a mujeres. Tambi¨¦n el Supremo le dio la raz¨®n y cambi¨® la historia.
Era una ferviente defensora del derecho al aborto, pero rechazaba la l¨®gica argumental que el Supremo us¨® para decidir su constitucionalidad en todo el pa¨ªs (el famoso caso Roe contra Wade, en 1973), no basada en la idea de igualdad entre sexos. Su distancia de aquel caso le supuso algunas cr¨ªticas de los flancos m¨¢s progresistas del pa¨ªs cuando fue nominada como juez del alto tribunal. Con todo, en un tiempo muy distinto del actual, de otra altura pol¨ªtica, Ginsburg sali¨® confirmada por el Senado por una abrumadora mayor¨ªa bipartita, de 96 votos a favor por tres en contra. La primera mujer en llegar al ¨®rgano, Sandra D. O¡¯Connor, en 1981, hab¨ªa sido confirmada por unanimidad.
El libro Hermanas de ley, de Linda Hirshman, repasa el trabajo que ambas llevaron a cabo juntas pese a proceder de galaxias aparentemente lejanas: una era neoyorquina y la otra proced¨ªa de la rural Arizona; una era jud¨ªa y la otra de la iglesia episcopal, una era progresista y la otra conservadora moderada. Ante su primer gran caso por discriminaci¨®n ya como juez del Supremo, en 1996, Ginsburg se vali¨® de la base legal sentada a?os atr¨¢s por O¡¯Connor. Una joven demand¨® poder entrar en la prestigiosa escuela militar de Virginia, hasta entonces reservada solo para hombres. Ginsburg argument¨® que todas las mujeres que cumplieran los requisitos ten¨ªan derecho a asistir, sobre la misma base que en 1982 su colega opin¨® que la escuela de enfermer¨ªa de Mississippi no pod¨ªa vetar a hombres bas¨¢ndose en estereotipos arcaicos. De nuevo, mostraron c¨®mo los sesgos no dejaban v¨ªctimas solo en el lado de las mujeres.
El giro conservador que dio el tribunal a partir de la Administraci¨®n de George W. Bush resalt¨® el protagonismo de sus opiniones, a menudo disidentes, y escritas con un lenguaje sencillo, directo. Una vez cont¨® que, cuando sab¨ªa que iba a oponerse a la mayor¨ªa, se pon¨ªa un collar colorido muy espec¨ªfico, que, en pleno boom de su popularidad, se hizo famoso conocido como el ¡°collar de la disidencia¡± y llev¨® a la cadena de ropa Banana Republic a lanzar un dise?o similar.
Empezaron a surgir libros, documentales y sus fans comenzaron a llamarla ¡°Notorious R.B.G.¡±, en un gui?o al rapero Notorious B.I.G. Pese a su disidencia, la serenidad caracterizaba sus intervenciones. Ella sol¨ªa recordar el consejo de su madre: ¡°S¨¦ una dama y s¨¦ independiente¡±. En la campa?a electoral de 2016 rompi¨® una ley sagrada para un juez del Supremo y se pronunci¨® contra Trump, tach¨¢ndolo de ¡°fraude¡±.
Con la ola feminista del Me Too, la fiebre por la juez Ginsburg cobr¨® fuerza. Amante de la ¨®pera, recib¨ªa una ovaci¨®n cada vez que pisaba el Kennedy Center de Washington. Incluso lleg¨® a aparecer en escena en alguna ocasi¨®n, interpretando un texto hablado. Un acompa?ante habitual fue el magistrado conservador Antonin Scalia, tambi¨¦n fallecido, con quien mantuvo una fraternal amistad. Su esposo, Martin, falleci¨® en 2010 por c¨¢ncer. Ella recordaba con adoraci¨®n c¨®mo su esposo se hab¨ªa hecho cargo de la familia durante esas largas jornadas que significaban su trabajo en Washington.
La salud de la juez se fue quebrando con los a?os, fue tratada cuatro veces por c¨¢ncer, y sufri¨® ca¨ªdas con fracturas de huesos. En cada percance, a la mitad de Estados Unidos se le encog¨ªa el coraz¨®n, ya que los jueces del Supremo ocupan cargos vitalicios y, si Trump pod¨ªa nominar a otro juez (ya lleva dos), consolidar¨ªa el giro conservador del alto tribunal por muchos a?os. Ella prometi¨® que no se retirar¨ªa.
El viernes por la noche, centenares de personas se congregaron de forma espont¨¢nea ante el Supremo a rendir homenaje a la magistrada. Aimee Stephens, la mujer transg¨¦nero para la que luch¨® unas de sus ¨²ltimas luchas justas tambi¨¦n muri¨® este 2020, en mayo. No pudo ver que cuatro semanas m¨¢s tarde, el Supremo le iba a dar la raz¨®n gracias, entre otros, al esperado voto de Ruth Bader Ginsburg.
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