Las marchas sobre Roma y Washington
Aunque con rasgos diferentes, los dos episodios apuntan a lo mismo: contemporizar con quienes no demuestran pleno respeto democr¨¢tico es un terrible error
En uno de los pasajes m¨¢s evocadores de En busca del tiempo perdido, el narrador describe la sugesti¨®n que le caus¨® la observaci¨®n de los dos campanarios de Martinville desde los cambiantes ¨¢ngulos proporcionados por el movimiento de la carroza en la que viajaba. Quiz¨¢ los campanarios puedan interpretarse tambi¨¦n, metaf¨®ricamente, como acontecimientos sobresalientes ¡ªde la vida de uno o de la historia¡ª en los que es enriquecedor fijarse desde distintos puntos de vista, en el tiempo.
El campanario hermano de lo ocurrido en Washington esta semana, en cierto sentido, puede considerarse la marcha sobre Roma, de la que el a?o que viene se cumplir¨¢ un siglo. Por supuesto hay profundas diferencias: la marcha de Washington es un esperp¨¦ntico fracaso y la democracia de Estados Unidos sigue adelante; la de Roma alumbr¨® el r¨¦gimen fascista, experiencia piloto de las repugnantes r¨¦plicas que se produjeron en distintos lares de Europa. Pero hay algunos paralelismos entre estas hordas fascistoides que, a distancia de un siglo la una de la otra, se dirigen hacia el coraz¨®n pol¨ªtico de pa¨ªses en momentos de dificultad. ?Qu¨¦ nos puede sugerir la observaci¨®n de estos dos campanarios?
El dato crucial de la marcha sobre Roma es que, a pesar del belicoso nombre con el que pas¨® a la historia, sustancialmente no se produjo semejante cosa. Miles de fascistas se atestaron amenazantes cerca de Roma, s¨ª. Pero como aceradamente escribi¨® Denis Mack Smith en su Historia de Italia, ¡°la marcha sobre Roma no fue otra cosa que un viaje en tren en respuesta a una expl¨ªcita invitaci¨®n del monarca¡±. No hicieron falta asaltos de milicianos fascistas o ba?os de sangre. El d¨¦bil Estado italiano que no hab¨ªa levantado cabeza despu¨¦s de la Primera Guerra Mundial fue miope o cobarde en la gesti¨®n del pulso fascista. Pese a su fragilidad, las Fuerzas Armadas ten¨ªan capacidades suficientes para sobreponerse a las mal pertrechadas hordas fascistas, pero no recibieron las ¨®rdenes precisas para ello. Lo que no hubo fue la clarividencia y determinaci¨®n pol¨ªtica para afrontar el ¨®rdago adecuadamente.
Una mezquina mezcla de titubeos, miedos, y sobre todo c¨¢lculos de cooptaci¨®n permiti¨® al fascismo llegar al poder sin tener que asaltar las instituciones. Por supuesto, aunque en esa circunstancia definitiva no lo necesitaran, los fascistas hab¨ªan dado ya sobradas muestras de su disposici¨®n a recurrir a la violencia para alcanzar sus fines. Por eso quienes contemporizaron o buscaron la cooptaci¨®n merecen la rotunda condena de la historia: no hab¨ªa duda alguna.
En la Europa actual ning¨²n actor pol¨ªtico rese?able propugna el uso de la violencia, pero no escasean los dirigentes con dudosas credenciales democr¨¢ticas que erosionan el Estado de derecho y el pluralismo. En la parte oriental se detectan desgarros del tejido; en la occidental, conatos de desgaste. En ambas partes, se acumula una base de malestar social que ser¨¢ material altamente inflamable. Si lo aliment¨® la crisis econ¨®mica de hace una d¨¦cada ¡ªcon la superposici¨®n del desaf¨ªo migratorio¡ª, es razonable pensar que la actual lo har¨¢ mucho m¨¢s.
El episodio de Washington muestra que el paso desde el deterioro blando del Estado de derecho a las v¨ªas de facto es breve. Apaciguamiento, contemporizaci¨®n, t¨¦cnicas de contenci¨®n son errores. Titubeos y calculillos ventajistas se pueden pagar a caro precio. La respuesta correcta es volar los tacticismos, pegarse a los valores; firmeza democr¨¢tica sin contemplaciones, con todos los instrumentos del Estado de derecho. Es lo que susurran los campanarios de Martinville.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.