El Mozote: 40 a?os despu¨¦s de la peor masacre militar en Am¨¦rica, las v¨ªctimas siguen pidiendo justicia
Mientras la impunidad campea en el caso y el Gobierno de Bukele calla, un juez no ceja en su empe?o de lograr lo que parece imposible: que los responsables paguen por el asesinato de cerca de mil campesinos en El Salvador
Cargaron los restos de los cuerpos en hamacas y s¨¢banas. As¨ª los transportaron hasta una fosa com¨²n y all¨ª los enterraron. Decenas de v¨ªctimas. Ni?os. Mujeres. Ancianos. Campesinos todos, asesinados a fuego de metralla por militares dispuestos a arrasar con todo. Un d¨ªa llegaron esos militares y prometieron que entregar¨ªan v¨ªveres en una regi¨®n de miseria, reunieron a los pobladores en una zona bald¨ªa y los masacraron. Los perros aullaban. Los gritos eran desesperados. Amadeo Mart¨ªnez S¨¢nchez, de 49 a?os, perdi¨® a 25 familiares, entre ellos a su madre y tres hermanos, de 1, 5 y 7 a?os. Fue el 11 de diciembre de 1981. Fue en una comarca cercana a El Mozote. Fue a manos de militares del Batall¨®n Atl¨¢catl del Ej¨¦rcito salvadore?o, muchos de ellos formados en la Escuela de las Am¨¦ricas. De todos los horrores que ha sufrido El Salvador, la Masacre de El Mozote y lugares aleda?os es el cap¨ªtulo m¨¢s terrible: fueron asesinadas al menos 986 personas (552 ni?os y 434 adultos, entre ellos 12 mujeres embarazadas) en una sangr¨ªa que se extendi¨® del 10 al 12 de diciembre. ¡°Cuando pudimos acercarnos vimos que los cerdos se com¨ªan los cad¨¢veres, las gallinas los picoteaban, por eso cargamos los restos en las hamacas y cobijas y los enterramos en una fosa a todos¡±, recuerda Mart¨ªnez. Han pasado 40 a?os de aquel horror y ni ¨¦l ni el resto de supervivientes han recibido justicia ni reparaci¨®n. ¡°Estamos muy decepcionados¡±, asegura el hombre que a los 9 a?os fue testigo de la peor matanza registrada en el Hemisferio Occidental.
Amadeo Mart¨ªnez se prepara este viernes de oto?o para asistir junto con sus vecinos a una misa que se ha organizado como homenaje a las v¨ªctimas. Es en la ermita de su comarca, La Joya, un caser¨ªo que se extiende en las suaves monta?as de la zona oriental de El Salvador. La ermita es una construcci¨®n humilde, hecha de varas y l¨¢minas, que muestra el olvido en el que se mantienen estas zonas a pesar de lo sufrido. ¡°Nadie nos quiere ayudar¡±, se lamenta Mart¨ªnez. Su lamento incluye tambi¨¦n enojo, porque cuenta que para levantar el monumento para las v¨ªctimas de La Joya ¨¦l tuvo que donar el terreno, el Estado ni eso pag¨®. Mart¨ªnez narra por tel¨¦fono lo que sufri¨®, de forma pausada, sin alterarse, aunque admite que siente una tristeza profunda.
El 9 de diciembre de 1981 su padre, Jose Santos S¨¢nchez, lleg¨® a casa alterado. Dijo que hab¨ªa escuchado rumores de que los militares entrar¨ªan a la zona y pidi¨® a su esposa, Mar¨ªa In¨¦s Mart¨ªnez, que salieran de la casa. El Salvador se desangraba en una guerra civil que dej¨® al menos 75.000 v¨ªctimas. Era una lucha fratricida entre el Ej¨¦rcito y la guerrilla del Frente Farabundo Mart¨ª de Liberaci¨®n Nacional (FMLN). Los militares ten¨ªan la orden de arrasar con lo que supon¨ªan eran ¡°comunistas¡± que intentaban asaltar el poder en el pa¨ªs. Los campesinos estaban entre los principales objetivos, se?alados de dar protecci¨®n a la insurgencia, que ten¨ªa fuerte presencia en la zona. La familia de Amadeo Mart¨ªnez dej¨® su casa en La Joya y baj¨® hasta otro caser¨ªo cercano. Un vecino, Jacinto S¨¢nchez, les dio abrigo, pero la condici¨®n era que solo durmieran dentro de su casa los padres y los hermanos m¨¢s peque?os. ?l y su hermano mayor tuvieron que quedarse fuera. La madrugada del 10 intentaron salir del refugio, pero la madre se opuso: quer¨ªa regresar a su casa, afirmando que no ten¨ªan nada que esconder. Se qued¨® con sus hijos m¨¢s peque?os, mientras que los mayores y el padre se escondieron.
¡°El 11 de diciembre pasaron los militares por La Joya. Era el Ej¨¦rcito de Domingo Monterrosa, el batall¨®n Atlacatl. O¨ªmos a los perros ladrar y nos preocupamos. Hab¨ªa militares por todos lados, mucho movimiento. A las dos de la tarde sacaron a la gente que estaba en la casa de Jacinto. Hab¨ªa ocho ni?os refugiados all¨ª. Nosotros vimos cuando se los llevaron arrastrados, gritando. Uno de ellos gritaba que su madre estaba en la casa y un militar al mando hizo se?as a dos soldados para que entraran. Hab¨ªa una se?ora en cama, que hab¨ªa dado a luz a una ni?a. Era nuera de Jacinto. O¨ªmos el balazo cuando la mataron. Tres o cuatro d¨ªas despu¨¦s salimos de donde est¨¢bamos escondidos y pasamos por la casa. Ella estaba en la cama y la ni?a con un cuchillo enterrado en la garganta. Con la sangre escribieron en las paredes del cuarto: ¡®Un ni?o muerto, un guerrillero menos¡¯. Era un angelito. No entendemos por qu¨¦ lo hicieron¡±, relata Mart¨ªnez.
Por qu¨¦ es la pregunta que durante 40 a?os se han repetido los supervivientes de El Mozote, La Joya y Los Toriles, aldeas localizadas al norte del departamento de Moraz¨¢n, donde fue perpetrada la masacre. La periodista Alma Guillermoprieto fue una de las primeras reporteras en llegar hasta la regi¨®n y narr¨® en una cr¨®nica para The Washington Post lo ocurrido. ¡°La guerrilla, que controla zonas extensas de la provincia de Moraz¨¢n nos condujo hasta el pueblo, ahora desierto, y nos mostr¨® las ruinas de decenas de casas de adobe que, seg¨²n ellos y los sobrevivientes, fueron destruidas por las tropas. A¨²n se ven los cuerpos en descomposici¨®n debajo de las ruinas y en los campos aleda?os, a pesar de que ha pasado un mes desde el incidente¡±, relat¨® en el texto publicado el 27 de diciembre. El relato coincide con el de Amadeo: al llegar a su antigua aldea, destrozada, y ver los cerdos comiendo los cad¨¢veres, los supervivientes usaron hamacas y s¨¢banas para recoger los restos y enterrarlos. Tras la publicaci¨®n de la cr¨®nica de Guillermoprieto, el Gobierno de Estados Unidos neg¨® la veracidad de la historia y dijo que hab¨ªa un ¡°plan¡± para desacreditar a las fuerzas armadas salvadore?as.
Fidel P¨¦rez P¨¦rez tiene 46 a?os y su relato es igual de desgarrador. Recuerda que cuando llegaron los militares, su tierra fue arrasada y ¨¦l y su familia, junto a decenas de vecinos, corrieron para esconderse. Los mayores, que conoc¨ªan bien la regi¨®n, dirig¨ªan la hu¨ªda. Estuvieron tres d¨ªas sin comer, beber, sin dormir y mojados por la lluvia. Hab¨ªa unas 60 personas. Debido a las condiciones que estaban, los mayores decidieron regresar a su caser¨ªo la madrugada del 11 de diciembre. ¡°A las cuatro de la ma?ana nos dispararon. La luna estaba clara y es testigo de lo que nos pas¨®. La gente huy¨®, se dispers¨®. Mi pap¨¢ y mi mam¨¢ nos agarraron de la mano a m¨ª y mis hermanos. Mi mam¨¢ llevaba a mi hermanita de tres d¨ªas de nacida. Corrimos, corrimos, hasta que aclar¨®. Llegamos a un lugar conocido como Cerro Ortiz. All¨ª nos detuvimos como a las nueve de la ma?ana y pronto nos reunimos unas 20 personas¡±, cuenta.
Todos estaban cerca de una cueva que de alguna manera ofrec¨ªa protecci¨®n. Fidel relata que una mujer decidi¨® bajar a un r¨ªo cercano a lavar la ropa de sus ni?os, cuando la vieron los militares. ¡°Ella lleg¨® corriendo y nos dijo: ¡®Hoy s¨ª nos matan¡¯. Con nosotros estaba un catequista y nos pusimos a orar. Entonces apareci¨® un soldado que era bajo de estatura, con la cara manchada. No dijo nada. Sac¨® una granada del pecho y la tir¨®. Eran las once de la ma?ana¡±, contin¨²a Fidel. La detonaci¨®n hizo saltar a los refugiados. Fidel, su padre y dos hermanos perdieron el conocimiento. ¡°No sab¨ªamos si est¨¢bamos dormidos o muertos. Despertamos a las seis de la tarde. Mi pap¨¢ nos hablaba. Yo ten¨ªa heridas en la frente y brazos y mi hermano menor ten¨ªa reventados los o¨ªdos. Mi pap¨¢ tampoco escuchaba. Encima de nosotros estaban los muertos, est¨¢bamos saliendo de entre los muertos¡±, recuerda. Fueron doce personas las fallecidas, entre ellas la madre de Fidel y su hermana reci¨¦n nacida. Los supervivientes huyeron para esconderse y ocho d¨ªas despu¨¦s, cuando los militares dejaron la zona, regresaron al lugar para enterrar los cuerpos, que estaban en descomposici¨®n.
En 1991, quienes sobrevivieron a esa matanza regresaron a las zonas arrasadas por los militares y encontraron las ruinas de lo que fueron sus casas. Tuvieron que comenzar de cero, sin apoyos. Los restos de la madre y hermana de Fidel fueron exhumados en 2019, para hacer pruebas de ADN, pero hasta la fecha ni las pruebas han sido hechas ni los restos han sido entregados a la familia, lamenta el campesino. ¡°Queremos darles cristiana sepultura¡±, afirma el hombre. ¡°Seguimos con nuestra bandera de lucha. Exigimos justicia, queremos saber la verdad. Y que no se repitan estos hechos¡±, dice. Y agrega: ¡°No ¨¦ramos culpables de estar en medio de dos bandos que se estaban peleando. Estas son heridas abiertas. Nos vamos a morir y nunca lo vamos a olvidar. Siempre los llevaremos en nuestros corazones¡±.
Con los acuerdos de paz en Centroam¨¦rica y la instauraci¨®n de la democracia, los sucesivos gobiernos que tuvo El Salvador negaron la masacre, aunque el prestigioso Equipo Argentino de Antropolog¨ªa Forense hab¨ªa trabajado en la zona y en 1993 corrobor¨® las denuncias de la masacre. Una ley de amnist¨ªa aprobada en ese a?o puso una loza sobre el caso, que cay¨® en la impunidad, aunque las v¨ªctimas no cejaron en sus esfuerzos por hallar justicia. Se organizaron, buscaron apoyo de instituciones de derechos humanos y el caso lleg¨® hasta la Corte Interamericana, que el 25 de octubre de 2012 reconoci¨® la responsabilidad del Estado sobre las violaciones a derechos humanos perpetradas por el ej¨¦rcito salvadore?o en El Mozote. A pesar de ello, ninguno de los responsables han sido juzgados por los cr¨ªmenes cometidos. Las v¨ªctimas vieron una luz de esperanza en julio de 2016, cuando la Corte salvadore?a declar¨® inconstitucional la ley de amnist¨ªa. Entonces el magistrado Jorge Guzm¨¢n reabri¨® el caso y se convirti¨® en el juez a cargo.
La llega del presidente Nayib Bukele alent¨® a las v¨ªctimas, debido a su discurso contra la corrupci¨®n y la impunidad de los gobiernos anteriores. Fue Bukele quien a inicios de junio de 2019, tras asumir la presidencia de ese peque?o pa¨ªs, tom¨® una decisi¨®n que le reivindicaba: su primera orden como mandatario fue retirar de un cuartel militar el nombre del teniente Domingo Monterrosa, a quien la Comisi¨®n de la Verdad de Naciones Unidas (creada para investigar la violencia durante la guerra civil) ha se?alado de ser el responsable de la matanza. La alegr¨ªa, sin embargo, dur¨® poco, porque luego Bukele, en su af¨¢n de hacerse con todo el poder en El Salvador, tom¨® controvertidas decisiones que han paralizado el proceso. La Asamblea Legislativa, controlada por el oficialismo, aprob¨® un decreto que obliga a renunciar a los jueces mayores de 60 a?os o con 30 a?os de servicio. El juez Jorge Guzm¨¢n se vio apartado del caso. En octubre del a?o pasado, Bukele desat¨® una nueva crisis pol¨ªtica en El Salvador al impedir que se desbloquearan los archivos militares relacionados con la matanza. Tanto el Ejecutivo como el Ej¨¦rcito desobedecieron una orden judicial emitida por el juez Guzm¨¢n para la inspecci¨®n de los archivos como parte del proceso judicial que pretende esclarecer lo sucedido en esa comunidad salvadore?a.
¡°Desde que sal¨ª, el caso ha estado paralizado¡±, afirma Guzm¨¢n por tel¨¦fono. ¡°La nueva jueza creo que no ha hecho nada porque es un caso voluminoso, gigantesco, que tiene que estudiarlo, empaparse de ¨¦l¡±, explica. El magistrado afirma que ha tenido que bregar con las instituciones para sacar adelanto el proceso. ¡°En una sociedad tan polarizada como la nuestra es dif¨ªcil. Desde el lado de los militares no vieron con buenos ojos que el caso se abriera, dijeron que no se deber¨ªan reabrir heridas del pasado, porque eso impide que se llegara a una reconciliaci¨®n nacional y se avanzara en la democracia. Sectores de izquierda manifestaron una simpat¨ªa tibia, pero fue algo simulado, hip¨®crita. Ni a los militares ni a los del FMLN les conviene que se investigue, porque ambos tienen casos de violaciones a los derechos humanos durante el conflicto armado y se protegen los unos a los otros. Este caso ha avanzado a pura presi¨®n internacional, de las v¨ªctimas y por el respaldo de la Corte Interamericana¡±.
Son al menos 17 militares en retiro los se?alados de estar involucrados en la masacre. Se trata, dice Guzm¨¢n, de dos que formaron parte del Estado Mayor Conjunto del Ej¨¦rcito. Hay otros que fueron jefes de unidades militares importantes, como la Fuerza ?rea y de Artiller¨ªa y oficiales que dirigieron el operativo. Dentro del grupo de militares sometidos al proceso est¨¢ el ministro de Defensa, Jos¨¦ Guillermo Garc¨ªa, que fue condenado en EE UU y deportado a El Salvador. ?Por qu¨¦ Bukele protege a los militares? ¡°Los gobernantes en nuestros pa¨ªses necesitan estar bien con el ej¨¦rcito para mantenerse en el poder¡±, conjetura Guzm¨¢n. ¡°Hay un pacto: los militares le dan estabilidad y ¨¦l los apoya al no permitir que estos se?ores enfrenten un juicio¡±, dice. El magistrado es duro en sus cr¨ªticas al presidente. ¡°Ha hecho un manejo pol¨ªtico del caso. Bukele se ha burlado de la buena fe de la v¨ªctimas, de su anhelo de justicia. El presidente Bukele, al igual que gobiernos anteriores, lo que hace es dar continuidad a esa pol¨ªtica de encubrimiento de perpetradores de violaciones de derechos humanos durante el conflicto. Esa pol¨ªtica solo perpetua la impunidad¡±.
Amadeo Mart¨ªnez S¨¢nchez tambi¨¦n critica al mandatario. Este campesino afirma estar ¡°muy decepcionado¡± por las acciones de Bukele. ¡°Al asumir el mandato dijo que iba a abrir los archivos militares. Incluso llev¨® a una delegaci¨®n de las v¨ªctimas a la Casa Presidencial, donde hizo la promesa de hacer justicia. Ahora afirma que ¨¦l no tiene nada que ver, porque era un ni?o cuando ocurri¨®. Eso nos doli¨®, porque es una falta de respeto. Nosotros merecemos respeto y que haya justicia¡±, afirma el campesino. A pesar de la marea pol¨ªtica en contra, ni las v¨ªctimas ni quienes los apoyan cejan en su lucha para evitar la impunidad. ¡°Este es un proceso que no tiene retroceso¡±, dice el juez Guzm¨¢n. ¡°Ya avanz¨® en un 85% y lo que falta es poco. Este proceso tiene que llegar a su final est¨¦ yo o no est¨¦¡±, zanja el magistrado.
Suscr¨ªbase aqu¨ª a la newsletter de EL PA?S Am¨¦rica y reciba todas las claves informativas de la actualidad de la regi¨®n