Una reflexi¨®n creativa m¨¢s all¨¢ de los s¨ªmbolos, el castigo y el rearme
No parece que haya muchas esperanzas. Los ucranios libran una lucha existencial por el pa¨ªs que aman. Putin cree que est¨¢ obligado a imponerse
Aqu¨ª estamos, en nuestros asientos de primera fila de un circo sangriento, viendo todo en la televisi¨®n y en Twitter, atrapados entre la piedad infinita y un razonable ego¨ªsmo. La tensi¨®n entre dos fuerzas opuestas es insoportable. Por un lado, nuestro horror ante una invasi¨®n sin sentido, nuestro asombro ante la resistencia ucrania, los aldeanos desarmados que rodean un carro de combate enemigo o dan de comer a un soldado ruso capturado que solloz...
Aqu¨ª estamos, en nuestros asientos de primera fila de un circo sangriento, viendo todo en la televisi¨®n y en Twitter, atrapados entre la piedad infinita y un razonable ego¨ªsmo. La tensi¨®n entre dos fuerzas opuestas es insoportable. Por un lado, nuestro horror ante una invasi¨®n sin sentido, nuestro asombro ante la resistencia ucrania, los aldeanos desarmados que rodean un carro de combate enemigo o dan de comer a un soldado ruso capturado que solloza cuando le dejan llamar a su madre, y nuestra pena al ver a los ni?os aterrorizados en los b¨²nkeres, acurrucados junto a sus padres mientras las bombas destruyen sus ciudades; y por el otro, la columna de 60 kil¨®metros parada a las afueras de Kiev, que sabemos que se podr¨ªa destruir en una tarde con misiles de crucero guiados por sat¨¦lite y cazas Stealth invisibles al radar. El grillete inamovible que ata a Occidente es el miedo a la guerra nuclear, y Vlad¨ªmir Putin, convertido en un adversario desquiciado e imprevisible, ha sabido apretar bien nuestras teclas. As¨ª que estamos paralizados por un farol que no nos atrevemos a ignorar, somos unos observadores expertos que manejan el rat¨®n y la pantalla y, en nuestra angustia com¨²n, incapaces de hacer mucho m¨¢s que imponer sanciones, donar armas y dinero y lanzar condenas.
Durante el largo periodo de acumulaci¨®n de fuerzas rusas en torno a las fronteras de Ucrania, en cada fase era Putin quien ten¨ªa el privilegio de decidir el siguiente paso y Occidente se limitaba a reaccionar, lo cual, dicen los te¨®ricos del juego, es jugar mal. Quien tiene la baza m¨¢s fuerte intenta primero cooperar y, cuando no lo consigue, vuelve a la carga con apuestas m¨¢s altas. Pero la OTAN no es un solo jugador, son nada menos que 30, y, cuando los grupos toman decisiones, tienden a la moderaci¨®n. El circo en el que nos encontramos est¨¢ lleno de fantasmas. En 1914, las naciones europeas se manifestaron por la paz mientras caminaban son¨¢mbulas hacia la guerra. Llegaron a ella despacio, sin el obst¨¢culo de las pesadillas sobre un invierno nuclear. Ahora nos vemos obligados a interpretar los sucios procesos neuronales de un hombre con sus sue?os enfermizos. Este es el castigo supremo del loco en la t¨¢ctica nuclear: si no podemos fiarnos de que el enemigo act¨²e con l¨®gica y en beneficio propio, nos quedamos paralizados, a la espera de su pr¨®ximo paso, incapaces de asumir el riesgo de una intervenci¨®n directa.
Tambi¨¦n hay en el circo otros fantasmas m¨¢s j¨®venes: Grozny, Alepo e Idlib. En estas ciudades, el plan ruso consisti¨® en destruir desde el aire hospitales, centros de triaje m¨¦dico, edificios de viviendas y escuelas para desmoralizar a la poblaci¨®n. En Ucrania, al mismo tiempo que las tropas rusas tropiezan en su avance, empezamos a ver las mismas t¨¢cticas crueles. Las unidades de artiller¨ªa siempre han gozado de una bula que no tiene la pobre y maldita infanter¨ªa. Cuando lanzan sus proyectiles desde la distancia, con una fina consideraci¨®n de la matem¨¢tica de las curvas parab¨®licas, los soldados de artiller¨ªa nunca tienen que mirar a los ojos de un ni?o moribundo. Lo mismo ocurre con los misiles teledirigidos y con las bombas dirigidas desde los aviones militares. El asesinato a distancia es un crimen m¨¢s simple y abstracto.
Los reclutas rusos no disponen de ese lujo de mantener la frialdad. Los que han ca¨ªdo capturados o se han rendido parecen espectacularmente mal informados sobre su misi¨®n. Se sorprenden de que los ucranianos no los hayan recibido con los brazos abiertos. Si son verdaderamente afortunados, acaban abrumados por la amabilidad de los lugare?os. Les est¨¢n fallando las cadenas de abastecimiento, muchas veces interrumpidas por las fuerzas ucranianas, que utilizan armas antitanque contra los veh¨ªculos de transporte y los camiones cisterna. Se dice que el ej¨¦rcito ruso se ha modernizado, pero da la impresi¨®n de que a los soldados de a pie se los sigue tratando como siervos. Esa temible columna a las afueras de Kiev puede estar reagrup¨¢ndose y prepar¨¢ndose para atacar o puede ser un s¨ªmbolo de todo lo que ha fallado en el lado ruso. Con provisiones para solo cinco en cada veh¨ªculo, es posible que los soldados est¨¦n hambrientos, sedientos, sin combustible y, lo que es m¨¢s importante, sin motivaci¨®n para matar a otros eslavos. Pronto sabremos cu¨¢l de las dos posibilidades es la acertada.
La paradoja es que, cuanto m¨¢s fracase Rusia sobre el terreno, m¨¢s tiene que temer Ucrania que haya bombardeos fr¨ªos y a distancia. No parece que haya salida, porque un triunfo militar deslumbrante de los rusos tambi¨¦n ser¨ªa una pesadilla para Ucrania. Quiz¨¢ lo m¨¢s probable sea una l¨²gubre victoria. Jers¨®n ha ca¨ªdo, Mariupol est¨¢ sufriendo una presi¨®n terrible y Odesa puede ser la siguiente. Ucrania puede caer pronto. La historia reciente nos garantiza la capacidad del mando ruso de permitir atrocidades descomunales.
Por mucha compasi¨®n y angustia que sintamos, como espectadores nos encontramos en una situaci¨®n inmejorable. Disfrutamos de momentos vagamente c¨®micos, cuando unos agricultores montados en su tractor roban un carro de combate entre risas o un automovilista asombrado se ofrece a remolcar un veh¨ªculo blindado de vuelta a trav¨¦s de la frontera. Por ahora, en Occidente se piensa sobre todo en castigar a Rusia. En Edimburgo y M¨²nich despiden a un director de orquesta. Se cancelan partidos de f¨²tbol. Se confiscan los yates de los oligarcas. Aparte de estos s¨ªmbolos, que son importantes, lo ¨²nico que funciona de verdad son las sanciones econ¨®micas, que han sido impresionantes.
Sin embargo, mientras se hunde su econom¨ªa, Putin parece haberse convencido de que puede, como en la c¨¦lebre frase de T¨¢cito, crear un desierto y llamarlo paz. No cuesta nada ordenar matanzas y destrucci¨®n en el espeluznante Estado policial que preside. Si no cambia nada en el Kremlin, la comunidad internacional tendr¨¢ que ponerse a buscar soluciones, porque hay un peligro a?adido, que es el desbordamiento del conflicto: a medida que el potente armamento de Europa y Estados Unidos llegue a trav¨¦s de la frontera polaca a Ucrania, quiz¨¢ le convenga a Putin decidir que, despu¨¦s de todo, est¨¢ en guerra con la OTAN. En nombre de todos los que apoyamos a Ucrania, es necesaria una reflexi¨®n creativa, que no se limite a pensar en los s¨ªmbolos, el castigo y el rearme. No debemos dejarlo en manos de unas conversaciones entre las partes beligerantes en una caba?a de la frontera con Bielorrusia.
No parece que haya muchas esperanzas. Los ucranianos libran una lucha existencial por el pa¨ªs que aman. Putin cree que est¨¢ obligado a imponerse.
Puede parecer que entre ¡°la expansi¨®n de la OTAN hacia el este¡± y ¡°el derecho de un Estado soberano a decidir sus acuerdos¡± no hay posibilidad de conciliaci¨®n. Pero todas las negociaciones para acabar hostilidades comienzan pareciendo irreconciliables. Una campa?a diplom¨¢tica sofisticada, incluso sof¨ªstica, que involucre a China, deber¨ªa estar utilizando ya todos sus recursos para dise?ar, como primer paso m¨ªnimo y con toda la creatividad y la compasi¨®n que sean posibles, las condiciones de un alto el fuego. Si no lo intentamos, estaremos condenados a ver de cerca la muerte de multitudes; y nunca nos lo perdonaremos.
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