La ira y la angustia consumen Donb¨¢s bajo el fuego de artiller¨ªa constante
Rusia ataca Odesa en la nueva fase de la guerra y con el foco puesto en el este y el sur de Ucrania
Aterrada, Lubov Skolopenko observa con los ojos muy abiertos la enorme cicatriz en su bloque de apartamentos. El boquete supura un humo negro y pegajoso. ¡°Esto ha sido un lanzagranadas¡±, apunta un oficial mientras un grupo de bomberos se esfuerza por extinguir el fuego causado por el bombardeo en el inmueble de Avdiivka. No ha habido muertos y los servicios de emergencia se han llevado a varios heridos por inhalaci¨®n de humo y materiales t¨®xicos. Skolopenko est¨¢ nerviosa. Tiene 70 a?os y desde que su esposo falleci¨® hace un lustro vive sola. Quiere entrar a su casa. Ver si est¨¢ todo bien. Vive en el segundo, en el ala m¨¢s alejada a donde ha impactado el proyectil hace muy poco. ¡°Si no ha sido esta vez, puede ser la siguiente la que nos lleve por delante. Esto es terrible¡±, se lamenta con los ojos brillantes y h¨²medos por las l¨¢grimas.
La noche ha sido especialmente intensa en Avdiivka, en la regi¨®n de Donetsk, en el ¨¢rea oriental ucrania del Donb¨¢s. Es la peor que recuerdan los vecinos, que han vivido durante ocho a?os en una de las zonas m¨¢s calientes de la guerra del Este, en plena l¨ªnea de contacto que separaba, en una larga hilera de trincheras, al Ej¨¦rcito ucranio y los separatistas a trav¨¦s de los que Mosc¨² controla parte de las regiones ucranias de Donetsk y Lugansk. Ahora, en esta nueva fase de la invasi¨®n lanzada por el presidente ruso, Vlad¨ªmir Putin, en la que se ha marcado como objetivo m¨¢s reciente tomar todo el Donb¨¢s y el sur de Ucrania, tras el fracaso de la ofensiva sobre Kiev, Avdiivka est¨¢ bajo el fuego de artiller¨ªa constante, con el Ej¨¦rcito ruso concentrado a unos pocos kil¨®metros de la ciudad. Los ataques a¨¦reos tambi¨¦n se han intensificado en los ¨²ltimos d¨ªas, incide Vitali Barabash, que encabeza la administraci¨®n militar de Avdiivka.
El martilleo de los bombardeos retumba muy cerca mientras Skolopenko abre la puerta de su apartamento, sin agua y sin calefacci¨®n, como toda la ciudad en la que la electricidad viene y va de forma intermitente. Los cristales est¨¢n bien. El piano, tambi¨¦n. No parece haber da?os mayores. La mujer, que se deja el gorro gris con brillantina puesto dentro de casa, enciende los fuegos de la cocina de vez en cuando para poder calentarse y el olor a gas impregna un poco la vivienda. La primavera ha brotado y los cerezos en flor contrastan con la destrucci¨®n en casi cada calle ¡ªnuevas y antiguas cicatrices de ataques¡ª pero pese al verdor y al t¨ªmido sol, las noches y las madrugadas son fr¨ªas. ¡°Mira c¨®mo vivimos. No hay derecho¡±, se lamenta. Es profesora de m¨²sica y hasta hace 59 d¨ªas, cuando Rusia inici¨® la guerra, segu¨ªa dando clases para completar su escasa pensi¨®n. Ya no tiene alumnos.
Putin no ha logrado avances significativos en esta nueva fase de la invasi¨®n, aunque ha tomado el control de varios peque?os pueblos y aldeas en el Este del pa¨ªs en los ¨²ltimos d¨ªas y asedia otros tantos. Busca convertirlos en diminutos mariupoles, puntos sitiados, sin apenas comunicaciones, sin suministros y bajo ataques constantes para forzar a las tropas destacadas en esas zonas a capitular. El Gobernador de la regi¨®n ucrania de Lugansk, Sergu¨¦i Gaidar, lleva varios d¨ªas pidiendo a la ciudadan¨ªa que abandone esa ¨¢rea.
Las batallas, sobre todo a lo largo de la l¨ªnea de contacto de casi 500 kil¨®metros en torno a la que las tropas ucranias permanecen atrincheradas en posiciones defensivas, se prev¨¦n sangrientas en un terreno muy llano y fangoso, han adelantado los analistas militares. La guerra ha entrado en un tiempo, adem¨¢s, en el que los vaivenes y la extenuaci¨®n tambi¨¦n juegan un papel cada vez m¨¢s sustancial.
Los servicios de espionaje de Kiev y los occidentales sostienen que el objetivo de Mosc¨² para tomar Donb¨¢s es avanzar desde el sureste ¡ªque controlan a falta de completar la toma de Mariupol¡ª por la regi¨®n de Zaporiyia y, por otro lado, desde la localidad de Izyum, ya tomada por las fuerzas rusas, hacia el sur. En su ofensiva contra Donb¨¢s, una zona minera y hace a?os muy rica, que ahora se ha convertido en un ¨¢rea sembrada de ciudades pobres y casi fantasmales, el Ej¨¦rcito ruso trata de envolver con esa estrategia a las fuerzas ucranias en un movimiento de pinza.
El Kremlin tambi¨¦n ha intensificado los bombardeos en el sur del pa¨ªs. Este s¨¢bado, han muerto cinco personas, entre ellas un beb¨¦ de tres meses, en un bombardeo ruso contra una zona residencial de la ciudad de Odesa, en el mar Negro, seg¨²n el jefe de Gabinete del presidente Volod¨ªmir Zelenski, Andriy Yermak. Un ataque con dos misiles, en plenas celebraciones de la pascua ortodoxa. ¡°Nada es sagrado¡±, ha dicho Yermak en su canal de Telegram, ¡°el mal ser¨¢ castigado¡±. Es en el flanco sur, donde busca arrebatar la salida al mar a Ucrania, donde Rusia ha logrado las mayores victorias tras la toma de Jers¨®n ¡ªla ¨²nica capital provincial en sus manos¡ª al principio de la guerra que cumple dos meses. Mosc¨² controla el mar de Azov y se ha hecho con una gran franja de terreno que une la pen¨ªnsula ucrania de Crimea ¡ªque se anexion¨® ilegalmente en 2014¡ª con Donb¨¢s. El ¨²nico foco de resistencia es la planta sider¨²rgica de Azovstal, en la destruida Mariupol, donde se refugian en t¨²neles subterr¨¢neos decenas de civiles, seg¨²n las autoridades, y permanecen enrocadas fuerzas ucranias.
Es medio d¨ªa en Avdiivka. La hora de hacer los recados. De recoger agua. De tratar de pasar por las ¨²nicas tres tiendas abiertas en la ciudad. Sergu¨¦i Trubachov ya se ha dado una peque?a vuelta por el centro y ha aprovechado para llenar una garrafa de agua que ha cargado en su ajada bicicleta. Su esposa le llama al m¨®vil cada pocos minutos para preguntarle por d¨®nde va. El sonido de los ataques la tiene angustiada, comenta el minero jubilado. Trubachov se habr¨ªa ido de la ciudad con la familia hace muchos d¨ªas, pero explica que tiene una hija discapacitada y la evacuaci¨®n de toda la familia es ¡°muy dif¨ªcil¡±. ¡°Adem¨¢s, a d¨®nde vamos a ir¡±, plantea con media sonrisa triste que deja entrever un par de dientes dorados.
El ¨¦xodo ha sido enorme: de las 30.000 personas que viv¨ªan en Avdiivka antes de la guerra solo quedan unos 6.000, seg¨²n las autoridades locales. La mayor¨ªa de los que se quedan es gente mayor que no quiere dejar la casa en la que ha vivido casi toda su vida. Como Skolopenko, que tiene una hija en Kiev y un nieto en la ciudad de Donetsk ¡ªa unos 25 kil¨®metros de Avdiivka que una vez fue su ciudad dormitorio¡ª, controlada desde hace ocho a?os por el Kremlin a trav¨¦s de los separatistas. No habla demasiado con ¨¦l estos d¨ªas, cuenta. Pero es joven y le preocupa que se lo lleven y le recluten a la fuerza para luchar junto a las tropas rusas y bajo los s¨ªmbolos separatistas, en uno de esos camiones con la t¨¦trica Z blanca pintada que se adentran reventado el asfalto en las ciudades ocupadas.
Con el fuego de artiller¨ªa constante y las noches penosas, muchas personas se han instalado de forma pr¨¢cticamente permanente en los refugios de la ciudad. En el centro, en uno de los m¨¢s grandes, en el s¨®tano de un edificio a unos metros de una escuela atacada hace dos semanas, un grupo de mujeres furiosas claman contra el Gobierno. ¡°Yo no s¨¦ qui¨¦n hace el bien y qui¨¦n el mal, lo que s¨¦ es que aqu¨ª estamos bajo las bombas¡±, dice una de cabello corto y casta?o, vestida con un ch¨¢ndal gris. ¡°Llevamos as¨ª ocho a?os. Queremos paz, no pol¨ªtica. Parte de la culpa es del Gobierno que ha provocado a Rusia¡±, esgrime otra, que muestra que perdi¨® dos dedos de una mano en un bombardeo en 2014, en los inicios de la guerra de Donb¨¢s.
A las afueras, a¨²n m¨¢s cerca de la l¨ªnea de contacto y de posiciones rusas, Ludmila Kozak cuenta que no tiene refugio en su edificio. Vive en el d¨¦cimo, as¨ª que cuando arrecian los ataques se baja al pasillo del segundo, donde unos vecinos han puesto unas sillas y un viejo sof¨¢. En la colmena de pisos en la que vive solo queda una veintena de personas, dice la mujer, ajust¨¢ndose unas coquetas gafas de concha. Est¨¢ jubilada hace tiempo. Trabajaba en una f¨¢brica cercana y ahora trata de apa?¨¢rselas con algo de ayuda humanitaria y lo poco que puede comprar en Avdiivka. ¡°Est¨¢ todo disparado. Aqu¨ª tenemos precios de la capital. Y eso no es lo peor, lo peor es que el cajero autom¨¢tico no funciona y no puedo sacar la pensi¨®n¡±, dice. ¡°Si no morimos por una cosa ser¨¢ por otra¡±.
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