C¨®mo perder un imperio sin perder la compostura
Isabel II supo llenar con su presencia y perfil pol¨ªtico el vac¨ªo dejado por el desguace del poder colonial del Reino Unido en la segunda mitad del siglo pasado
Ning¨²n pa¨ªs ha cambiado tanto como el Reino Unido durante los ¨²ltimos 100 a?os. Lo que era el mayor imperio y una gran potencia industrial es hoy otra cosa, dif¨ªcil de definir, cuya estructura ha ido articul¨¢ndose a lo largo del tiempo en torno a la personalidad de una mujer supuestamente impersonal. Isabel Alejandra Mar¨ªa Windsor asisti¨® sin aspavientos al desguace de su herencia y, de alguna forma, supo llenar el vac¨ªo con su presencia. Sin Isabel II, la monarqu¨ªa brit¨¢nica ser¨¢ otra cosa. Tambi¨¦n lo ser¨¢ el mundo.
El 2 de junio de 1953, cuando fue coronada, las cartas estaban ya sobre la mesa. La independencia de la India hab¨ªa sido sangrienta y desordenada. La retirada brit¨¢nica de Palestina, en 1948, abri¨® un conflicto que sigue hoy sin resolverse. Por primera vez en siglos, en la ceremonia de coronaci¨®n no se entreg¨® a la nueva monarca la ¡°corona imperial¡±, sino el vago t¨ªtulo de ¡°cabeza de la Commonwealth¡±. Nadie sab¨ªa muy bien en qu¨¦ consist¨ªa la Commonwealth. Solo una persona fue capaz de descubrirlo y darle un sentido a ese fantasma internacional. Esa persona, Isabel II, ya no est¨¢.
El listado de las amputaciones al que fue sometido el viejo imperio tras la coronaci¨®n resulta impresionante. Ghana y la Federaci¨®n Malaya (Malasia) obtuvieron la independencia en 1957. Nigeria, en 1960. Sierra Leona y Tanganika (Tanzania), en 1961. Uganda, Jamaica y Trinidad y Tobago, en 1962. Kenia y Zanz¨ªbar, en 1963. Malta, en 1964. Gambia, en 1965. Bechuanalandia (Botsuana), Basutolandia (Lesotho) y Barbados, en 1966. Islas Mauricio, en 1968. Seychelles, en 1976. Hong Kong, en 1997. Pero algo qued¨® despu¨¦s de tantas despedidas: una rara fidelidad hacia Isabel II. No hacia la monarqu¨ªa, ni mucho menos hacia el Reino Unido, sino hacia ella.
Felipe de Edimburgo dijo que su esposa no ejerc¨ªa como reina en la Commonwealth, sino como ¡°psicoterapeuta¡±. La definici¨®n es certera. Isabel II deb¨ªa manejar un entramado de nuevas rep¨²blicas y monarqu¨ªas locales, abundante en dictadores brutales y en guerras civiles. Acogi¨® incluso a pa¨ªses, como Mozambique o Ruanda, que nunca hab¨ªan pertenecido al imperio brit¨¢nico. Sus dirigentes se desviv¨ªan por unos minutos de reuni¨®n privada con una reina que, en teor¨ªa, solo pod¨ªa escucharlos. Era la fascinaci¨®n ante el aura de Isabel II, s¨ª. Pero tambi¨¦n era otra cosa: en la pr¨¢ctica, Isabel II hac¨ªa algo m¨¢s que escuchar.
Conviene deshacer un equ¨ªvoco: dentro de un margen estrecho, salt¨¢ndose a veces los l¨ªmites, recurriendo a un poder paradiplom¨¢tico ¨²nico en el mundo, la reina defendi¨® sus ideas pol¨ªticas. Eran m¨¢s progresistas de lo que cab¨ªa suponer.
Nunca hubo una Constituci¨®n brit¨¢nica que sirviera como gu¨ªa y refugio para Isabel II, ni hubo un manual de instrucciones para ejercer como recipiente de lo que se defini¨® como ¡°17 reinos reunidos en una sola persona¡±. Las complicaciones de su padre, Jorge VI, en 1939, cuando estaba en guerra con Alemania como monarca del Reino Unido, pero manten¨ªa buenas relaciones con Alemania como monarca canadiense, no fueron nada en comparaci¨®n con las que tuvo que afrontar ella.
Hay numerosos ejemplos. En 1956, la reina novata era contraria a la invasi¨®n del canal de Suez y firm¨® muy a desgana la movilizaci¨®n de tropas (lo hizo en una cuadra), simplemente porque gracias a su red de contactos de la Commonwealth y a su amistad personal con el presidente de Estados Unidos, Dwight Eisenhower, estaba mejor informada que el lamentable primer ministro Anthony Eden. Isabel II tuvo que tragarse el fiasco de la retirada.
En la d¨¦cada siguiente, la reina hizo frente com¨²n con el primer ministro Harold Wilson para impedir la independencia de Rodesia (hoy Zimbabue) mientras subsistiera el r¨¦gimen racista. Ian Smith, primer ministro rodesiano, no dejaba de proclamar su amor y lealtad hacia Isabel II; ella le respond¨ªa una y otra vez con muestras de desprecio. El apartheid de Rodesia acab¨® cayendo.
Para entonces, Dermot Morrah, c¨¦lebre editorialista de The Times y redactor de discursos reales, ya hab¨ªa sentenciado que la monarqu¨ªa brit¨¢nica se sosten¨ªa casi exclusivamente por el prestigio personal de Isabel II. Ella, con su Commonwealth, y la City financiera (que representa el 12% de la econom¨ªa brit¨¢nica, tanto como el turismo en Espa?a) conformaban el llamado ¡°imperio espiritual¡±: un ¨¢mbito de influencia de alcance planetario.
Suele decirse que las relaciones entre Isabel II y Margaret Thatcher eran muy fr¨ªas. En realidad, mantuvieron un continuo enfrentamiento pol¨ªtico. Porque Isabel II hac¨ªa pol¨ªtica. Cuando vest¨ªa el traje de reina brit¨¢nica, era el Gobierno de Londres quien pon¨ªa las palabras en su boca. Cuando se transformaba en cabeza de la Commonwealth, era ella quien hablaba. Desde finales de los ochenta, la reina aprovech¨® cada reuni¨®n de su ¡°club internacional¡± para advertir sobre los riesgos de las crecientes desigualdades econ¨®micas y sociales en el mundo; a Thatcher eso le sonaba a socialismo.
El peor choque entre ambas mujeres lleg¨® en 1986. La Commonwealth exigi¨® sanciones contra el r¨¦gimen racista de Sud¨¢frica. Thatcher se neg¨® rotundamente. Para ella lo ¨²nico importante eran las relaciones econ¨®micas con Sud¨¢frica. Al margen de eso, la dama de hierro consideraba que Nelson Mandela, el encarcelado l¨ªder de la mayor¨ªa negra, era un terrorista. Mientras Thatcher ignoraba a Mandela, Isabel II manten¨ªa con ¨¦l contactos indirectos.
Diez a?os m¨¢s tarde, en 1996, ya sin Thatcher, Isabel II dispens¨® a Mandela un trato de honor en su primer viaje oficial a Londres: le aloj¨® en el palacio de Buckingham (aunque nunca se sabe si es un premio alojarse en el palacio real m¨¢s feo y triste de Europa), lo acompa?¨® a todas partes y, sobre todo, permiti¨® que el presidente sudafricano la llamara ¡°Lizzie¡±.
Otro frente de permanente tensi¨®n pol¨ªtica entre monarqu¨ªa y Gobierno se abri¨® en 1961, cuando Downing Street decidi¨® pedir el ingreso en las instituciones europeas. Los principales dirigentes de la Commonwealth se quejaron ante Isabel II, porque eso dejaba en letra muerta los tratados preferenciales que manten¨ªan con el Reino Unido. El presidente franc¨¦s, Charles de Gaulle, vet¨® la adhesi¨®n brit¨¢nica y aplaz¨® el problema hasta la siguiente d¨¦cada. Pero una buena parte de los s¨²bditos de Su Majestad siempre se opuso a lo que se llamaba el Mercado Com¨²n. Tem¨ªan perder su independencia, representada precisamente por la reina. Isabel II, como sus sucesivos gobiernos, se vio obligada a hacer equilibrios.
?Qu¨¦ pensaba Isabel II sobre la construcci¨®n europea? Jam¨¢s pudo decir nada en p¨²blico. Quiz¨¢ tampoco lo dijo en privado. Se permiti¨®, sin embargo, lanzar un mensaje codificado. En 2017, poco despu¨¦s del refer¨¦ndum que dio luz verde al Brexit, acudi¨® a la apertura del Parlamento con un sombrero que nunca hab¨ªa lucido antes: era azul con estrellas amarillas, igual que la bandera de Europa.
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