Recuperar el juicio
El desprestigio de medios y de dirigentes ha impulsado las aventuras de nuevos partidos, nuevos canales, nuevas credibilidades
El fundador del canal InfoWars, Alex Jones, tendr¨¢ que pagar 965 millones de d¨®lares como compensaci¨®n a un grupo de familias que perdieron a sus hijos en el tiroteo en la escuela de primaria Sandy Hook en 2012, y a un agente del FBI que particip¨® en el caso, por negar la tragedia y acusarlos de ponerla en escena. Ese veredicto de un jurado de Connecticut nos obliga a remontarnos al origen de estos canales alternativos que prometen completar lo que los medios tradicionales no ofrecen. La empresa de Jones se llama nada menos que Free Speech Systems, ya que utiliza el derecho a libre expresi¨®n como coraza para la mentira. Por supuesto que aunque sean mayoritariamente digitales y de nuevo cu?o, estos medios siguen la estela de los panfletos y publicaciones intoxicadores que nacieron el mismo d¨ªa en que naci¨® el periodismo profesional. En esto no podemos refugiarnos en la ingenuidad. La prensa es desde su origen sospechosa, pues su pretensi¨®n de influir en la opini¨®n general no es jam¨¢s inocente. Ni tiene que serlo. Era Ambrose Bierce quien contaba esa fant¨¢stica f¨¢bula de la serpiente venenosa y letal que llegaba a su guarida y anunciaba a sus cr¨ªas que iba a morir irremisiblemente en pocos segundos porque le hab¨ªa mordido un editor de peri¨®dico.
La era de la postverdad tiene sus precedentes. Pero cuando Steve Tesich, el gran guionista, acu?¨® este t¨¦rmino se refer¨ªa de manera espec¨ªfica a una intoxicaci¨®n desde el poder. En particular la mentira de que hab¨ªa armas de destrucci¨®n masiva en manos del gobierno de Sadam Hussein, lo que justific¨® la invasi¨®n de Irak. A partir de ese momento la credibilidad de las m¨¢s altas fuentes, tanto diplom¨¢ticas como period¨ªsticas, sufri¨® un varapalo, un antiWatergate, del que a¨²n no se ha recuperado. De esa atroz fabricaci¨®n de pruebas falsas presentadas con descaro en un foro de la ONU a¨²n no nos hemos recuperado. Y de ese instante renace, con toda su potencia, el impulso de los grandes l¨ªderes antipol¨ªticos, que como todo el mundo sabe, son una forma evolucionada de la figura del pol¨ªtico tradicional. El desprestigio de medios y de dirigentes convino en impulsar las aventuras de nuevos partidos, nuevos canales, nuevas credibilidades. Y ahora que han pasado dos d¨¦cadas ya sabemos que mentir era tambi¨¦n el plan para la regeneraci¨®n. El reto de un ciudadano adulto en una democracia envuelta para ni?os consiste en exigir ser tratado como un ser pensante, cr¨ªtico y esc¨¦ptico. Si los ciudadanos renuncian a ese privilegio en las democracias, acabar¨¢n degradando su sistema como sucede en suced¨¢neos con voto popular que hoy dominan Rusia, Venezuela, Hungr¨ªa, Filipinas, Nicaragua, Ir¨¢n y tantos otros pa¨ªses en peligro de asumir gobiernos absolutistas.
La pol¨ªtica de bandos incurre en el error de exigir tratos diferenciados para un mismo delito. Cuando t¨² permites el insulto, la descalificaci¨®n y la mentira porque refuerzan tu discurso est¨¢s debilitando tu autoridad. La libertad de expresi¨®n no ampara la falsa acusaci¨®n y la injuria aunque la v¨ªctima te caiga mal. El linchamiento y el acoso, incluso esa forma banal del escrache, siempre terminan por volverse en contra de quien los defendi¨® en su d¨ªa sin comprender la reciprocidad de la infamia. No puede haber leyes policiales distintas para cuando un desorden lo causa un simp¨¢tico antisistema o un parlamento lo queman los indignados con causa, porque a los pocos meses una horda de fan¨¢ticos de otro signo ideol¨®gico tratar¨¢ de adue?arse de ese privilegio. Los delitos tampoco son esquivables si se pronuncian cantados, por m¨¢s que lo art¨ªstico tenga m¨¢rgenes de creaci¨®n que la ley ampara. Reclamar que act¨²e la fiscal¨ªa para analizar si una canci¨®n que anhela el regreso a la violencia y la dictadura franquista es un delito de odio, evidencia que la vara de medir las palabras es bueno que rija para todos.
No parece una lecci¨®n tan dif¨ªcil de aprender la de que los derechos son tambi¨¦n extensibles para quienes no piensan como t¨². Y en esa confusi¨®n desmadejada, la mentira y el linchamiento en redes han crecido por el impulso de los extremistas de cada bando. Con la pirater¨ªa dimos un paso hacia atr¨¢s en los derechos, pues de pronto el robo estaba permitido siempre que fuera digital. Se ampar¨® un mundo sin ley, paralelo al mundo real. Como si internet fuera un universo donde no reg¨ªa el C¨®digo Penal. No es extra?o que poco despu¨¦s alguien dictaminara que la mentira, la falsa informaci¨®n, el informe policial trucado y sin firmar, las escuchas no autorizadas, el rumor malvado, la codicia enga?osa y la invasi¨®n de la vida privada, ya no eran delitos perseguibles, pues suced¨ªan en una esfera reservada, en esa utop¨ªa tecnol¨®gica y et¨¦rea. Esa chapuza la estamos pagando caro. Ahora la mentira cotiza igual que la verdad y si antes los medios deb¨ªan lidiar con demandas y estrictos mecanismos de control, parece razonable que ese rigor funcione tambi¨¦n en las nuevas esferas de comunicaci¨®n surgidas con la renovaci¨®n tecnol¨®gica..
El periodismo, la pol¨ªtica y la sociedad civil tienen que asumir toda sentencia que llega para esclarecer los l¨ªmites de la libertad de expresi¨®n, pues solo su acotaci¨®n refuerza el derecho. La justicia tambi¨¦n rige en todos los ¨¢mbitos informativos, porque se entiende que la honestidad y el respeto nunca ser¨¢n la gu¨ªa del negocio. Por doloroso que a veces parezca, ser libre implica ser responsable. El caso de Alex Jones es un grito en favor de la responsabilidad de quien se hace rico con la mentira m¨¢s burda y que favorece el clima de guerra civil en el que est¨¢ sumido su pa¨ªs. El periodismo, pues ellos se definen como tales, tiene delincuentes en sus filas, pero tambi¨¦n cada d¨ªa son ejecutados y descuartizados informadores que se atreven a investigar donde nadie alcanza. Estamos perdidos si los ciudadanos no distinguen entre ambos extremos profesionales. Decidir comportarse como adultos rigurosos y solventes garantiza la convivencia. Elegir ser criaturas malcriadas, hist¨¦ricas y eg¨®latras, que exigen que la verdad sea su verdad aunque sea mentira, nos conduce a otro lugar.
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