La guerra de Ucrania dibuja una nueva frontera del hambre: el 40% de los que viven junto al frente no tienen la suficiente comida
M¨¢s de dos millones de personas en las zonas de conflicto necesitan ayuda humanitaria en un pa¨ªs en el que la pobreza se ha disparado y la cesta de la compra es ahora un 35% m¨¢s cara que hace un a?o
Se llamaba Oleksandr. Proced¨ªa de un pueblo vecino y se convirti¨® en la correa de transmisi¨®n con los ocupantes rusos en el villorrio de Hnilitsia, en la regi¨®n de J¨¢rkov. Este colaboracionista trataba de engatusar a las autoridades locales ucranias para que trabajaran con los invasores. Las autoridades de la aldea, de la que escap¨® la mitad de su millar de habitantes, se negaron. Pese a todo, no hubo represalias, reconocen los propios responsables municipales. En Hnilitsia dan a entender que las tropas del Kremlin ten¨ªan m¨¢s resistencia en localidades de alrededor, donde se acabaron instalando desde el primer d¨ªa de la invasi¨®n, el 24 de febrero. Finalmente, huyeron el pasado 11 de septiembre en medio de la contraofensiva del ej¨¦rcito local. Tambi¨¦n puso tierra de por medio Oleksandr, el enlace de los uniformados extranjeros. Creen que cruz¨® la frontera rusa, a una treintena de kil¨®metros. A diferencia de otras localidades cercanas, con serios da?os por los combates, las casas de Hnilitsia siguen en pie, pero la poblaci¨®n, v¨ªctima del terremoto que supone una guerra, depende ahora de la ayuda humanitaria. Tambi¨¦n para comer.
Como consecuencia del conflicto armado, uno de cada tres ucranios padece inseguridad alimentaria y hasta el 40% de las personas en las regiones afectadas por la guerra en el este consumen una cantidad insuficiente de comida, seg¨²n el Programa Mundial de Alimentos (PMA). En el ¨²ltimo a?o, el precio de la cesta de la compra ha subido un 35% en el pa¨ªs, reconoce el director en Ucrania de esa agencia de la ONU, Matthew Hollingworth, durante una entrevista con EL PA?S en Kiev. Adem¨¢s, la invasi¨®n rusa ha disparado el ¨ªndice de pobreza del 2% al 25%, seg¨²n las previsiones que maneja el Banco Mundial para finales de 2022. Ese dato puede llegar hasta el 55% a finales del a?o pr¨®ximo, explic¨® Arup Banerji, director en Europa del Este de esa instituci¨®n, en una entrevista con la agencia Reuters a mediados de octubre.
Dos furgonetas parten desde una enorme nave de la ciudad de J¨¢rkov cargadas con comida en direcci¨®n a Hnilitsia, a unas tres horas de carretera. Transportan 300 raciones individuales. Cada caja de 12,5 kilos contiene harina de trigo, aceite, sal, az¨²car y latas de carne y alubias. Las prepara el PMA, agencia dependiente de Naciones Unidas, y las distribuye la organizaci¨®n humanitaria ADRA. Junto a la parada de autob¨²s, donde se organiza con los vecinos uno de los dos puntos de reparto, hay un colmado del que entran y salen unos cuantos clientes. La mayor¨ªa hace cola, sin embargo, para recoger los alimentos de la ONG. Ese 35% de encarecimiento de la comida ¡°es una subida muy grande como consecuencia directa de la guerra¡±, explica Hollingworth, que a?ade que en muchos sitios ni siquiera hay donde hacer la compra.
En el este y el sur de Ucrania hay unos 2,5 millones de personas que viven cerca de las regiones de combate. Muchos son ucranios que no han podido escapar hacia zonas m¨¢s seguras por problemas econ¨®micos o falta de enlaces familiares, describe Hollingworth. ¡°La mayor¨ªa de los que se quedaron no tuvieron elecci¨®n y abundan las personas mayores solas o impedidas¡±, advierte. A su vez, Mosc¨² ha deso¨ªdo hasta ahora todas las peticiones del PMA y no permite la asistencia en la zona de Ucrania que ocupan sus tropas. Pese a que no llegan a esos territorios, la agencia ayuda en el pa¨ªs a 2,8 millones de personas al mes con alimentos de primera necesidad o con bonos canjeables en tiendas.
Cubierta por un pa?uelo verde, Maria Fediuk, de 79 a?os, apenas puede con su caja de alimentos. La acaba de recoger en la carretera que da acceso a Hnilitsia. Viuda desde hace seis a?os, ha pasado la ocupaci¨®n en soledad, sin familia, sin productos de la huerta, sin animales¡ Cuenta que los pocos ahorros de los que dispone los destina a medicinas. De joven trabaj¨® en una guarder¨ªa antes de dedicarse a la agricultura. Posteriormente, pastore¨® vacas a las que tambi¨¦n orde?aba, hasta que la explotaci¨®n cerr¨®. Cuando se le pregunta si echa de menos el pasado sovi¨¦tico del pa¨ªs, la mujer aprieta los labios entre los dientes y mueve la cabeza de forma negativa sin abrir la boca.
¡°No permiten que vivamos mejor que ellos. Por eso [Vlad¨ªmir] Putin quiere quedarse con nuestras tierras, que son muy productivas. Todos los rusos est¨¢n celosos de Ucrania¡±, afirma Oleksandr Zelenski, de 69 a?os, que suelta una carcajada al decir su apellido, el mismo que el del presidente. En todo caso, aclara que los rusos ¡°no hicieron aqu¨ª cosas horribles¡±. ¡°Se llevaron el coche de uno de los vecinos, pero no mataron a nadie¡±, explica. Zelenski espera junto a varias decenas de personas su turno para que le entreguen su raci¨®n de comida. Para este hombre, que lleg¨® a Hnilitsia en 1977 como maestro, el principal problema ahora no es tanto la alimentaci¨®n como la falta de cobertura de los tel¨¦fonos m¨®viles y la conexi¨®n a internet. ¡°Tenemos que ir all¨ª arriba a conectarnos¡±, a?ade se?alando un mont¨ªculo pr¨®ximo. Junto a ¨¦l, Gregori Babak, de 63 a?os, uno de los jefes de la aldea, lo tiene claro: ¡°La primera necesidad es la paz¡±.
Panorama negro hasta la primavera
El director del PMA dibuja un panorama negro de aqu¨ª a primavera. A la falta de recursos de una parte importante de la poblaci¨®n que sobrevive cerca del frente, se unen ahora millones de v¨ªctimas de los ataques a las infraestructuras energ¨¦ticas ejecutados por los rusos en las ¨²ltimas semanas. El ¨²ltimo ¨Dy el m¨¢s contundente, seg¨²n las autoridades¨D tuvo lugar el martes de la semana pasada. Eso ha hecho que el ¨¢mbito geogr¨¢fico de la vulnerabilidad se haya extendido mucho m¨¢s, advierte Hollingworth. Otro problema es el de las zonas bajo ocupaci¨®n rusa, adonde no han conseguido acceder. ¡°Sabemos que hay personas necesitadas¡±, afirma bas¨¢ndose en su experiencia en terreno liberado por los ucranios, pero no disponen ¡°de permiso¡±, lamenta el m¨¢ximo responsable del Programa Mundial de Alimentos en Ucrania. Asegura que no van a dejar de llamar a la puerta, pero, hasta ahora, Mosc¨² no la ha abierto.
La veteran¨ªa de Nikola Vitsota, de 52 a?os, lo ha aupado a la jefatura de una de las dos zonas en las que est¨¢ dividida la aldea. El principal reto ahora, dice, es recuperar las conexiones de m¨®vil e internet. ?l fue el que se neg¨® a colaborar con los rusos. Y no solo eso. Tambi¨¦n se encarg¨® de poner a buen recaudo toda documentaci¨®n que pudiera resultar comprometedora o de cierto valor para los ocupantes. Agradece que la destrucci¨®n no haya sido como la sufrida en localidades como Izium, en esta misma regi¨®n. Tampoco los muertos. Los rusos, que entraron en Hnilitsia el mismo 24 de febrero por la proximidad de la frontera, apenas se llevaron a un exmilitar tres d¨ªas para ser interrogado, cuenta Vitsota junto a decenas de cajas apiladas que los empleados de la ONG ADRA les dejan en las dependencias municipales. Y, mientras muestra henchido de orgullo un v¨ªdeo en su m¨®vil, recuerda que fue ¨¦l quien tuvo el honor de izar de nuevo la bandera azul y amarilla de Ucrania cuando entraron los militares a liberar el pueblo.
En Hnilitsia apenas quedan chavales y gente joven. Hab¨ªa una treintena de ni?os antes de la guerra, ahora solo unos diez, calcula Vitsota. Alguno revolotea por el lugar durante el reparto de comida. Como una rara avis, acude junto a su madre Valeria, una joven de 21 a?os. Tiene dos hijos. El mayor, de tres a?os; el peque?o naci¨® una semana antes de la invasi¨®n. Reconoce que los que se han quedado es porque no tienen manera de irse. A unos metros de ella est¨¢ Maria Fediuk, la anciana que vive sola. Su caja de comida reposa en el banco de la parada del autob¨²s. No puede con ella y tiene un paseo hasta casa. Algunos se las ingenian para trasladarla en la bicicleta o en carritos. ¡°No s¨¦ c¨®mo voy a volver. No lo he pensado todav¨ªa¡±, lamenta la mujer.
No es la ¨²nica que tiene ese problema, pero la guerra no solo saca lo peor del ser humano. Tambi¨¦n lo mejor. Pronto, los vecinos que disponen de coche ayudan a los dem¨¢s. Es la ley de la solidaridad en la frontera del hambre. En todo caso, el mayor reto es que, poco a poco, la poblaci¨®n vuelva a ser aut¨®noma, porque la ayuda de emergencia no puede eternizarse, apunta el director del Programa Mundial de Alimentos. Aquello de toda la vida: ense?ar a pescar en vez de dar pescado.
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