Las aldeas por las que nadie pasa, ni siquiera para desenterrar a las v¨ªctimas del terremoto
De los 300 habitantes de Tagadirt, una peque?a poblaci¨®n del Alto Atlas, 17 murieron sepultados. Las casas del resto se han derrumbado y no hay comida ni agua potable. A m¨¢s de 1.300 metros de altitud, temen la llegada del invierno
Al adentrarse en la carretera P2009 que une Marraquech con el pueblo de Adassil (Chichaua), uno tiene la sensaci¨®n de no dirigirse a ninguna parte. A los 50 kil¨®metros de trayecto, los veh¨ªculos policiales y las ambulancias ¡ªque trabajan tras el terremoto de magnitud 6,8 que el viernes por la noche sacudi¨® Marruecos y ha causado 2.497 muertos y 2.476 heridos¡ª, los coches y las motos comienzan a desaparecer. Y no es de extra?ar. Esta ruta serpenteante atraviesa dos puertos de m¨¢s de 2.000 metros de altitud en los que es obligado reducir para evitar las enormes rocas que salpican todo el recorrido y que todav¨ªa nadie ha apartado de la calzada. El descenso cae sobre monta?as peladas, des¨¦rticas, solo salpicadas por peque?os valles en los que brilla el verdor de los olivos. Es all¨ª, en esos oasis, donde se refugian los pueblos. Es all¨ª donde est¨¢ Tagadirt.
Las dos ¨²ltimas curvas antes de llegar a esta aldea de 300 habitantes permiten ver desde arriba la magnitud de la cat¨¢strofe. Solo la mezquita ¡ªcuyo minarete resiste pese a la grieta que lo parte por la mitad¡ª y menos de una decena de casas han conseguido mantenerse en pie. El resto es un amasijo de rocas y cemento en el que los vecinos buscan desesperadamente sus enseres. Un se?or con una azada intenta desenterrar el trozo de pl¨¢stico al que ha quedado reducido su televisor como si fuera a volver a funcionar. Las mujeres acumulan sobre las piedras las ollas, cuchillos y teteras que van apareciendo. En medio de todo, una se?ora de unos 50 a?os llora junto a uno de sus muebles. Es lo ¨²nico que le queda a Fadela Mhamd. Su suegro y sus dos hijos fallecieron bajo las piedras que est¨¢ pisando.
A medida que aumenta la distancia con Marraquech, los medios de rescate, sanitarios y de abastecimiento de la poblaci¨®n se reducen considerablemente. Por Tagadirt todav¨ªa no ha pasado nadie. Los 17 muertos que se han registrado aqu¨ª los han desenterrado los propios vecinos. A diferencia de otras localidades m¨¢s cercanas a la ciudad, nadie ha tra¨ªdo agua ni comida. Solo ha llegado una caja de botellas de zumo de manzana y una cincuentena de mantas con las que, por la noche, se resguardan del fr¨ªo. Unos dicen que fueron los familiares de un vecino que residen en Casablanca los que lo trajeron. Otros, que una asociaci¨®n. ¡°Lo que necesitamos es agua y comida, y nadie hasta el momento nos las ha dado¡±, dice un hombre mientras se acerca a una higuera. ¡°Solo tenemos esto, que es bendici¨®n de Dios¡±, dice ofreciendo uno de sus frutos.
¡°?Lo he perdido todo, no me queda nada! ?Todo lo que ten¨ªa!¡±, grita entre sollozos Mhamd mientras se lleva los brazos a la cabeza. Su hijo Mohamed, entre l¨¢grimas, imita los gestos desesperados de la madre. ¡°?Todo lo que ten¨ªamos ha quedado sepultado aqu¨ª!¡±, exclama se?alando a los escombros. ¡°No nos queda nada. No tenemos ni donde dormir y la noche es todo fr¨ªo. No tenemos ad¨®nde ir. ?Nosotros! ?No tenemos d¨®nde ir!¡±, insiste con la rabia que solo genera el dolor. Sus vecinos los consuelan con plegarias, besos en la frente y abrazos. ¡°Esto es una tremenda desgracia. En unas semanas empezar¨¢ a llover y despu¨¦s a nevar. ?D¨®nde nos vamos a meter?¡±, afirma uno de ellos. Tagadirt se encuentra a m¨¢s de 1.300 metros de altitud.
Los pocos inmuebles que quedan de pie est¨¢n repletos de cascotes que los hacen inhabitables. Los hombres, mujeres y ni?os que todav¨ªa quedan aqu¨ª no duermen en ellos, sino que los emplean para almacenar las pertenencias que logran recuperar. Sus due?os se empe?an en mostrarlos con una mezcla de indignaci¨®n y frustraci¨®n, pero tambi¨¦n con una necesidad de demostrar su sufrimiento. Cont¨¢rselo a alguien parece terap¨¦utico.
La mezquita est¨¢ de pie, pero a su lado, el im¨¢n muestra los destrozos de su casa mientras saca de ella lo que le queda. Un vecino advierte de no pisar el tendido el¨¦ctrico que ha ca¨ªdo sobre las ruinas, mientras otro, entre risas, lo agarra: ¡°?Pero si no hay electricidad!¡±. De un agujero entre los edificios derrumbados salen los rebuznos de un asno que ha quedado atrapado y al que un ni?o trata de ayudar acerc¨¢ndole un ramillete de forraje.
Unos kil¨®metros m¨¢s adelante se instala un equipo del Servicio de Asistencia M¨¦dica Urgente (SAMU) de Sevilla, que acaba de llegar al lugar. En un recodo de la carretera montan una carpa junto a las dos UCI m¨®viles que han conseguido traer hasta aqu¨ª desde la capital andaluza. Sus integrantes, que ya estuvieron en el terremoto de Turqu¨ªa y Siria en febrero, han venido con dos equipos caninos para buscar a posibles supervivientes. Pero su primer paciente no tiene nada que ver con el se¨ªsmo. Un ni?o ha tenido una crisis epil¨¦ptica y lo tienen que trasladar.
En la localidad de Taurir las bolsas de comida llegan a ¨²ltima hora de la tarde. Cada familia de este pueblo de unos 500 habitantes espera pacientemente a recoger sus raciones que han enviado varias ONG. Mientras, los ni?os corretean y juegan al f¨²tbol con un bal¨®n improvisado de papel. De nuevo, los habitantes ense?an los desperfectos de sus viviendas; otro pueblo que dormir¨¢ en tiendas improvisadas con sacos de pienso. Pero aqu¨ª, ha habido suerte y la muerte ha pasado de largo.
Adasil, final de ruta. En este pueblo de 8.000 habitantes, ahora pr¨¢cticamente des¨¦rtico y con todos los comercios cerrados, los veh¨ªculos de la gendarmer¨ªa y los militares reaparecen. Alguna ambulancia intenta abrirse paso entre las rocas desprendidas camino de la siguiente urgencia. Observando el trabajo de los rescatadores, surge la pregunta. ?Cu¨¢ntas aldeas m¨¢s como Tagadirt permanecer¨¢n olvidadas ahora mismo en Marruecos?
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