Mensajes desde Gaza
Husam, un palestino que lo ha perdido todo en la guerra y que se ha visto obligado a mudarse en los ¨²ltimos meses siete veces, cuenta por medio de ¡®wasaps¡¯ el d¨ªa a d¨ªa en una tienda de campa?a de su familia
Hace unas semanas, por medio de un conocido, obtuve el contacto de Husam, un palestino que vive en Gaza. Yo llevaba muchos d¨ªas tratando de encontrar a alguien que pudiera contar de primera mano lo que pasa all¨ª. En cuanto recib¨ª el wasap con el n¨²mero, le escrib¨ª otro a Husam, al que yo no conoc¨ªa de nada y del que solo sab¨ªa su nombre y que hablaba espa?ol. Era como lanzar al mar un mensaje en una botella. Lo envi¨¦ el viernes 14 de junio a las 11.45, desde un Madrid en primavera. La respuesta me lleg¨®, desde una Gaza en guerra, a las cuatro y media de la tarde de ese mismo d¨ªa. Fue como recibir de vuelta otro mensaje metido en una botella.
Pronto descartamos hablar por tel¨¦fono: la fragilidad de internet en Gaza volv¨ªa imposible una conversaci¨®n normal. Pactamos otra forma de comunicarnos, una variante moderna de las viejas cartas remitidas entre personas que viven muy lejos: yo le enviar¨ªa preguntas por escrito por WhatsApp y ¨¦l me responder¨ªa, cuando pudiera, por medio de textos o de audios. Yo deseaba que ¨¦l me contara su vida. ?l ¡ªyo lo iba a descubrir en seguida¡ª necesitaba cont¨¢rmela.
MI VIDA ANTES DE ESTO
Los primeros d¨ªas supe que Husam tiene 54 a?os, que est¨¢ casado, que es padre de cinco hijos, que estudi¨® Empresariales en Madrid y que por eso habla ese espa?ol tan dulce, que trabaj¨® en bancos, que regentaba su propia empresa de importaci¨®n de ropa y que su mujer, Suhaila, de 42 a?os, tambi¨¦n trabajaba en su propio negocio elaborando comidas y postres; que su hijo mayor, Ghazy, de 24 a?os, se hab¨ªa graduado el a?o pasado, que su segundo hijo, Hazem, de 22, estudiaba tercer a?o de Administraci¨®n de empresas; que la tercera, Hala, de 18, su ¨²nica hija, acababa de entrar en la universidad, en octubre, para estudiar Tecnolog¨ªas de la Informaci¨®n; que sus dos hijos menores, Mohamed, de 14, y Youssef, de 12, iban al colegio; que viv¨ªan todos, m¨¢s la madre de Husam, en el campamento de refugiados de Al Shati, en Ciudad de Gaza. Y que su d¨ªa a d¨ªa no era muy distinto que el de cualquier padre de familia. Del m¨ªo, por ejemplo.
Todo esto se hizo a?icos el 7 de octubre pasado, cuando Hamas, en un ataque terrorista sorpresa mat¨® a cerca de 1.200 personas y secuestr¨® a otras 250. Husam, que prefiere que no aparezca su apellido por razones de seguridad, recuerda perfectamente esa ma?ana en la que todo cambi¨®. Me lo dej¨® apuntado en uno de los mensajes que llegaban peri¨®dicamente y en los que, mensaje a mensaje, me iba contando su vida entera.
M¨¢s de nueve meses despu¨¦s del 7 de octubre, esta familia llena de universitarios y con dos empresas propias duerme en una tienda de campa?a en el campo de refugiados de Deir al Balah, junto a la playa y el mar donde, todas las ma?anas, Husam y sus hijos se ba?an para espantar la melancol¨ªa, huir del calor y prevenir las enfermedades de la piel. Se han visto obligados a cambiar de ubicaci¨®n siete veces desde que abandonaron su casa en Ciudad de Gaza. No tienen nada excepto las ollas en las que guisan, la tetera en la que preparan el desayuno, los tel¨¦fonos m¨®viles, la ropa que llevan puesta y cuatro cosas m¨¢s, entre las que se cuenta la peque?a radio en la que Husam oye las noticias de la guerra que le rodea.
LA HUIDA
Al principio, Husam y los suyos desobedecieron el ultim¨¢tum dado por el ej¨¦rcito israel¨ª para que toda la poblaci¨®n del norte de Gaza se desplazara en masa hacia el sur. No hicieron caso a las octavillas lanzadas por los aviones de Israel conmin¨¢ndoles a marcharse. Ni a los mensajes y audios que, tambi¨¦n remitidos por Israel, llegaban a sus m¨®viles con la misma indicaci¨®n. Aguantaron un mes. La cada vez m¨¢s asfixiante cercan¨ªa de los bombardeos y la inminente invasi¨®n terrestre del ej¨¦rcito israel¨ª forzaron a la familia a mudarse a casa de un amigo, a¨²n en Ciudad de Gaza, cerca del hospital Al Shifa. Pero una bomba que cay¨® muy cerca de la casa del amigo dos d¨ªas despu¨¦s convenci¨® a Husam de que deb¨ªa abandonar su ciudad. Lo hizo a pie, junto a su madre, de 79 a?os, su esposa y sus cinco hijos.
Desde entonces todo ha sido un continuo desplazarse, zarandeados por la guerra. De Gaza a Nuseirat, de Nuseirat a Rafah, de Rafah a Jan Yunis, de Jan Yunis al patio de la Universidad Al Aqsa, de la Universidad Al Aqsa de nuevo a Rafah y de Rafah a la playa de Deir al Balah. Siempre de ac¨¢ para all¨¢, poni¨¦ndose en marcha antes de que llegaran los soldados o cuando las bombas estallaban tan cerca que se asombraban de no haber muerto.
Han vivido en casas de amigos, de conocidos, de primos, en pisos de precios disparados por la inflaci¨®n y la guerra y, por fin, en la tienda de campa?a que compraron hace semanas por 700 d¨®lares [643 euros]. Durante estos nueve meses la muerte en forma de bomba o de disparos les ha perseguido siempre, en una variante macabra del juego del rat¨®n y el gato. El 8 de junio, el hijo mayor, Ghazy, se encontraba en el campo de refugiados de Nuseirat en el momento en que el ej¨¦rcito israel¨ª desencadenaba una operaci¨®n militar encaminada a rescatar a cuatro rehenes secuestrados por Ham¨¢s. Participaron cientos de soldados. El ataque se concentr¨® en dos edificios. Hubo bombardeos desde el mar y desde tierra. El ej¨¦rcito israel¨ª liber¨® a los rehenes, pero en la escaramuza murieron 274 de palestinos. Ghazy estuvo a punto de ser uno de ellos. Se escondi¨® detr¨¢s de un coche junto a unos amigos mientras se convenc¨ªa de que eran los ¨²ltimos instantes de su vida. Grab¨® desde all¨ª un audio que a¨²n conserva.
Un d¨ªa me lleg¨® un v¨ªdeo de una explosi¨®n grabada en Jan Yunis por un amigo de un hijo de Husam el 20 de abril acompa?ado de una frase: ¡°Una peque?a escena de lo que hemos vivido¡±. El d¨ªa en que estall¨® esta bomba la familia de Husam se encontraba en Rafah, lejos de all¨ª. Pero a la pregunta de si han presenciado bombardeos parecidos, Husam me respondi¨®, simplemente: ¡°S¨ª, muchas veces¡±.
Y otro d¨ªa me advirti¨® en un mensaje de que la historia se repite: tambi¨¦n sus padres, siendo ni?os, huyeron sin nada en 1948 junto a sus familias y otros cientos de miles de palestinos, abandonando sus pueblos obligados por el ej¨¦rcito israel¨ª, en lo que se conoce como la Nakba, el desastre, en ¨¢rabe. Las familias del padre y la madre de Husam dejaron las localidades de Jaffa y Hatta, respectivamente, y se refugiaron en Gaza. Su madre ten¨ªa entonces tres a?os y su padre cerca de 10, solo dos a?os m¨¢s que los que tiene ahora Youssef, el m¨¢s peque?o de los hijos de Husam. Este me cuenta las historias de su huida y me aclara que su padre le contaba a su vez historias parecidas. Los abuelos de Husam ten¨ªan tierras y negocios que perdieron al irse. Los padres emigraron a Kuwait, donde consiguieron darle la vuelta a la miseria, prosperar y procurarle una educaci¨®n a Husam que, de nuevo, lo ha perdido todo, en una especie de bucle maldito que se repite de generaci¨®n en generaci¨®n.
LA VIDA ES ESTO
Para conectarse a internet y de paso responder a mis preguntas, Husam ha ido cada d¨ªa a un caf¨¦ en Deir al Balah donde hay se?al. No siempre, no a todas horas. Cuando hay se?al, eso s¨ª, y los tel¨¦fonos muertos recuperan la conexi¨®n y reciben mensajes, Husam siempre experimenta la misma sensaci¨®n de miedo y de ahogo: teme que los nuevos mensajes traigan noticias de nuevas muertes de amigos, vecinos o familiares.
La vida en Deir al Balah se ha reducido a lo m¨ªnimo, a lo indispensable, a la mera supervivencia. Consiste, la mayor parte de los d¨ªas, en buscar agua, en hacer fuego con astillas y le?a, en preparar la comida y trasladarse al mercado de Deir al Balah en busca de algo para el d¨ªa siguiente. La comida es muy cara. Un kilo de tomates y uno de patatas cuestan 10 euros en total. En enero, lo era a¨²n m¨¢s: un saco de harina de 25 kilos lleg¨® a costar 250 euros; y uno de arroz, 25 euros, lo mismo que uno de az¨²car. Husam cuenta tambi¨¦n que un paquete de cigarrillos cuesta 500 d¨®lares y que solo los ladrones que roban en los pisos o en las escuelas o se apropian de las ayudas internacionales pueden adquirirlos. Estas ayudas de comida que entran por los puertos o por tierra no alcanzan para todos. Y a veces hay que pagarlas debido a la corrupci¨®n, seg¨²n denuncia Husam. Las que se env¨ªan en paraca¨ªdas caen donde caen y hay que tener suerte para que te llegue alguna. Husam nunca ha visto nada de esa ayuda. La familia casi ha agotado los ahorros que guardaba en su cuenta corriente en comprar comida mala y cara, la mayor¨ªa de las veces latas de conserva. Llevan dos meses sin probar la carne o el pescado. Hay d¨ªas que han comido pan y queso solamente. Para comprar, Husam se desplaza muchos d¨ªas con sus hijos al mercado en un carromato tirado por un burro agobiado. El trayecto le cuesta lo que le costar¨ªa un taxi. Le ped¨ª que me enviara v¨ªdeos. En uno se le ve a ¨¦l y a su hijo mayor subidos al carromato. En el otro, sale el mercado de Deir al Balah.
El hijo mayor est¨¢ desesperado por emigrar, la mujer sue?a con montar un negocio propio en Espa?a, la hija Hala se lamenta de no haber podido vivir la experiencia universitaria, la madre, agotada, vive con otro hermano mayor en un piso cercano y se pasa el d¨ªa llorando y rezando, y el peque?o Youssef se acuerda a menudo de un profesor suyo, muerto recientemente en un bombardeo, y sufre pesadillas cuando duerme porque sue?a con bombas. Toda la familia est¨¢ desesperada, exhausta y desesperanzada, seg¨²n describe Husam, que a veces les cuenta a sus hijos c¨®mo era su vida de joven en Espa?a, c¨®mo iba al cine o de juerga por las noches y lo mucho que le gustaba la horchata. No lo hace por comparar una vida y otra, especifica, porque eso ser¨ªa muy cruel con sus hijos y con ¨¦l mismo, sino para contar una historia lejana y un poco ex¨®tica. Todo el d¨ªa oyen pasar aviones de reconocimiento israel¨ªes y su zumbido agobiante les aterra porque temen que en cualquier momento puedan lanzar una bomba que les reviente. No esperan mucho del futuro. Se levantan muy pronto y se acuestan con el sol, despu¨¦s de haber cenado los tomates o el queso o la lata de cada d¨ªa. Y parecer¨ªa que no hay nada m¨¢s. Pero es mentira, porque a veces, la vida despreocupada de antes, la de siempre, se cuela extra?amente entre toda esta desgracia, como cuando vieron junto a otros muchos ocupantes del campo la final de la Champions y todos celebraron con gritos de j¨²bilo los goles de la victoria del Real Madrid.
Cr¨¦ditos
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De arriba abajo y de izquierda a derecha: Ghazy, el d¨ªa de la fiesta de su graduaci¨®n, Hazen, el segundo hijo, Hala y el peque?o Youssef. Todas son fotos de antes de la guerra.
Foto de la familia de Husam, hecha en 2023, el d¨ªa en que se gradu¨® en la universidad su hijo mayor, Ghazy.
Mohamed, Husam, Suhaila y Ghazy, en su casa, antes de la guerra.
Tiendas de campa?a del campo de refugiados de Deir al Balah, donde vive Husam.
Todas las localizaciones donde se han asentado Husam y su familia desde octubre.
Explosi¨®n grabada por un amigo de un hijo de Husam, en Jan Yunis, en abril de 2024.
Hola. Buenos d¨ªas, Antonio.
Te iba a decir una cosa...
Una persona normal no puede entender lo que ha pasado el 7 de octubre si no regresa a 1948.
Caf¨¦ de Deir al Balah, desde donde Husam puede tener acceso a internet.
Youssef, Ghazy y Mohamed hacen fuego en Deir al Balah.
Husam y Ghazy acuden al mercado de Deir al Balah en un carromato tirado por un burro.
Ambiente del mercado de Deir al Balah. V¨ªdeo grabado en mayo por Husam.
As¨ª hace la cena la familia de Husam por la noche, al lado de la tienda de campa?a. V¨ªdeo grabado en mayo.