La desesperaci¨®n de miles de familiares sirios ante el ¡°matadero humano¡±, la c¨¢rcel-s¨ªmbolo de la represi¨®n de El?Asad: ¡°Puede estar muri¨¦ndose bajo tierra¡±
La prisi¨®n militar de Saidnaya recibe a una multitud de personas en busca de noticias de los suyos, aferrados al rumor de que quedan miles de presos en unas celdas subterr¨¢neas
La imagen, con la crudeza de cuando nada resulta impostado o teatralizado, es espeluznante. Miles de sirios caminan con prisa cuesta arriba durante kil¨®metros (los atascos impiden acercarse) para llegar cuanto antes a Saidnaya, la prisi¨®n militar apodada ¡°el matadero humano¡± en la que el r¨¦gimen de Bachar el Asad mat¨® a miles de personas. Solo este lunes, tras la ca¨ªda del r¨¦gimen, los familiares han podido llegar en masa buscando desesperadamente noticias de los suyos, aferrados al rumor de que a¨²n quedan miles de presos en unas celdas subterr¨¢neas.
La Defensa Civil siria, conocida como los cascos blancos, ha dado por terminadas este martes las labores de b¨²squeda de posibles detenidos dentro de Saidnaya, situada unos 30 kil¨®metros al norte de Damasco, sin encontrar ¡°pruebas de celdas secretas o s¨®tanos ocultos¡±. Pero los familiares segu¨ªan aferrados este lunes a cualquier remota esperanza.
Mujeres con los ojos llorosos, familias con carpetas con los nombres y n¨²meros de documento de identidad de seres queridos de los que no saben nada desde hace a?os y una pregunta desesperada de los que suben a los que deshacen el camino: ¡°?Los han encontrado?¡±. Una especie de procesi¨®n hacia el horror de un presidio donde los varones cavan con lo que haya ¡ªincluso con una barra de hierro¡ª, en busca de una supuesta entrada secreta al subsuelo, y muestran una celda en la que met¨ªan (vivos o muertos, cuentan) a los reclusos y las cuerdas para torturarlos que los carceleros dejaron precipitadamente.
Sentada en el polvoriento suelo, una anciana grita a los combatientes rebeldes, que el domingo abrieron las puertas de la prisi¨®n para liberar a los reclusos y suben hoy con los rifles Kal¨¢shnikov al hombro: ¡°?Subid, subid! ?Para qu¨¦? ?Hab¨¦is llegado con a?os de retraso!¡±.
En una de las cocinas, hay desperdigados dosieres de presos junto a una especie de horno. Los familiares buscan los nombres de sus seres queridos. La impresi¨®n es que los militares apostados en la c¨¢rcel huyeron aceleradamente del avance rel¨¢mpago rebelde (que tumb¨® por sorpresa al r¨¦gimen en apenas semana y media) y les falt¨® tiempo para quemar todos. Eran muchos porque por aqu¨ª ha pasado mucha gente: el Observatorio Sirio de Derechos Humanos asegura que 30.000 murieron por torturas, maltrato y ejecuciones en la primera d¨¦cada de la guerra (2011-2021) que concluy¨® este domingo. Amnist¨ªa Internacional cifr¨® en 2017 entre 5.000 y 13.000 los ejecutados extrajudicialmente en los primeros cuatro a?os.
Las celdas son peque?as e insalubres. En algunas se ven en el suelo se?ales secas de heces, y en la pared las famosas rayas para marcar el tiempo en reclusi¨®n. Los presos dejaron grabadas frases como ¡°Castigo, 60 d¨ªas¡±, ¡°Nunca hay misericordia por nuestra situaci¨®n¡±, ¡°Agradables pese a la tristeza¡± o, simplemente, ¡°Adi¨®s¡±. Es de d¨ªa y ya hace mucho fr¨ªo. En un cuaderno con el nombre de un preso solo quedan las hojas en blanco. El resto han sido arrancadas.
El barullo de las familias buscando a los suyos se mezcla con el sonido de los golpes en el suelo. Lo hacen algunos hombres, rompiendo el suelo o cavando en busca de una supuesta entrada secreta cuya existencia puede ser un mito y a la que muchos se aferran a¨²n para no dar por desaparecidos a sus seres queridos.
Miedo, miedo, miedo¡
Suleiman Hayari tiene, dice, ¡°informaci¨®n de primera mano¡± de que tres de sus sobrinos ¡ªFiras, Alaa y Rafaat¡ª estaban en la prisi¨®n. ¡°No sabemos nada, ni siquiera si est¨¢n vivos. Nos dijeron que estar¨ªan bajo tierra, pero no los hemos encontrado. Estamos aqu¨ª por la esperanza, por la esperanza¡± repite. Su relato es similar a otros: un arresto en ¡°un puesto de control militar del ej¨¦rcito de Bachar el Asad¡±, dice, enfatizando con desprecio el nombre del dirigente reci¨¦n derrocado. ?Cu¨¢l fue la causa del arresto? ¡°Dijeron que llevaba armas en el coche, pero no era cierto. Arrestaban por nada. Por no estar con ¨¦l [El Asad]. Miedo, miedo, miedo¡ eso era el r¨¦gimen, eso es lo que ten¨ªamos¡±.
Mariam Al Awiya reza con el anhelo de que su hermano Ahmed, nueve a?os preso, est¨¦ en las famosas celdas subterr¨¢neas. ¡°Tienen que traer al due?o [el desaparecido regente de la prisi¨®n] que conoce las claves [del supuesto acceso a celdas subterr¨¢neas]. A lo mejor est¨¢ muri¨¦ndose sin comida¡±, se?ala antes de a?adir: ¡°Lo llamaban terrorista los mismos que lo metieron aqu¨ª. ?Te lo puedes creer?¡±.
Las celdas subterr¨¢neas se han convertido en una especie de Atl¨¢ntida cuya existencia todos desean, pero nadie confirma. Unos hablan de tres pisos bajo tierra; otros de hasta 10, a los que urge llegar porque ¡ªsin comida (se puede ver, podrida, en la cocina) ni agua¡ª cada hora de retraso puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte. El domingo comenz¨® a circular el rumor de que hab¨ªa miles de presos bajo tierra, controlados por circuito interno, pero que la falta de electricidad (todo est¨¢ a oscuras) lo ha apagado y solo los vigilantes (que han escapado) conocen los c¨®digos para acceder.
Una multitud se agolpa ante cualquier hueco que lleve hacia el subsuelo. Los que regresan advierten a los que llegan de que no encontrar¨¢n nada al final, pero por lo general siguen bajando: necesitan verlo con sus propios ojos. En las conversaciones aceleradas entre unos y otros, dos frases se oyen a menudo: ¡°?Hay algo?¡± ¡°?Los han encontrado?¡±.
Aman Al Usbuh llora desconsoladamente: ¡°?No existen las c¨¢maras! ?No existen!¡±. Cuenta que uno de sus hermanos fue arrestado en un control militar de carretera en 2011, el a?o que comenz¨® la revuelta duramente reprimida por El Asad, que degener¨® en guerra civil, y que se enter¨®, por un expreso en Saidnaya, que coincidi¨® con ¨¦l hasta 2018. De lo que le pas¨® a su hermano entre ese a?o y este lunes (otro d¨ªa en el que ha acudido con la esperanza de encontrarlo) no sabe nada. ¡°?D¨®nde estaban las organizaciones internacionales cuando todo esto pasaba? ?Por qu¨¦ tenemos que estar ahora cavando para buscar a mi hermano? Solo nos queda tener fe en Dios hasta el ¨²ltimo momento, porque creemos en ?l y todo est¨¢ en su mano¡±.
En una de las celdas, un hombre de mediana edad, Waled Jalid Al Shamali, muestra al borde de las l¨¢grimas un v¨ªdeo de los rebeldes liberando a los reclusos. Se ven hombres esquel¨¦ticos o con la mirada perdida entre gritos de alegr¨ªa de los combatientes. Waled para el v¨ªdeo y se?ala: ¡°?Mira, este es mi hermano!¡±.
¡ªEntonces est¨¢ vivo y libre¡
¡ªPero no sabemos d¨®nde. Ha desaparecido. Llevamos viniendo desde el domingo aqu¨ª a ver si lo encontramos. ?Nos puedes ayudar? Apunta su nombre, por favor.
Hoy, aqu¨ª, el distintivo de prensa ¡ªque normalmente genera recelos¡ª atrae a quienes buscan respuestas, ruegan ayuda al mundo o, simplemente, necesitan airear su frustraci¨®n. Paran al periodista en el camino con la esperanza de que les proporcione la informaci¨®n que ans¨ªan. ¡°Busco a mi hermano, es este. ?Sabes si est¨¢ all¨¢?¡±, dice uno mostrando un nombre en un trozo de papel. ¡°?Es verdad lo que cuentan de las c¨¢maras de las celdas?¡±, pregunta otro mientras su mujer rompe a llorar.
Con la rabia de quien se siente olvidado por el mundo desde hace demasiado tiempo, Hayari ruega que se pase un mensaje ¡°a Naciones Unidas y a los pa¨ªses ¨¢rabes¡± para que ¡°intervengan lo m¨¢s r¨¢pido posible¡± para buscar a los presos en el subsuelo. ¡°No puede esperar¡±, afirma, se?alando en lo alto a la prisi¨®n, rodeada de humo por algunos incendios en sus alrededores.
La situaci¨®n se vuelve tan ca¨®tica y el sitio est¨¢ tan lleno que los rebeldes armados, ejerciendo de una ¨²nica autoridad que intenta poner en orden ¡ªtanto en el imposible tr¨¢fico en el camino desde Damasco como en los accesos a la c¨¢rcel¡ª, optan por impedir m¨¢s entradas y evacuar el patio para evitar una avalancha. Los sobrevenidos polic¨ªas acaban disparando al aire sus fusiles para que la gente cumpla la orden. ¡°?Ah¨ª est¨¢ mi hijo, en un s¨®tano!¡±, grita un anciano a un combatiente, forcejeando para entrar. ¡°?D¨¦jame pasar, te lo ruego!¡±.
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