Regreso al horror en la Siria de El Asad
En su vuelta a la prisi¨®n de Saidnaya, tres expresos recuerdan su sufrimiento diario en la c¨¢rcel siria, apodada ¡°matadero humano¡±. Los testigos liberan la palabra sobre las fosas comunes, cuya dimensi¨®n comienza a entender el pa¨ªs, ca¨ªdo el manto de miedo y silencio de la dictadura. Las familias buscan pistas sobre la suerte de los m¨¢s de 150.000 desaparecidos
Mahmud Salah Abdelnafah duda y se mantiene en silencio, asustado y con la mirada perdida. Su madre, que jam¨¢s pens¨® que lo ver¨ªa salir con vida del infierno de la c¨¢rcel siria de Saidnaya, le dice: ?Cu¨¦ntalo todo! ?Todo! ?Ya no tienes nada que temer! ?El r¨¦gimen [de Bachar el Asad] se ha ido y no va a volver!¡±. Minutos despu¨¦s, libera la palabra, pasando de los monos¨ªlabos a los relatos. Y al d¨ªa siguiente, vuelve ¡ªpor vez primera como hombre libre¡ª a la prisi¨®n en la que sobrevivi¨® siete a?os, convertida en s¨ªmbolo de las atrocidades de medio siglo de dictadura en Siria de los El Asad, padre (Hafez) e hijo (Bashar). La c¨¢rcel recibi¨® en los casi 14 a?os de guerra el calificativo de ¡°matadero humano¡±, por los cad¨¢veres que part¨ªan diariamente hacia unas fosas comunes cuya dimensi¨®n tambi¨¦n descubre estos d¨ªas la nueva Siria, como si despertase de una larga pesadilla. A la entrada de Saidnaya, alguien ha hecho una pintada: ¡°Ni olvidamos, ni perdonamos¡±.
Abdelnafah dej¨® un sue?o sin cumplir desde que ingres¨® en 2018 (por matar soldados tras desertar del ej¨¦rcito para unirse al bando contrario) hasta el pasado d¨ªa 8, cuando oy¨® un ruido en la c¨¢rcel, pens¨® que un guarda se dispon¨ªa a propinarle otra paliza gratuita y se encontr¨® a combatientes rebeldes reventando a disparos los candados de las celdas. ¡°No lo pod¨ªamos creer. Algunos lloraban, otros se volvieron para dentro [¡] ?ramos 10 personas que no pod¨ªamos ni andar, de las torturas. Yo, entre ellos. Quien pod¨ªa andar, sali¨®. Un combatiente, no s¨¦ su nombre, me cogi¨®, me bes¨® [en la frente] y me dijo: ¡°Gracias a Dios, est¨¢s a salvo. Vas a volver con tu familia?sano y salvo¡±.
Su sue?o incumplido consist¨ªa en atisbar el exterior por la ¨²nica ventana no opaca del cuarto de las duchas, al que los llevaban una vez al mes entre 10 y 15 segundos. Nunca pudo, porque ten¨ªan que permanecer encorvados, mirando al suelo con las manos en la nuca.
Hoy, se cobra su humilde venganza particular. Mira por la ventana nada m¨¢s entrar al cuarto. Apenas un segundo, sin embargo, como si a¨²n temiese que aparezca de repente de un rinc¨®n alguno de los guardas militares que lo golpeaban, insultaban, mandaban a la zona de torturas o pon¨ªan en confinamiento solitario por infracciones como mirarlos a la cara, esconder sal, zaatar o bolsas de pl¨¢stico para almacenar la escasa agua. O por recitar el Cor¨¢n con los labios dentro de la celda, donde los vigilaban con c¨¢maras.
Apenas lleva dos semanas en libertad, as¨ª que sigue muy delgado (entr¨® con 57 kilos y sali¨®, a los 27 a?os, con 35), come con lentitud y se deja la mitad de un plato que equivale a semanas de raci¨®n en la c¨¢rcel. Solo habla cuando le preguntan, respondiendo con miedo a preguntas como ¡°?Qu¨¦ tal?¡±, con frases de cortes¨ªa como ¡°Gracias a Dios¡± o ¡°Si Dios quiere¡±.
Conserva la tez blanca y las marcadas ojeras con las que su madre ¡ªtan sorprendida por la ca¨ªda rel¨¢mpago del r¨¦gimen como el resto del planeta¡ª lo recibi¨® con emoci¨®n de regreso a casa, como puede verse en un video que la familia ha compartido con este peri¨®dico. ¡°A¨²n no he conseguido dormir. Me paso las noches con los ojos abiertos mirando hacia arriba. A veces pienso que sigo all¨ª¡±, admite.
Tiene una parte del dedo amputada porque ¡ªcuenta¡ª le metieron un clavo a martillazos en otra de las prisiones en las que se torturaba, llamada Palestina. Camina con dificultad: nunca se recuper¨® de los 400 golpes que le dieron en las suelas de los pies, embutido en la rueda de veh¨ªculo, en Saidnaya. Era una tortura habitual, conocida como dulab. El motivo: los guardas se enteraron de lo que ¨¦l trataba de ocultar: que proced¨ªa de Duma, basti¨®n rebelde a las afueras de Damasco. ¡°Tambi¨¦n me mojaron el cuerpo y pusieron desnudo en una silla de acero. Cuando activaron la electricidad, sal¨ª despedido y me desmay¨¦¡±, dice.
Por eso, duda hasta el ¨²ltimo momento si volver al lugar donde sufri¨® tanto. ¡°Anoche ten¨ªa miedo¡±, admit¨ªa en el coche, ya de camino desde su casa familiar en la ciudad de Duma a la prisi¨®n de Saidnaya, a unos 30 kil¨®metros de Damasco.
Lo hace con otros dos exreclusos: Manyub Adnan Isali, de 34 a?os, y Walid Tubayi, uno menor. El primero explica que fue encerrado all¨ª, junto con su padre, entre 2019 y 2022, por desertar del ej¨¦rcito en 2012. Fue a entregarse en el marco de un acuerdo de cese de las hostilidades tras unos enfrentamientos que convirtieron manzanas de edificios enteras en un erial, y acab¨® arrestado.
Tubayi representa una de las paradojas de la guerra siria. Fue obligado a servir en el ej¨¦rcito de El Asad en las 24 horas siguientes a salir de Saidnaya, en 2022. Muestra la orden, que a¨²n guarda en la cartera, y matiza que los exreclusos como ¨¦l no recib¨ªan armas, por miedo a que las empleasen en contra de los militares. As¨ª que, a principios de mes, cuando se acercaba la ca¨ªda del r¨¦gimen, ¨¦l se encontraba haciendo labores administrativas en la Marina, en la base costera de Latakia. Ante el imparable avance rebelde, su comandante, recuerda, le dijo: ¡°Quien quiera quedarse, que se quede; quien no, puede irse¡±. Tubayi respondi¨®: ¡°Yo tengo mujer e hijos¡¡±. ¡°Pues v¨¢yase con ellos¡±. Se despidieron con el saludo militar. Tubayi sali¨® a pie hacia Duma a las cinco de la ma?ana. Anduvo unos 25 kil¨®metros, hizo mucho autoestop y lleg¨® a casa ya de madrugada, en una Siria que cambiaba minuto a minuto.
Es, para todos, el primer regreso a Saidnaya, y lo viven de formas muy distintas. Abdelnafah o, como lo llamaban los carceleros, 19.665 (¡°aqu¨ª, todos, solo ¨¦ramos n¨²meros¡±, a?ade), apenas abre la boca. Cuando ve una frase escrita, mueve lentamente los labios, como si reaprendiese a leer. Se mueve en silencio, observa y quiere m¨¢s que nada llegar a su celda. Como est¨¢ pr¨¢cticamente intacta, aprovecha para recuperar cosas, que mete en dos bolsas para llevarse a casa. Minutos antes hablaba de las ratas en la celda y los bichos en los uniformes, que se lavaban cada tres meses. De repente, una rata cruza de un lado a otro del calabozo. Pasadas dos horas en Saidnaya, se sienta en el suelo y pide salir: ¡°Me he tranquilizado al entrar y ver que dentro no hay nada que me d¨¦ miedo, pero me empieza a faltar el aire¡±.
Isali, en cambio, est¨¢ mucho m¨¢s recuperado. No sali¨® hace dos semanas, como Abdelnafah, sino hace dos a?os, y quiere recorrer cada parte de la c¨¢rcel. Ha tenido m¨¢s tiempo para procesarlo y pretende, sobre todo, que el mundo sepa aquello por lo que pas¨®.
Tubayi entra rezando y clamando ¡°Dios es el m¨¢s grande¡± con los ojos hacia el cielo. Dentro, bascula entre la risa de felicidad y el llanto, cuando cree que nadie lo ve.
Todo, sin embargo, sorprende a los tres, como si nunca hubieran estado all¨ª antes. Es una cuesti¨®n de perspectiva, tras a?os obligados a moverse mirando al suelo, a veces encadenados. No osaban levantar la mirada porque conllevaba paliza, tortura o muerte. ¡°?ramos como los b¨²hos, nos gui¨¢bamos por el o¨ªdo. Incluso cuando ibas al m¨¦dico militar, no pod¨ªas mirarle a los ojos¡±, rememora Isali. Nadie sab¨ªa lo que pasaba afuera. ¡°Solamente nos llegaban de los alau¨ªes rumores de que se acercaba un perd¨®n presidencial. Luego no suced¨ªa, y o¨ªas y ve¨ªas a la gente llorar¡±.
El maltrato y las torturas formaban parte del d¨ªa, estuviesen o no formalmente condenados. Los tres expresos coinciden en que eran, por lo general, golpes y palizas. Por alguna infracci¨®n o, principalmente, porque s¨ª. Como cuando los carceleros dejaban la comida ante la puerta de la celda. ¡°Si no la cog¨ªas rapid¨ªsimo¡±, dice Tubayi imitando el gesto, ¡°te cerraban la puerta contra la cabeza o la mano, o te daban una patada en la cara¡±. Interviene Isali: ¡°Si sacabas la mano por la puerta de la celda, te daban en la mano con la porra¡±.
Hab¨ªa m¨¦todos m¨¢s crueles, como el dulab que sufri¨® Abdelnafah. O la Alfombra M¨¢gica, que era una placa de madera con una bisagra a la que se ataba el recluso. Luego se doblaba hasta que sus rodillas y pecho se tocasen. En la Silla Alemana tambi¨¦n se forzaba la espalda del recluso, pero al rev¨¦s, hasta quebrar su espina dorsal. Abdelnafah recuerda c¨®mo los guardas mojaron en agua fr¨ªa a un compa?ero de celda y lo obligaron a pasar la noche desnudo, en invierno y con las ventanas del pasillo abiertas. ¡°A la ma?ana siguiente, estaba duro como este pl¨¢stico¡±, resume. Un manto de verg¨¹enza cubre otro tema, que figura en los informes de las organizaciones de derechos humanos. Algunos presos eran violados u obligados a violar a otros.
¨D Ya hab¨ªas firmado una confesi¨®n. ?Para qu¨¦ te torturaban?
¨D ¡°Porque s¨ª, porque nos odiaban¡±, responde Abdelnafah.
Las ejecuciones de compa?eros tambi¨¦n eran rutinarias, coinciden los tres. Lo que ellos ve¨ªan es que, al alba, ya no estaban. A veces hasta cien presos de una tacada. ¡°Las excarcelaciones eran por la ma?ana. Si desaparec¨ªan por la noche, todos entend¨ªamos lo que les estar¨ªa pasando¡±, se?ala Al Sali. ¡°No hab¨ªa noche que no oy¨¦semos los gritos y torturas de otros. O¨ªas golpes y sab¨ªas que [esa persona] no iba a sobrevivir. De repente se hac¨ªa el silencio. Se me paraba el mundo, por alivio de no ser yo y por miedo a ser el siguiente. No hay palabras para describir esa sensaci¨®n¡±.
Amnist¨ªa Internacional dedic¨® un informe a Saidnaya en 2017, cuando a¨²n era un agujero negro inaccesible. Cifraba en 13.000 las personas que hab¨ªan sido ahorcadas all¨ª en apenas cinco a?os. Tras la liberaci¨®n de la prisi¨®n, se encontr¨® en el lugar una soga ensangrentada. El r¨¦gimen siempre neg¨® las acusaciones, que calific¨® de infundadas y propaganda occidental.
Un fot¨®grafo forense que desert¨® de la polic¨ªa militar puso imagen al horror al lograr sacar del pa¨ªs decenas de miles de im¨¢genes de cad¨¢veres torturados en las prisiones. Responde al seud¨®nimo de C¨¦sar, que dio nombre a una ley de sanciones de EE UU en 2020. A¨²n no ha desvelado su verdadera identidad.
Abdelnafah, Isali y Tubayi estaban en la parte m¨¢s dura del presidio, la roja. Era para los presos pol¨ªticos o para los acusados por delitos relacionados con la guerra iniciada en 2011. ¡°Siempre ol¨ªa a di¨¦sel para ocultar el olor a sangre¡±, dice Tubayi. ¡°Abr¨ªan la puerta de la celda y ya ten¨ªas miedo. Pensabas que te tocaba dulab¡±, apunta Isali. La norma era clara: deb¨ªan esperar a los guardas en el fondo de la celda, agachados mirando al muro. Hab¨ªa otro edificio, el llamado blanco, para sentenciados por delitos comunes graves y en el que se efectuaban las ejecuciones.
En invierno, los carceleros dejaban abiertas las ventanas. En verano, las cerraban. Abdelnafah lo resume con una frase: ¡°Todo era un castigo¡±. Como la comida. ¡°No daban casi, pero ten¨ªas que dejar algo a las ratas, porque si no te atacaban¡±, tercia Isali.
El escaso contrabando les permit¨ªa conseguir un poco de sal y condimentos (prohibidos) del ala de la prisi¨®n en la que estaban los opositores chi¨ªes, la minor¨ªa privilegiada por los El Asad. Cuando la visitan, se sorprenden de sus ¡°privilegios¡±: como una manta por persona o una crema depilatoria, para evitar que los bichos se asentasen en el vello. ¡°Nosotros¡±, lamenta Tubayi, ¡°nos lo ten¨ªamos que arrancar con las manos¡±.
A¨²n cuelgan del ba?o de la celda de Abdelnafah las bolsas de pl¨¢stico (prohibidas) con agua, aceite y especias (tambi¨¦n prohibidas) que obten¨ªan de contrabando. Las escond¨ªan en el ba?o, el ¨²nico lugar oculto a las c¨¢maras de circuito interno. Cuando hab¨ªa un registro, las ocultaban a toda prisa entre la ropa. Era, tambi¨¦n, el ¨²nico lugar que les permit¨ªa hablar con otros reclusos. Un golpe en la pared de la ducha avisaba a la celda contigua de que quer¨ªan comunicarse, a trav¨¦s del desag¨¹e.
Abdelnafah tambi¨¦n muestra las sandalias que se hicieron arrancando trozos de una manta y cosiendo (con un alfiler que tambi¨¦n estaba prohibido) una bolsa de pl¨¢stico en la suela. Las usaban, sobre todo, para ir al ba?o, donde todo era mugre y pestilencia. Lo explica Tubayi: ¡°Como el desag¨¹e era peque?o, si alguien, perd¨®n por hablar de esto, defecaba, el siguiente ten¨ªa que empujar las heces con la mano¡±.
Ten¨ªan prohibido rezar, incluso en la celda. ¡°Por lo general, me limitaba a rezar con los ojos. Si te ve¨ªan por las c¨¢maras mover los labios, sab¨ªas que estabas en problemas. Incluso si te ve¨ªan por la c¨¢mara pasar la mano por la pared de la celda [para hacer las abluciones a falta de agua]¡±, recuerda Abdelnafah.
Las normas del islam impiden hacerlo en un lugar tan sucio como el ba?o, el ¨²nico al que no llegaban las c¨¢maras. As¨ª que inventaron dos trucos. Uno era esconder un trocito de cuero entre la ropa, con una especie de puntero enrollado en el interior. Escrib¨ªan los versos del Cor¨¢n que conoc¨ªan de memoria y lo pasaban al resto. Abdelnafah simula la posici¨®n en la que se colocaba para leerlo. Reclinado, dando la espalda a las c¨¢maras. Luego lo borraban con la pastilla de jab¨®n. El otro sistema depend¨ªa de un alfiler que ocultaban como si fuese un lingote de oro. Les permit¨ªa grabar partes m¨¢s largas del Cor¨¢n, usando todas las caras del jab¨®n.
Algunos presos, cuentan los tres exreclusos, pod¨ªan recibir visitas, pero duraban 15 minutos, con un carcelero militar al lado. ¡°Te pon¨ªa la mano en el hombro y se quedaba all¨ª todo el tiempo, as¨ª que no pod¨ªas decir nada que fuera verdad. La conversaci¨®n era: ¡®?Qu¨¦ tal? ¡ªBien, gracias a Dios, ?C¨®mo est¨¢n los ni?os? ¡ªBien, gracias a Dios¡¯. As¨ª¡±, cuenta Isali.
El d¨ªa de la liberaci¨®n quedaban unos 4.300 presos en Saidnaya, seg¨²n su Asociaci¨®n de Detenidos y Desaparecidos. Los v¨ªdeos difundidos en redes sociales del momento muestran a reclusos escapando, entre confundidos y temerosos. Uno de ellos pregunta a alguien en la calle: ?Qu¨¦ ha pasado?¡±. ¡°Ha ca¨ªdo el r¨¦gimen¡±. Se le escapa una risa espont¨¢nea de alegr¨ªa.
Al salir de las c¨¢rceles, algunos de los presos m¨¢s antiguos cre¨ªan que a¨²n segu¨ªa en el poder Hafez El Asad, que muri¨® en 2000. Un caso emblem¨¢tico es el del piloto militar Rahid At Tarari. Pas¨® 43 a?os en prisi¨®n por negarse a bombardear la ciudad de Hama durante la sangrienta represi¨®n de una revuelta liderada por los Hermanos Musulmanes. Otros pensaban que estaban siendo liberados por las tropas de Sadam Huse¨ªn en Irak, capturado tras la invasi¨®n estadounidense, en 2003, y ejecutado tres a?os m¨¢s tarde. Siria e Irak compart¨ªan nombre del partido pol¨ªtico en el poder (Baaz) y orientaci¨®n panarabista, pero manten¨ªan una relaci¨®n hostil.
Los combatientes entraron en Saidnaya tras tomar la ciudad de Homs, rumbo a Damasco, en las ¨²ltimas horas de la ofensiva sorpresa que lanzaron desde el noroeste, en la provincia de Idlib, el ¨²ltimo reducto rebelde, tan olvidado desde hac¨ªa a?os como la guerra de Siria. En apenas 11 d¨ªas derrocaron un r¨¦gimen que pr¨¢cticamente nadie (ni sus soldados, ni sus aliados internacionales) se esforz¨® por defender. Tampoco los carceleros de Saidnaya. En el suelo dejaron sus uniformes e informes burocr¨¢ticos de aquello que pod¨ªa quedar por escrito: castigos de confinamiento solitario, peleas entre presos, peticiones de medicamentos¡
Los primeros d¨ªas tras la liberaci¨®n se transformaron en una procesi¨®n del horror. Decenas de miles de personas se apresuraban a buscar a los suyos all¨ª donde no se hab¨ªan atrevido a acercarse durante a?os. Un rumor alimentaba su esperanza: pod¨ªa que estuviesen bajo tierra, en una enorme colmena subterr¨¢nea de celdas. La semana pasada, los servicios de rescate cavaron y descartaron que existiese.
Lo m¨¢s probable es que lleven a?os descomponi¨¦ndose en algunas de las fosas comunes, como Qutayfah, Nayha, Adra o Tadamon, a las que llegaban camiones frigor¨ªficos desde Saidnaya y cuya escalofriante dimensi¨®n comienza a quedar al descubierto, una vez descorrido el manto de miedo y silencio de la dictadura. Tanto la Comisi¨®n Internacional de Desaparecidos, con sede en La Haya, como la Defensa Civil Siria (la organizaci¨®n de rescate m¨¢s conocida como Cascos Blancos, que investiga la suerte de los desaparecidos) los calculan en torno a 150.000, en un pa¨ªs que ten¨ªa 23 millones de habitantes antes de la guerra. El Observatorio Sirio por los Derechos Humanos cree que 60.000 perdieron la vida por torturas y da por muertos a al menos 80.000 de los desaparecidos
Ya no hay multitudes en Saidnaya. Solamente un equipo de ADAF, los servicios de emergencia de Turqu¨ªa, el principal apoyo de los rebeldes que dieron la vuelta al conflicto. Son 80 y trabajan con excavadoras, radares y sistemas de escucha avanzada para cerciorarse de que no esconde celdas subterr¨¢neas.
Tras recorrer sin ¨¦xito prisiones y morgues de los hospitales, algunos familiares de los desaparecidos siguen acudiendo a Saidnaya en busca de cualquier pista (una prenda de ropa, un informe penitenciario, un expreso que coincidiese con su ser querido¡) porque la incertidumbre es a veces peor que la certeza de la muerte. Unos se aproximan a los tres exreos y les muestran una foto en el m¨®vil. Buscan a Ahmed, de Alepo, y Abdal¨¢, de Raqa, desaparecidos desde 2012 y 2013. Nada. ¡°Solo Dios sabe d¨®nde est¨¢n. ?D¨®nde han ido? ?No hay ni papeles sobre ellos? Que Dios coja a los hijos de El Asad y les prive de agua en esta vida y en la siguiente¡±, dice uno de los familiares con desprecio.
La b¨²squeda de los desaparecidos no ha hecho m¨¢s que empezar. Contin¨²a por todo el pa¨ªs en grupos multitudinarios de la red Telegram o a trav¨¦s de carteles ¨Duna foto, un nombre y un n¨²mero de contacto¨D pegados en las calles o a las entradas de las c¨¢rceles y de los hospitales a los que llegaban los cad¨¢veres. El Gobierno interino, liderado por el principal grupo armado que derroc¨® a El Asad, el islamista Hayar Tahrir El Sham (HTS), ha creado una centralita para que la poblaci¨®n proporcione informaci¨®n.
Nayat Naser Musa lo ha intentado todo y, en un gesto espeluznante, parece resignarse a la muerte de su hijo, Moatazem. Se acerca al foso, que se cree que contiene miles de cad¨¢veres tirados a lo largo de los a?os, y lo llama en voz alta. ¡°?De d¨®nde me vas a responder? ?De debajo de la tierra?¡±, se dice a s¨ª misma ante el silencio. Musa cuenta que, en 2013, su hijo le dijo que sal¨ªa de casa y que no se preocupase. Ella se opuso. ?l la tranquiliz¨®: ser¨ªa solo media hora.
Musa se person¨® en el tribunal de delitos de terrorismo, en la polic¨ªa militar, en las morgues¡ Un abogado le confirm¨® a?os despu¨¦s que estaba ¡°vivo y en manos de las autoridades¡±, sin m¨¢s detalles.
All¨ª trabaj¨® El Sepulturero. Es su nombre en clave, con el que declar¨® como testigo en 2020 en el juicio contra oficiales del r¨¦gimen sirio en Alemania, desde donde habla por tel¨¦fono con este peri¨®dico. Entre 2011 y 2018 supervis¨® el traslado de los cuerpos a las fosas comunes, as¨ª que su testimonio fue clave para condenar a perpetuidad a Anwar Raslan por cr¨ªmenes contra la humanidad.
El Sepulturero era un funcionario del Ayuntamiento de Damasco encargado de los entierros civiles. Los servicios de inteligencia lo reclutaron al empezar la guerra, para dirigir el equipo que se deshac¨ªa de los cad¨¢veres. Iban, primero, de los centros de detenci¨®n a los hospitales y, desde all¨ª, en camiones frigor¨ªficos, a las fosas comunes.
Trabaj¨® en dos. Hasta 2013, en Nayha, donde las im¨¢genes sat¨¦lite muestran c¨®mo se van formando zanjas en esos a?os. Luego, en Qutayfa. ¡°Ven¨ªan tres furgonetas cubiertas, con entre 30 y 50 cuerpos cada una¡±, detalla. Sabe de d¨®nde, ¡°porque los propios documentos de los hospitales lo indicaban a veces¡±. Muchos de Saidnaya. Otros, de distintos centros de detenci¨®n m¨¢s o menos clandestinos. ¡°A veces los tra¨ªan directamente sin papeles. Los oficiales iban enmascarados, as¨ª que nunca les vi la cara¡±. Ahora, ca¨ªdo el r¨¦gimen de El Asad, se plantea regresar a su pa¨ªs y desvelar p¨²blicamente su identidad.
Medio centenar de kil¨®metros separan las fosas comunes de Nayha y Quteyfa, por la carretera que deja a un lado Damasco y al otro, el aeropuerto internacional que comenz¨® a recobrar la vida esta semana, con un vuelo experimental a Alepo, aunque sigue pr¨¢cticamente vac¨ªo.
Mientras que Nayha es un espacio abierto con fosos y montones de tierra, Qutayfa es un llano militar (rodeado de un muro desde 2019) donde han quedado abandonados cuatro veh¨ªculos militares de Rusia, que combati¨® desde 2015 en apoyo del r¨¦gimen de El Asad. El ritmo del avance rebelde fue tan sorprendente que siguen dentro las instrucciones en ruso de los sistemas o los telescopios para ver desde dentro al enemigo sin exponerse.
Es una de las cinco fosas comunes que identific¨® la Syrian Emergency Task Force, una organizaci¨®n con sede en EE UU que ven¨ªa apoyando a los rebeldes y denunciando las violaciones de derechos humanos del r¨¦gimen de El Asad. Su director, Mouaz Moustafa, estima que en Qutayfa yacen los restos de la mayor¨ªa de desaparecidos. Hasta 100.000.
Stephen J. Rapp, exembajador itinerante de Estados Unidos contra los cr¨ªmenes de guerra y lesa humanidad, visit¨® las dos fosas esta semana y habl¨® de una ¡°maquinaria de la muerte¡± que requiri¨® de miles de personas: ¡°Desde la polic¨ªa secreta que hac¨ªa desaparecer gente de calles y casas, hasta los carceleros e interrogadores que los mataban de hambre o de torturas, hasta los conductores de camiones y de bulldozers que escond¨ªan los cad¨¢veres¡±.
Muy cerca, en el cementerio de Qutayfa, unas pintadas en la pared marcan el lugar de entierro de muertos sin nombre. Rezan ¡°Var¨®n an¨®nimo¡± o ¡°Joven an¨®nimo¡±. Al lado, hay una peque?a fosa com¨²n en la que Abdul Kadir al Sheija, el jeque que recit¨® la oraci¨®n f¨²nebre musulmana, calcula que habr¨¢ unos cien cad¨¢veres. ¡°Al principio, los tra¨ªan uno a uno, luego en grupo. En uno de los cad¨¢veres vi en las mejillas restos de sangre que le ca¨ªan de los ojos¡±, se?ala. La fosa tiene, cita de memoria, 20 metros de largo y dos de ancho y de profundidad. ¡°Una vez, los soldados que los trajeron me dijeron ¡®?por qu¨¦ rezas por ellos? Son terroristas¡¯. ¡®No, son musulmanes¡¯, respond¨ª. Se call¨®¡±. Mohamed Al Sheija fue brevemente alcalde de Qutayfa y se justifica: ¡°No hab¨ªa piedad para el que hablaba, as¨ª que nadie se atrev¨ªa siquiera a acercarse¡±.
La Comisi¨®n Internacional de Personas Desaparecidas, con sede en La Haya, habla de 66 fosas comunes en Siria. Algunas con apenas decenas de cuerpos. En una de ellas, Tadamon, cerca de la capital, los investigadores de la ONG de derechos humanos Human Rights Watch han encontrado multitud de restos humanos. Tanto en el lugar de una masacre en 2013 (que grab¨® a plena luz del d¨ªa uno de sus propios perpetradores, guiando a decenas de civiles con los ojos vendados hacia una fosa com¨²n), como en el barrio colindante. El v¨ªdeo sali¨® a la luz gracias a una filtraci¨®n y el trabajo de unos acad¨¦micos.
Las descripciones coinciden con lo que cuenta que vio Ayman Al Jalil, sin llegar a manejar los cad¨¢veres. Explicaba que trabajaba antes de la guerra como vigilante, de d¨ªa y de noche, en el solar que ocupar¨ªa la fosa de Nayha. En el verano de 2011, le encargaron vigilarlo solo de d¨ªa. Los cad¨¢veres llegaban de noche y, una vez, se los encontr¨® al llegar al alba, a¨²n tirando los cuerpos. Recuerda ¡°el miedo y el olor¡±. Incluso quienes ten¨ªan un familiar enterrado en el cementerio (las fosas est¨¢n junto a un mar de l¨¢pidas) pasaron a necesitar un permiso de las autoridades militares para entrar, explica uno de ellos, que prefiere no dar su nombre.
Lo confirma, en la carretera al cementerio, un adolescente de la zona, que a¨²n teme hablar del tema con nombres y apellidos. ¡°Hab¨ªa mucho movimiento de camiones y de excavadoras por esta carretera, sobre todo de noche¡±. Los investigadores han encontrado all¨ª huesos humanos en la superficie, pero creen que el grueso est¨¢ bajo tierra, incluso por debajo de las tumbas. ¡°Todo el mundo sab¨ªa que algo raro pasaba¡±, sentencia, ¡°pero todos ten¨ªamos miedo de decir algo y acabar nosotros dentro de los veh¨ªculos¡±.