El machismo muere en los fogones de Milpa Alta
Un grupo de mujeres de la periferia de Ciudad de M¨¦xico organiza una cooperativa de productos locales y utiliza las ganancias para que sus miembros se emancipen de sus agresores
El olor de la le?a se combina con el de la masa sobre el comal. Alma viste un mandil negro mientras lava kilos y kilos de nopales en un enorme taz¨®n de barro. Detr¨¢s de ella hay un pizarr¨®n blanco colgado en la pared en donde se lee: ¡°Nos quisieron arrancar, pero nuestras ra¨ªces est¨¢n bien puestas¡±. Hasta hace un a?o, ella y su hermana Gris pensaban que el amor era otra cosa. Que los insultos de sus maridos borrachos eran normales. Que si las golpeaban, era algo que quedaba solamente entre cuatro paredes. Ahora ellas dos, junto con sus otras tres hermanas y una vecina del pueblo de Santa Ana Tlacotenco (Milpa Alta, Ciudad de M¨¦xico) se valen de los fogones y de los productos que siembran para emanciparse de sus agresores.
Mientras Gris comienza a amasar, Lety, de 40 a?os, se sienta al otro lado de la mesa y corta unas hojas de epazote. Su esposo es alba?il y campesino. Ella trabajaba con Gris en una cooperativa que vend¨ªa paletas en una escuela. Al inicio de la pandemia todos se quedaron sin empleo. Las dos hermanas lo cuentan con lujo de detalle y sin detenerse un segundo. Tienen 15 pedidos para el d¨ªa siguiente. Sobre todo de tamales y tlacoyos.
Todas est¨¢n en el taller de Mujeres de la Tierra, mujeres de la periferia, un colectivo feminista que les ha cambiado la vida. Fue Ch¨ªo, psic¨®loga educativa y la ¨²nica en la familia que se ha graduado de la universidad, quien se les acerc¨® para proponerles la idea. Al principio, seg¨²n cuenta Lety, fueron reacias, pero terminaron por aceptar: ¡°Eso de que nosotras nos reunamos est¨¢ mal visto. Ahora nos han abierto los ojos¡±.
Las seis mujeres reciben pedidos desde la cuenta de Instagram del movimiento, donde tambi¨¦n tejen redes de apoyo con otros colectivos de Ciudad de M¨¦xico. Es de esta forma en la que la mayor¨ªa de ellas ha tenido su primer acercamiento al feminismo. Los productos que venden los siembran en una parcela prestada en un cerro a 40 minutos del pueblo. Ah¨ª cosechan ma¨ªz, frijol y calabaza. Los mi¨¦rcoles y viernes preparan la comida ¡ªtamales, tlacoyos, gorditas, atole y, cuando es temporada, productos de elote¡ª para repartirla los jueves y s¨¢bados en las estaciones del metro de la capital. Las cinco hermanas son originarias de un pueblo de la Sierra Mixteca, en Puebla, pero cocinan respetando las costumbres gastron¨®micas de Milpa Alta, su hogar desde hace 20 a?os.
Ch¨ªo, que se encarga de la difusi¨®n en las redes sociales y de contactar con otros movimientos, explica que desde que arrancaron nunca se han quedado sin vender aunque sea una media docena: ¡°Nuestros objetivos ya lo hemos cumplido. Nosotras no abrazamos la cocina y el fog¨®n para reforzar el rol de g¨¦nero, m¨¢s bien abrazamos este espacio para organizarnos, acompa?arnos y sanarnos¡±. En una buena jornada, el grupo gana unos 900 pesos (44,63 d¨®lares), despu¨¦s de restar el dinero que dedican a reinvertir en el taller.
Normalizar la violencia desde casa
Las cinco hermanas crecieron en un ambiente en donde se les inculc¨® que un esposo est¨¢ en su derecho de ser violento con su pareja. Hasta el d¨ªa de hoy, su padre lo sigue haciendo. Lety ve con alivio c¨®mo su hija, de 21 a?os, representa una nueva generaci¨®n de mujeres que no solo hacen frente a la cultura machista, sino que buscan romper con esos moldes todos los d¨ªas: ¡°Antes de entrar en el colectivo yo le dec¨ªa que estaba mal, porque me comentaba que su prioridad no es formar una familia. Ahora me siento contenta de que haya m¨¢s chicas que piensen as¨ª¡±.
El taller est¨¢ sobre una pendiente en una calle estrecha. El sitio a¨²n no est¨¢ acondicionado al 100%. Las paredes sin pintar tienen escrito en negro el nombre del colectivo sobre un altar dedicado a la Virgen del barrio y un pizarr¨®n blanco. Las integrantes del movimiento llegaron a ese lugar hace apenas dos meses. Cuando comenzaron, el a?o pasado, trabajaban en la casa de Lety y luego se pasaron a la de Gris. Todo salt¨® por los aires el 5 de mayo. Ese d¨ªa, la expareja de una de las integrantes, lleno de rabia por las habladur¨ªas sobre las ¡°feministas locas¡± del barrio, lleg¨® borracho, rompi¨® los utensilios de la cocina y las golpe¨®. Hoy ya se encuentra detenido.
Por seguridad, todas las mujeres en este reportaje aparecen ¨²nicamente con sus nombres de pila o apodos. Hablar de feminismo en el pueblo, de unos 10.000 habitantes, levanta ampollas. En Milpa Alta las agresiones machistas pasan en cualquier momento. Muchas veces todo queda en silencio y las denuncias solo llegan cuando pasa lo peor. En marzo de este a?o se registraron tres feminicidios en la alcald¨ªa. Y el 5 de agosto fue encontrado el cuerpo sin vida de una ni?a de tres a?os. Dos t¨ªos de la menor fueron detenidos.
Una de las cosas que las integrantes han aprendido es que la violencia no solo es f¨ªsica. La pareja de Alma, que no trabajaba y se la pasaba embriagado, la abandon¨® hace medio a?o. Nunca entendi¨®, ni quiso entender, el prop¨®sito de Mujeres de la Tierra o lo que signific¨® para su esposa. Alma, con una sonrisa de alivio, relata que lo que en el fondo le disgust¨® al padre de sus hijos es que ella hab¨ªa cambiado: ¡°No le gustaba que me sintiera empoderada. Yo ten¨ªa miedo de estar sola, pensaba que era mi obligaci¨®n mantenerlo. Pero aprend¨ª a no depender de nadie m¨¢s que de m¨ª misma¡±.
Romper con una tradici¨®n machista
Uno de los objetivos del colectivo es llegar a otras vecinas del pueblo. Hasta el momento ha sido muy dif¨ªcil romper la barrera cultural de la localidad. Para Lety, que ya ha comenzado a amarrar los tamales, el machismo es todav¨ªa una forma de vida que ha sido normalizada: ¡°Fui a una marcha por el feminicidio de la ni?a que mataron aqu¨ª en Milpa Alta. Y dos se?ores dijeron que nosotras ¨¦ramos prostitutas. Y que por eso nos mataban¡±. Ella no tard¨® en gritarles de vuelta: ¡°No, nos matan personas como t¨², que piensan de esa manera¡±.
De acuerdo con las mujeres, muchas vecinas se les han acercado para preguntar si pueden unirse, pero al final se echan para atr¨¢s porque sus esposos no las dejan. En un pa¨ªs como M¨¦xico, donde hay 10 asesinatos machistas al d¨ªa, el olor a le?a y el calor del comal como s¨ªmbolo de resistencia es un alivio para gente como Lety, que ha vivido el feminicidio de dos familiares cercanas.
Desde que el nombre del colectivo apareci¨® por primera vez en los medios, en un reportaje del peri¨®dico digital Pie de P¨¢gina, no ha dejado de recibir visitas de grupos feministas y reporteros. Pero lo que a Alma le hace ilusi¨®n es que por la peque?a puerta met¨¢lica del taller tambi¨¦n entren m¨¢s vecinas que quieran romper el ciclo de violencia: ¡°Es muy bonito que una vez hechas las cosas que te dijeron desde peque?a que ten¨ªas que hacer te des cuenta de que eso que te vendieron no era como pensabas y que hay otras cosas en la vida¡±.
Suscr¨ªbase aqu¨ª a la newsletter de EL PA?S M¨¦xico y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este pa¨ªs
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.