Contra el insulto
Creo que entre los aciertos hay rasgos del obradorismo que traicionan a sus propias banderas. A estos claroscuros he dedicado mi columna estos a?os, aunque ello implique incomodar a unos y a otros
Hace algunas semanas mi nombre ingres¨® a un directorio de alguno de los motores dedicados a la batalla pol¨ªtica en las redes sociales. Alguien juzg¨® que mis textos pecaban de obradoristas, supongo, lo cual obligaba a desacreditar o descalificar al autor. S¨²bitamente las reacciones a mis columnas se multiplicaron por cien, pero todas en el mismo sentido: uno o dos tuits cargados de insultos a partir de lo que supuestamente afirm¨¦, pero sin un enlace para que remita a lo que escrib¨ª; en cuesti¨®n de minutos se apersonan a retuitear ¡°multitud¡± de usuarios, la mayor parte de los cuales, curiosamente, solo tienen uno o dos seguidores. Con todo, logran su cometido: nadie o pocos leen el texto, solo queda la abrumadora y col¨¦rica reacci¨®n a las supuestas abominaciones all¨ª escritas.
El precio a pagar, asumo, por participar visiblemente en la conversaci¨®n p¨²blica en estos tiempos de c¨®lera pol¨ªtica. Desde luego no soy el ¨²nico, ni mucho menos el m¨¢s aquejado. Mis colegas de la acera de enfrente lo han pasado bastante peor al ser exhibidos en listas negras construidas y difundidas desde Palacio Nacional. Justamente hace algunos meses, escrib¨ª un texto respecto a la lamentable y desmemoriada actitud del presidente Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador frente a Carmen Aristegui y lo mucho que ella hab¨ªa aportado a la cr¨ªtica de los gobiernos anteriores o en dar voz a los desatendidos.
Pero m¨¢s all¨¢ de los casos personales, habr¨ªa que dar cuenta del acelerado proceso que ha ido reduciendo el espacio para cualquier forma de pensamiento que no se acoja a una trinchera incondicional del obradorismo o del anti obradorismo. En la polarizaci¨®n que vivimos, desde las dos aceras se dinamitan todos los puentes que intentan construir una conversaci¨®n entre los argumentos de uno y otro. Toda nota y toda opini¨®n es recibida exclusivamente en t¨¦rminos de un solo filtro: defiende a L¨®pez Obrador o exhibe sus defectos y errores.
La polarizaci¨®n asfixiante obedece tanto a causas naturales como a estrategias dise?adas. Naturales porque, en efecto, se disputan el poder dos visiones encontradas de pa¨ªs por vez primera en mucho tiempo. Una que intenta priorizar la causa de los dejados atr¨¢s en la expansi¨®n de las ¨²ltimas d¨¦cadas, otra empe?ada en continuar la democratizaci¨®n institucional y la modernizaci¨®n del pa¨ªs. Una busca cambiar las prioridades sociales del sistema, otra considera que habr¨ªa bastado con algunas mejor¨ªas. Claramente la primera es apoyada por amplios sectores populares a los que el presidente ha buscado representar; la segunda, en cambio, habita en sectores medios y altos, alrededor de un tercio de la poblaci¨®n, m¨¢s pr¨®spero e ilustrado.
A mi juicio los dos proyectos est¨¢n obligados a escucharse, porque uno no puede desembarazarse del otro, por no hablar del hecho de que ambos poseen argumentos atendibles y tambi¨¦n ambos tienen versiones dignas y decentes, adem¨¢s de las impresentables. La parte pr¨®spera no puede ignorar el hecho de que la mayor¨ªa expres¨® su deseo de cambio a trav¨¦s del voto y muy probablemente volver¨¢ a hacerlo dentro de dos a?os. Por m¨¢s convencidos que est¨¦n de que continuar el modelo beneficiar¨¢ m¨¢s a los pobres que cualquier aventura populista, el problema es que las mayor¨ªas no piensan lo mismo. Asumir que la desesperaci¨®n que lleva a tantos a pedir un cambio es producto de la manipulaci¨®n o la ignorancia, equivale a cegarse frente a un M¨¦xico profundo que experimenta una realidad radicalmente distinta a la que vivimos los sectores medios y altos.
Pero el obradorismo tendr¨ªa que estar igualmente urgido de construir consensos en lugar de ampliar las diferencias. Los puentes y las convergencias son imprescindibles para construir el ambiente pol¨ªtico y econ¨®mico que permita la creaci¨®n de empleos y la inversi¨®n; sin ellos todo proceso de redistribuci¨®n social queda condenado a la beneficencia p¨²blica. Es decir, a un paliativo. En M¨¦xico el sector p¨²blico es responsable del 25% del PIB; el 75% es generado por el sector privado. Por esa raz¨®n me parece que la polarizaci¨®n a la que se ha entregado L¨®pez Obrador camina en su contra: ayuda a ganar elecciones, pero dinamita la posibilidad de construir un cambio viable en favor de los sectores sociales que intenta mejorar.
Puedo entender que, una vez instalada la polarizaci¨®n, se genere una inercia en la que resulta imposible tomar heridos y obligue a discutir a tumba abierta. Los obradoristas asumen que toda cr¨ªtica es inadmisible en momentos en que los adversarios intentan por todas las v¨ªas desbarrancar el proyecto de cambio; ¡°no se vale darle municiones al enemigo, ni es el tiempo de fijarse en minucias frente a lo que est¨¢ en juego¡±. Pero esa actitud podr¨ªa entenderse quiz¨¢ como estrategia para ascender al poder, pero no ayuda para construir la paz necesaria que propiciar¨ªa una sociedad mejor. Y, peor a¨²n, nada da?a mas a un proyecto que la intolerancia, la incondicionalidad o la ausencia de cr¨ªtica que permitir¨ªa autocorregir y mejorar.
Por su parte, los cr¨ªticos de la 4T consideran que toda coincidencia con las banderas de L¨®pez Obrador o con el hecho de reconocer un acierto, termina siendo c¨®mplice de un proyecto pol¨ªtico que est¨¢ destruyendo al pa¨ªs. Una tesis que acaba por ocultar que los desajustes y desequilibrios del modelo, fue lo que produjo los votantes en contra; y mientras siga crey¨¦ndose que todo es resultado de la perversidad de L¨®pez Obrador, los sectores cr¨ªticos o la oposici¨®n no estar¨¢n en condiciones de construir una idea de pa¨ªs en la que los desfavorecidos se sientan realmente incluidos.
En un espacio p¨²blico alimentado por dos bandos obsesionados en la mutua satanizaci¨®n, toda voz que intenta introducir matices o considerar los claroscuros de uno y otro, termina por ser inc¨®moda. Y la incomodidad se resuelve imponiendo una etiqueta categ¨®rica y definitiva que elimine el esfuerzo de considerar argumentos o razones; basta calificar de vendido, entregado, corrupto al portador de la tesis irritante. Nada que ponga en riesgo la comodidad que otorga el desprecio, el odio y las propias certezas. Aunque eso nos condene a vivir de espaldas a la convivencia otros ocho a?os.
En lo que a mi respecta, coincido con muchas de las banderas que enarbola el presidente, porque en efecto me parece que tanto por prudencia (el riesgo de inestabilidad social) como por razones ¨¦ticas, era el momento de mirar por los pobres. Pero tambi¨¦n creo que entre algunos aciertos hay rasgos del obradorismo que traicionan a sus propias banderas. A estos claroscuros he dedicado mi columna estos a?os, aunque ello implica incomodar a unos y a otros. No sostengo que debamos ser neutrales ante la polarizaci¨®n prevaleciente; es inevitable estar m¨¢s cerca de una acera que de la otra. Pero habr¨ªa que pelear con los dientes la necesidad de mantener los puentes que permitan considerar los argumentos del otro, intercambiar pareceres y no solo insultos.
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