San Luis R¨ªo Colorado, un laboratorio de calor extremo entre el desierto y la frontera de Arizona
El pueblo hist¨®ricamente m¨¢s abrasador de M¨¦xico, en Sonora, se enfrenta a temperaturas m¨¢ximas de entre 44? y 46? en plena ola de calor. Esta es la cr¨®nica de 24 horas de vida bajo un sol inclemente
El aire se espesa en este punto de la frontera. Los cuerpos est¨¢n empapados de sudor; el viento es denso como el humo caliente de las f¨¢bricas; el sol, un perdig¨®n de plomo al rojo vivo con rayos que caen como latigazos sobre las cabezas de los que tienen la mala suerte de estar en la calle: los jornaleros que trabajan los campos regados por el R¨ªo Colorado y los migrantes que se refugian bajo los ¨¢rboles de la plaza mientras esperan el momento adecuado para saltar ¡°al otro lado¡±: de cruzar esa l¨ªnea de metal color marr¨®n oxidado que separa los desiertos de Sonora y Arizona, M¨¦xico y Estados Unidos.
San Luis R¨ªo Colorado es el pueblo m¨¢s caliente de M¨¦xico. El desierto, la frontera y el calor marcan su d¨ªa a d¨ªa. Es dif¨ªcil descifrar cu¨¢l de los tres elementos pesa m¨¢s en su esp¨ªritu mestizo, aunque estos d¨ªas el calor es, sin duda, el m¨¢s notable. En un verano en el que las sucesivas olas de altas temperaturas se han ensa?ado con el pa¨ªs, las m¨¢ximas aqu¨ª rozan los 50?. Hist¨®ricamente, el d¨ªa en el que el municipio de Sonora m¨¢s se pareci¨® a la idea humana del infierno fue el 6 de julio de 1966: 58,5?, seg¨²n el Servicio Meteorol¨®gico Nacional.
San Luis puede usarse como un laboratorio al aire libre de la vida bajo el calor extremo. El ejemplo en la tierra de esas distop¨ªas postapocal¨ªpticas a lo Mad Max: paisajes amarillos y des¨¦rticos, suelos agrietados, viento como salido de un tubo de escape y un clima invivible para quien no ha crecido aqu¨ª. Un futuro no tan distante para el resto del planeta, alerta Pablo Monta?o, experto de la ONG Conexiones Clim¨¢ticas. El calentamiento global desencadenado por la acci¨®n humana est¨¢ provocando fen¨®menos meteorol¨®gicos extremos cada vez m¨¢s fuertes y frecuentes. La primera semana de julio se bati¨® en dos ocasiones el r¨¦cord de temperatura media mundial m¨¢s alta, una cifra que ahora se encuentra en m¨¢s de 17?. ¡°Hemos entrado en territorio desconocido¡±, alert¨® el Servicio de Cambio Clim¨¢tico de Copernicus. ¡°Estamos asom¨¢ndonos por una ventana a lo que va a venir: c¨®mo vamos a lidiar con el planeta, c¨®mo va a cambiar nuestra interacci¨®n con el entorno, nuestra forma de vida. Este momento es una advertencia¡±, remata Monta?o.
Un d¨ªa bajo el sol
Amanece sobre San Luis. Armando se apoya en la pared de su casa mientras ve el sol salir del otro lado de la frontera. Los rayos se cuelan entre los barrotes. Hay ropa enganchada en el alambre de espino, los restos de alg¨²n salto. ?l naci¨® aqu¨ª hace 65 a?os, aunque durante mucho tiempo trabaj¨® ¡°al otro lado¡±, como campesino en los campos de lechuga. Parece tener una enfermedad respiratoria: habla con dificultad y su voz es ronca y entrecortada, pero aun as¨ª pide un cigarro. Este es el ¨²nico momento del d¨ªa en que se asoma a la calle, excepto esas noches en las que el calor hace de su vivienda un horno y prefiere echarse a dormir en el porche. ¡°Con el calor me meto, antes iba al parque, pero ahorita no, aqu¨ª me quedo¡±. Los coches empiezan a acumularse a la espera de cruzar a Estados Unidos. Hay 33?.
Cuatro mujeres ya jubiladas en ropa de deporte caminan por un parque en la otra punta del pueblo. Son las siete de la ma?ana, la ¨²nica hora del d¨ªa en la que pueden hacer ejercicio sin que el calor sea un riesgo. El term¨®metro sube a cada minuto y ellas se refrescan en un aspersor entre risas, antes de retirarse a casa. ¡°Si no tenemos nada que hacer en la calle, hasta las seis no volvemos a salir¡±. Ellas pueden permitirse pasar el d¨ªa a resguardo, entre el aire acondicionado y ba?os de agua fr¨ªa. Para los que no tienen ese m¨ªnimo privilegio, resistir la temperatura se convierte en una cuesti¨®n de supervivencia.
Pocos kil¨®metros m¨¢s all¨¢, el asfalto da paso a anchas avenidas de polvo. Un canal de agua sucio separa el ¨²ltimo barrio de un vertedero que es a la vez un poblado de casas levantadas con desechos, sin agua corriente ni luz. No hay una sola sombra. La imagen es una postal de la pobreza m¨¢s absoluta: el desierto, el polvo, las chabolas, la ropa ra¨ªda, los perros callejeros, la basura. Son las ocho de la ma?ana y los pepenadores arrastran sus carros hacia las monta?as de desperdicios para rescatar latas y otros restos que luego vender a dos pesos el kilo.
Todo lo que se ve del rostro de Perla (50 a?os) son unos ojos claros que clava en el suelo. La gorra y una camiseta enredada ¡ªque luego empapar¨¢ para aguantar el calor¡ª le tapan la cara.
¡ªAqu¨ª la gente todo el d¨ªa est¨¢ ah¨ª trabajando aunque haga mucho calor, ?qu¨¦ vamos a hacer? En la parte caliente [del basurero] se ha muerto gente, este a?o unos ocho.
Las partes calientes a las que se refiere Perla son las zonas del vertedero en las que hay peque?os incendios que consumen la basura bajo las piras de desperdicios. A las temperaturas de casi 50? hay que sumarle el fuego y el trabajo f¨ªsico al sol para tratar de entender, aunque sea remotamente, c¨®mo es ganarse la vida recogiendo latas en este infierno con la ¨²nica protecci¨®n de una camiseta mojada alrededor de la cara.
¡ªYo trabajaba pa¡¯l L.A. Times, all¨¢, al otro lado.
A Mario Su¨¢rez la cara se le ilumina cuando ve la c¨¢mara del fot¨®grafo, aunque sus d¨ªas como empleado en las imprentas del peri¨®dico californiano quedan lejos. Ahora carga a sus espaldas un carrito con helados y hielo a trav¨¦s del vertedero. Cuando se le pregunta c¨®mo lleva el calor, solo se?ala su camiseta: azul, vieja y empapada en sudor del cuello a la cintura. El reloj hace poco que pasa de las ocho de la ma?ana y los 40? cada vez est¨¢n m¨¢s cerca.
El puesto callejero de tacos de Patricia Mercado (26 a?os) ¡ªun toldo, neveras port¨¢tiles y una mesa plegable¡ª est¨¢ pegado a la pared de su casa, en una de las avenidas principales frente a dos colegios ahora vac¨ªos por las vacaciones de verano. A las 10 de la ma?ana, ella es el ¨²nico alma en esta calle sin sombras. ¡°Abrimos desde las seis hasta las once, despu¨¦s hace demasiado calor y ponemos en riesgo la comida¡±, explica. El calor seco es algo inherente a San Luis, a?ade, aunque dice que ¨²ltimamente se nota el calentamiento global: antes, pod¨ªan llegar a los 40 grados f¨¢cilmente. Ahora, es raro el d¨ªa en que no los superan.
San Luis se vuelve un pueblo fantasma entre las once de la ma?ana y las seis de la tarde. Nadie camina por las calles sin sombra y el ¨²nico rastro de humanidad se intuye tras los cristales tintados de los coches. Hasta el puesto fronterizo parece vaciarse. El calor es tan denso que parece una fuerza semi s¨®lida, una especie de gas sofocante que impide moverse con soltura.
San Luis es tierra de migrantes: de personas que tratan de llegar al norte y de las que tuvieron la mala suerte de darse de bruces con la Border Patrol y acaban de ser deportadas. Muchos se refugian y malviven entre los bancos, el c¨¦sped y los ¨¢rboles de la plaza del pueblo. Son las cuatro de la tarde y ya hay 43?. Un jardinero municipal acaba de encender los aspersores. Un par de hombres empapan sus sombreros y se los vuelven a poner. Otros se ba?an de pies a cabeza.
Con las gotas que trae la brisa, Mar¨ªa se siente ¡°como en la playita¡± en Oaxaca, su tierra natal. Su historia es un dec¨¢logo de todo lo que est¨¢ mal en M¨¦xico: su hermano fue asesinado: su hermana, violada; ella es madre soltera de cuatro hijas y tuvo que emigrar al norte. Lleva cuatro a?os en San Luis y a¨²n no ha podido cruzar al otro lado. El a?o pasado, en estas fechas, estuvo a punto de morir en el desierto. Se enganch¨® saltando la valla. Empez¨® a pensar que el calor iba a matarla. Cuando consigui¨® desengancharse, volvi¨® sobre sus pasos y ahora intenta llegar a Estados Unidos por la v¨ªa legal, una opci¨®n que de momento le ha dado los mismos resultados que la ilegal, pero sin el riesgo de una muerte an¨®nima en el desierto. Mientras tanto, renta un cuarto peque?o y sin mucha ventilaci¨®n con el dinero que consigue en trabajos de jornalera de tanto en tanto, espera sin mucha confianza los papeles y pasa sus d¨ªas en el limbo de la plaza, sin nada que hacer m¨¢s que mirar los aspersores:
¡ªQu¨¦ injusticia por ser pobre.
Como Mar¨ªa, las historias de los habitantes de la plaza son documentales dram¨¢ticos a la espera de ser rodados, pedazos de vidas olvidadas que ahora se cocinan a fuego lento bajo un sol de 44?. Est¨¢ Francisco, que cruz¨® de ilegal cuando solo era un ni?o, vivi¨® siempre en Sacramento y hace una d¨¦cada fue deportado. Tiene 60 a?os y desde entonces busca la manera de regresar y volver a ver a sus hijos, nacidos en California y, por tanto, ciudadanos estadounidenses. O un hombre de Guanajuato que despu¨¦s de varios encuentros con la patrulla fronteriza se ha dado por vencido, intenta recaudar el dinero suficiente para un autob¨²s a su pueblo y recomienda a quien le escuche ¡°no cruzar pa¡¯l otro lado con este tiempo, se puede perder la vida, el desierto est¨¢ peligroso¡±.
Las horas pasan y a medida que cae el sol en las calles vuelve a verse vida. Para las ocho de la tarde muchos trabajadores regresan al campo. Benito Gonz¨¢lez (37 a?os) es un jornalero de Puebla que lleva un a?o aqu¨ª porque los sueldos son m¨¢s altos. Vive en una caba?a de madera sin suelo, con un techo de pl¨¢sticos y hojas de palmera en medio de los campos de ceboll¨ªn que trabaja. No tiene agua corriente: se ba?a en el canal de riego contaminado de fertilizantes y qu¨ªmicos. Su turno empieza al caer el sol y contin¨²a hasta las 11 de la ma?ana, descansa en las horas de m¨¢s calor y vuelve a empezar. Su compa?ero, Marcos Montalvo (32), tambi¨¦n poblano, cocina la cena en un hornillo de gas. Como remedio contra el calor, se ha puesto una sudadera empapada en agua.
De vuelta en la plaza de San Luis, a las nueve, las temperaturas han ca¨ªdo a 36?. Unas pocas familias pasean con sus hijos. Los migrantes toman posiciones en los bancos, preparados para otra noche al raso. En la frontera corre el mismo aire espeso, pegajoso, caliente.
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