La beatificaci¨®n de la juventud
En pol¨ªtica, los grandes cambios se alcanzan con decisiones basadas en la experiencia, el buen juicio, la intuici¨®n fina, una adecuada gesti¨®n del riesgo, conocimiento y comprensi¨®n de la historia
Si la juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo, como parece haber dicho George Bernard Shaw, las nuevas generaciones pol¨ªticas le est¨¢n sacando bastante jugo al padecimiento mientras llega el ant¨ªdoto. Por ejemplo, d¨ªas antes de su reciente victoria electoral, Daniel Noboa (35 a?os), el nuevo presidente de Ecuador, se?al¨® que ¡°la juventud ha cambiado ya ¡ªjunto a ¨¦l, claro¡ª la forma de hacer pol¨ªtica¡±. Meses antes, el emproblemado presidente chileno Gabriel Boric (37 a?os) apel¨® de nuevo a la ¡°rebeld¨ªa¡± de los j¨®venes y les pidi¨® no ¡°acostumbrarse a los salones del poder y a estar permanentemente pidiendo permiso¡±. Y de la extendida calificaci¨®n de ¡°cool¡± que merec¨ªa Nayib Bukele (42 a?os) entre los j¨®venes salvadore?os a principios de 2020, hoy ocho de cada 10 dicen que su Gobierno no los escucha.
En suma ?la juventud es el amuleto para el ¨¦xito pol¨ªtico?. Veamos.
Se ha extendido en todas partes una ret¨®rica habitual que suele asociar la juventud como categor¨ªa biol¨®gica (digamos entre 18 y 34 a?os, aunque la OMS la clasifica entre 18 y 26) con una larga serie de ventajas comparativas respecto de otros grupos etarios. Entre las frases convencionales se incluyen: ¡°dar paso a las nuevas generaciones¡±, ¡°ya es tiempo de retirar a los viejos¡±, ¡°es nuestra hora¡± y otras por el estilo que tienen m¨¢s de lirismo que de realismo. La conclusi¨®n es que, como lo ejemplific¨® en su momento la percepci¨®n del estallido en Chile de 2019, estar en ese rango de edad traer¨ªa, por s¨ª solo, el pasaporte para ¡°hacer venerable algo¡± y que, en tal virtud, debiera ser ¡°honrado con culto¡±, seg¨²n define la Real Academia Espa?ola de la Lengua.
Dicho de otra forma, de una ¨¦pica pasamos a un clich¨¦: la beatificaci¨®n de la juventud.
El problema con esa l¨®gica binaria ¡ªser joven es ser bueno y lo que no encaje en ese molde es malo¡ª es que no parece corresponder a los hechos, como se observa, por ejemplo, en la pol¨ªtica, ni a resultados espectaculares en la gesti¨®n de gobierno. Antes bien, el balance es variado y hay de todo. Algo sugiere que los actuales l¨ªderes pol¨ªticos sean gente vieja o mayor en muchas partes: Biden tiene 82 a?os, Lula tiene 77, Darendra Modi de la India y Marcelo Rebelo de Sousa de Portugal andan en 72, Olaf Scholz de Alemania y Fumio Kishida de Jap¨®n est¨¢n en 65. Desde luego hay excepciones ¡ªen pa¨ªses serios¡ª como Francia (Macron tiene 45) o Canad¨¢ (Trudeau cumpli¨® 51). Dicho de otra forma: m¨¢s all¨¢ de si los l¨ªderes son mayores o son j¨®venes, la respuesta es que ambas condiciones no constituyen una tendencia autom¨¢tica hacia el ¨¦xito pol¨ªtico o la eficacia gubernamental, sino algo m¨¢s simple: la foto de familia de los actuales l¨ªderes es como es, no hay un denominador com¨²n y cada caso corresponde a una trayectoria, una biograf¨ªa, una circunstancia pol¨ªtica y una historia personal.
En ese sentido, entonces, las preguntas tendr¨ªan que ir por otro lado: ?d¨®nde est¨¢n las ¡°j¨®venes promesas¡± de la pol¨ªtica? ?Hay que ser joven para ser promesa? ?Qu¨¦ nos dicen las ¡°nuevas generaciones¡± de pol¨ªticos? La respuesta a esa panoplia de dudas es inevitablemente un poco m¨¢s larga.
Por regla general se dice que las nuevas generaciones est¨¢n mejor preparadas, y en un sentido amplio es verdad al menos en escolaridad. Los a?os de escolaridad que una persona normalmente pod¨ªa esperar recibir en 1950 era de algo m¨¢s de 2.5 a?os y en 2017 era de 8 o 9 a?os en pa¨ªses de ingresos bajos y de 14 en los de ingresos altos. Muchos de los j¨®venes de ahora crecieron en entornos que registraban mayor movilidad socioecon¨®mica; de acuerdo con Homi Kharas, de Brookings, las clases medias pasaron de 1.800 millones de personas en 2010 a alrededor de 4.000 millones en la actualidad, y para 2030 podr¨ªan ser 5.000 millones. Pero estos datos no necesariamente equivalen a tener un dilatado oficio pol¨ªtico, una capacidad de gesti¨®n extraordinaria o una densidad intelectual may¨²scula que asocie la biolog¨ªa con el delivery.
Hay al menos cuatro caracter¨ªsticas observables que desde luego admiten excepciones. La primera es que entre los actuales l¨ªderes j¨®venes de algunas partes son pocos los que cuentan con una trayectoria acad¨¦mica -no se diga intelectual- destacable. Una buena parte se dedic¨® desde muy temprano a eso que se llama la pol¨ªtica universitaria o la militancia partidista en la que se fueron involucrando de manera tan intensa que no les dej¨® espacio para estudiar, prepararse, analizar precedentes y entender a fondo la mec¨¢nica correcta de la toma de decisiones en la pol¨ªtica p¨²blica. Suelen preferir m¨¢s las redes que los libros, el espect¨¢culo m¨¢s que la reflexi¨®n, y sus prioridades son m¨¢s bien planas, lo que quiere decir que responden esencialmente a la interacci¨®n tradicional que existe entre una sociedad peticionaria y poco aut¨®noma como son la mayor parte en Am¨¦rica Latina y un liderazgo que responde a esos incentivos mediante acciones populistas o prebendarias.
El segundo rasgo es que, dif¨ªcilmente, conocen el mundo. Al menos en muchos que ocupan cargos p¨²blicos son raros aquellos que entienden c¨®mo y porqu¨¦ surgieron estados o pa¨ªses que han alcanzado niveles espectaculares de desarrollo; c¨®mo fueron los procesos de modernizaci¨®n y de transformaci¨®n por ejemplo en los espacios urbanos; c¨®mo incrementaron su competitividad y c¨®mo articularon ecosistemas integrales que funcionan con enorme eficiencia en t¨¦rminos de desarrollo, inclusi¨®n, bienestar y calidad de vida para sus habitantes.
En tercer lugar, como no tuvieron tiempo o inter¨¦s en explorar las tendencias de lo que est¨¢ cambiando en el mundo, su visi¨®n de la forma de conducir una comunidad es, por consecuencia, limitada, m¨¢s cercana al perfil de un bur¨®crata que a la condici¨®n de un l¨ªder. A buena parte de las j¨®venes generaciones pol¨ªticas lo que les importa es el cortoplacismo, la inmediata rentabilidad medi¨¢tica, el sitio en que aparecen en las encuestas del d¨ªa o los dividendos electorales y de otro tipo, todo lo cual normalmente no tiene impacto directo en los entregables, en los resultados concretos en materia de crecimiento, desarrollo social o vigencia del estado de derecho, bienes que dependen de buenas decisiones y pol¨ªticas p¨²blicas. Entienden mejor como ser un rock star que un l¨ªder. La imagen de un funcionario, pongamos por caso, no incrementa los logros: es un componente cosm¨¦tico que lubrica el ego y nada m¨¢s. Ni hablar desde luego del sentido hist¨®rico que tiene o del legado que dejar¨¢ una gesti¨®n p¨²blica en el mediano o largo plazo; de hecho, estos son conceptos que dif¨ªcilmente comprenden muchos j¨®venes funcionarios.
En cuarto lugar, probablemente porque ahora vivimos en una sociedad de medios y redes, se ha fomentado un culto a la personalidad que est¨¢ por encima de cualquier otro valor. Lo que importa no es ser ni hacer sino aparecer: si estoy en X, Facebook o Instagram, luego existo. Seg¨²n algunos acad¨¦micos, la ambici¨®n de poder pol¨ªtico es en cierto grado una patolog¨ªa, una forma de compensar carencias vitales, y el escaso conocimiento que tenemos de estos resortes constituye una laguna para explorar muchas otras cosas como el c¨®digo de conducta con el que toman decisiones. Como lo explica Piero Rocchini, un psic¨®logo que pas¨® nueve a?os tratando a los miembros del parlamento italiano: ¡°A menudo, un diputado se identifica con su poder y no sabe reconocerse fuera de ¨¦l. Vincula toda su carga emocional y sus expectativas a ese papel; fuera de ¨¦l, padece la angustia de no existir¡±.
La combinaci¨®n de todos estos factores ¡ªque, insisto, derivan de la observaci¨®n, la intuici¨®n y el trato directo con no pocos de ellos, y en que hay excepciones apreciables¡ª, genera a su vez dos efectos. Por un lado, el potencial que eventualmente tendr¨ªan las generaciones j¨®venes ¡ªla energ¨ªa, por ejemplo¡ª se pierde porque esta se concentra en una din¨¢mica cuyos marcos de referencia no son construir un verdadero liderazgo o hacer pol¨ªtica para producir bienes p¨²blicos duraderos, sino un recurso para compensar apetencias privadas de todo tipo. Por otro, impide advertir que en pol¨ªtica los grandes cambios se alcanzan con decisiones basadas en la experiencia, el buen juicio, la intuici¨®n fina, una adecuada gesti¨®n del riesgo, conocimiento, informaci¨®n y la comprensi¨®n de la historia. ¡°En la historia est¨¢n todos los secretos del arte de gobernar¡±, dec¨ªa Churchill.
En conclusi¨®n, parece claro que en pol¨ªtica convertirse en un l¨ªder estrat¨¦gico no depende de la edad.
Otto Granados es consultor independiente en educaci¨®n y pol¨ªticas p¨²blicas.
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