La narcoguerra que desangra a Sinaloa
La batalla entre los hijos del Chapo Guzm¨¢n y los seguidores del Mayo Zambada ti?e de sangre el viejo santuario del cartel. Los cad¨¢veres se acumulan en las calles y la vida social se ha reducido al m¨ªnimo. EL PA?S recorre Culiac¨¢n y alrededores, donde casas y negocios quemados, adem¨¢s de tiroteos y bloqueos viales, son parte del paisaje diario
Un muerto: Carrizalejo
Nadie se acerca al muerto. Todo el mundo merodea, pero de lejos, guardando una distancia prudente, adjetivo que responde a un criterio indefinible: por qu¨¦ a 50 metros y no a 10, a 100. ¡°Es por si pasa alguien¡±, dice uno de los reporteros de nota policiaca, apoyado en una de las camionetas del grupo. Alguien, ep¨ªtome de eufemismos del mundo en guerra que es Culiac¨¢n, la capital de Sinaloa. Alguien del crimen, alguien que piense que no est¨¢ bien que ellos ¨Clos reporteros, los trabajadores de las funerarias¨C se acerquen a un cad¨¢ver metido en un costal, abandonado a las puertas de un cementerio. Porque ni siquiera hay paz despu¨¦s de la muerte en estas calles polvorientas del noroeste mexicano. No la hay para el muerto, tampoco para los dem¨¢s.
La guerra en Sinaloa, consecuencia de una novelesca cadena de traiciones en el mundo del hampa, dura ya tres meses. Cada uno de los ¨²ltimos 90 d¨ªas, Culiac¨¢n ha amanecido con muertos. Cad¨¢veres embolsados, quemados, tiroteados, cuerpos mutilados. Tambi¨¦n los pueblos de alrededor, las carreteras. Nada que no ocurra en otras partes de un pa¨ªs que cuenta m¨¢s de 30.000 asesinatos al a?o, pero una rareza en la ciudad, pasarela del Cartel de Sinaloa, lugar de paseo y esparcimiento de la realeza criminal, hogar de algunos de los capos, ciudad en la que construyen sus lujosos panteones. Desde agosto, los asesinatos han aumentado casi un 300% en la regi¨®n. Pero no son solo los muertos, son tambi¨¦n las personas que desaparecen ¨Centre 340 y 600, seg¨²n qui¨¦n lleve la cuenta¨C y la sensaci¨®n de miedo generalizado que se ha instalado en la zona.
Pronombre intrascendente, ese ¡°alguien¡± se convierte en una de las palabras m¨¢s complejas de todas las que se escuchan esta ma?ana en Carrizalejo, en la salida oriente de la ciudad. Hogar de un mill¨®n de habitantes, la guerra en Culiac¨¢n es producto, principalmente, de los enfrentamientos entre dos grupos, dos facciones antiguamente hermanadas del cartel, los hijos de Joaqu¨ªn El Chapo Guzm¨¢n, por un lado, y los seguidores de Ismael El Mayo Zambada, por otro. Hay m¨¢s facciones, unas apoyan a los primeros, otras a los segundos, y algunas m¨¢s a ninguno. Al fin y al cabo, como dice un veterano pol¨ªtico local, entrevistado estos d¨ªas en Culiac¨¢n, ¡°el Cartel de Sinaloa es un conglomerado de empresas¡±, cada una con sus negocios e intereses, aliadas a veces y otras no tanto. As¨ª que, al final, el Cartel de Sinaloa no es m¨¢s que una convenci¨®n cultural. Una idea perezosa.
Ah¨ª sigue el muerto. Y entre el muerto y los reporteros y los de las funerarias, distancia. Por si pasa alguien. Es medio desconcertante el asunto, porque no hay forma de saber qui¨¦n era la v¨ªctima o qui¨¦n la dej¨® all¨ª. En estos meses, los cuerpos han aparecido a veces con sombreros, una burla de los hijos del Chapo, conocidos en M¨¦xico como Los Chapitos ¨CLa Chapiza, en Culiac¨¢n¨C al otro bando, identificados con el mundo rural, santo y se?a del jefe, El Mayo, apodado El Ranchero en los corridos que le dedican. Otras veces, los cad¨¢veres han amanecido rodeados de cajas de pizza, otra burla, esta bastante evidente. En Culiac¨¢n, cualquiera con 500 pesos en el bolsillo, 20 euros, puede comprar una gorra con un trozo de pizza grabado en la frente ¨CLa Chapizza¨C homenaje a los muchachos del Chapo.
Pero no hay cajas de pizza ni sombreros esta ma?ana en Carrizalejo. Y aunque los hubiera, no son objetos que garanticen seguridad alguna. Pero son pedazos de informaci¨®n, y tranquilizan. Es probable que nadie se hubiera acercado de todas formas, por muchas cajas de pizza o sombreros que hubiera all¨ª, porque nadie sabe si los asesinos quieren que el muerto quede un rato donde est¨¢, para que todo el mundo lo vea. Porque el lugar importa. No es una brecha de tierra en mitad de la nada, es la principal salida de la ciudad por este lado y a cada rato pasan coches, camiones, motos. De hecho, aqu¨ª mismo hay una gasolinera, con su tienda. Un cami¨®n de refrescos acaba de llegar, con su conductor y su portapapeles, y hace rato ha llegado un cami¨®n lechero. Y mientras tanto, el muerto, all¨¢, solo.
Ya han pasado varias horas, m¨¢s de cinco desde el primer aviso, y nadie llega. Mentira. Hace un rato, dos camionetas de la Guardia Nacional pasaron por aqu¨ª. Los agentes pararon junto al cuerpo y lo miraron ¨Cmiraron la bolsa que conten¨ªa el cuerpo- luego dieron media vuelta y se fueron. Los de las funerarias, aburridos, se han ido tambi¨¦n. Sin informaci¨®n, no hay forma de buscar a las familias y ofrecerles un plan de velorio y funeral. Algunos reporteros han optado igualmente por marcharse. La ciudad humea. Criminales han quemado casas y negocios estos d¨ªas con insistencia militante. Tambi¨¦n han tiroteado c¨¢maras de seguridad p¨²blicas a decenas. Los compa?eros no dan abasto y corren de un lado a otro. A medio kil¨®metro de aqu¨ª, rumbo al centro, hay un ret¨¦n militar, pero nadie ha pensado en ir a avisarles.
Nada m¨¢s un reportero se ha quedado con el muerto. Tambi¨¦n quiere marcharse, pero no puede. Necesita a la polic¨ªa para la foto, a su medio no le vale una imagen solo con el cad¨¢ver. As¨ª que el colega llama a un agente de la fiscal¨ªa, contacto suyo. ¡°?Qu¨¦ rollo?¡±, le dice, ¡°?andas de uno?¡±. Le pregunta si est¨¢ operativo. El otro dice que s¨ª. ¡°Aqu¨ª ando, en el muertito¡±, dice el reportero, ir¨®nico hasta el espinazo, la norma del gremio, en realidad, una forma de aguantar los d¨ªas. ¡°?Ya lo voy a enterrar yo, me lo voy a llevar a mi casa!¡±, a?ade. El otro le explica que ellos, encargados de recoger el cad¨¢ver, no pueden venir hasta que alguna autoridad preventiva, la polic¨ªa local o estatal, la Guardia Nacional, d¨¦ el aviso. El periodista ya sabe todo eso. En realidad, su llamada es una queja de lo mal que est¨¢ todo, para que un muerto pueda pasar horas as¨ª, al sol, sin que a nadie le importe.
70 culiacanazos: nadie sale
Solo hay cuervos en las mesas del restaurante de la se?ora Irma, en Altata. Dan saltitos, los p¨¢jaros, como esperando algo, restos de camarones, quiz¨¢, lo que sea que llevarse al pico. Pero no hay nada, porque nadie en Culiac¨¢n viene a Altata, la playa natural de los capitalinos, desde que empez¨® la guerra. ¡°Yo un domingo ten¨ªa 70 y hasta 80 mesas¡±, dice la mujer, cuyo nombre verdadero no aparece aqu¨ª por seguridad. ¡°Este ¨²ltimo domingo fueron dos¡±. La tristeza de locales as¨ª, armados para contener multitudes hambrientas, cuando no se ve un alma... ¡°Antes ten¨ªa a 15 personas trabajando, ahora vienen dos los fines de semana¡±, dice ella, melanc¨®lica.
La situaci¨®n es grave. Solo en Altata hay 45 restaurantes como el de Irma, que ahora no tienen m¨¢s clientes que los cuervos. Luego est¨¢n los pescadores, los vendedores ambulantes, toda una econom¨ªa mediana que da de comer a cientos de familias y que ahora se tambalea entre el miedo y las balas. La batalla entre Mayos y Chapitos empez¨® a principios de septiembre, con enfrentamientos y bloqueos en todo Culiac¨¢n, la primera ronda masiva de refriegas en la ciudad, que dej¨® al turismo muy al final de la lista de prioridades locales. ¡°Es una injusticia lo que est¨¢n haciendo¡±, dice la mujer. ¡°Pens¨¢bamos que iba a durar 15 d¨ªas, como otras veces, pero no. Son como cucarachas¡±, a?ade, refiri¨¦ndose a los criminales, ¡°los dejaron crecer y mire¡±.
Aquellas batallas se reproducen cada d¨ªa en Culiac¨¢n y alrededores. Como una plaga. Y a cada casa quemada, cada masacre, cada tiroteo en las calles, la gente recuerda la gran traici¨®n del verano, cuando uno de los hijos del Chapo, Joaqu¨ªn Guzm¨¢n L¨®pez, entreg¨® al Gobierno de Estados Unidos al Mayo Zambada, su padrino y el viejo socio de su padre. Eso ocurri¨® a finales de julio. Detalles de la entrega al margen ¨Cy unas cuantas corruptelas de por medio, que apuntaron incluso al gobernador, Rub¨¦n Rocha¨C la guerra se fue gestando en las semanas siguientes, con asesinatos aqu¨ª y all¨¢, pero no fue hasta principios de septiembre, cuando el volc¨¢n entr¨® en erupci¨®n en Culiac¨¢n.
La se?ora Irma cuenta que, como ha ocurrido en otras guerras ¡ªla que sostuvieron Los Chapitos con la facci¨®n de D¨¢maso L¨®pez, viejo aliado de su padre, en 2016; la escisi¨®n original, la batalla entre El Chapo y los hermanos Beltr¨¢n Leyva, all¨¢ por 2008¡ª la gente en Culiac¨¢n se ha organizado para ayudarles. Clientes de los restaurantes de Altata han formado caravanas para ir todos juntos a la costa, a 40 minutos de la ciudad, un coche detr¨¢s de otro, como los pioneros europeos en los Estados Unidos del siglo XIX, una forma de protegerse entre todos. Lo hicieron el domingo pasado, pero un tiroteo en La Bandera, un pueblito a mitad de camino, les espant¨® y dieron la vuelta.
En Culiac¨¢n, la econom¨ªa sufre tambi¨¦n. El chef Miguel Taniyama es uno de los pocos que ha levantado la voz, exigiendo una soluci¨®n a las autoridades. Con 38 a?os de experiencia en el sector hostelero en la capital, los sucesos de estas semanas y, en general, de los ¨²ltimos cinco a?os, han empeque?ecido su negocio. Antes ten¨ªa cuatro restaurantes en Culiac¨¢n, ahora solo uno, y sin turno nocturno. ¡°La gente a partir de las 19.00 ya no viene¡±, explica. En declaraciones estas semanas a la prensa, los empresarios de Sinaloa han calculado el da?o econ¨®mico de estos meses en 18.000 millones de pesos, unos 800 millones de euros, adem¨¢s de la p¨¦rdida de miles de empleos.
No han sido tiempos f¨¢ciles para la regi¨®n. En 2019, M¨¦xico atend¨ªa hipnotizado al intento fallido de captura de otro de los hijos del Chapo, Ovidio Guzm¨¢n, en Culiac¨¢n. Militares llegaron a su vivienda e intentaron detenerlo, pero la salvaje reacci¨®n de su gente, que bloque¨® avenidas y atac¨® a los soldados en diferentes partes de la ciudad, oblig¨® al Gobierno a recular. Los v¨ªdeos de aquel d¨ªa, que la gente tom¨® con sus celulares, impresionan, decenas de camionetas con gente armada recorriendo la ciudad a plena luz, tiroteando a soldados, presos escapando masivamente de prisi¨®n¡ Un operativo digno de un ej¨¦rcito regular. Ovidio Guzm¨¢n qued¨® libre y la gente, traumatizada. Tan es as¨ª, que el junior mand¨® componer un corrido, pidiendo perd¨®n por ¡°el culiacanazo¡±, nombre bajo el que qued¨® fijado el evento en la memoria colectiva.
Luego lleg¨® la pandemia. Si bien en M¨¦xico el Gobierno no forz¨® a la poblaci¨®n al confinamiento, la actividad mengu¨® como el agua de las presas en verano, reduci¨¦ndose al m¨ªnimo. Y cuando todo parec¨ªa volver a la normalidad, un operativo militar, realizado en enero del a?o pasado, puso a Culiac¨¢n de nuevo patas arriba. En t¨¦rminos policiales, el operativo fue un ¨¦xito. Ovidio Guzm¨¢n, esta vez s¨ª, acab¨® detenido. El Gobierno lo extradit¨® m¨¢s tarde a Estados Unidos, pero la reacci¨®n de su grupo y del resto de sus hermanos el d¨ªa de la captura siti¨® de nuevo la ciudad, con m¨¢s bloqueos y balaceras. La poblaci¨®n no se recuperaba a¨²n del susto de aquello, cuando lleg¨® la guerra de este a?o.
¡°Esto de ahora es como 70 culiacanazos¡±, dice Taniyama, que hace unos d¨ªas prepar¨® un enorme aguachile en el centro de Culiac¨¢n, para tratar de levantar el ¨¢nimo a la ciudad y visibilizar la tragedia de la rica escena de bandas musicales locales, desocupadas estos d¨ªas, sin fiestas que amenizar, instaladas en esquinas y cruces de calles, pidiendo la voluntad a los automovilistas. ¡°El que tiene dinero se ha ido y el que se queda, no tiene, entonces, la econom¨ªa¡±¡ El chef no acaba su frase. Un par de l¨¢grimas asoman por sus ojos, como si hubiera abierto una puerta y viera todo el horror, concentrado, de golpe. ¡°Ver tanta negatividad te tumba¡±, a?ade.
Todo esto sucede, las charlas con Taniyama, con Irma, mientras el crimen sigue sembrando de muertos la ciudad. Miles de vecinos de Culiac¨¢n se han suscrito a canales de WhatsApp donde los administradores cuelgan informaci¨®n y propaganda de lo que (supuestamente) ocurre. Mientras Taniyama habla, llega, por ejemplo, la imagen de un cuerpo medio quemado, aparecido a cinco minutos de su restaurante, en Isla Musala, en la ribera del r¨ªo Tamazula, una zona rica, en expansi¨®n. Es el mismo paraje donde el gobernador, Rub¨¦n Rocha, sali¨® a pasear a inicios de septiembre, en los primeros d¨ªas de guerra, pase¨® que comparti¨® en sus redes.
El v¨ªdeo del mandatario, de apenas 10 segundos, parec¨ªa una forma de mostrar que los enfrentamientos a balazos del d¨ªa anterior, que dejaron dos militares heridos, bloqueos en varias zonas, la suspensi¨®n de clases y una sensaci¨®n de terror generalizada, eran cuestiones pasajeras. La insistencia estos d¨ªas para entrevistar al gobernador Rocha, o al secretario de Seguridad estatal, Gerardo M¨¦rida, han recibido una amable y constante negativa, en forma de frases tipo, ¡°deja le insisto¡±. Al final, ni uno ni otro se han sentado a hablar con este diario.
Polic¨ªas y polic¨ªas
Solo unos pies se salvaron del fuego. Dos, concretamente. Reinalda Pulido, cabeza de uno de los colectivos de familiares de personas desaparecidas del centro de Sinaloa, los custodia. ¡°Es que antes de que mi hijo desapareciera, le compr¨¦ unos huaraches como esos, cruzados¡±, se?ala, mirando los restos de la hoguera. Neto, su hijo, lleva cuatro a?os desaparecido. ¡°Fue a comprar tortillas, lleg¨® una patrulla de la municipal y se lo llevaron. Yo consegu¨ª 10 c¨¢maras de seguridad que lo prueban y adem¨¢s apareci¨® una testigo que reconoci¨® la foto de ¨¦l y dijo que la polic¨ªa estatal hab¨ªa participado tambi¨¦n. Pero la fiscal¨ªa ha desaparecido toda esa informaci¨®n¡±, explica.
Todos implicados, polic¨ªa estatal, municipal, fiscal¨ªa¡ El caso Pulido ilumina los nudos de complicidad criminal en Sinaloa. Polic¨ªas que trabajan con, para o como criminales. Su historia refleja otras escuchadas estos d¨ªas, siempre con agentes de por medio. Pero el problema es mayor. Los ataques contra las corporaciones han sido igualmente una constante en estos meses de guerra. Este viernes, por ejemplo, criminales atacaron dos patrullas de la estatal en la capital. Las autoridades pol¨ªticas tratan de encontrar soluciones inmediatas, para imponer la percepci¨®n de que mantienen el control y que la situaci¨®n mejorar¨¢. Pero como en cualquier tema, las cosas no son tan f¨¢ciles.
¡°Yo llevaba m¨¢s de 20 a?os en la corporaci¨®n¡±, dice el polic¨ªa. La charla transcurre en el patio de su casa. En la tele, un predicador muteado habla con gestos muy seguros de cuestiones celestiales. Por la calle, de tierra, pasan perros solitarios de vez en cuando, alg¨²n ni?o. ¡°Ten¨ªa vocaci¨®n, la cosa es que los ascensos, casi todo el tiempo, es por conocidos. O sea, la convocatoria por ascender la hacen, pero funciona como le digo¡±, argumenta. El agente, que pide mantener su identidad bajo resguardo, protesta por su despido de la polic¨ªa de Culiac¨¢n, que considera injusto. A mediados de noviembre, cuando faltaba ya poco para su retiro, le dieron de baja por ¡°no acreditar los controles de confianza¡±. El agente concluye: ¡°A m¨ª se me hace que el jefe deb¨ªa entregar n¨²meros. ?Hay que correr a 150, a 200? C¨®rranlos¡±.
Fue una de las noticias de las primeras semanas de la guerra. A finales de septiembre, la Secretar¨ªa de la Defensa Nacional (Sedena) intervino la polic¨ªa de Culiac¨¢n. Desarm¨® a sus m¨¢s de 1.000 polic¨ªas, con la excusa de revisar pistolas y fusiles, alimentando las sospechas de corrupci¨®n sobre la corporaci¨®n. Con el paso de las semanas, el Gobierno estatal anunci¨® que los agentes ser¨ªan sometidos a controles de confianza entre finales de noviembre y principios de diciembre, en las instalaciones de la Sedena, en Ciudad de M¨¦xico. Tambi¨¦n dijo que alrededor de 100 agentes hab¨ªan preferido no someterse a los controles. La sugerencia, evidente, es que los que se negaban seguramente escond¨ªan algo y, por tanto, era mejor que dejaran la secretar¨ªa.
Despu¨¦s de mostrar sus credenciales, su licencia de armas y su historial, el polic¨ªa an¨®nimo asegura que a ¨¦l le metieron a la fuerza en ese grupo de 100, que nunca se neg¨® a realizar los controles de confianza ¨C¡±hasta ya hab¨ªa metido mis papeles¡±¨C y que si le dieron la baja fue para ahorrarse el dinero de la jubilaci¨®n. La coyuntura, explica, favorec¨ªa movimientos as¨ª por parte de la polic¨ªa local. Su experiencia no es ¨²nica. Al cabo del rato llega a la casa un compa?ero en situaci¨®n similar. Este ¨²ltimo llevaba algo menos de 20 a?os en la corporaci¨®n, pero desde hac¨ªa cuatro pasaba mucho tiempo de baja m¨¦dica. ¡°Es por unas amenazas que recib¨ª¡±, explica, sin dar m¨¢s detalle. Desde entonces, el agente necesita tomar ansiol¨ªticos todos los d¨ªas. Y ahora le han despedido por el mismo motivo que al primero: los controles de confianza. M¨¢s que corrupci¨®n, los dos encajan perfectamente en la imagen de juguete roto, con sus heridas de guerra, f¨ªsicas y mentales.
Uno de los problemas de esta guerra es el clima de sospecha instalado sobre todo y todos. No es que no haya polic¨ªas corruptos en Culiac¨¢n, los hay. Incluso es posible que los dos de arriba lo sean. Pero es un problema que trasciende a la corporaci¨®n local y que ata?e a la polic¨ªa estatal y la fiscal¨ªa. Las sospechas de corrupci¨®n opacan adem¨¢s otras partes del asunto, la cantidad de ataques que se registran contra agentes de todo ¨¢mbito, en esta guerra y las anteriores. Solo en las ¨²ltimas semanas de noviembre, el subdirector de la polic¨ªa local, Benjam¨ªn Villarreal, fue asesinado a balazos en una cafeter¨ªa en Culiac¨¢n. D¨ªas m¨¢s tarde, la familia de un comandante de la estatal, Francisco Ver¨¢stica, denunci¨® su desaparici¨®n. El cuerpo del agente apareci¨® poco despu¨¦s. Le hab¨ªan clavado una cartulina con un cuchillo en el t¨®rax. En la cartulina hab¨ªa un mensaje, que dec¨ªa: ¡°Dejen de traer dos cajas y si agarran un marrano no lo suelten. Todo sale, faltan m¨¢s¡±.
El mensaje denunciaba que el comandante habr¨ªa estado recibiendo dinero de las dos facciones en pugna del Cartel de Sinaloa, asunto que no se ha probado. Sea como sea, el crimen lee a las corporaciones como parte del juego b¨¦lico, m¨¢s all¨¢ de las peculiaridades de cada agente. Aunque a veces, las sospechas se confirman. El caso m¨¢s evidente apunta a la gran traici¨®n de julio, cuando Joaqu¨ªn Guzm¨¢n L¨®pez secuestr¨® al Mayo Zambada en Culiac¨¢n, y lo llev¨® a Estados Unidos en una avioneta. Fue todo muy confuso, pero con el paso de los d¨ªas qued¨® claro que la Fiscal¨ªa del Estado hab¨ªa tratado de ocultar parte de lo ocurrido ese d¨ªa, como las circunstancias del asesinato de un influyente pol¨ªtico local, H¨¦ctor Cu¨¦n.
La dependencia se?al¨® que Cu¨¦n, antiguo alcalde de la ciudad y diputado federal, hab¨ªa muerto asesinado la noche anterior al secuestro, en una gasolinera, en un intento de robo, pero El Mayo Zambada, primero, en una carta enviada ya desde la c¨¢rcel en EE UU, y la Fiscal¨ªa federal, despu¨¦s, corrigieron y dijeron que Cu¨¦n hab¨ªa sido asesinado en el mismo lugar al que Guzm¨¢n L¨®pez hab¨ªa convocado a Zambada, en Huertos del Pedregal, donde luego fue secuestrado. En su carta, Zambada mencionaba adem¨¢s a dos integrantes de su escolta, que le hab¨ªan acompa?ado ese d¨ªa. Uno era agente en activo de la fiscal¨ªa local y otro lo hab¨ªa sido a?os atr¨¢s. Los dos siguen desaparecidos.
La evidente implicaci¨®n de la Fiscal¨ªa en este asunto refleja casos parecidos en el resto de corporaciones, algunos m¨¢s evidentes que otros. En estos d¨ªas, los canales de WhatsApp mencionaron varias veces un presunto grupo que funciona al interior de la polic¨ªa local, Fuerzas Especiales Julieta, que trabajaba supuestamente para Los Chapitos. Un agente de la polic¨ªa de investigaci¨®n de la fiscal¨ªa local, que accedi¨® a hablar en condici¨®n de anonimato, dice que grupos como ese existen, igual que existen en la misma fiscal¨ªa o en la polic¨ªa estatal. ¡°Uno trata de hacerlo bien, pero a veces topas con un comandante que no y pues no. Otras veces es el mismo polic¨ªa el que llega y mira c¨®mo sacar dinero¡±, se?ala.
19 muertos: Plan de Oriente
El sol declina sobre el ejido Plan de Oriente, un poblado al este de Culiac¨¢n, no muy lejos de Carrizalejo. La gente transita con aparente normalidad a orillas de la carretera, como si todo hubiera sido siempre tan tranquilo. Pero no lo ha sido. La noche del lunes 21 de octubre, militares mataron en una de estas casas a 19 personas, presuntos integrantes de un grupo criminal, y detuvieron a su jefe, Edwin Antonio Rubio, alias El Max o El Oso. No hubo heridos. El Gobierno inform¨® de lo ocurrido como si fuera cualquier cosa. Como si la prensa no hubiera divulgado, justo por esos d¨ªas, un video de un evento en Culiac¨¢n, en que soldados parec¨ªan perdonarle la vida a un muchacho, en plena calle, solo porque uno de los uniformados se daba cuenta de que los estaban grabando.
El chorro de novedades de la guerra sepult¨® pronto lo sucedido en el ejido. Nadie lo cuestion¨®. El Gobierno de Claudia Sheinbaum apenas empezaba, un nuevo equipo de seguridad se pon¨ªa al frente de los controles y las cosas en Culia?¨¢n no estaban para reflexiones sesudas. Pero el operativo revelaba varias cosas. Por un lado, suger¨ªa un cambio de din¨¢mica en los operativos militares y de la estrategia de seguridad en general, reorientada, al parecer, a postulados de mano dura. Y por otro, exig¨ªa una explicaci¨®n a la enorme desproporci¨®n entre el n¨²mero de muertos y heridos, 19 a 0, resultado que cualquier acad¨¦mico que haya estudiado el desempe?o militar en tareas policiales, estar¨ªa colocando en lo m¨¢s alto de su lista de ejemplos a analizar.
La guerra en Culiac¨¢n tiene este tipo de efectos. Las fronteras entre lo aceptable y lo execrable se difuminan. Las jerarqu¨ªas colapsan, las rutinas se pulverizan. La gente de repente se informa por canales de WhatApp y consume fotos de muertos como v¨ªdeos de Tiktok, siempre a la espera de otro, de uno m¨¢s, del siguiente. Han pasado cosas en estos meses en la ciudad que, en otras condiciones, habr¨ªan generado, al menos, algo de debate, una peque?a conmoci¨®n. Pero la guerra traga, en un constante ejercicio circense, m¨¢s restaurantes quemados, m¨¢s casas vandalizadas, m¨¢s cuerpos arrojados al espacio p¨²blico. Con 30 o 40 actualizaciones al d¨ªa, lo que ocurri¨® ayer por la ma?ana es pasado remoto.
Entonces, en medio de tanta cumbia mental, aparece el hombre de la gorra, en una de las calles del ejido. Hay ¨¢rboles a su alrededor, casas tambi¨¦n, y un piso de tierra. Su rostro tiene forma, sus ojos, color. Pero cualquier detalle que abunde en su identidad podr¨ªa traerle problemas, as¨ª que se queda como el hombre de la gorra. Por el lugar del que viene, por las se?as que han compartido los vecinos, podr¨ªa saber algo de lo que ocurri¨® aquel d¨ªa. Un perro le ladra y ¨¦l se espanta. ¡°Lo voy a tener que matar¡±, dice en un susurro casi inaudible. ¡°Mire¡±, dice ante la avalancha de preguntas, ¡°los carraquearon¡±. Y entonces levanta las manos y hace como que dispara con su fusil de mentiras, sobre una barda de mentiras.
El hombre de la gorra vive y trabaja cerca de la casa donde mataron a los 19, los l¨ªmites entre las calles del ejido y un ¨¢rea amplia de campos de cultivo. ¡°De pronto llegaron los boludos¡±, explica, en referencia a los helic¨®pteros artillados del Ej¨¦rcito. Dice que los vio y escuch¨® desde su trabajo, el lunes 21 de octubre por la noche, y que, a la vez, vio soldados por la calle. Cuenta que se ech¨® a correr para llegar a casa pero que, cuando vio que hab¨ªa soldados apunt¨¢ndole, empez¨® a gritar que no disparasen. El hombre de la gorra consigui¨® volver a su casa. En el camino, dice, vio por lo menos a un militar con ¡°una minimi¡±, una ametralladora capaz de disparar cientos de balas por minuto, tirando al grupo criminal por encima de la barda de la casa donde se escond¨ªan, sin mirar.
¡°Los otros tiraron tambi¨¦n balazos, pero poquitos¡±, a?ade el testigo. Tambi¨¦n dice que, en realidad, a ¨¦l le salv¨® su hijo, porque cuando empez¨® a gritar a los soldados que no disparasen, ¨¦l dijo que ten¨ªa a un ni?o con ¨¦l. Uno de los militares le pidi¨® entonces una prueba: ¡°Saca al ni?o¡±. ?l lo sac¨® y as¨ª, piensa, se salv¨®. El perro le ladra de nuevo y ¨¦l se espanta otra vez y hace como que agarra una piedra del suelo. ¡°Ya me enred¨¦, ya habl¨¦ mucho. No puedo hablar¡±, dice, con el perro en el rabillo del ojo. Y como ha llegado, se va.
Cinco semanas despu¨¦s de aquello, a¨²n hay militares custodiando la calle que da a la puerta delantera de la casa. Cuando ven a los forasteros, cortan el paso y dicen que no se puede pasar. El teniente al mando dice que para ingresar, en caso de que se pueda, primero hay que preguntar a la Novena Zona Militar, cuartel general del Ej¨¦rcito en Sinaloa. Por la noche, el responsable de comunicaci¨®n de la Zona dice que el Ej¨¦rcito no tiene resguardada ninguna calle en el ejido Plan de Oriente y que el paso es libre. Al d¨ªa siguiente, para evitar problemas, la ruta elegida rodea por atr¨¢s el lugar de los hechos.
Por entre los agujeros de la barda perimetral de la parte trasera, a¨²n se observan los restos de la matanza. Hay dos zonas principales con impactos de bala, dos paredes, una m¨¢s cercana a la entrada y otra m¨¢s escondida. En el suelo hay cobijas, restos de ropa y la jaula vac¨ªa de un perro. A diferencia de lo que dec¨ªa ayer el hombre de la gorra ¨Cla historia de la minimi tiroteando por encima de la barda¨C los agujeros en las paredes sugieren m¨¢s bien que los disparos se produjeron de frente, y no desde arriba de la barda principal, que habr¨ªa obligado a los soldados a tirar en diagonal. La falta de explicaciones oficiales sobre lo ocurrido alimenta la incertidumbre y el hombre de la gorra ya no aparece por ning¨²n lado.
Ya de vuelta, en la noche lunar de Culiac¨¢n, tan extra?a y silenciosa, el agente de la fiscal¨ªa local mencionado arriba, el que hablaba de las corruptelas en los cuerpos de seguridad, dice lo que sabe sobre este caso. La fiscal¨ªa local solo intervino en apoyo de la federal, pero a¨²n as¨ª¡ ¡°Los fusilaron¡±, dice sin duda alguna. ¡°Pero ellos tambi¨¦n tiraron¡±, a?ade, en referencia al grupo criminal, que el Gobierno ha vinculado con El Mayo Zambada. ¡°La cosa fue as¨ª, los guachos¡±, dice, en alusi¨®n a los militares, ¡°llegaron por tierra, por una llamada an¨®nima, y cuando vieron a lo que se enfrentaban, pidieron apoyo a¨¦reo. Entonces lleg¨® el boludo. Los del Max le tiraron al boludo, pero luego se rindieron y ah¨ª les fusilaron¡±, explica.
Es dif¨ªcil entender qu¨¦ pasa, c¨®mo encaja cada uno de los hechos narrados, la muerte de los 19, el tiroteo en La Bandera, los polic¨ªas asesinados, los cuerpos encontrados aqu¨ª y all¨¢, en el movimiento, la l¨®gica y las din¨¢micas de los bandos enfrentados, autoridades incluidas. El veterano pol¨ªtico local mencionado en la primera parte se?ala que la facci¨®n del Mayo ha ido rodeando Culiac¨¢n estos meses. ¡°Toda la pelea ha sido en el ¨¢rea de Los Chapitos. Cuando se dieron los culiacanazos, el grupo del Mayo pudo darse cuenta de d¨®nde salieron los apoyos de ellos. Ahora, lo que han hecho es aislar esos espacios, El Dorado, Cosal¨¢, San Ignacio, Elota, Mazatl¨¢n¡±, todo poblaciones de la zona sur. ¡°El objetivo es evitar que lleguen refuerzos a Culiac¨¢n¡±.
Tanto ¨¦l, como el agente de la fiscal¨ªa, igual que varios periodistas consultados estos d¨ªas, coinciden a grandes rasgos en el diagn¨®stico. El agente de la Fiscal¨ªa dice que ¡°los Chapitos ya no tienen jefes de pistoleros¡±, tras la muerte de Ra¨²l Carrasco, alias Chore, en otro enfrentamiento con el Ej¨¦rcito, al sur de Culiac¨¢n, en junio, y la captura, hace un a?o, de su jefe de seguridad, N¨¦stor P¨¦rez, alias Nini. ¡°Lo del Max no fue tan importante en cambio para Los Mayos. Tienen a 20 as¨ª, uno por cada pueblo¡±, zanja.
Cinco muertos: agronom¨ªa
La se?ora Irma se ha puesto a ver su Instagram en Altata. En las stories, ha aparecido un texto que ha escrito una de sus meseras, que vive en La Bandera, donde hubo tiroteos cuando una caravana de vecinos de Culiac¨¢n trataba de llegar a la costa para comer. ¡°Tener que evacuar tu casa por narco pandemia¡±, escribe. ¡°Tengo miedo (¡) Ya no son solo las detonaciones por arma de fuego, est¨¢n pasando a nuestras casas a revisar que no haya personas que no sean integrantes de la familia, revisan la privacidad de los celulares y est¨¢n pidiendo que nos mantengamos normales. ?C¨®mo mantenernos normales ante esta situaci¨®n? (¡) Los del Ej¨¦rcito solo entran unas horas al rancho y se retiran, mientras que en la noche es un caos, una pesadilla¡±, zanja.
Da que pensar. Sobre ese r¨¦gimen de terror impuesto por la guerra, sobre la evidente incapacidad de las autoridades para cambiar las cosas o para no empeorarlas¡ En un informe reciente del Sistema de Protecci¨®n Integral de los Derechos de Ni?as, Ni?os y Adolescentes del Gobierno del Estado, los autores recogen frases de menores de 15 a?os, algunos de nueve y 10, tras el segundo culiacanazo, cuando los militares detuvieron a Ovidio Guzm¨¢n en Jes¨²s Mar¨ªa, una comunidad media hora al norte de Culiac¨¢n. Fue un operativo al m¨¢s puro estilo Hollywood, con helic¨®pteros artillados y soldados en columna de asalto. Van algunas de las frases: ¡°Me gustar¨ªa que repararan mi casa porque el helic¨®ptero le hizo hoyos al techo¡±; ¡°Quisiera que hubiera m¨¢s polic¨ªas, m¨¢s seguridad y desaparezca todo lo malo¡±; ¡°Que se vayan el Ovidio Guzm¨¢n y los malandros¡±; ¡°Que se vayan los militares porque los ni?os y ni?as los ven y se ponen a llorar¡±.
El instagram de la se?ora Irma se cuela de vuelta en la conversaci¨®n horas m¨¢s tarde, por otra de las im¨¢genes que ha ense?ado, la foto de una ficha de b¨²squeda de un muchacho que desapareci¨® la noche anterior. No hab¨ªa muchos detalles, solo su nombre, Kevin Horacio Acosta, de 31 a?os, una foto y un n¨²mero de tel¨¦fono con lada de Navolato, entre la ciudad y la playa. El n¨²mero da se?al y enseguida contesta un se?or, que se presenta como Horacio Acosta, el padre del desaparecido. Dice que est¨¢ en la sede de la Fiscal¨ªa y que s¨ª, que podemos llegar y hablar con ¨¦l. Media hora m¨¢s tarde, ante una segunda llamada, el se?or explica que se ha movido a las oficinas del Servicio M¨¦dico Forense (Semefo), a dos cuadras, todo en las afueras de Culiac¨¢n.
Hay mucha gente en el Semefo esta tarde, entre familiares de personas fallecidas, funcionarios y trabajadores de funerarias. Horacio Acosta no integra ninguno de los grupos, al menos de momento. Est¨¢ sentado en una banca con los de las funerarias, aunque no habla con ellos. Cuenta entonces que es maestro desde hace 35 a?os, que tiene cuatro hijos y Kevin es el mayor, que forma parte de la Central Mexicana de Alcoh¨®licos An¨®nimos y que todos los d¨ªas asiste a las reuniones de su grupo, en Navolato. ¡°Yo anoche llegu¨¦ a casa a eso de las 9.15, despu¨¦s de la reuni¨®n¡±, cuenta. ¡°Mi esposa me dijo que Kevin se acababa de ir. Casi todos los d¨ªas ¨¦l ven¨ªa¡±, a?ade. El hombre quer¨ªa hablar con su hijo y pedirle que le recomendara un mec¨¢nico. Su carro ¡°andaba fallando¡±.
En esas estaba, pensando si le llamaba o mejor lo dejaba para el d¨ªa siguiente, cuando lleg¨® su nuera, Pamela. ¡°Mi otro hijo le abri¨®. Ella entr¨® corriendo y ya empez¨® a gritar, ¡®?suegro, suegro, se llevaron a Kevin!¡±. Pamela relat¨® que, minutos antes, cinco hombres encapuchados, armados, hab¨ªan llegado a su casa, hab¨ªan saltado la barda y hab¨ªan empezado a romper las rejas y los cristales de las ventanas, exigiendo entrar. Ellos, pensando que igual as¨ª se calmaban, abrieron. Los hombres entraron y les sometieron. La pareja ten¨ªa con ellos a su beb¨¦, de cuatro meses. ¡°Esculcaban todo¡±, explicaba Pamela, ¡°buscaban armas¡±. Los asaltantes tomaron las llaves del carro para buscar armas all¨ª tambi¨¦n, pero como tampoco encontraron, las arrojaron al interior de la casa. Pamela tardar¨ªa horas en encontrarlas, en medio de tanto desorden.
Minutos m¨¢s tarde, los hombres se fueron y se llevaron a Kevin con ellos. Despu¨¦s de escuchar todo aquello, Horacio Acosta llam¨® al 911 y cont¨® lo que hab¨ªa sucedido. El operador le inst¨® a acudir a la Fiscal¨ªa al d¨ªa siguiente para presentar la denuncia formalmente. Mientras tanto, la familia public¨® la ficha de b¨²squeda en sus redes sociales. En la ma?ana, el plan era ir a la Fiscal¨ªa, pero a eso de las 9.00 recibieron la llamada de una funeraria, preguntando si acaso su hijo no ser¨ªa uno de los cinco cad¨¢veres que horas antes hab¨ªan aparecido en la Facultad de Agronom¨ªa, de la Universidad Aut¨®noma de Sinaloa, en la ciudad. Acosta y su esposa corrieron al Semefo, con los de las funerarias. Vieron las fotos que les mostraron. ¡°Yo no sab¨ªa si era o no, mi esposa dec¨ªa que no¡±, dice el hombre.
Las fotos. Cinco cuerpos tirados, alguno con el pantal¨®n bajado, arrancados de su dignidad. Eso vieron Horacio Acosta y su esposa. Impactados, olvidaron ir a la Fiscal¨ªa y volvieron a Navolato. No estuvieron mucho en casa. ¡°A la una volvimos, para preguntar por esos cuerpos, pero nos dijeron que iban a tardar en identificarlos¡±. Entonces decidieron esperar de vuelta en el Semefo.
Antes de que el se?or Acosta empezara a narrar los hechos, su esposa ha entrado a la morgue, a ver si el joven es uno de los cinco. Y justo ahora, la mujer sale por la puerta del centro y se queda viendo a su marido, con la mirada perdida. Acosta calla de pronto y la mira de vuelta; tarda unos segundos en reaccionar. Camina hacia ella y, antes de que se digan nada, los dos rompen a llorar, y son aullidos lo que se escucha, una cosa tan ¨ªntima y a la vez tan terrible, tan definitiva, que nadie dice nada m¨¢s, ni se hacen m¨¢s preguntas, ni hacen falta m¨¢s respuestas.
¡°?C¨®mo le llamamos a esto!¡±, grita el hombre, un edificio derrumb¨¢ndose all¨¢ en medio. ¡°?C¨®mo voy a vivir as¨ª? ?Con odio!¡±, escupe. ¡°Esta guerra va a acabar con todos, con muchas familias, est¨¢ dejando muchos hu¨¦rfanos¡±, solloza. Luego ya solo son abrazos, palabras deshilachadas, una despedida callada. Al cabo del rato, fuera ya del Semefo, los canales de whatsapp vomitan su propia parafernalia informativa. En varios han colgado un v¨ªdeo donde aparece, supuestamente, otro de los cinco muertos de agronom¨ªa, un muchacho con playera azul, golpeado, disfrazado a la fuerza con un sombrero y las letras ¡°MF¡± pintadas en la cara, en referencia al Mayito Flaco, uno de los hijos del Mayo Zambada, punta de lanza de su facci¨®n. Sus captores le preguntan por el asesinato de unos polic¨ªas de Navolato. ?l da nombres, pero ninguno de los que da es el de Kevin.
La segunda parte de ese video de adoctrinamiento criminal muestra unos cuerpos en la oscuridad. Parece que est¨¢n tirados en el suelo, pero a¨²n se mueven. De parte de los que graban, alguien empieza a disparar. El resplandor de las explosiones permite ver los hierros de la barda de la facultad de Agronom¨ªa. La escena final de la cinta cambia de nuevo el tono y enfoca una cartulina con un mensaje: ¡°Para los que sigan queri¨¦ndose meter a Culiac¨¢n. Atte: La Chapiza¡±.