Resignaci¨®n frente a la muerte
De no ser los mexicanos as¨ª de tolerantes hacia la muerte, los 50.000 fallecidos por la covid-19 ser¨ªan una fuente de indignaci¨®n tal que obligar¨ªa a los Gobiernos a tomar acciones radicales
Los mexicanos estamos indolentes frente a la muerte. Nos hemos acostumbrado. Parecemos tener una mayor tolerancia a la muerte que pa¨ªses menos preparados para enfrentar la pandemia de covid-19. De no ser as¨ª de tolerantes, los 50.000 muertos que ya hemos acumulado ser¨ªan una fuente de indignaci¨®n y enojo social tal, que obligar¨ªan a los Gobiernos federal y estatales a cambiar curso y tomar acciones radicales de compensaci¨®n social, fortalecimiento del sistema de salud, y medidas de distanciamiento social m¨¢s contundentes, para evitar la propagaci¨®n del SARS-CoV-2 y evitar la tragedia de tantas nuevas muertes.
Esta tolerancia ante la muerte no es nueva. Por d¨¦cadas Gobiernos mexicanos que se autodenominaban ¡°revolucionarios¡±, porque surgieron de la gran movilizaci¨®n social que buscaba cambiar radicalmente la vida de los mexicanos m¨¢s pobres, permitieron que murieran millones, la mayor parte ni?os y ni?as ind¨ªgenas, de hambre o de enfermedades gastrointestinales y respiratorias perfectamente prevenibles. Esa tragedia s¨®lo se volvi¨® de conocimiento generalizado para muchos mexicanos que viv¨ªan en el confort de las ciudades m¨¢s pr¨®speras, al final del siglo XX, cuando el subcomandante Marcos difundi¨® su diagn¨®stico de las condiciones de vida en Chiapas y de todas las muertes innecesarias que sufr¨ªan sus comunidades.
Hoy en d¨ªa, afortunadamente, son pocos los mexicanos que sufren muertes prevenibles por diarrea, dengue o salmonelosis. Pero para un pa¨ªs con un sistema de salud p¨²blica con enorme despliegue territorial y gran capacidad m¨¦dica, tener todav¨ªa una tasa de mortalidad infantil promedio de 13 por cada 1.000 o una mortalidad materna de 33 por cada 100.000 nacidos vivos, sigue siendo un nivel inaceptable para nuestro nivel de desarrollo (dentro de Latinoam¨¦rica, Chile, Argentina, Uruguay, Costa Rica y Cuba muestran mejores indicadores).
Durante la era de la guerra al narcotr¨¢fico los mexicanos se volvieron tolerantes de la idea de que miles de j¨®venes, la mayor parte de ellos hombres en la plenitud laboral, perdieran la vida en enfrentamientos sin sentido como parte de un proceso de violencia, descomposici¨®n del tejido social y p¨¦rdida de capital humano. M¨¦xico es uno de los pocos pa¨ªses en la historia reciente donde la esperanza de vida al nacer disminuy¨® para los hombres durante varios a?os, despu¨¦s de una continua mejor¨ªa en ese indicador de desarrollo humano por d¨¦cadas.
Los mexicanos tambi¨¦n nos hemos vuelto insensibles a que hombres de mediana edad pierdan la vida por padecimientos de cirrosis, una lenta muerte anunciada por a?os de consumo excesivo de alcohol. Toleramos que hombres y mujeres mueran de diabetes, enfermedad producida por una dieta excesivamente alta en az¨²car, promovida por la industria alimentaria. Aceptamos como parte de la vida moderna que hombres y mujeres vivan con obesidad e hipertensi¨®n, como si esto fuera un s¨ªntoma de modernidad y progreso.
No es el fatalismo de nuestra cultura o la noci¨®n francamente racista de pensar que los ind¨ªgenas tienen un sistema de valores distinto en que la vida y la muerte se entrelazan y hay una mayor resignaci¨®n o indolencia frente a la perdida de la vida. Todos queremos vidas largas y saludables como parte de lo que nos hermana en nuestra humanidad.
La canci¨®n y epitafio de Jos¨¦ Alfredo Jim¨¦nez en realidad lo que revela es un sesgo muy mexicano de valores subyacentes como el machismo y el individualismo, con el arraigo al terru?o, en lugar de enfatizar los valores maternales de compasi¨®n, solidaridad y cuidado (cura) hacia el otro. El presidente no ha estado a la altura de su responsabilidad hist¨®rica, y su rid¨ªcula negativa a usar tapabocas o su irresponsable minimizaci¨®n del riesgo de la covid-19 al inicio de la epidemia han tenido un costo real en la falta de coordinaci¨®n y respuesta oportuna a todos los niveles de Gobierno, costando perdidas irreparables.
En M¨¦xico, hoy por hoy, la vida no vale nada.
Alberto Diaz Cayeros es profesor de la Universidad de Stanford.
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