Zoombies
Los humanos no buscamos contenidos sino experiencias. Y ahora, libradas ya las primeras batallas, sabemos que las experiencias desde el lado art¨ªstico se han visto radicalmente empobrecidas por la pandemia
A partir de la segunda semana de marzo, cuando la pandemia ya hab¨ªa desbordado China e iniciaba su implacable avance sobre Italia y Espa?a, amenazando al resto del planeta, los directivos de la Coordinaci¨®n de Difusi¨®n Cultural de la UNAM ¡ªuna de las instituciones culturales m¨¢s relevantes de M¨¦xico despu¨¦s de la Secretar¨ªa de Cultura¡ª organizamos nuestras ¨²ltimas y apresuradas reuniones presenciales. En una terraza al aire libre, los responsables de danza y teatro, m¨²sica y literatura, publicaciones y artes visuales, cine y proyectos acad¨¦micos nos esforzamos por imaginar nuestra labor a partir de entonces.
En aquellos momentos de zozobra e incertidumbre, y tambi¨¦n de curiosidad y asombro, nos dimos a la urgente tarea de transformar las numerosas actividades que ten¨ªamos planeadas ¡ªferias del libro, exposiciones, conciertos, piezas teatrales y danc¨ªsticas, ciclos de cine, conferencias, presentaciones, coloquios¡ª en eventos a distancia. Anticip¨¢ndonos a los cierres que se anunciaban en cascada, est¨¢bamos obsesionados con volverlo todo virtual. Muy pronto la irrefrenable ola de confinamiento se cerni¨® sobre nosotros y, mientras las actividades presenciales se aplazaban o desvanec¨ªan en un futuro imposible, iniciamos un amplio programa a trav¨¦s de nuestras p¨¢ginas de internet, redes sociales y estaciones de radio y televisi¨®n. No fuimos, desde luego, los ¨²nicos: cientos de instituciones en todo el orbe emprendieron, con nuestra misma prisa ¡ªy nuestra misma improvisaci¨®n¡ª, un deslizamiento equivalente.
Nuestro sector ha sido uno de los m¨¢s afectados por el encierro: por m¨¢s que la cultura haya comenzado a valerse de herramientas digitales y que una poderosa parte de nuestra creatividad se haya volcado a dise?ar obras espec¨ªficas para los medios digitales, las artes contin¨²an siendo relevantes en nuestras vidas porque representan una experiencia imposible de replicar en nuestras casas. Si bien desde inicios del siglo XX vivimos en la era de la reproductibilidad t¨¦cnica, sabemos que o¨ªr m¨²sica en el propio sill¨®n no se compara con vivirla en la Sala Nezahualc¨®yotl o la Philarmonie de Berl¨ªn, que el teatro solo es teatro si nos hallamos frente a los actores y actrices, lo mismo que un Rivera o un Picasso solo son un Rivera o un Picasso ¡ªconservando su aura¡ª si contemplamos los originales en un muro o en un museo. Incluso una pel¨ªcula es radicalmente distinta en la acogedora penumbra de un cine que en la fragmentada visi¨®n de una pantalla casera agobiada por los estertores familiares.
Y de pronto, de un d¨ªa para otro, sin casi meditarlo, nos vimos impulsados a trasponer todos estos g¨¦neros a recuadros de unos cuantos cent¨ªmetros cuadrados. No desde?o la relevancia del desaf¨ªo: miles de creadores se aventuraron a conquistar estos artefactos con el objetivo de no perder a sus interlocutores, continuar perturbando o estremeciendo a sus p¨²blicos y salvar a millones de ciudadanos igual de enclaustrados que ellos. El esfuerzo ha sido ¨¦pico: sin recursos o con recursos limitad¨ªsimos, cobrando bicocas en un entorno no dise?ado para remunerarlos, estos artistas hicieron lo que tantos de sus predecesores, adaptarse milagrosamente al nuevo entorno, usarlo lo mejor posible, desafiar sus reglas en algunos casos.
Digitalizarse o morir. Todos nos volcamos as¨ª, tan generosa como irresponsablemente ¡ªsin apenas darnos cuenta de nuestro analfabetismo digital¡ª, hacia las plataformas que nos permitir¨ªan mantener nuestro de por s¨ª precario ecosistema cultural. No iba a ser lo mismo, pero no parec¨ªa haber otra salida. A partir de ese instante, nos vimos inundados de m¨²sica, obras esc¨¦nicas y exposiciones virtuales, al tiempo que las empresas que ya proporcionaban servicios audiovisuales o en l¨ªnea multiplicaban exponencialmente sus contenidos ¡ªy sus ingresos.
?Qu¨¦ emocionante el primer concierto coral, el primer Shakespeare, la primera coreograf¨ªa y el primer coloquio en Zoom! En medio del desierto, un oasis. Hoy, esa plantilla se ha tornado cada vez m¨¢s ubicua ¡ªy m¨¢s odiosa. Contamos con una oferta exuberante: todas las instituciones aspiran a lo virtual y a lo viral ¡ªpara evocar el t¨ªtulo del estimulante libro de Jorge Carri¨®n. De la Feria de Frankfurt al Hay, del National Theatre a Bayreuth, de la Filarm¨®nica de Berl¨ªn a la Orquesta Imposible, de Stanford a la UNAM, todo cabe en ese cuadr¨¢ngulo que sostenemos en la mano o dejamos reposar sobre nuestro escritorio. Lo virtual no es lo real, pero hab¨ªa que hacernos la ilusi¨®n. A fin de cuentas, est¨¢bamos seguros de que iba a ser provisional: la mutaci¨®n ser¨ªa ef¨ªmera, como anunciaban triunfalmente nuestros pol¨ªticos. Por m¨¢s que cierta vida art¨ªstica retoma sus lugares anteriores, en septiembre de 2020 queda claro que esta forzada metamorfosis durar¨¢ todav¨ªa largo tiempo. ?Qu¨¦ hacer, entonces, cuando las posibilidades de regresar a nuestro antes ¡ªteatros y salas y parques y museos atiborrados de gente¡ª contin¨²a siendo tan remota?
Los humanos no buscamos contenidos ¡ªcomo quisiera simplificar nuestra todopoderosa industria del espect¨¢culo¡ª sino experiencias. Y ahora, libradas ya las primeras batallas, sabemos que esas experiencias, al menos desde el lado art¨ªstico, se han visto radicalmente empobrecidas por la pandemia. Ello no quiere decir que no haya habido lugar para la experimentaci¨®n y la sorpresa virtuales, pero cada vez es m¨¢s raro: prevalecen la inercia y el hartazgo. Porque el conjunto de nuestra experiencia art¨ªstica real se reduce a estar horas y horas que pasamos d¨®cilmente frente a nuestras adictivas pantallas, a soportar esa ret¨ªcula de Zoom que tanto recuerda a una prisi¨®n y a tolerar los saltos en nuestras conexiones inestables, los delays, las interrupciones, el ruido de fondo, las ca¨ªdas del sistema, la peque?ez de esos diminutos rostros que debemos interpretar por la fuerza, agotadoramente, para acceder a una experiencia cada vez m¨¢s disminuida: el espejismo de presenciar algo en vivo, por m¨¢s que los mismos actores ¡ªPaul Auster o John Malkovich o Kirill Petrenko¡ª luzcan mejor en videos grabados con antelaci¨®n que podr¨ªamos mirar a cualquier hora.
Llevamos semanas ¡ªparecen siglos¡ª como zoombies, consumiendo la carro?a de las redes: esta no puede ser la salida para la cultura del covid-19. No debemos permitir que estas plataformas, enriquecidas a costa de nuestros datos, nos impongan la ¨²nica forma art¨ªstica de nuestro tiempo. En el devastado mundo anal¨®gico ya hemos constatado que no queda otro remedio que abandonar nuestras casas y refugios, precavidos y cuidadosos, y volver al mundo. Si no queremos seguir confinados art¨ªsticamente, tambi¨¦n debemos arriesgarnos a abandonar Zoom y sus suced¨¢neos ¡ªy la enga?osa facilidad con que se nos presentan¡ª, avizorar una aut¨¦ntica alfabetizaci¨®n digital en creadores y p¨²blicos que no descuide la reflexi¨®n ¨¦tica, impulsar nuevas tecnolog¨ªas y cuestionar las existentes para luchar contra la pavorosa desigualdad que seguimos perpetuando, ahora en redes, y concebir nuevos espacios all¨¢ afuera en busca de una libertad que se nos escapa entre los dedos.
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